La historia secreta de la iglesia

por Rafael Ruiz Medina


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En el centro de la ciudad en que tuve la suerte de nacer, como en todas las grandes capitales del mundo, hay grandes avenidas con cafés y restaurantes, teatros, librerías, hoteles y parques; y hoy en día también, grandes almacenes en donde
comprar tecnología. Hay estatuas y fuentes y en algunas esquinas hay placas que conmemoran momentos históricos. Hay sin embargo en mi ciudad una historia que yo estimo importante, pero que de no ser por este testimonio, estoy casi seguro que quedaría para siempre olvidada. Me refiero a la construcción de Iglesia de la Noguera, que hoy los turistas pasan por alto y aún más los creyentes; pero que a mediados del siglo pasado atrajo invariablemente la atención de los extranjeros por gigantesca e incompleta, por el aura de ruina romántica que imponía. La construcción, rodeada de cipreses, generaba desconcierto cuando la vista la recorría de abajo hacia arriba, pues carecía de cúpula, estaba abierta al cielo. Una abrupta y evidente interrupción de la estructura la asemejaba más a la torre del tarot que a un templo cristiano. Un periodico de 1955 registra una crónica en la que el periodista Ricardo Saenz se refirió a ella como un gran ojo de piedra que le devuelve la mirada al gran ojo del cielo.

A unas cuantas calles se encuentra la casa que durante años fue la residencia de Mariano Fulcanelli, el arquitecto que ganó el concurso para construir la iglesia en 1935. En aquellos tiempos de bonanza las autoridades se habían propuesto emprender la construcción de una magnífico templo que por un lado respondiera a las necesidades de la población religiosa (que por esos años era populosa) y que por el otro, compitiera con la recién inaugurada Catedral Metropolitana de Liverpool. El fallo a favor de la propuesta del entonces joven Fulcanelli no estuvo exento de polémica, pues su proyecto distaba mucho de las tendencias funcionalistas de la época. La propuesta de Fulcanelli apostaba por una mezcla de neoclasicismo de finales de siglo y algunas ideas del futurismo italiano de los años 20.

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A finales de 1941, cuando el edificio estaba casi listo, ocurrió algo imprevisto: Fulcanelli, que por entonces ya era una figura pública respetada, cayó enfermo y tomó la decisión de interrumpir el proyecto de forma indefinida y marcharse a Turín con su mujer, Estela Fulcanelli, a pasar una temporada de reposo y de aire puro, como le sugirieron los médicos.

Sin embargo, la ausencia del arquitecto, así como su vida, se prolongó más de lo esperado y en la ciudad; la gente, confundida, se comenzaba a impacientar por ver el edificio terminado. Esto generaba un dilema, pues el diseño y la colocación de la cúpula constituían gestos simbólicos y exclusivos, reservados de una manera supersticiosa a Fulcanelli. Pasaron un par de años más y nuevos funcionarios públicos, para no desairar al arquitecto robándole la pincelada final de su obra maestra y para al mismo tiempo apaciguar a la población, resolvieron abrir las puertas de la iglesia inacabada, únicamente añadiendo pequeñas mejoras provisionales que la hicieran más o menos adaptable a las inclemencias del clima.

Durante ese periodo Fulcanelli había mejorado por completo y con renovado inesperado vigor, viajaba con su esposa Estela alrededor del globo para impartir conferencias y recibir reconocimientos por parte de las instituciones más prestigiosas del mundo. Curiosamente, lo único que construyó por aquellos años fue el modesto pero hermoso cenotafio de Laika, la perra espacial soviética que orbitó la Tierra por primera vez a bordo del Sputnik.

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En el año en que falleció su esposa Estela; yo me encontraba en el Perú, impartiendo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, un curso titulado La filosofía nihilista en la literatura latinoamericana, cuyas directrices principales eran una mirada profunda a las obras de Nicolas Gomez Davila.

Todos los hombres con una vocación definida saben reconocer los momentos estelares de su carrera. A mi me llegó el mío un domingo por la noche, después de pasar todo el día en la biblioteca de la universidad tomando notas para mis próximas ponencias.

