Ensayo: La Feria de la Barbarie, por Fernando March

Autor:  FERNANDO MARCH (PERÚ)

Desde la antigüedad, los pueblos gobernados por las tiranías más abyectas, solían reclutar intelectuales que fueran afines a sus gobiernos provisionales y que armonizaran con sus estilos deplorables de dirección de Estado. No faltaban los pensadores o aristócratas ilustrados que se ofrecieran secundar los motivos más perversos posibles, en aras de una confraternidad con los poderes de turno. Esos motivos rastreros motivados por una ética torcida y nada ejemplar se vio en casos lamentables como el caso de los poetas y escritores rusos en los años de entronización del poder de los Soviets. Nombres como Boris Pilniak, María Tsvietaiéva, Mijail Shólojov, Vladimir Mayakovski, Osip Mandelstam, Boris Pasternak, Anna Ajmátova y una serie de artistas que pusieron su producción individual al servicio de un sistema de gobierno que se iniciaba como una “promesa”, como un sistema antagónico del capitalismo e imperialismo más asfixiante. El poder de seducción de los dogmas del Politburó duró hasta que alguien decidió pensar de forma diferente, y empezaron las persecuciones y las reeducaciones en los gulags de Siberia. Entonces empieza el ciclo de novelas de Alexander Solzhenitzyn y sus abrumadoras historias sobre torturas y lavados de cabeza. Pese a todo ello y a pesar de que hubieron casos como el de Boris Pasternak, que se metamorfoseó, luego de haberle cantado al surgimiento de la U.R.S.S. en su oda El año 1905 (1927), y que terminó despotricando en verso, de los intoxicantes sistemas de inteligencia soviéticos en su Doctor Zhivago, con brillantes páginas que son épicas. Pese a todo eso hubieron casos de adhesión incondicional, como el caso de Mijail Shólojov. No es que no considere su obra como lo que es: una joya. Sólo que está fundamentada sobre el más puro comunismo y sus guiños al politburó son intoxicantes. Lo único que salva su obra y la revitaliza es su dirección tolstoiana y su virtud de ser una versión totalizadora de su tiempo. Shólojov era uno de esos escritores que, toda su vida, fue incapaz de decirle a los jerarcas del comunismo ruso la barbarie que estaban realizando, en el corazón de la sagrada Rusia. Colaborador de un régimen atroz, fue promocionado como el símbolo intelectual de la U.R.S.S. Y ni qué decir de lo aberrante que resultó el estigma de la cultura procastrista en manos de inteligencias indiscutibles como: Regis Debray, Luis y Juan Goytisolo, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández y otros monstruos sagrados como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Antón Arrufat y León Brouwer, que retornaron de su exilio para ponerse al frente de sus actividades intelectuales, avalados por la Revolución. Todos congeniaban con los principios de un movimiento que “creían” renovaba los fundamentos y las acciones de la Revolución Rusa, aquí, en Latinoamérica. Hasta que llegó el Caso Heberto Padilla (1) y todo lo desintegró, excepto la fidelidad incondicional del más grande: Gabriel García Márquez. Casos lamentables, como aquellos, ejemplifican la intención soterrada de muchos sistemas políticos de querer tener a su servicio a intelectuales diversos, pero afines a sus políticas, para justificar las sinrazones de sus decisiones y hacer apología de sus principios absurdos o absolutistas.

El Perú no ha sido una excepción. El rastrerismo cultural se vio expresado, en su punto más alto, durante la dictadura de Velasco. Numerosos intelectuales de alto nivel y prometedoras figuras de la nación colaboraron, de la manera más descarada posible, con las utopías y devaneos de una política cultural y educacional mal dirigida y, a todas luces, condenada al fracaso. El celebrado y polémico ex guerrillero Héctor Béjar, es un ejemplo de a lo que puede llegar alguien, que se autodenomina “intelectual pro libertario”, al poner sus capacidades totales en favor de un proyecto descabellado, como fue:  la confiscación de los diarios nacionales. No hace falta decir que Don Héctor participó en el festín: salió como flamante director de un diario. Los testimonios gráficos sobran. Y así podemos mencionar a grandes pensadores de la talla de José B. Adolph o Rafael Roncagliolo, quienes se vieron, casi obligados, a colaborar con el disparate velasquista. Otros, en cambio, lo hacían por vocación destructiva: Guillermo Thorndike, Héctor Cornejo Chávez o Augusto Zimmerman Zavala, este último, el propagandista del Plan Inca. En esta época postmodernista, y de cara al bicentenario, el nuevo gobierno del Perú a través de su Ministerio de Cultura, y bajo la dirección de Ciro Gálvez, ha dado una bofetada a los representantes más celebrados de la cultura nacional, quienes ya habían sido convocados, con anterioridad, para asistir a la Feria de Libros de Guadalajara. Este hecho, que podríamos suponer no tiene mucho que ver con lo anteriormente citado, sí conlleva un rasgo tangiblemente absolutista y denigrante.

