Migrante

por Yariné Sol Carrión


Toda mi vida imaginando caminos,
caminos largos, caminos lejos, caminos de otros,
mis pasos no son míos
los cubre la necesidad y el hastío de siempre cambiar de lugar.

Me regalaron una patria un día, cubierta de sangre y soledad, 
una tierra que pare hijos que siempre se quieren marchar.
¿Dime madre, de donde somos? 
¿Por qué siempre siento que no pertenezco a ningún lugar? 

Atravesé montañas y lodo, decían que habían caminos allá,
y me encontré con púas y espinas que no me dejaban pasar
cuantas cosas he perdido en el camino, mamá 
se pierde el miedo, el hambre, el duelo por los que ya no están. 

Se pierde uno también al transitar. 

Llegue a una tierra de vírgenes de sangre, de muertos que ríen 
y vivos que lloran,
que se esconden en máscaras que adoran, 
y que a veces no saben a donde van. 

Pero no soy de aquí madre, ya me lo han dicho, 
y cuando voy a verte tampoco soy de esa tierra sin hijos
siempre voy a andar soñando caminos que no están,
ya sé que mis pies son solo para caminar, caminos de agua, de piedra y de soledad.

Ni de aquí, ni de allá.


Yariné Sol Carrión. Estudiante de psicología con orientación psicoanalítica en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Integrante del equipo de COAPSI, y ponente en ateneos clínicos y coloquios de investigación en psicoanálisis.

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Cicatriz y otro texto de Renán L. Cuervo

por Renán L. Cuervo


CICATRIZ

Los padres primerizos se alejan del hospital, su recién nacido en el asiento trasero y una sonrisa cansada en sus rostros.

—¿Estamos listos? —pregunta ella.

—No sé —, contesta él, su mirada fija en la carretera.

La mujer mira hacia abajo y juega con sus dedos. El hombre quita una palma del volante y la detiene.

—Pero hagámoslo por Sofía.

Ella sonríe y lleva la mano de él al espacio debajo de su ombligo, donde la cicatriz que sanó hace meses aún le duele por las noches.

En el retrovisor, la bebé aún duerme. Más allá, enfermeras, doctores y una mujer en bata de paciente corren de un lado a otro en busca del infante que falta.


ES POR ALGO

Estás en la azotea de un departamento, donde una bocina solitaria toca reggaetón desde la esquina de la terraza.

¿Mujeres? Pa’ traer de arriba a abajo / Mañana yo no sé y no me importa / Hoy echamos fiesta y relajo / Y el próximo fin, repetimos con otra

Alguien envolvió los focos que delinean la barandilla con celofán rojo y azúl para darle un toque underground al lugar. El resultado, como cualquier iniciativa de gente borracha, te causa más pena que asombro.

Pero no importa, no estás aquí por el ambiente —lo que tú quieres es suficiente ruido, alcohol y cuerpos ajenos para apaciguar la tempestad que ruge en tu cabeza, el huracán con nombre y apellido que no te ha dejado navegar la vida agusto desde hace semanas. Sin embargo, algo sucede que cambia el objetivo de la velada.

La ves ahí, parada en una esquina rodeada de sus amigos. La reconoces por su pelo liso color ámbar que cae sobre sus hombros pecosos y llega hasta el huequito de su espalda. Si el escote de su espalda bajara más, verías su tatuaje de kanjis que poca gente conoce.

—Significa esperanza en japonés —, te dijo en el estudio de tatuajes.

Aquel día, le preguntaste si tenía miedo. Recuerdas cómo te miró y dijo que no mordiéndose el labio y achinando sus ojos con ese brillo que tienen. No soltó tu mano durante toda la sesión. Al final, le regalaste un dije de jirafa, su animal favorito. Rara vez la volviste a ver sin él puesto.

Lo último que querías era topártela aquí, pero la ciudad es pequeña y todo el mundo se conoce entre sí. De cualquier forma, y por la naturaleza terca del amor, no puedes evitar que el momento inflame las brasas de un fuego que lleva tiempo perdiendo calor. ¿Tendrá puesto el dije?

Echas la cabeza para atrás empinando la segunda cerveza de la noche; dejas que el valor líquido se escurra hasta el centro de tu pecho y se expanda. Agarras la tercera botella de la hielera, la destapas y te abres camino entre la multitud.

El parloteo del grupo donde ella está se mezcla con la música de turno.

Y sé que tú sientes lo mismo que yo / Por acá sigue lloviendo, y no dejo de pensar en la última vez que te hice mujer / ¿Por qué tan lejos, girl?, si ya yo estoy aquí

Logras murmurar un hola bastante manso, pero nadie lo escucha. Tomas un aliento profundo. El segundo intento parece más un grito que aterriza en el silencio entre canciones. Todas las miradas caen sobre tí, incluida la de ella. Una persona del grupo se ríe, de repente todos lo están haciendo. Ella se da la vuelta y huye hacia los baños.

Piensas ir tras ella, pero decides retirarte a tu lugar junto a la hielera. Mientras te alejas, las risas se van perdiendo con la música y el bullicio. La conmoción no te dió oportunidad de ver si tenía puesto el dije. Del puro coraje, tomas de la tercera cerveza hasta que pruebas aire. Abres la cuarta botella.

—¿Por qué te gustan tanto las jirafas? —le preguntaste aquel día afuera del estudio de tatuajes.Jugaba con la alhaja entre sus dedos, recuerdas cómo sonreía mientras lo hacía.

—Me gustan que son altas, que ven más lejos que cualquier otro animal.

El cosquilleo del alcohol en la parte de atrás de tu cráneo se arrastra hacia tus brazos y piernas. La valentía comienza a perder terreno, mientras las dudas lo ganan. Decides ir a la parte de la terraza que da a la ciudad. Lejos, las luces de las casas y los edificios bailan como chispas titilantes. Piensas en el brillo de sus ojos y tienes un debate contigo mismo:

No me quiere aquí.

¡Pero vino! Seguro vino a buscarme.

Hay otras personas; es una fiesta, sonso.

Pero estoy aquí, y ella también… Es por algo.

¿Es por algo?¡Es por algo!

Le das vueltas a la frase como cadena de bicicleta mientras paladeas un sorbo de cerveza. Piensas en lo misterioso que te has de ver ponderando filosofía con la noche de fondo. Decides que la respuesta es obvia: el destino los puso a ella y a ti sobre esta terraza, en esta fiesta, con la intención de reunificarlos.

Es por algo.

Con ánimos renovados, la buscas entre la multitud desde el barandal. Después de un rato, la ves salir del baño buscando a sus amigos entre la gente. Justo cuando decides caminar hacia ella, te ve, pero no lo hace más que por un instante —toma nota de ti como una persona se fija en una silla rota o un muro vacío.

En ese microsegundo, cuando sus miradas se encuentran, te percatas de dos cosas: la primera es que no tiene el dije de jirafa puesto; la segunda es que, en ese momento, cuando sus ojos cruzaron caminos, a los suyos les faltaba su brillo.

La borrachera se evapora. Algo en tu pecho se expande, cruje y desmorona. Volteas a la ciudad y recargas los brazos sobre la orilla del barandal. Piensas que si fueras una jirafa podrías ver más lejos, más allá de las luces mercuriales que parecen arder como incendios en un bosque. Dejas caer la botella y buscas la explosión de vidrio, pero la música retumba y no escuchas nada.

Hace mucho tiempo que le hago caso al corazón / Y pasan los días, los meses pensando en tu olor / Ha llegado el tiempo para usar la razón / Antes que sea tarde y sin querer me parta en dos

Le ruegas al destino por una respuesta.Te la repite: Es por algo.


Renán L. Cuervo (Monterrey, N.L. México, 1989) es un escritor de ficción corta y especialista en comunicación medioambiental graduado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales del TEC de Monterrey (ITESM) y la Maestría en Desarrollo Sostenible del Instituto de Estudios Sociales (ISS) en La Haya, Países BAJO. Cuando no está escribiendo boletines de prensa, artículos para blogs y posts para redes sociales, Renán está creando cuentos sobre monstruos, criaturas extrañas, magia negra y otros miedos que le fascinan. Actualmente reside en la capital Yucateca de Mérida y pasa sus tardes agarrando el fresco en su balcón.

