Gestión por María Macaya
Debajo de mi falda Hace siglos, desde que me hice niña he podido sacarme el corazón y decorarlo con cintas, clavarle alfileres, dejarlo sangrar y seguir jugando. Hace siglos, cuando mis cabellos eran una cascada sobre las piedras, yo volteaba y sonreía frente al movimiento del agua, mordía mis labios. Mis pasos oscilan en una cuerda hecha con mis propias arterias, el abismo no es más que un motivo. Ser mujer fue siempre el salón de los vientos, de música y aullidos. El vientre ha sido motivo de censura y de espasmos. Olas y mar salvaje que se abre a la vida, que se multiplica en eslabones de ceniza. Un ejército de frases mudas muere con un rostro que se ha anclado en la palma de mi mano, esa mano acusada de fornicar y ceder a los delirios. No soy de jaulas en mis cuerdas vocales ni en ningún átomo de mi cuerpo, y a pesar de los reparos, cada vez que digo mujer, desnudez, amor, sexo, debajo de mi falda hay un suicidio colectivo de estrellas. Sacrificio He llorado tanto tu ausencia como la crucifixión de Cristo, llantos que harán un hueco en el mármol que guardará mis restos. Todas tus palabras y el rencor eran necesarios para desollar la escasa piel que aún quedaba. Te faltó mirar esas constelaciones que parecían un rebaño consumando la ceremonia del fracaso. Los Cantares y el Génesis me absorbían a dentelladas los evangelios se escribían en la planta de tus pies. Tragabas perlas disueltas en vinagre. Nada permanece, solo tus estatuas, mientras me haces concebir abortos al ritmo de un viejo saxofón. Profecía Todo es presagio. Así arden en mí los significados. ―Antonio Gamoneda El paisaje se repite bajo un telón de piedra. El sol es un cíclope que despierta del sueño y me descubre retozando sobre la hierba. Un grito interrumpe el sosiego del aire y descubro entre las rocas que se empujan en el cerco un escorpión conjurando mi sangre. Mi madre, dueña del presagio palpa las gotas y anticipa un viaje lleno de estaciones, y sentencia: un camino se romperá en la planta de los pies el día en que las estrellas duerman profundamente y un reloj pida disculpas. Olvido Se enmoheció el sitio donde cuelga nuestra foto: plegaria con rostros aún sonrientes, el tuyo, con el cristal como máscara que defiende una sombra y el mío como un ave amarilla, que resucitó de la guerra esta tarde de junio. Como una matrioshka Soy aquella que puede habitarse como se habita una ciudad. Una estación de rostros femeninos con ojos que desbaratan los gritos. Inviernos arropados bajo túnicas de madera. Artesanas de rituales que conjuran la luna y acomodan en vasijas de madera cada historia y su final. Tegucigalpa Quiero superar la cruz que rodea esta ciudad. Acertijos que se balancean desde muchas lenguas. No seré una espectadora, víctima de traficantes de exorcismos y mercaderes de ojos cerrados que inventan números detrás de las puertas. Desobedezco cómo me enseñó mi padre, con mi rostro de hambre a cada uno de sus artificios y esquivo las tormentas que babean sus bocas para que no se tiñan mis pasos de mansedumbre. Se puede odiar invocando ángeles, pero también se puede llenar de huellas y de gritos los campos sepultados bajo el concreto. Sigo sosteniendo que el paisaje guarda historias de hombres que han sido sacrificados por el silencio, que sus voces se entierran en el asfalto para despertar un día en la fiesta de la memoria recobrada.

Perla Lusete Rivera Núñez, Honduras.
Docente y poeta. Especialista en Literatura por la UPNFM, Maestrante en Literatura Centroamericana. Ha publicado: Sueños de origami 2014; Nudo 2017; Antologia Personale 2019 editada en Venecia Italia; Adversa 2019, por Editorial Àttica de Monterrey México; He sido un pájaro, en El Salvador; Arde en mi vientre, 2022 Malpaso Honduras; Cementerio de plumas por Vocalibus y Literatelia Toluca México. Invitada a festivales y encuentros de poesía en América Latina y Europa. Publicada en revistas y Antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Traducida parcialmente al inglés, afgano, árabe, hindi e italiano.