Para empezar: ¿quién era Ciro Gálvez? La respuesta es una sola: un candidato frustrado a la presidencia del Perú que jamás había gozado de algún poder en los órganos del Estado.

Inclusive en la última elección del 2021 se presentó con su partido: Renacimiento Unido Nacional (RUNA). Huancavelicano de nacimiento y cultor de la lengua quechua, así como autor de Huayno y poemas, Ciro Gálvez, es la personificación de la brutalidad que anega de rencor y frustración su corto paso por un ministerio que debería ser todo un emblema de la dignidad y la cultura nacional.

Su única medida más recordada (y la más brutal) será:  haberse parado con la relación de los representantes del Perú a la próxima FIL GUADALAJARA 2021 (ya confirmados por el saliente Ministro Alejandro Neyra) y agarrar un plumón para tachar nueve nombres, por criterios personales o motivaciones egocéntricas, que dicen demasiado la clase de persona que es.

Los nueve desbancados fueron: Renato Cisneros (simpatizante del gobierno actual), Katia Adaui Sicheri (escritora de la pérdida familiar), Jorge Eslava (poeta y educador), Nelly Luna (editora), Marcel Velásquez Castro (Doctor e investigador de CONCYTEC), Carmen Mc Evoy (historiadora), Gabriela Wiener (escritora feminista), y los casos más lamentables de Karina Pacheco (insigne antropóloga y escritora, difusora del Perú profundo) y Cronwell Jara Jiménez (un símbolo de la literatura peruana, piurano de nacimiento, y maestro vivo del relato corto).

El dichoso ministro se ufanaba de su acto imperioso y arrogante, y pretendía haber sido salomónico e “inclusivo”, expresando que “se está dando oportunidad a nuevos valores de provincia, escritores emergentes que, por falta de recursos, no han podido hacerse visibles. La cultura tiene esa obligación de apoyar a todos los peruanos, en especial a los que necesitan”. Esta expresión que, a simple vista, es una razón poderosa para “desbancar gente”, en realidad va precedida de una expresión socarrona y malintencionada: “Son escritores muy reconocidos y mis cordiales saludos, porque ellos son dignos representantes de la literatura peruana…” Entonces, cabe la pregunta pertinente: ¿por qué los desbancaron?

Mucho me temo que, en la política peruana, jamás existe un equilibrio conciliador. Las polarizaciones son frecuentes y atosigantes. Los devaneos de los postergados del poder, cuando ascienden a un cargo público, en el Estado, crea “super poderosa soberbia” en esos individuos que empiezan a manejar sus ministerios como “sus chacras”, o sea, con criterios altamente personalistas y mezquinos.

Más allá de la increíble falta de respeto para con sus intelectuales más preciados, el ministro coronó su vejamen con la convocatoria, a nivel nacional, para “ciertos tipos de escritores” que se acomoden a sus directrices torcidas. O sea, existe dinero para mandar a más gente cuyos méritos son una interrogante, pero, sin duda, para el ministro era una decisión destinada a “cambiar las viejas estructuras y las viejas costumbres de preferir solamente lo de Lima”.

La comunicadora Rosa María Palacios dejó clara su posición en una emisión de su programa SIN GUIÓN llamado: “Los Dinámicos y la FIL” (24-09-21). Para ella, sin duda, fue: “un desastre y una vergüenza pública”, y no le faltaba razón. La actitud soberbia de Ciro Gálvez no tiene perdón. Mucho menos si se es un ministro y se representa a la cultura de un país. A todas luces fue una revancha personal contra los talentos más importantes y descollantes del Perú. Algo que Ciro Gálvez, no está dispuesto a aceptar, ya que, por sus méritos propios, no se acerca, en lo mínimo, a quienes tuvo la ligereza de desbancar. Demostró una actitud nada cordial ni democrática. Demostró cuanto pesa el orgullo de tener el poder, un individuo cuyo celebrado mérito sólo es ser bilingüe y haber escrito muy poco.