Muestra poética de Agustín Guambo

BREVE TRATADO ACERCA DEL AMERICANWAYofLIFE
-interior, Iglesia Ayutla, Tecún Umán (frontera con México) – tarde-

I
En este cuadro Jesús es un niño que corre
Detrás de un autobús a las seis de la mañana
El autobús nunca para…
Tiempo después recordará esa negra mañana
caer,
llorar,
lamentarse
por lo que no nos fue concedido
y entenderá que detrás de los suburbios encantados
dios es un animal enfermo
al que todos hemos pateado alguna vez…

II
En este otro cuadro Jesús es una modelo de Versace
hace días tiene el corazón caído,
duerme poco y siente que la piel le estorba
Por las mañanas se escruta torpe frente al espejo y gime
jura no extrañarlo; ni a él,
menos a sus manías tristes
Jesús modelo de Versace
Ronda las azoteas cantando:
My hearth is a fire flower
I hate you for running out on me
Por las noches mira a lo lejos las nubes desdibujarse
se imagina, una vez más caminar con él
a las tres de la tarde por un parque
bajo la lluvia de mayo
Mientras el universo pierde velocidad…

III
En este cuadro Jesús es un niño visco llamado Mauricio
Vive a las afueras del D.F.
en un sector conocido como Nezahualcóyotl
No tiene mascotas,
son lujos que no podemos darnos le ha dicho su padre
Su única diversión es ver su sombra regada por la tierra
Perseguir aves por las tardes
y ponerles nombres terminados en “ARA”
Nunca conoció a su madre,
otro lujo que no pudo permitirle su padre

A los 17 años se unió a una banda local,
aprendió a robar sin temor
A humillar con destreza y callar…

El club de la pelea

lo sé porque Tyler lo sabe…

nunca han traducido mis poemas a otros idiomas 
ni me han invitado a conferencias ni mesas redondas
donde se habla del futuro ido, de las palabras precisas
nunca he sido portada de una revista 
ni mucho menos un referente de mi generación 
tampoco me han llamado joven promesa, revelación, presagio
no llevarán mis poemas a la pantalla -menos mi vida- 
a nadie parece interesarle mis libros, 
los miran a lo lejos, con desconfianza 
no presentan sellos pomposos, ni epígrafes de los grandes maestros 
menos aún cuentan con prólogos llenos de recovecos donde el lector 
quedará convencido de que este, sí este, es un poeta total 
(aplausos)
los aplausos no llegaron 
el invierno está por entrar en casa 
y no hay peor invierno 
que sentarse a esperar la fama

ANATOMÍA DE UN KNOCKOUT

“los mejores nos ignoraron
los peores nos atormentaron
ahora la vida ha dado un vuelco”
los krelboynes-

Tommy Morrison
Solía salir con chicas duras
Iba a clubs nocturnos de poca monta
despilfarraba el dinero
Noqueado al primer asalto en 1989
en su primera pelea como profesional
Golpeado por su padre con una antena de televisión
-Lo mismo que cientos de niños-
Por negarse a ganar el pan de cada día
con sus puños y la sangre de otros
No tuve un padre educado
lamentaría tiempo después
Cinco veces campeón amateur de los pesos pesados de los Estados Unidos
–desde ahí las estrellas se ven tan hermosas diría años más tarde-
Ganador en dos ocasiones del premio Golden Gloves
Mismos que empeñó en Manhattan
una noche de cocaína y malas decisiones
Que lloró

peleó
y trastabilló

En las calles de las grandes ciudades desde que tiene memoria
Y que, en casa de su hermana, una tarde de navidad, intentó suicidarse
Mientras escuchaba a Little Richard maullar su conocido
Awop-Bop-a-Loo-Mop Alop-Bam-Boom

Tommy Morrison, noqueador de perdedores
Que aprendió con discriminación

soledad
insultos
persecuciones

A amar a los fracasados
A los humillados por la fortuna
A esos dioses de barro que, noche a noche,
caen indefensos en catres hediondos de homeless
donde los perros y las ratas viven sin vergüenza
unos a lado de otros

Tommy Morrison tigre herido por el miedo
Que envejece por las calles de New York
A la deriva del amor de los ángeles
bajo el desconsuelo de las estrellas
Me pide cinco dólares y me cuenta
que todo el tiempo tenía miedo de subir al cuadrilátero
Pero que más temor le reservaba a su padre
y a su antena de televisión

1 El título del poema se basa en Anatomy of a knockout, artículo escrito por Michael Bentt.

(Ciudad Páramo). Máster en Antropología. Parte del proyecto anarkoeditorial Murcielagario Kartonera. Ganador del II Premio Hispanoamericano de Poesía “Rubén Bonifaz Nuño” (México-2014); y de la convocatoria Poetry in translation de Ugly Duckling Press (New York, 2018). 
He publicado POPEYE’s Sea (La Apacheta Cartonera, Lima 2014), Ceniza de Rinoceronte (La Caída, BuenosAires 2015), Primavera Nuclear Andina (Ediciones A/terna, Buenos Aires2017), Andean Nuclear Spring (Ugly Duckling Presse, New York 2019), Cuando Fuimos Punks (Editorial Kikuyo, Quito 2019). Incluido en las antologías: Sangre de Spondylus, selección a cargo de Luis Carlos Musso y Mario Pera (Vallejo & Co., Perú: 2016). País Imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía Latinoamericana 1980 – 1992 selección a cargo de Maurizio Medo, Mario Arteca y Reynaldo Jiménez (Ay del seis, España:2018). Nuestramérica es un verso. Antología poética, 1968-1989. (Fondo de Cultura Económica; Perú: 2022).

Héctor Hernández Montecinos: [Qué canten los muertos…] (Poemas inéditos)

[Se viaja para no morir…]

           Se viaja para no morir
para no morirse en el agujero negro que es la propia historia del universo
           uno toma un bolso y se mira al espejo antes de salir de casa
como si esa fuera la última pose para una fotografía que nadie tomará
           que nadie recordará aunque la imagen en la ventanilla durante horas
sea ese mismo rostro y esas mismas lágrimas en el interior de los planetas
donde uno es cada una de las esporas que también viajan para no morir.

            Tampoco se regresa ni se llega a ningún lugar
nos vamos de un tiempo para volver a uno anterior que no se recuerda
y por eso siempre estamos de paso recobrando un porvenir que nunca vendrá
            que nadie escuchará salvo los cientos de fantasmas que viajan junto a ti
y que también extrañan el cadáver que fueron
           los gusanos del hermoso jardín de su descomposición en partículas elementales
que son cada una de las despedidas que no fueron dichas.

           Alguien llora, alguien se abraza, alguien hace un dibujito en un vidrio empañado
alguien amó, alguien murió, alguien pide perdón.

            Alguien camina sin mirar atrás, alguien toma un taxi, alguien se tira en una cama
alguien se desnuda y se masturba para no seguir llorando por los ojos
que se deshacen en los colores de su propio viaje.

            No se llega a ningún lugar
es cierto 
           todo sigue aquí partiendo por uno mismo
todo permanece incrustado y sólo hay esquirlas en la boca
           envidiamos a los muertos porque no pueden regresar  
la locura es una forma de ese retorno
           eterno es todo lo que debe quedar atrás
y todo debe quedar atrás.

[Todos los poemas son sobre el mar…]

           Todos los poemas son sobre el mar aunque lo nieguen
no hay otro canto que el de las gaviotas sobre las olas que rompen contra las rocas
           entre esta brisa y los próximos océanos de cualquier mundo ocurre todo lo que vale esta pena.

Los pedacitos salados de sol sobre el horizonte buscan la profundidad donde no existe ni el oxígeno ni la luz ni nada que se recuerde
           buscan el origen de la muerte ahora que todo quiere vivir toda la eternidad.

           Es el desierto
se cierne sobre el mundo y no son los relojes de arena sobre los que la gente broncea sus bonitas llagas.

           Es el desierto
el polvo en forma de ruido que se acumula en las estatuas que somos nosotros mismos para nosotros mismos.

           Es el desierto
en pantallas con filtro ultravioleta donde la única luz es la del vecino que también se amanece contemplando sus pixeles.

           En el principio el caos reinaba sobre las aguas y ese caos era el amor.  

[Qué canten los muertos…]

           Qué canten los muertos su eterno silencio
           que sean ellos los que publiquen libros y sean invitados a nuevos países con honorarios comprometidos
           que les hagan entrevistas y las transmitan en las radios viejas de las personas que no escuchan el ruido aceitoso de hoy
           que les den becas y residencias para que la inmortalidad deje de tener valor exclusivamente económico
           que alguien suba a las redes sus perfiles y que cada sobreviviente sea su seguidor hasta el final
           que en los recitales nadie hable y escuchemos el pulso de nuestras arterias al ritmo del cosmos que palpita en el corazón de las gallinas.

           Donde no hay palabras ocurre la belleza y la muerte que son lo mismo
           donde ningún sí y ningún no detendrán el irremediable vuelo de la mariposa sobre los continentes de la historia.

            Los ancestros lloran con nosotros cada vez que nos marchamos con la cabeza gacha
           los suicidas reiteran sus últimos estertores en los pasos que hacemos ebrios al centro de la pista de baile
           la enfermedad es una invitación a dejarlo todo
           dejar todo lo que no tiene la dignidad de una flor.

Hay que volver a los cementerios y saltar de tumba en tumba con una sonrisa que sea el resumen de todas las conjugaciones.

           Algo hay más allá
           el mundo se habla a sí mismo a través del propio mundo
           el cuerpo es la metáfora de su desaparición
           el lenguaje es aire de una atmósfera con averías.

           Cómo no decir
           Cómo no
           Cómo.

