Poesía española actual: Margarita Leoz

DESINTEGRACIÓN

Me he mecido como los bejucos perezosos que, en lugar de trepar, se dejan caer con la
languidez de la muerte. He extraviado identidad y nombre, he sido una sombra transparente:
todo aquello a lo que pertenecía se ha borrado.

Desaparecer, de eso se trata, conservar solo la esencia, despojarse hasta chocar con un
corazón abierto, expuesto y palpitante. Que las moscas se posen sobre mis restos, que los
zanates celebren un banquete en mi honor. Ser entregada al fuego del sol, al embate de la ola,
burlando así a la predestinación, a las arrugas, al polvo de los museos.

No caminar nunca más, perder mis piernas. Que los charancacos altivos repten por mi pecho,
se detengan a olisquear y continúen su camino, como si mi cuello fuese uno más de esos
troncos atrapados con delicia por los muslos de la tierra.

Que mi sangre se torne del añil del mar y mis ojos del verde de Yojoa. Desprenderme de las
últimas cruces, de las últimas sogas. No necesitar ya más de la respiración ni del oxígeno. Que
mis cabellos devengan plantas acuáticas y, llegada la hora, en un amanecer radiante,
desaprendan la capacidad de flotar:

con suma lentitud me irán hundiendo
―hacia abajo, hacia abajo―
hacia ese fondo donde no se distingue el agua del limo,
donde ni siquiera la luz podrá venir a rescatarme
en el límite del tiempo, en el extremo olvido.

Lago de Yojoa, julio de 2022
Poema inédito

QUIERO MORIR ENTRE LAS FLORES

Quiero morir entre las flores
y no ahogada
o con una espina de pez
atravesando mi garganta.
Los pétalos que cubran
como sudorosas hormigas mis ojos,
ceder así sin ver
el testigo de mi duelo a las estatuas.

Y ser vencida por la imperdonable tierra,
por sus huestes herradas de sol,
para que mi cuerpo
estirado por el uso
deje de preguntarse
qué es esa cosa de que las rocas
te devoren
o de ser pasto de la hierba.

De El telar de Penélope, Calambur, Madrid, 2008

EL DORADO

Un pájaro cuyo nombre desconozco emite un gorgojeo y después, como azuzado por un
recuerdo urgente, sale volando de la rama.

Por encima de las picas de los soldados, escucho el tráfago del viento entre las lianas. La punta
de mi arcabuz oscila levemente con el oleaje. Si tan solo un disparo pudiese romper
este silencio, marcar el camino certero por las bifurcaciones salvajes del Amazonas.
Pero no, mi pregunta hiere:

cuántos quedaremos con vida,
cuántos, de los trescientos que salimos de la ciudad de Lima, regresaremos del viaje
incauto,

tantos han ungido ya con su sangre las riberas de este río caníbal. Tan solo obstáculos para su
liquidez invicta que no conoce piedad, dos bergantines y un fluctuar de balsas,
trémulas miradas sobre la superficie.

Vosotras, columnas de follaje, hojas de esmeralda en ruinas, vosotras, que inclináis en una
hondísima quietud vuestras ramas bajo los cielos desprendidos que no alcanzamos a
divisar, vosotras, torres caídas que se lamentan, astros vegetales que dibujáis
quimeras en el aire, vosotras, pobres plantas, hijas de otras constelaciones, atadas a
esta tierra pestilente, demasiado húmeda, maldita, nos atraéis hacia el horror,
vuestros brazos abiertos nos invitan a compartir un espantoso destino. Cuando
alcanzamos la orilla y vamos apartando las flores de bruñidos estambres, exhaláis,
como única venganza, un dulce perfume.

Pesadas gotas se hinchan hasta desfallecer por los picos de las hojas. El día oscurece, se
desprende de su envoltura doliente, cada atardecer como un manto insonoriza la vida
para dejar a su paso un leve susurro, ansioso, anegando el cauce trenzado del río, y la
luz del último sol refleja las aguas moribundas, filtra una niebla de mosquitos, se torna
menos radiante, nos recuerda que

el hogar de los hombres nunca estará a los pies de este suelo, en esta estación indiferente que
es eterna y nunca se sacia.

Cuando se hace de noche, fingimos dormir abrazando nuestros cascos pero empuñamos
insomnes las ballestas. Creemos alejar así las pesadillas que se inmiscuyen en nuestras
bocas como peces calientes. Pero ninguno saldrá ileso. Enloquecidos, perseguimos un
mapa de oro que no existe, estamos remontando esta inmensidad sin objeto, este
arañazo putrefacto de desierto, y, sin embargo, naufragamos más cerca del vacío.