Esta crítica carecería de razón si no se hubiera llenado los espacios con especialistas, en otras ramas, como el celebrado antropólogo Rubén Darío Apaza Añamuro. Celebrado sólo en su región y con una limitada difusión nacional. Rubén Apaza es autor de su tesis: El Siku en la cosmovisión aymara. Una obra de especialistas y para especialistas, que se limita a esa aparición, y la única vez que ha logrado trascender es por haber sido candidato por Perú Libre al Parlamento Andino. Más allá de eso, no ha escrito nada más. En la otra orilla se encuentra Karina Pacheco Medrano, una autora fecunda y de alto nivel artístico literario. Sus obras son maravillosas y trascienden en el espacio y el tiempo. De ningún modo estoy minimizando la obra del autor Apaza. Sé que es buena y merece un lugar en la FIL; pero ¿por qué en base a desbancar a Karina Pacheco? Esta es la pregunta que resuena y hasta ahora nadie quiere responder.

El otro caso lamentable es el de la extraordinaria Gabriela Wiener. Con Gabriela no nos une una relación amistosa. Una vez cuando defendí a Mario Vargas Llosa, al ser atacado por extremistas feministas, fue mi impresión (equivocada o no) que Gabriela tomó a mal mi defensa lógica y me bloqueó en redes sociales. Yo jamás suelo bloquear a nadie. No es mi interés callar la voz de nadie, aún si no comparte mis limitados puntos de vista. Pero, por encima de todo eso, reconozco que ella es una extraordinaria investigadora del alma libre de la mujer y de las opciones que ellas tienen para ser felices. Y la respeto. Por eso deploro, sinceramente, que haya sido desbancada sin razón aparente. Una explicación aventurada podría ser cierto rechazo, por parte de la ideología política del ministro, a las opciones feministas que ella predica. Sus novelas son fruto de esa investigación, y aunque confieso que aún no las he leído, sé que merecen todo mi reconocimiento y mi apoyo, incondicional.

Aquí, llegamos al insulto más lamentable de todos los que ya lo son: la anulación de Cronwell Jara Jiménez. El destacado y universal escritor piurano es una ausencia deplorable e injusta. El no es de Lima. Es piurano. Y su literatura es una manifestación huracanada de los vientos que asolan su tierra. Es una versión transformadora de los sucesos que acompañan al hombre del norte. Es un testimonio de lo maravilloso, lírico y conmovedor que puede ser el alma de los pueblos costeños y andinos del Perú. Maestro del relato corto, después de Julio Ramón Ribeyro, Cronwell nos ofrece una innovación literaria, sin par, en la literatura peruana. Debería estar, y con todos los honores, en la FIL Guadalajara. Lamentablemente, un plumón negro y mucho resentimiento, hicieron aquello, imposible. La falta de respeto hacia estos enormes talentos literarios ha dejado un sinsabor entre los intelectuales que se respetan, así mismos, y a sus colegas literarios.

Alonso Cueto, el famoso y celebrado autor de La Pasajera y La Hora Azul, es además una maravillosa persona, un autor cuya palabra vale quilates, porque es consecuente con su pensamiento. El prefirió salir de esa lista “aberrante” (no por los autores que están allí, sino por la mente que la diseñó) y hacer causa común con sus hermanos de letras. Así, como él, otros se han ido sumando a la lista de renunciantes: Juan Carlos Cortázar (que fue el primero en renunciar), Mariana de Althaus, Micaela Chirif, Rafael Dummet, Victoria Guerrero y Gustavo Rodríguez. Aquello es, sin duda, un acto que enaltece la cultura literaria nacional. Un acto de solidaridad con quienes representan a los “sin voz” en el Perú. Un acto que hecha por tierra el vejamen ministerial.

Todo artista, que hace de las letras su medio de expresión, es un creador que merece todo el respeto y la consideración posible, dado que está aportando para la conciencia y el alma del país. Sus aportes son los que su propio pensamiento y sensibilidad le permiten expresar. Parte de él se ofrece y se funde con el ideario colectivo de su nación. Rechazar a un creador por sus expresiones o sus idearios es una falta muy grave que acarrea animadversión. Acallarlo es un crimen irreparable. El señor Ciro Gálvez no solo se ha hecho acreedor a nuestra animadversión, sino que ha consolidado su imagen de “cínico politicastro” al pretender “crear argollas” y palabrear con recursos trasnochados y verídicamente segregacionistas a un público anhelante de revanchismos soberbios y fatuos.