[Cómo no voy a creer…]

           Cómo no voy a creer en las señales
si todo lo que existe es una señal de algo que no existe
ese era el quid de la poesía y qué mal gusto tener que escribirlo aquí
           en fin.

           Las piedritas y los pájaros
           las nubes y las boletas de la luz
           las direcciones y las fechas de vencimiento de los pasaportes
           son señales de que hay que volver a la invención del ruedo.

           Dentro de la casa todo remite a su afuera irrenunciable
y es una invitación a la miniatura de sí misma que es una maleta
           también el libro donde uno pasa la noche
tanteando las sábanas blancas que son cada página y donde nadie hay.

           O sí
           Constantino C., Fernando P., Federico G. L. y otros más en mi cama
o yo en la de ellos hasta el amanecer
           separados por los años que son las odas.

           El pulso de la mano es todo lo que uno tiene a mano en momentos como este
y es también un síntoma del olvido que somos para otras manos.

           Ciertamente las estrellas son la primera señal que uno recuerda en la cima de un árbol
o en las páginas finales del periódico
           pero sí
           todo es señal
los signos son todos de fuego y ardemos en las arrugas de nuestra desnudez que se mancha con aceite y ceniza.

           La poesía era eso
           no los poemas dentro de las galletas de la fortuna.

           Lo único que existe
           es la buena o la mala muerte
           y siempre es buena.

Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979). Doctor en Literatura, magíster y licenciado en Letras Hispánicas. A los 19 años recibió el Premio Mustakis a Jóvenes Talentos. A los 29, el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Ha sido becario del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Fundación Andes, FONCA (México), AECID (España) y Conicyt (actual Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo). Es el compilador de los dos tomos de 4M3R1C4: Novísima poesía latinoamericana (2010 y 2017) y Halo: 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014). Apareció en Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (2010) de Pre-Textos y El Canon Abierto. Última poesía en español (2015) de Visor, entre otras. Su proyecto en poesía, Arquitectura de la Mentalidad, está conformado por La Divina Revelación (1999-2011), Debajo de la Lengua (2007-2009) y OIIII (2012-2019). Sus ensayos autobiográficos sobre el quehacer poético son Buenas noches luciérnagas (2017), Los nombres propios (2018) y Contra el amanecer (en preparación). Todos publicados por RIL editores en Chile y España. Además es gestor de varios encuentros como “Poquita Fe: Poesía Iberoamericana en Chile” (2004-2014) y en España “Siglo de Oro de la poesía latinoamericana 1922-2022”; editor, entre otros, de Un mar de piedras (FCE, 2018) y Mi Dios no ve (Vaso Roto, 2022) de Raúl Zurita, y profesor de literatura en varias universidades chilenas.

Eʀɴᴇsᴛᴏ Cᴀʀʀɪøɴ: Solar de huesos

BATMAN/DRÁCULA DE ANDY WARHOL

1

Es una barbaridad de muchacho limpiándose los ojos con sus quince uñas. El cuervo, el vampiro, el buitre y Batman son los únicos animales que le interesan.

No tiene miedo a confesar, bajo las alas de innumerables palmeras nocturnas, que ha visto una y otra vez a su abuelo volviendo de la tumba, pidiéndole por un abrazo entre lloriqueos humanos sobre un reborde de incienso.

Su juventud es trémula y apenas entra en sus venas muestra toda la estatura del infierno.

Crece hacia el olvido de la ternura acariciándose el corazón por el camino de los monstruos.

Su independencia y su pereza solo son sinónimos por los que revienta sin cambiar de rostro.

Está eufórico, al mismo tiempo que irremediablemente cansado. Aún no tiene nombre: por suerte aún desconoce de aquella charlatanería.

Se siente enamorado apenas deja la casa; y se pierde misteriosamente en un atardecer depresivo por todos los caminos que le ayudan a marchitar su asombro con el ruido de las cadenas de los autobuses.

Besa sus brazos cuando nadie lo mira para que la oscuridad no saque su cabeza de la profundidad de su carne.

Se deja caer en tugurios y callejones donde la copa se vuelca. Y sonríe apresando la energía de unos ojos que toman impulso guiñando en la noche.

Dice entonces: Batman es mi gurú y mi amor nocturno. Y el Vampiro es mi esperanza de exhibir mi ardiente espíritu con unos largos colmillos.

Dice entonces: el Buitre que posa su pico en el fondo y masca la carroña en los escondrijos de una fosa, que solo él descubre como un oasis admirable, es también el Cuervo que canta en la noche y vuela sobre las piedras y los árboles inmóviles, graznando con locura en mi cabeza que drena la vergüenza de sus plumas de cuero. Ese debo también ser yo: imitando caídas e impresionado ante mi naturaleza de roedor lujurioso.

De pronto vuela y sabe que siempre es ahora: un mismo tiempo aislado como un incendio dentro de una casa que hace del paisaje unas olas violetas y naranjas, con promesa de tempestad desde su torre salvaje.

Se mueve de puerta en puerta, dando tumbos, acariciándose los tobillos en cada caída, desplegando su confesión descarada como una familia de serpientes en el remolino de una pesadilla que sin palabras conquista su presencia en el mundo.

Sería preciso apartar su fortaleza insensible sobre otras criaturas. Sería preciso negar que la novedad le enseña sus dientes indomesticables en cada cuerpo que agita su deseo de vivir. Sería preciso hacer caer la soledad sobre esos ojos tenaces que pulverizan vínculos y frases secretas.

Pero no: el muchacho es ebrio, dichoso, roto y hermoso como un roble adormecido levemente bajo la capa de un murciélago inquietante, que está seguro de su capacidad de envolverse en tinieblas.

Hereje como los acueductos de una ciudad interior que demasiado pronto dibuja los caminos hacia la perdición de sus habitantes.

Adquiriendo vicios como defensas contra la vida.

2

Vivo en torno a la piel calcinada.

Estoy en casa, pero el pánico brota ante el muchacho de capa bien peinada que ha sobrevivido en los tejados aplastando las cabezas de los hombres, a buena distancia de familias pequeñas y lluvias nerviosas, que parecen adquirir caballos para el viento, tumbado en el aburrimiento de un Domingo de misa.

Sabes, su fatiga es una estela luminosa ensangrentando el océano. Todas las lágrimas entran en su espejo hacia una clausura líquida en los bordes del mundo.

Sus ganas de inventar la autodestrucción hacen temblar a obesos indios bajo las faldas de los Andes.

Pero ¿qué sabe él de la muerte? ¿O qué sabe de los Andes y sus imperios? Nada.

¿Calculando las máscaras de los faraones soplando en medio del desierto por su presencia? Nada.

Vestido de madurez dudable, con una chaqueta amarilla clavada en su columna, y sonriendo con una palabrera invitación a destilar alcohol sobre las piernas abiertas e impolutas de la belleza.

Nada sabe ese muchacho de la muerte, pero habla de ella con habitual esplendor tendido a lo largo de una piel adornada por la jalea de un sol que juega a las cartas y pierde contra una ventana.

Yo me lo quedo mirando ahora, llenándome de mí mismo, treinta años después de aquel primer encuentro entre ambos.

Bien sé que se hunde como la fiebre en las fuentes de la sorpresa.

Bien sé que en lo más hondo de sus muslos hay una soledad con la cara golpeada por la sagacidad de los perros que no van al colegio.

Buscando así nuevos ídolos a los que reverenciar.

Batman y Drácula, por ejemplo.

Oscuros y enormes rebeldes sobre misteriosos balcones de hierro forjado. Murciélagos enigmáticos e insaciables. Una historieta y un gran libro que nadie ha desechado jamás.

Ecos de conquistadores de la muerte precisando de peleas las veinticuatro horas.

Dos colmillos y puños. O cara y cruz de una misma nostalgia justiciera y sedienta de sangre.

Dos hombres en un mismo hombre que conviven condenados a esconder esa identidad que otros temen, pero que a ellos cautiva.

Una dualidad, entonces, que invade absolutamente todo con una sonrisa llena de prunas agridulces.

Por un lado, los horizontes y sus delirios de muchedumbres nómadas y errantes canciones cuando un león de piedra dobla sus rodillas hasta que rechinan. Y lo tormentoso ajeno se torna lo tormentoso de uno. Porque la idea de hacer de aquel muchacho su propio superhéroe y su propio vampiro, y, porqué no, su propio cuervo boxeador, reclama la realidad sin guardar semejanza con el juramento hecho a los padres.

Aunque, por otro lado, el sacrificio es una fealdad artificial que el joven rechaza.

Y perfilado, pero alterado por la fronda de su cerquillo, empieza a olvidar los modales.

Siempre en sus cálculos aventurados la noche es temeraria y le pertenece.

Y cuando se mira en el espejo con su disfraz oscuro, poco antes de irse a bailar por antros y billares, comprende que con el miedo y el desprecio de los otros le basta para resistir.

                         (Batman y Drácula)

Desde entonces ha sido un turista atraído por los gritos de auxilio.