De Cartografía humana, poemario inédito


MARGARITA LEOZ (Pamplona, España, 1980)
Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Autora del libro de poesía El telar de Penélope (Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y sus críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W, Litoral. En 2021 fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores españoles menores de cuarenta años para promover su obra en el extranjero.

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Poesía costarricense actual: Marianella Sáenz Mora

22

Tengo el ansia desarraigada del aire,
una insuficiencia de luz
envolviéndome las nostalgias,
aun las que creía guardadas
en los cajones de mis parpados dormidos,
porque enganché a tu vientre
mi rosa de los vientos
los ojos de Juana
y el gris tristísimo de la higuera.


Tengo una nostalgia libre
dormida
en el pretérito del suspiro
porque anhelo la paz
sostenida con un hilo de nylon
sobre esta piel
olorosa a mañanas y naranjas
sin esquirlas de añil sobre el insomnio.


Tengo, pero ¿qué tengo?
si no tengo nada,
sólo mi cabellera extendida
reinando inútil
y descaradamente satisfecha
sobre tu almohada.

                                                                                 Alusión a Juana de Ibarbourou





26



Me gustan los monstruos.
Ese amor teratológico
cargado de significación inmaterial
de sentimientos contrapuestos,
revelador de secretos amnióticos
de acciones prohibidas,
de confusión y cuestionamientos.


Proyección de las regiones oscuras
en el mar de mi psique
donde la supervivencia orbita
en medio de
la involuntaria colección de propiedades
que fluctúan entre el amor y el miedo.


Un solo ojo
tres corazones bombeando sangre azul,
veo su cara de ave mientras dibuja herbolarios
para camuflar sus cicatrices
víctima también.


Unidos ahora por la resiliencia
acepto los juegos que la claridad refleja ocasionalmente
en las paredes más ocultas del ser
y así
decido girar la llave exhibida
en el cerrojo más antiguo
al centro del pecho.



                                                           Ambos del poemario Transgredir(se), Torremozas 2019




DESDE FUERA DE LA CAJA 


Un caracol me mira con sorpresa
desde su manera de soñar,
no puedo negar que su presencia
es el recurso simple de algún recuerdo
para ver la luz.

En esta versión de la realidad,
mi voz es un frasco de tinta
para experimentar la palabra
y salpicar paredes blancas en la caída,
desde todas las coordenadas
donde la rosa de los vientos
inmersa en un mar oscuro y quieto,
sirva de anclaje en la distancia.


Aprendo el oficio
de salirme del cuadrado,
pongo a prueba
la fuerza de mi intención
esa que me libera
de la parálisis expectante del silencio.


En este ámbito del experimento
donde convergen tantas cosas salvajes
y la pasión es espiral,
se gestan sueños,
pequeños mundos de sal
mientras todo reposa
sobre la fragilidad de su circunferencia.


Contemplo la imagen
para seducirla, para hacerla mía,
letra a letra
pese al efímero instante en que aparece,
sutil y húmeda como rastro de molusco.


Entonces, un escozor en la consciencia
parecido a las sombras de los árboles
empieza a callar la noche,
y es un juego añejar la palabra
en el último estadio de la metamorfosis
que dará a luz al poema,
si no
habrá que convertirlo en briznas del aire
resquebrajarlo con pizcas de luz
para que lo sueñen niños y monstruos
sin que nos demos cuenta.

                                                                   Para Jon Andion, con Intertextos de su obra





Gestión por María Macaya


Marianella Sáenz Mora (Costa Rica) Turismóloga graduada de UMCA y ULACIT. Poeta, narradora, gestora cultural orientada a la acción social. Además escribe haiku y literatura infantil (inédita).Facilitadora de talleres de fomento de lectura de poesía contemporánea, creación literaria inicial y de poesía como herramienta terapéutica. Ha publicado tres poemarios y participa en más de una veintena de antologías internacionales. Su obra ha obtenido reconocimientos tanto dentro como fuera de su país, cabe destacar el Primer Lugar en la categoría de cuento del Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro, Chile (2020) y el Segundo Lugar en Poesía del Certamen Literario Brunca (2015), Sede de Occidente de la Universidad Nacional de Costa Rica.

Muestra poética de Diego Quintero Martins

Salet

Nadie quiere verse desnudo sin furia sin calcio, sentir lo perdido por el tiempo —envejecer y decirse su padre. Regreso al útero donde la música es sad y los colores púrpura y las razones de los colores una reacción hormonal. Regreso al útero donde reside lo explicativo y contemplo el resto de mis dientes.