La gran “mayoría” que se infesta de “democracia” cuando se haya en el lado del oscurantismo populista gobernante, aplaude, con orgullo, la barbarie de un “pseudo ministro”, sin percibir que sus aberraciones son sólo producto de un alma enferma de odio y revanchismo. Ese revanchismo que alienta y alimenta nuestra deplorable alma, día a día, y que haya excusas para no mejorar por nosotros mismos, sino por la desgracia y la caída de otros.

Esas políticas, a todas luces divisionistas, traen sólo resentimientos y una falta de valoración por los que día a día trabajan por expresar el sentimiento de una nación. Dividir a los escritores de un país por demagógicos criterios racistas, homofóbicos o clasistas no es la mejor manera de crear cultura en ese país. No es ni remotamente la mejor forma de aportar a la unidad de la nación. YO SERÍA CÓMPLICE DE TANTA BARBARIE sino levantara, ahora, la voz, para condenar semejante desfachatez. Yo no podría considerarme un escritor peruano, sino fuera capaz de decirle a mi país y a cualquier lector en el mundo que con resentimientos y aborrecimientos particulares no se hace Patria.

No cuando los segregados son personas que han dado mucho y siguen dando todo por su país.

No cuando ellos representan lo mejor que tenemos.

No cuando el criterio clasista y repudiable de un pseudo ministro Ciro Gálvez se atrevió a crear
disparates para justificar su brutal egocentrismo.

Elaborar una lista para la FIL Guadalajara con esos criterios bárbaros es mancillar nuestra representación en ella con la más pura “DEDOCRACIA”. Muchos no lo sentirán. Más bien se envanecerán de tal disparate. El problema no es “la falta de dinero”, y lo digo con suma sinceridad. Cuando el gobierno quiere gastar en sus afiliados políticos, en sus rastreros ideológicos, se agencia de recursos, como por arte de birlibirloque. Lo único real y detestable es la intención de crear una anticultura divisionista y populachera. Y eso se lo debemos a los jerarcas que hoy dominan en el Perú. Puestos allí por una interpretación torcida de “lo que es mejor para el país”. Y lo que es mejor, supuestamente, es promocionar la división cultural, la división de la conciencia nacional. Promocionar el repudio a quienes representan lo mejor de nuestra cultura peruana no nos hará más cultos, ni nos hará una nación más unida en un sólo espíritu. Alentar los egoísmos revanchistas dice mucho de nosotros, como individuos, propios de un país que se conforma con muy poco. Ni aquellos que nos han representado bien, en el extranjero, son bien considerados. Nos dejamos representar por individuos de pésimo nivel cultural, y les hacemos barras gratuitas a sus disparates.

Ahora resalto lo que dijo mi admirada Mariana de Althaus cuando declinó su participación en esa delegación menoscabada: “…me apena todo el trabajo de los organizadores y el desprecio que se dirige a los escritores que han construido una carrera sólida durante años.” En algo en que siempre estaremos de acuerdo es que la política anticultural, destructiva y populista, en nada contribuye a mejorar la conciliación nacional, más bien, crea abismos irreconciliables. La Feria de Libros de Guadalajara 2021 será recordada como el momento justo en que se desplegó una conducta irrefrenable de puro clasismo ridículo y soberbio. Ciro Gálvez será el “destructor de argollas literarias” para los peruanos revanchistas y nada edificantes. Todo un símbolo de la barbarie más chicha. Forjador de una “lista de desprecio reivindicante” que enorgullece a espíritus de muy bajo nivel ético y humano. Para quienes contemplamos sus “hazañas” luctuosas siempre será aquel pobre hombre que se autoerigió en el “árbitro infalible” de un país con una cultura esplendorosa, masiva, enriquecida con las expresiones míticas más diversas. Una cultura multiforme y multicolor que es el orgullo de sus herederos, que somos nosotros; pero por desgracia paupérrima, en lo más importante que necesita para hacerla un vehículo de identificación y hermandad absolutas:  unión y equidad.

FERNANDO MARCH

17 de Octubre de 2021

Ciudad Coloma.

Biodata de Fernando March:

Escritor peruano del Big Bang Literario 2020.

Escribió su primera obra teatral a los 14 años.

Ha ganado el Tagesschule de San Gerardo de Loja con sus obras de micro teatro: DESAHUCIADO (2016) e IMPUDICIAS VIRTUALES (2017)

Fue segundo finalista en el concurso de relato corto de la EDITORIAL ANGELS FORTUNE (Barcelona, España) y publicó en Europa: El trovador menesteroso de la calle del Encanto (2019). Finalista del concurso de cuento auspiciado por la Colonia China Peruana con su relato: CALETA PANTEÓN (2021)