3

Yo hablo de ese muchacho como si lo conociera. Como si tuviera el derecho. Pienso en sus perfumes y peinados. En la forma intrépida que tenía de doblar sus pulgares hacia afuera.

Y rejuvenezco de pronto en la maldad que solo en él reconozco.

De las puestas de sol de aquellos años, corriendo tras palabras como conejos pelados que levantaban la lona de un cuerpo que odiaba las campanadas de los festejos y las ceremonias que sumergían aún más el sexo      

                                                  insumergible.

Charlando y fumando con el riñón caliente y la náusea en los codos. Precipitándose.

Mirando ahora a ese muchacho precipitarse hacia las nubes como solitaria pelota de fútbol en arco adversario.

Yo hablo de ese lenguaje perdido en la memoria de una navaja. Y de unos padres desaparecidos que concentraban olores fúnebres en el espinazo, bordeando jaulas o cunas con despertadores colgados en sus ancas terrestres.

Y de un gran globo que retrocedía atareado con la migración de su propia sombra, al ritmo de una danza tradicional que sólo era visible en el paréntesis de una cabeza que renacía como un cementerio invadido por estatuas embotadas a la manera antigua.

                De presencia beligerante.

Entre los vivos dando tajos al aire, con una pluma para marcar la herida por donde merodeaban la inmadurez y el pecado, junto a todas esas fábulas dactilares que ahora escondo.

Y no me avergüenzo de ello: escondo también la bomba de mi corazón en el dibujo izquierdo de un pecho fofo que se llena de insectos cuando salgo a la calle, a esta edad, ignorando la amargura de unos pies que se borran al contacto con la hierba.

Todo es performance fuera de lugar.

Todo es recuerdo roto en estado de combustión.

Aunque aquella pubertad -de la que hablo- era pura agua metálica lloviendo sobre la piedra calva del fin del mundo. Trenzando en mi interior oscuro un llanto primitivo que arrastraba fantasmas.

Allí donde negarse a morir dividía las amistades en tropas húmedas.

Y tener los ojos abiertos no alcanzaba para obtener una opaca honorabilidad más insignificante que el hilo que apresa al pájaro-brujo en su juego con la sombra de un armario.

Yo hablo del sudor en las peripecias de los ciegos que reventaron sus pestañas de arañas contra la lluvia, por amor a la luz. Y de madrugadas de chicos estúpidos que admiraban a suicidas en torno a bellas sábanas colgadas en sus patios, donde se metían droga cuando la familia se quedaba dormida.

Aún recuerdo el sabor a leche cortada corriendo por mi lengua cuando un camarada se excitaba frente a nuestra lente mental, obligándonos a imaginar su propia muerte.

Nunca más crecerán arrogancias de esos muertos frotándose las manos.

Nunca más nos aburriremos, ese muchacho y yo, por viajar a Marte en la cola llameante de un cometa con rabia innecesaria.

Nunca más hablaremos sobre el taller mal hecho por los hombres que tenían miedo de jugar con sus hijos en la orilla del río.

Y que retornaban a casa con dólares atados a los cabellos como sirenas perdidas.

Pero es con mi necedad por acabarme que refinamientos clasifican los recuerdos.

Paralizando la ternura para que un desierto presencie lo que ha vuelto a perderse.

Pero es con mi silencio que encuentra prisión el misterio de aquella edad oscilante
y victoriosa como cascada de garras amasando la bruma.

Pero es con mi redención, como artista inútil, que resplandece aquí el muchacho muerto y disfrazado de alcohol que afiló su ánimo salvaje entre icebergs de edificios depurados donde jamás trabajó.

Mirando caer cenizas, minuto a minuto, sobre un mundo evanescente.

4

Mi madre hizo del dinero una franja de sol. Raramente mostrándose desnuda frente a sus hijos.

Nos dio una buena casa, intimidatoria y oscura, con maderas y espejos en el recibidor y la sala.

Recuerdo jarrones de medio metro con hierro en las patas a la espera de algún saludo alienígena como hacen los azafranes.

En la vieja ciudad de bucaneros perdidos, donde quedaba el eje roto del sol, y los barberos te hacían un corte deportivo –tan viejo como la dinamita– acompañado de una espesa colada por cincuenta centavos.

En un puerto de piratas que llevaban una asquerosa muleta con la que espantaban a los niños cuando desembarcaban por provisiones, dejando una jauría de botellas vaciadas aullando tras su paso.

Un lugar donde las visiones conspiraban detrás de unos párpados abiertos y llenos de laberintos como ampollas venenosas. Allí donde los miserables despertaban movidos de sus sitios en torno a palmeras que cuidaban con su sombra el espíritu contemplativo.

No era difícil que cien años después toda esa gente se hiciera cristiana.

Y que, de aquel puerto de orates, solitarios y borrachos miserables, apenas quedaran la hospitalidad de la amargura y el amor revistiendo cuantiosas calzadas.

Eran dibujos a carbón de casas y calles, como arterias y venas, donde cientos de gallos afilaban sus espuelas y cuchillos protagonizando por la madrugada, a la luz de una vida entre aguaceros paranormales, la batalla por la especie predominante.

En la memoria real de qué árbol amarillo estallará esa estampa del siglo XVIII.

No era difícil que más de cien años después el dinero, su arroyo triunfal, fuera el único propósito para esas vidas tan solapadas como el olor de una catedral deteniendo los tiempos. (Debajo de su púlpito aún hay cadáveres y obreros muertos por amor a la Revolución.)

Esta noche, en la pátina difusa de mi infancia en ruinas, arrinconada por congeladas chimeneas de fábricas industriales que fueron creciendo de los manglares de aquella ciudad alzada con masoquismo y desnuda chatarra, miro otra vez a mi madre y esa buena casa que ya no alberga nuestras vidas sostenidas por los elásticos de la sombra.

Donde aprendimos a ser estigmatizados por cualquier estupidez

mientras enfermos perros dejaban su esqueleto, entre jadeos, al pie de nuestra puerta.

5

Sólo en la pubertad el amor fue parecido al amor. Aunque se tratase de un amor no correspondido.

Este mundo es mosca. Y si se proyecta: un laberinto de cuerpos quemados que eligen vivir.

Deja esa oscuridad artificial que es el purgatorio y te va a tragar, me dijo una muchacha de cabellos claros, a la entrada de una ciudadela donde había aprendido a jugar a las escondidas, bajo la luz furiosa de un sol que siseaba sobre mis camisas de franela.

Esto es lo que soy ahora, respondí. Batman y Drácula. Un vampiro con una guitarra al hombro que canta desde su ego con la cara alargada.

Un chico con olor a cebo de bestia destruyendo a todos mis semejantes que afilan su normalidad bajo un sol villano.

Un manicomio, en otras palabras, donde mandará la buena mano que encuentre una soga futura para su largo cuello.

Aprendiz del mal y justiciero de almas en peligro.

Sereno y en caída hacia los errores que hacen añicos un presente que cruje como máquina de escribir, destripándose a las tres de la tarde en medio de nuestra jornada de tortura.

No me compadezcas, amor de pubertad, tan insincero y doliente como el bochorno del mal amante.

Eyaculando en segundos sobre sus propias rodillas con un mareo en los ojos de viuda negra.

Yo aún confío en que ese muchacho que fui
sabe perfectamente
lo que está por hacer.

Va a enamorarse de alguien que nunca podrá quererlo, arrugando el teléfono con sus manos empapadas en ron barato, empujando su ronca voz por un cuarto en tinieblas, aislándose así hasta que tropiece finalmente con el poema en llamas.

Afilando en la falsedad de ese amor su labio de grillo.

Hasta que un día ese nuevo poema, grano reventando en su nula semilla, corte en dos su mundo: el del niño perdido

                              y el del niño perdido e intransigente.

Multiplicando su tristeza, según va la tradición,

para que empiece a mejorar su escritura con el pasar de los años.

6

Nadie nos otorgó la muerte para sentarnos sobre ella como en un trono bruñido y llorar por todos los siglos de manera enfermiza.

La muerte no es un sillón ni una pandereta, ni un vegetal que rejuvenece al otro lado del agua.

Quizás la muerte nos fue dada para reconocer en ausencia de la vida el color de las cosas.

Para mentir sobre cada charco donde el otro subjetivo multiplica su esencia. O para hacernos adultos imitando el misterio de las mariposas.

Sin embargo, aquellos que le temieron al trueno jamás se atrevieron a escarbar, entre un montón de disfraces, la posibilidad de un presente menos ficticio.

Cualquier otro muchacho que haya visto esa mañosa estrella llamada Betelgeuse, sabe que de las sombras proviene su alimento.

Es tan extraño escuchar los gritos de los vivos llevándoles comida a los muertos con hedor a pescados salvajes recogidos al pie de la costa. Una fogata arde ahí, mezclada con el polvo, que se hace inmensa por los mecanismos con los que la marea cubre esos cuerpos encorvados en su privilegio de perderse hacia una racha sin tiempo.