Baby we rolling

Sonámbulos en un motel a la ribera
donde teorizo con el fémur
si soy quien digo ser, tal vez un chico rudo
junto a otro menos rudo.
Un motel a la ribera donde es fácil
cuestionar mi nombre a gritos, el eco
que rasga cuando un hombre entra
dónde ningún hombre entró,
la lengua como una arteria
entre la pelvis y el latido.
Sonámbulos pero no iguales,
nunca iguales, ahí la gracia
de la piel sudorosa: brilla
como lo nuevo, un diamante
en la carne. La mañana siguiente
diremos haberlo perdido.

I

Nací al límite de la soviet donde los árboles, recuerdo, las hojas, recuerdo, se abrazaban a la tibieza de julio como las manos pequeñas y grises del recién nacido. Lo demás se diluyó en la nebulosa de los primeros días tal cual la juventud paterna se diluye en lo cirílico. Taskent se olvida y avanza y se adhiere a la gangrena del tiempo, repta, sí, con el cuerpo acercándose a la descomposición necesaria, inevitable. Mi enfisema es signo de varios trabajos de call center y los kilómetros equidistan los años, un bólido es para soñarse ¿o no? Un bólido me lleva a una isla microscópica del atlántico. Mis abuelos viven en Mindelo con algo de sosiego a pesar de pertenecer a un pueblo vibrante y pienso en la morabeza y pienso en la morna y los barcos son temporales.


Diego Quintero Martins (Taskent, Uzbekistan, 1990) es autor de los poemarios Estación Baudelaire (Ediciones Espiral, 2015) y Taskent soledad ultra (Ediciones Espiral, 2017/Ediciones liliputienses, 2019).

Poesía y patrias: Carlos Calero

Sobre la cabeza de un perro

Tu memoria respira olores sagrados, grises, turbulentos; olores insatisfechos por el
derribo donde anidan palomas hojalateras, palomas vende ropa y helados. En los techos
viven reptiles sastres que visten corbatas y gabanes. Los insectos observan la infidelidad
de las amapolas. La casa de tu memoria amanece, no cambia de ropa, de penumbra ni
los sueños; no se peina con un espejo; no se lava el rostro ni usa collares de ballenas en
su cuello; no limpia telarañas ni exhala vapor de arroyos. La vida es atrapada por el
misterio, entre jardines y respaldos de las sillas, para que la casa espere a los viajeros,
cuando no ven más que un horizonte sobre la cabeza de un perro.

Ecología

No jugamos las cartas ni dados frente al manto de la muerte. Anunciamos el sepulcro.
¿Y la ardilla, el perezoso, las larvas, las crías de águilas vírgenes? En el bosque existen
tumbas culpables. El canto migra a los pájaros para que retornen. Nos bajan y quitan los
clavos. Trasladan muerte a las arboledas. Sabemos que ninguno pondrá sus talones en el
paraíso sin perder la honra ni la memoria sagrada de la selva.

¿Ahora qué falta?

No hablemos de ruinas. Echa bulbos el tiempo, acumula frío el recuerdo entre senderos
de piedras, árboles y sombras que reniegan del espejismo. No existe otro camino. La
infancia soy yo. Veo entrar a la muerte, con luciérnagas y aldeas de tierra. Un
camposanto en Masaya es el destino. Mi voz habla de tripulaciones que caen de los
ataúdes. Y entonces pregunto: ¿Ahora qué falta?

Victoria

No he descifrado la sandalia de tus sueños.
Decilo con el corazón sobre la tierra o la sangre de los santos mendigos.
Esta verdad, como una manta, cubre mis ojos.
Quiero escarbar las grietas que crujen.
Tus ojos solo ven ruinas de estatuas, no encuentran a los amantes.
Que no me nieguen tu sacrificio feroz por los muertos
ni la virtud esencial de los inocentes.
El silencio te hace fuerte.
Que se levante el amor con su canto y el océano.
Pretendo una canción de tribu y nieve en las montañas.
No sé si confiar en la soledad, las caravanas o éxodos, o los sepulcros
y conquistas de quien muere si ama.
Desconozco el instante de tu gloria.
Hubo un idioma, hubo profecía en el arbusto con llamas
y la hojarasca del risco sagrado.
Las palabras son mi destino.
Huye, muerte, lejos de nuestros hijos,
no intentes invadir sus sueños.