La fiesta, la del agua y su hidrógeno imperecedero, propone un cielo limpio bajo la tormenta daltónica de los animales que lo oyen todo y se hacen los tontos cuando purifican la vigilia con perdurabilidad falsa.

También bajan caléndulas a saludar el arribo de otros fantasmas, que toman nuestro lugar arrastrándose por la espesura de los cangrejillos que se atoran entre cadenas de relámpagos insalvables.

Bailan entonces babazas en los orificios pálidos de las orejas mientras nosotros extendemos la mirada hacia el cielo como un tapete roto.

Y el agua se divierte: suelta un aullido.

Este mundo es mosca. Zumba mandamientos demolidos en su modo de rehacer gente agripada.

Aunque pronto nosotros también estaremos muertos. Bien muertos, nos habla así un ciprés ahorcándose en las nubes. Y bien muertos miraremos el mundo atrapamoscas desde el árbol prohibido.

Porque aquello que nos salva y nos engendra es el amor a esta muerte.

Guayaquil, (1977). Poeta, novelista y guionista. Máster en Guiones de Cine, Tv y Dramaturgia por la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 1998 hasta 2014 confeccionó un tratado lírico titulado «ø», comprendido por trece libros divididos en tres tomos: I. La muerte de Caín: El libro de la desobedienciaCarni valeLabor del Extraviado y La bestia vencida. II. Los duelos de una cabeza sin mundo: Fundación de la nieblaDemonia factoryMonsieur MonstruoLos diarios sumergidos de Calibán y Viaje de gorilas. III. 18 Scorpii: El cielo ceroNovela de diosVerbo (bordado original) y Manual de ruido. En 2015 empezó a publicar narrativa. Sus novelas son: Cementerio en la lunaUn hombre futuroCursos de francésIncendiamos las yeguas en la madrugada, El día en que me faltesEl vuelo de la tortugaLa carnadaUlises y los juguetes rotos. «Triángulo Fúser» es una trilogía narrativa formada por: Tríptico de una ciudadCiudad Pretexto y Ciudad de fondo. Ha merecido, entre otros, el Premio Miguel Donoso Pareja de Novela (2019); Premio Lipp de México (versión hispana del Prix Cazes–Brasserie Lipp de París) (2017); Premio Casa de las Américas de Novela (2017); Premio de Literatura Miguel Riofrío de Novela (2016); Premio Único Bienal de Literatura de Poesía Universidad Católica Santiago de Guayaquil (2015); Premio Pichincha de Poesía (2015); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2013); Becario del Programa para Creadores de Iberoamérica y Haití en México (Fonca-AECID) (2009); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008); Premio Latinoamericano Ciudad de Medellín del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2007); Premio de Poesía César Dávila Andrade (2002). 

La historia secreta de la iglesia

por Rafael Ruiz Medina


1

En el centro de la ciudad en que tuve la suerte de nacer, como en todas las grandes capitales del mundo, hay grandes avenidas con cafés y restaurantes, teatros, librerías, hoteles y parques; y hoy en día también, grandes almacenes en donde
comprar tecnología. Hay estatuas y fuentes y en algunas esquinas hay placas que conmemoran momentos históricos. Hay sin embargo en mi ciudad una historia que yo estimo importante, pero que de no ser por este testimonio, estoy casi seguro que quedaría para siempre olvidada. Me refiero a la construcción de Iglesia de la Noguera, que hoy los turistas pasan por alto y aún más los creyentes; pero que a mediados del siglo pasado atrajo invariablemente la atención de los extranjeros por gigantesca e incompleta, por el aura de ruina romántica que imponía. La construcción, rodeada de cipreses, generaba desconcierto cuando la vista la recorría de abajo hacia arriba, pues carecía de cúpula, estaba abierta al cielo. Una abrupta y evidente interrupción de la estructura la asemejaba más a la torre del tarot que a un templo cristiano. Un periodico de 1955 registra una crónica en la que el periodista Ricardo Saenz se refirió a ella como un gran ojo de piedra que le devuelve la mirada al gran ojo del cielo.

A unas cuantas calles se encuentra la casa que durante años fue la residencia de Mariano Fulcanelli, el arquitecto que ganó el concurso para construir la iglesia en 1935. En aquellos tiempos de bonanza las autoridades se habían propuesto emprender la construcción de una magnífico templo que por un lado respondiera a las necesidades de la población religiosa (que por esos años era populosa) y que por el otro, compitiera con la recién inaugurada Catedral Metropolitana de Liverpool. El fallo a favor de la propuesta del entonces joven Fulcanelli no estuvo exento de polémica, pues su proyecto distaba mucho de las tendencias funcionalistas de la época. La propuesta de Fulcanelli apostaba por una mezcla de neoclasicismo de finales de siglo y algunas ideas del futurismo italiano de los años 20.

2

A finales de 1941, cuando el edificio estaba casi listo, ocurrió algo imprevisto: Fulcanelli, que por entonces ya era una figura pública respetada, cayó enfermo y tomó la decisión de interrumpir el proyecto de forma indefinida y marcharse a Turín con su mujer, Estela Fulcanelli, a pasar una temporada de reposo y de aire puro, como le sugirieron los médicos.

Sin embargo, la ausencia del arquitecto, así como su vida, se prolongó más de lo esperado y en la ciudad; la gente, confundida, se comenzaba a impacientar por ver el edificio terminado. Esto generaba un dilema, pues el diseño y la colocación de la cúpula constituían gestos simbólicos y exclusivos, reservados de una manera supersticiosa a Fulcanelli. Pasaron un par de años más y nuevos funcionarios públicos, para no desairar al arquitecto robándole la pincelada final de su obra maestra y para al mismo tiempo apaciguar a la población, resolvieron abrir las puertas de la iglesia inacabada, únicamente añadiendo pequeñas mejoras provisionales que la hicieran más o menos adaptable a las inclemencias del clima.

Durante ese periodo Fulcanelli había mejorado por completo y con renovado inesperado vigor, viajaba con su esposa Estela alrededor del globo para impartir conferencias y recibir reconocimientos por parte de las instituciones más prestigiosas del mundo. Curiosamente, lo único que construyó por aquellos años fue el modesto pero hermoso cenotafio de Laika, la perra espacial soviética que orbitó la Tierra por primera vez a bordo del Sputnik.

3

En el año en que falleció su esposa Estela; yo me encontraba en el Perú, impartiendo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, un curso titulado La filosofía nihilista en la literatura latinoamericana, cuyas directrices principales eran una mirada profunda a las obras de Nicolas Gomez Davila.

Todos los hombres con una vocación definida saben reconocer los momentos estelares de su carrera. A mi me llegó el mío un domingo por la noche, después de pasar todo el día en la biblioteca de la universidad tomando notas para mis próximas ponencias.

Mi editora me habló por teléfono. Me puso al tanto de una noticia que en los próximos días inundaría los diarios y noticieros de toda la región: Fulcanelli había anunciado su regreso a la ciudad para terminar su obra. Yo no podía creerlo, lo daba por muerto. ‘Pero hay más –me dijo excitada mi editora– la hija Fulcanelli me ha llamado y ha dicho que el maestro no concedería entrevistas a los medios; pero quiere darte una entrevista ¡Sólo a ti! Al parecer le gustan mucho tus novelas. Tienes que subirte al primer avión y venir, la cita es al mediodía en su casa, el miércoles ¿Entiendes que esto es un momento clave para la revista, para tu carrera, para el mundo?.’ Me pareció que mi editora exageraba un poco, pero claro que lo entendía, lo entendía de sobra. Un sentimiento de trascendencia creciente me acompañó hasta mi regreso a la ciudad.

4

Llegué a la medianoche del martes, en un bloc de notas garabatee algunas preguntas esenciales: ¿Cuál era aquella enfermedad que tan intempestivamente le impidió continuar su iglesia? y ¿Por qué, habiéndose recuperado no se había decidido a terminarla años antes? ¿Por qué lo hacía ahora, de forma tan inesperada, tras la muerte de su mujer? ¿Qué había cambiado? La elucubraciones y la anticipación no me dejaban dormir. Me tome una pastilla que casi de inmediato me sumió en un sueño de piedra.

Al amanecer, afuera de mi edificio había un chofer esperándome. Yo llevaba un pequeño bolso de cartero con un par de libretas y bolígrafos, no llevé la grabadora. Me sentía como el protagonista de una novela de mis novelas policiacas. Sentí acercarse la revelación de un verdadero misterio.

El trayecto en auto que debió haber sido de no más de 30 minutos, me pareció eterno. Finalmente atravesamos una reja color verde y por un camino de tierra no muy largo, flanqueado por jardines franceses, me apeé en la puerta de la casa, donde me recibió una mujer de mediana edad (inmediatamente la reconocí de los diarios, era la hija de Fulcanelli) y sin preguntarme nada, me pidió que esperara en la sala. Hundido en el sillón, esperé minutos que a mi me parecieron horas. La hija de Fulcanelli apareció finalmente.

–Lamento mucho que haya tenido que esperar tanto, Rafael– me dijo la mujer– pero mi padre ha pasado una muy mala noche. Desde que murió mi madre su temperamento se ha tornado cada vez más melancólico. Y su salud ha empeorado mucho desde hace una semana, cuando hizo el anuncio.

La mujer debió haberse percatado de mi inquietud, pues agregó:

–No se preocupe, mi padre aún está dispuesto a verlo, mientras hablamos el médico lo está examinando. Me pidió que le dijera que por favor lo esperara –y agregó espontáneamente– ¿ya desayuno, Rafael? ¿Quiere una taza de café?

Admití que sí y aproveche para hacerle varias preguntas.

–Yo lo único que puedo decirle es que siempre ha sido un gran padre, un gran ser humano. La gente lo considera estrafalario y excéntrico, pero él es muy sencillo ¿sabe? Y muy simpático, tiene un gran sentido del humor. Debió haberlo visto trabajar en sus buenos años. ¡era–es–un genio! Es una pena verlo tan cansado, tan disminuido, como una vela que se apaga… supongo que simplemente se ha hecho mayor. Tiene 98 años, a final de cuentas la gente tiene que morirse ¿no es así? Quiero decir, cuando ya no tienen por qué vivir.

– ¿Por qué dice eso?

– Por el fallecimiento de mi madre–dijo y suspiró pensativa, apesadumbrada.

En ese momento el doctor apareció en la estancia, intercambió algunas palabras sombrías en voz baja con la hija, que lo acompañó hasta la entrada y reapareció después de unos minutos. El maestro estaba listo para recibirme.

Los muebles de esa gran habitación eran casi todos de nogal, los libros y los planos llegaban hasta el alto techo, un poco como me lo había imaginado. Flotaba en el aire un característico olor a viejo y a tabaco de pipa. Había mucho polvo en los candelabros. El anciano arquitecto estaba sentado en un sofá color verde y daba la impresión de que jamás se movería de ahí. Me sonrió cordialmente, con un gesto de la mano me invitó a sentarme frente a él. Fulcanelli era como yo lo había visto en algunas fotos, solo que muy viejo. Estaba delgado, casi un esqueleto, pecoso, arrugado. Como todos los enfermos terminales, daba la impresión de no haberse bañado en días. No vestía de la manera suntuosa en la que solía aparecer en las fotografías que se publicaban en las revistas, estaba en bata. Sobre su regazo había una manta y sobre la manta un gato que ya era casi cartílago, igual de viejo que él. No obstante, su voz era clara.

–Debe sentirse usted muy afortunado de estar aquí, Rafael ¡Y no es para manos! Le contaré algunas cosas importantes.

El maestro sonrió cómplice, en sus ojos cansados brillo por un momento la legendaria pasión de su genio.

Lo escuche con el bolígrafo y el bloc desenvainados, atento, muy atento.

–Secretos, Rafael. Hay algo en concreto que descubrí muy joven, en medio de la construcción del ojo. Es una revelación tan fundamental que me resulta extraño que nadie antes la haya hecho pública, pero por eso es que está usted aquí, para que yo se lo cuente y usted lo escriba…Ahora que no estoy en peligro, quiero que todo el mundo lo sepa.

– ¿Cual peligro es ese?

– El único peligro fundamental, mi joven poeta. Me refiero a la muerte, naturalmente.

–Pero todos morimos, maestro–le respondí instantáneamente, sin pensar.

–Si… Me refiero a que ahora estoy a salvo de morir antes de tiempo. No dejo nada atrás, no me he perdido de nada. Estoy muy viejo. Ya he enterrado a quien he amado más, a mi esposa Estela–

Perplejo, pero consciente de mi deber; pedí explicaciones, le insistí gentilmente que ahondara. Pero el viejo maestro parecía absorto en sus pensamientos o paralizado en su melancolía. De pronto empezó a sonar música de piano que venía desde el pasillo. Por un momento pensé en si la música estaba en mi cabeza, pero comprendí que era su hija tocando el piano. El anciano sonrió melancólicamente y abrió los ojos otra vez para hablar.

–Es Mozart–dijo– esta pieza es bellisima, aunque ahora no recuerdo como se llama. Yo tenía 35 años cuando empecé a construir mi iglesia. Se podría decir que no era yo un muchacho, pero lo cierto es que sentía que aún tenía toda la vida por delante y los años venideros, que han sido sin duda los mejores de mi vida, así me lo han demostrado. Sobre todo por mi querida esposa, Estela. ¿Sabe usted que falleció hace un par de semanas? Es por eso que he decidido terminar la iglesia, mi proyecto de vida, mi obra maestra. A veces he tenido la sensación de que vivir no es más que la proyección y el levantamiento de un edificio extraño, en el que sin saberlo de manera consciente, todos los seres humanos desempeñamos un papel. Hay papeles de pequeña o gran relevancia, pero todos fundamentales, como cuando se construye un edificio de piedra. –el discurso del anciano arquitecto había cogido de pronto una vehemencia inesperada– Hay quien en su vida tiene la tarea de ser Napoleon, así como en el levantamiento de un edificio hay quien tiene la misión de poner los ladrillos. Solo que este edificio nunca está terminado, joven poeta. Y siempre, después de nuestra muerte, alguien nos sustituye. ¿Sabía usted, Rafael, que Mozart murió a los 35 años? Por supuesto que lo sabe. Si, murió bastante joven, a la edad que usted tiene, sin duda prematuramente. Pero él en parte fue el culpable, porque él antes de los 35 años ya era Mozart, ya había traído a la tierra sus creaciones ¡ya había incorporado a la historia experiencia humana sus sublimes composiciones! ¿Cómo no iba Mozart a morir si él ya había colocado su ladrillo? Es una cuestión de lógica: sencillamente él ya no tenía ningún cometido que lo atara al mundo. Pensará usted que yo estoy loco o que estoy filosofando nada más, pero esa simple conjetura elemental es la que me ha permitido vivir por tanto tiempo. Cuando prefiguré los planos de la iglesia me sentía cada vez más seguro que aquel proyecto sería la misión de mi vida. Lo supe de forma irrefutable, como si fuese una revelación divina… y tal vez lo haya sido– en este punto de la conversación Fulcanelli estaba claramente afectado por la emoción y hablaba con excitación creciente– ‘Noté que a medida que el proyecto progresaba, comenzaba a sentirme mal. Cada ornamento, cada puerta colocada y cada ventana, acrecentaban en mi una desagradable sensación física. El segundo médico que consulté me desahucio, me dijo que tenía un cáncer muy avanzado y los meses de vida que estimó para mi coincidían perfectamente con la puesta de la cúpula. De repente todo me pareció muy claro y decidí poner a prueba mi teoría. Sin gastar más tiempo ordené que cesara la edificación y llevándome los planos, partí con Estela a Turín, al norte de Italia. Las primeras semanas mi esposa y yo notamos que mi enfermedad no parecía extenderse, sino que había alcanzado un límite. Al cabo de los meses, mi enfermedad claramente retrocedió hasta que al término del primer año se replegó por completo. Ese fue un bello verano. No busqué ninguna explicación médica, pues sabía que el milagro era una trampa de la metafísica. Mi fortuna fue reconocer mi proyecto de vida, eso fue lo que me salvó. Ahora que mi esposa se ha ido, estoy listo para darle término. Muchas gracias por su tiempo, señor Rafael.

Me incorporé de inmediato, atolondrado. Y le extendí la mano.

–Muchas gracias, maestro –le dije honestamente conmovido– esta será sin duda la crónica
más importante de mi carrera como escritor.

–Entonces, si yo fuera usted, no la publicaría inmediatamente.

Lo demás, es historia.


Rafael Ruiz Medina es un escritor y poeta mexicano.

Desde el diván

por Ivette Estefany Fernández Espinosa


Cada vez que sentía el rose de su pierna junto a la mía la piel se me ponía de gallina, un sudor recorría mi espalda y mis manos se humedecían, estudiaba cada una de sus facciones y mi corazón se estremecía… en esa época no podía apalabrar lo que sentía, sabía que era raro, nunca lo había visto antes ni en las novelas que mi abuela ponía a la hora de la comida, ni en nuestros paseos por el parque.

Tania tenía permiso de venir a casa cada 15 días, pasábamos horas planeando lo que íbamos a hacer, pero todo siempre terminaba en lo mismo, tomadas de la mano viendo una película de terror, era mi momento favorito ya que yo aprovechaba cuando ella gritaba de miedo para abrazarla y sentir su olor.

Constantemente me preguntaba ¿Por qué no me atraen mis compañeros del sexo masculino? Cada que llegaba un profesor de biología y empezaba con la cantaleta de que el hombre se debe casar con la mujer y reproducir me causaba nauseas, porque una mujer debía tener contacto con un ser tan arrogante y nauseabundo, lo que me llevo a confesarme…

Me acerqué a mi abuela mientras preparaba la cocina y le dije todo lo que sentía por Tanía, después de todo ese sentimiento ya había durado toda la primaria y secundaria, para ella yo era su mejor amiga y para mi ella era lo que yo más quería.