Nicaragua, 1953. Se naturaliza costarricense. Fue docente en secundaria y la universidad. Gestor cultural. Ha publicado en poesía: El humano oficio, La costumbre del reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas del asombro, Geometrías del cangrejo y otros poemas, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense. Ganó la convocatoria del Centro Nicaragüense de escritores con su libro El humano oficio. Mención de honor en el Concurso de Poesía Leonel Rugama. Una plaquete Muerden Estrellas. En el 2021 publica Hielo en el horizonte, con la Editorial El Ángel Editor. Ha sido publicado en revistas como Carátula, Altazor, Nueva York Poetry Review, Círculo de Poesía, El Hilo Azul, Andrómeda, Isla Negra y otras. Ha sido invitado a múltiples festivales de poesía en Centroamérica; Primavera Poética de Perú, Bogotá y Paralelo Cero, Ecuador.

Poesía costarricense actual: Carlos Manuel Villalobos

Ars curandera

Para sembrar esta luz
hay que abrir los ojales de la sombra
y coser con la palabra.

Para alumbrar esta semilla
hay que aruñar adentro
y aporcar el ama
con los arados de la metáfora.

No se nace sin la tijera
que corta los cordones
ni se vuelve a nacer de otro modo.

Nadie es héroe sino se sale victorioso del infierno.

No hay vuelo sin que duela la caída

Este antiguo y sanador este ritual.

Pero hay que entrar descalzo
y alumbrarse con la jaula de la herida.

Diana

No. No fue la primera oscuridad de Dios.
No fue la herida que llamó a la muerte.

Diana fue la primera luz de los profetas,
la primera sed que da la sal cuando amanece.

No fue fácil esconder la sangre de mujer en los silencios.
No fue fácil negarle el deseo al labio de la piedra.

Lucifer, su hermano, lo supo demasiado tarde.
Quiso matarla con las misas de la culpa,
pero Diana fue siempre más astuta.

Ahora ella es el ojo de un felino,
el caldo de las ollas,
y la yema de las llamas.

Es ella la que corta yerbas para amar.
Es ella la que sube por los montes en busca de la llaga.

Los hombres que cortejan a la muerte la buscan para hacerla suya,
pero Diana es siempre más astuta.

Los barcos de los mares puritanos
prefieren la deriva que los puertos donde duerme Diana.

Los curas de los templos ebrios
la buscan con los perros más borrachos.

Pero Diana es siempre más astuta.

De su lengua de partera es hija Aradia.

La niña también sabe cocinar
las uñas de la noche,

también sabe vestirse de sueño
cuando llegan los que duermen.

Madre e hija son la misma abeja
y el mismo hilo de las ruecas.

Son las hojas de un árbol que lo sabe todo:
El evangelio de las brujas.

Ixquic

Esto que está aquí es el semen de un árbol muerto.
Aquí cuelga la cabeza del sol oscuro.

Miras el cráneo que se pudre como una brasa.
Ahora es un fantasma de saliva que sueña con la luna.

Esta jícara es su corazón
y este liquen es la boca que se estira para besarte.

Lo llaman Hunahpú:
el niño de maíz que será un guerrero.

Con tus manos de amasar la llama
le arrancas el ojo a penumbra.

Hunahpú se asoma por el hueco de la sed que crece.

Dejas que te escupa cuentos en tu vientre.

Dejas, bella Ixquic, que un nuevo sol
grite el alba en tu regazo.

Tiamat

Al principio solo había un sigilo que reptaba,
y entonces, Madre,
amasaste tu vientre con la sal de las palabras.

Pero no todo fue calma
en este nido de acepciones y gusanos.
Hubo perros de discordia
a la orilla de tu cueva.
Hubo razas de odio que vinieron
a saludar tu corazón.

Pero tú, Madre, untada de mar
te abriste el vientre
como se abre una ventana
y así, así Madre,
nació el Cielo
y este pecho tuyo
que se llama Tierra.

Fotografía por Anel Kenjekeeva


Carlos Manuel Villalobos, Costa Rica, 1968.
Ha sido ganador del premio nacional UNA-Palabra en el género de cuento, y en poesía ha ganado los premios: Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica, el premio Editorial de la Universidad de Costa Rica y el Arturo Agüero Chaves. Entre sus publicaciones literarias están Altares de ceniza, El cantar de los oficios, Trances de la herida, El ritual de los Atriles, Insectidumbres, Tribulaciones, El primer tren que pase, El libro de los gozos y Ceremonias desde la lluvia. Es doctor en Literatura Centroamericana, máster en Literatura Latinoamericana, y licenciado en Periodismo. Se desempeña como docente en la Universidad de Costa Rica, donde imparte Semiótica y Teoría Literaria.