Siempre creí que mi abuela iba a entender, después de todo gracias a ella había tenido mis primeros acercamientos al alcohol y tabaco, siempre hablaba del liberalismo y que las mujeres debían ser la persona fuerte de la casa, pero no fue así… al escucharme me hincó de forma violenta y con un palo de escoba golpeo mis piernas hasta dejarlas dormidas y con poco funcionamiento, me dijo que a partir de ese momento iríamos a la iglesia todas las tardes y rezaría hasta que Dios me borrara esos pensamientos. ¿Dios? Me preguntaba yo, si lao que proclama es amor ¿Por qué yo no puedo amar a Tanía?

Pasaron alrededor de 4 meses, la iglesia se había vuelto una tortura, el padre se acercaba a mí, con sus manos jabonosas tomaba mi cabeza y rezaba un padre nuestro, me ponía agua bendita y le pedía en voz alta a Jesús que me salvara, que sería una cierva obediente, que yo estaba arrepiente de mis perjuriosos pensamientos.

Al no poder confiar en nadie decidí plasmar todo en un diario, después de todo ¿Quién se atrevería a leer lo que escribe una niña de 14 años? …fue una idea estúpida, pero bueno solo era una adolescente buscando inmortalizar el amor, para mi sorpresa mi madre aburrida, viviendo en soledad lo leyó…

…lloró durante 2 noches y al 3er día como Cristo cuando resucitó en ella nació una idea, visitaríamos mi primer hospital.

Al acercarnos al lugar comencé a sentir miedo, quienes eran estas personas babeantes, vegetales, despeinadas que se encontraban en esa puerta ¿A qué clase de hospital me trajeron? ¿Es tan malo amar a alguien? La psiquiatra se acercó a mi madre y con voz de preocupación le dijo que de acuerdo a la clasificación del DSM III (Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales) yo tenía un trastorno mental, no recuerdo el nombre especifico que le dio pero se me tachaba de volteada, descompuesta, rarita, finalmente  homosexual… mi madre decidió dejarme internada, durante ese mes recibí más pastillas de las que me puedo imaginar en conjunto con platicas de curación que me harían ser una persona normal ¿Normal? ¿Normal para quién?

Pasó por mí y en el camino me preguntó ¿Cómo te sientes? ¿Estas curada? … yo respondí que seguía amando a Tania, ella aparcó el coche y me golpeó, fue tan fuerte y tantas las veces las que lo hizo que me desmayé…cuando cobré consciencia estaba en la entrada de mi casa, con las maletas listas, decidió junto con mi padre mandarme a UTAH a un retiro espiritual y de buenos modales ¿Qué clase de estupidez fue esa?

Otro mes escuchando sobre dios, además utilizando faldas largas y aprendiéndome a comportar como una “Señorita”, tenía que aprender a cocinar para que mi esposo me amara, dar las gracias, sentarme bien, masticar bocados pequeños, rezar 5 veces al día, agachar la mirada cuando un hombre se acerara ¿En qué momento iba a parar? ¿Cómo podía escaparme de esa realidad tan horrible?

Pasé siguiendo órdenes, había perdido el contacto con Tania así que los siguientes años hasta llegar a la mayoría de edad decidí pasar desapercibida, fantaseando constantemente en que un día sería libre…

El día que cumplí 18 años comencé a salir con un grupo de amigas y así descubrí Zona Rosa, un lugar lleno de pequeños bares en la zona céntrica del Distrito Federal, la gente parecía más suelta, y despreocupada, dejé de usar faltas y me comencé a vestir como a mí me gustaba con camisas muy grandes, mezclilla y las famosas Dr. Martens, la gente me veía feo, pero no me importaba, claro que en mi mochila traía un vestido y zapatillas para que al llegar a casa nadie sospechara.

Llevaba una doble vida, a mis padres y su círculo les hacía creer que ya me había “Curado” pero cuando salía mi verdadera yo podía tener unas horas para mostrar su personalidad, preferencias y creencias.

Una tarde en un bar cerca de Reforma, una chica comenzó a mirarme, sonreía y bajaba pícaramente su mirada, así se mantuvo durante un largo tiempo la situación hasta que con una cerveza Tecate en la mano se acercó a mí, me dijo al oído que la acompañara afuera… sin pensarlo salí, tomó mi mano y me dijo que camináramos un poco, al llegar al final de la calle, bajo un árbol metió su mano a través de mi pantalón y comenzó a introducir sus dedos en mí, me besaba y yo solo disfrutaba ese placer nunca antes sentido.

Comenzamos a frecuentarnos y en cada rincón de la ciudad buscábamos llenarnos de caricias y besos… una tarde calurosa en Chapultepec, Lucia me dijo que me amaba, la emoción recorrió todo mi cuerpo y me llevó a besarla frente a una buena cantidad de personas, todos ellos comenzaron a aventarnos cosas, a gritar “pinches lenchas”… un camionero se detuvo al ver lo que ocurría y nos golpeó con un bate, el bochorno, los gritos, el bullicio de la situación hizo que llegara la policía, entrevistó a unos cuantos y  sin pensarlo nos llevó al MP, los cargos no me quedaron claros pero era algo así como exhibicionismo en vías públicas, violencia con arma blanca, alcoholismo, etc.

Ahí encerradas en los separos, con miedo, fuimos agredidas nuevamente ahora por la policía, “Te la voy a meter toda para ver si así te haces mujer” “Estás marranas recibirán su castigo” “Deberían estar aprendiendo a cocinar”

….

Ahora tengo 40 años, estoy sola, triste, abandonada por mi familia y lo único que me pregunto es ¿A quién tengo? Claramente Dios si es que existe nunca estuvo conmigo, la sociedad no aguantó a dos mujeres que se aman, mi familia me puso al olvido para no convivir con una anormal, ¿Cómo puedo vivir con tanta angustia? ¿Cómo puedo aceptarme a mí misma si los demás no lo hacen?

¿Quién creo estas leyes que no permiten a la gente ser lo que se es? ¿Quién me dejó sufrir tanto? ¿Quién me ayudará a encontrar nuevamente un camino? ¿Seré algún día una buena mujer? ¿Dónde está ese dios que en su reino y en las leyes de la tierra castiga?


Ivette Estefany Fernández Espinoza es licenciada en Criminalística, trabajó como perito en Criminalística de Campo en la Fiscalía de la CDMX,  ha impartido cursos de Cadena de custodia y Procesamiento del lugar de los hechos. Actualmente estudia de Psicología en la Universidad del Claustro de Sor Juana y es practicante en COAPSI.

Poesía cubana actual: Reynaldo Zaldívar

Me levanto temprano. Talo árboles.

Un bosque me nace dentro del pecho.

Aquí se puede respirar la corteza y el sudor y el hacha.

Nada como respirar esta trilogía:

corteza/ sudor/ hacha.

Otro golpe y otro árbol.

Preferiría pastorear vacas,

hornear panes.

Pero si un bosque te nace dentro del pecho

no queda más que talarlo

o dejar que poco a poco los árboles te asfixien.


Virginia tenía los ojos grandes y hundidos sobre el rostro hundido

Una tarde tocó a mi puerta y me dijo:

«John —ella siempre me decía John— 

conocí a un tipo, le hice el amor 

y tuve asco por primera vez de un hombre». 

Virginia y yo nos emborrachamos esa noche. 

Seis años después regresó, 

con unas maletas y un niño y me dijo:

«John —después de seis años aún me decía John— 

este niño se te parece un poco».


lo que más me atrae del mundo

es la siguiente oportunidad de evitarlo.

y ando todo el día con el cerrojo puesto

ensayando el desequilibrio.


Reynaldo Zaldívar Osorio (Fray Benito, Cuba, 1993) Tiene publicado los libros Carne Roja (2019) y Desequilibrio (2020), ambos por Ediciones La Luz. Posé números premios por su trabajo poético, entre los que sobresalen La Isla en Peso y El Árbol que Silba y Canta. Carne roja resultó un éxito editorial y se presentó, además de Cuba, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Textos suyos han sido musicalizados, publicados en audiolibros y aparecen en revistas, periódicos y antologías de numerosos países. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC).

Muestra poética de Sebastián Miranda Brenes

                                                                                                                        Gestión por María Macaya

Muestra de Jaguar Cementerio (libro inédito):


Los descendientes del Jaguar

“…conozco la selva, conozco los ríos, conozco la vida, inclusive las piedras… Sarayacu es una tierra viva, es una  selva viviente… [los seres espirituales y ancestros] muchos se escondieron, otros murieron cuando se reventó, ellos son los que sostienen la selva…”

- Sabino Gualinga (líder comunidad de Sarayacu, declaraciones ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, en 2011.)

Imagínate que hombres armados bajen de helicópteros
cerquen tu iglesia
y de la noche a la mañana te impidan el paso
y por más que protestes
te expulsen a macanazos
por más que reclames
te amenacen con bocas de fuego
por más que insistas te quemen la casa o tu cuerpo

imagínate
que ya no puedas ir los domingos a hincarte ante Dios
y ofrendarle tu dinero o sacrificio
qué te griten
                           NO JODAN
                               ahí no hay más que yeso hueco en un altar vacío
y que un día de pocos
escuches tractores demoliendo las paredes de tu iglesia
observes caer sus cruces
mires las imágenes de tus santos
desmoronarse decapitadas

mires colapsar las cúpulas
y cuando todo se cubre de polvo
justo cuando ves tu catedral en ruinas
sientes como tu Dios escapa
                           o muere
                           o desaparece

comienzas a denunciar el desastre
pero todos se hacen los sordos
y gritas la injusticia
pero todos se hacen los ciegos
y vas a los medios televisivos
para denunciar el acto terrorista
y todos se hacen los mudos
salvo los demoledores
que te gritan CRISTIANO DE MIERDA
         te amenazan de muerte
         te encañonan
y no te queda más que alejarte con la rabia entre los dientes
y soportar el escarnio
de aquellos que terminan de carcajearse
escupiendo sobre la imagen quebrada de Cristo

Pero si en vez de iglesia te hablo de nuestro cerro sagrado
y si en vez de Dios te hablo de espíritus y ancestros
y en vez de dinero y sacrificio te hablo de coca y maíz ofrendados
o te hablo de árboles en vez de cruces
o de ríos en vez de santos

y si en vez de catedral de nuestra ceiba sagrada
y de un bosque que asciende por la montaña
que al detonarse
escapó el Jaguar
               la rapiña
               la serpiente
y murieron nuestros espíritus
y desaparecieron nuestros ancestros

y al denunciar este acto contra la vida
todos se volvieron sordos, o ciegos o mudos
salvo quienes nos gritaron INDIOS DE MIERDA
mientras nos amenazaban y encañonaban
y con la rabia entre los dientes
soportamos el escarnio
de aquellos que terminaron de carcajearse
escupiendo
sobre el cuerpo de Pachamama
convertido en desierto




La Compostura del Agua
                                                                                                                                                                                                                                                      “De los ríos, somos custodios ancestrales el pueblo Lenca, resguardados además por los espíritus de las niñas, que nos enseñan que dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos, es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta.”
- Berta Cáceres, Honduras

Estuvimos aquí por la fuerza de los nahuales
intentando recuperar los lugares sagrados

vivimos en la insurgencia como una ceremonia
guiadas por las niñas del agua
                                                  -espíritus-mujeres-ancestras-
pues fue aplastada toda nuestra expresión de vida
           lesionada toda espiritualidad
                                                                          la rebelión fue nuestro derecho

en Río Blanco o en Gualcarque
no hubo Guacasco
        no intercambiamos sombreros
        ni bailamos
        ni nos sentamos en las piedras a negociar

por el contrario
nuestro cuerpo fue el territorio donde se concentró la violencia

                 el enclave instaurado por los prestanombres
                 el portaviones de otros militares que nos usaron de laboratorio

pero dejemos claro
al sacrificarnos
como las aves durante la Compostura
hicieron de nuestro rostro un símbolo
al igual que la pacaya y los helechos
al igual que el ála
que como la chicha
corre alrededor de los altares

nos convirtieron en ángeles de lluvia
y ahora ofrecemos nuestro espíritu
como tributo
a todas las comunidades

recuerden que somos hijas del copal y la candela
                              somos la voz de Berta
                                            la de Santos Domínguez
                                            la de Tomás o Lesbia
                                            la del pueblo Lenca implorando justicia
somos la anciana que canta
                                                     por todos los hermanos
                                                    es la llamada a todos los Santos
el Padre del pueblo diciendo
                                       yo creo que dar la vida
                                           por defender la vida
                                           no es perder la vida
                                          es vivir para siempre
somos el grito tejido por mujeres que exclaman
                                                                    recordá que somos hijas de Lempira
                                                                               señoras del cerro
por eso sigamos guiándonos por los astros
                                  veneremos al lagarto y al garrobo
                                  agradezcamos al corazón del Cielo
                                                                al corazón de la Tierra
y levanten con cohetes a los que lloran

por eso
les pedimos
que mientras se lavan los ojos con el humo del copal
y hacen la ofrecida al maíz
esculpan en nuestras casas un Lepa de piedra
y en una loza de barro
escriban en Poton
PODRÁN CORTAR LAS RAMAS
PERO NUNCA PODRÁN
MATAR LAS RAÍCES




El cementerio del Jaguar

“200 personas defensoras de la tierra y del medio ambiente fueron asesinadas en 2021”.
Global Witness, 2022.

Les hablamos desde un sitio oculto
en lo más profundo de la montaña
donde nuestro grito es rugido
y nuestra mirada
                               -siempre desafiante-
se postra en los ojos del Jaguar
que resguarda nuestro espíritu

un lugar subterráneo
                  submarino
                  sagrado
donde yacemos quienes ofrendamos la vida
antes de imponernos el silencio

en este cementerio
somos árboles
que resguardan en sus raíces
los secretos de nuestras luchas
       somos estalactitas y roca basáltica
                     tierra y musgo
                     el inicio de una nueva estirpe
                     bendecida por el río
                     protegida por abuelos y nahuales
aquí permanecemos vigilantes
de nuestras tierras
de nuestros seres queridos
a través del vuelo de las lapas
que regresan siempre por la tarde con noticias

aquí les gritamos
no derrochen sus fortunas explorando las selvas
ni enviando satélites o tropas
al igual que el Dorado
este sitio es inaccesible
para quienes tienen pavimentados los ojos

lograron desaparecer nuestros cuerpos
alcanzaron apagar nuestras voces
como al canto de las ranas o las loras

pero nuestra energía es inextinguible
se mueve sutil entre el pasto
empuja al viento y al aguacero
que provoca las crecidas
que arrasan con sus máquinas y sus diques

desde este lugar
alimentamos de calor al huracán
nutrimos de furia las voces de los pájaros
endurecemos la corteza del Poró y del Cedro
y hacemos retumbar las cavernas
para sepultar sus minas
como ustedes hicieron con nuestros huesos

en este cementerio
no ocupamos lápidas
nuestros nombres
están en la memoria de la Ceiba
            en los muros de los pueblos

nuestros nombres
habitan dentro del Jaguar
que los ronronea
cuando se acurruca en nuestro pecho.

Sebastián Miranda Brenes (1983, San Pedro de Barva Heredia).

Escritor y gestor ambiental. Es docente del INA y de la UCR y hace 10 años vive en la zona del Caribe costarricense. Ensayos y parte de su obra poética ha sido publicada en diferentes revistas digitales latinoamericanas. En el 2013 publicó su libro Antimateria, dentro de la Colección Cuadernos AmerHispanos, en México. Publicó el libro El sudor de la morfina (Fruitsaladshaker ediciones, Costa Rica 2020), en 2022 publicó Luminiscencia en una coedición con New York Poetry Press, Estados Unidos y Fruitsaladshaker ediciones, Costa Rica. En ese mismo año Fruitsaladshaker ediciones, Costa Rica publicó la segunda edición del libro Antimateria.

Poesía mexicana actual: Lia Quezada

Nueva Santa María
a la de ella menos de mango y más de guanábana
dijiste
pidiendo mi agua
miré nuestros pies
caminábamos al parque
escuchaba tu voz
se confundía con la fuente

nunca pensé que la última vez que te querría sería en sábado

en qué esquina
y a quién
te diré
por última vez





Gansos salvajes

me pregunto si he visto a tu boca
decir todas las palabras
si hay algún día del año
en el que no te haya amado
alguna hora
en la que no te haya besado

verte despertar,
cada mañana,
se siente igual que estar en segundo de primaria
y contemplar
la primera vez que brota un frijol
de un algodón mojado
cuidadosamente guardado en un frasco

quisiera llevar,
como entonces,
un meticuloso diario:
documentar cada uno de tus sonidos
mi lenta y espirada manera de entenderte
el suave susurro con el que me dices que me quieres

Poeta de Eugenia

guardar una flor
entre las páginas de un libro
es lo más parecido
al gesto físico
de hacer una promesa

de entre todas las flores
una bugambilia
no sabías
lo que para mí significan

tu flor, tu promesa
ambas frágiles
pequeñas
quietas
cómo pedirles transparencia
sin atentar contra su naturaleza

será mejor olvidarla, perderla
de qué otra forma tu mirada
de qué otra forma las mañanas

el silencioso acomodo de las vidas
con quién pasarás las noches,
con quién yo las mías


Lia Quezada nació en el 2000 en Guadalajara. Lo primero que escribió fue un sueño. Le han seguido sobre todo poemas. Ocasionalmente los entrega en sobres con dedicatorias en tinta roja. Desde 2019 estudia una licenciatura en Sociología.