Mi editora me habló por teléfono. Me puso al tanto de una noticia que en los próximos días inundaría los diarios y noticieros de toda la región: Fulcanelli había anunciado su regreso a la ciudad para terminar su obra. Yo no podía creerlo, lo daba por muerto. ‘Pero hay más –me dijo excitada mi editora– la hija Fulcanelli me ha llamado y ha dicho que el maestro no concedería entrevistas a los medios; pero quiere darte una entrevista ¡Sólo a ti! Al parecer le gustan mucho tus novelas. Tienes que subirte al primer avión y venir, la cita es al mediodía en su casa, el miércoles ¿Entiendes que esto es un momento clave para la revista, para tu carrera, para el mundo?.’ Me pareció que mi editora exageraba un poco, pero claro que lo entendía, lo entendía de sobra. Un sentimiento de trascendencia creciente me acompañó hasta mi regreso a la ciudad.

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Llegué a la medianoche del martes, en un bloc de notas garabatee algunas preguntas esenciales: ¿Cuál era aquella enfermedad que tan intempestivamente le impidió continuar su iglesia? y ¿Por qué, habiéndose recuperado no se había decidido a terminarla años antes? ¿Por qué lo hacía ahora, de forma tan inesperada, tras la muerte de su mujer? ¿Qué había cambiado? La elucubraciones y la anticipación no me dejaban dormir. Me tome una pastilla que casi de inmediato me sumió en un sueño de piedra.

Al amanecer, afuera de mi edificio había un chofer esperándome. Yo llevaba un pequeño bolso de cartero con un par de libretas y bolígrafos, no llevé la grabadora. Me sentía como el protagonista de una novela de mis novelas policiacas. Sentí acercarse la revelación de un verdadero misterio.

El trayecto en auto que debió haber sido de no más de 30 minutos, me pareció eterno. Finalmente atravesamos una reja color verde y por un camino de tierra no muy largo, flanqueado por jardines franceses, me apeé en la puerta de la casa, donde me recibió una mujer de mediana edad (inmediatamente la reconocí de los diarios, era la hija de Fulcanelli) y sin preguntarme nada, me pidió que esperara en la sala. Hundido en el sillón, esperé minutos que a mi me parecieron horas. La hija de Fulcanelli apareció finalmente.

–Lamento mucho que haya tenido que esperar tanto, Rafael– me dijo la mujer– pero mi padre ha pasado una muy mala noche. Desde que murió mi madre su temperamento se ha tornado cada vez más melancólico. Y su salud ha empeorado mucho desde hace una semana, cuando hizo el anuncio.

La mujer debió haberse percatado de mi inquietud, pues agregó:

–No se preocupe, mi padre aún está dispuesto a verlo, mientras hablamos el médico lo está examinando. Me pidió que le dijera que por favor lo esperara –y agregó espontáneamente– ¿ya desayuno, Rafael? ¿Quiere una taza de café?

Admití que sí y aproveche para hacerle varias preguntas.

–Yo lo único que puedo decirle es que siempre ha sido un gran padre, un gran ser humano. La gente lo considera estrafalario y excéntrico, pero él es muy sencillo ¿sabe? Y muy simpático, tiene un gran sentido del humor. Debió haberlo visto trabajar en sus buenos años. ¡era–es–un genio! Es una pena verlo tan cansado, tan disminuido, como una vela que se apaga… supongo que simplemente se ha hecho mayor. Tiene 98 años, a final de cuentas la gente tiene que morirse ¿no es así? Quiero decir, cuando ya no tienen por qué vivir.

– ¿Por qué dice eso?

– Por el fallecimiento de mi madre–dijo y suspiró pensativa, apesadumbrada.

En ese momento el doctor apareció en la estancia, intercambió algunas palabras sombrías en voz baja con la hija, que lo acompañó hasta la entrada y reapareció después de unos minutos. El maestro estaba listo para recibirme.

Los muebles de esa gran habitación eran casi todos de nogal, los libros y los planos llegaban hasta el alto techo, un poco como me lo había imaginado. Flotaba en el aire un característico olor a viejo y a tabaco de pipa. Había mucho polvo en los candelabros. El anciano arquitecto estaba sentado en un sofá color verde y daba la impresión de que jamás se movería de ahí. Me sonrió cordialmente, con un gesto de la mano me invitó a sentarme frente a él. Fulcanelli era como yo lo había visto en algunas fotos, solo que muy viejo. Estaba delgado, casi un esqueleto, pecoso, arrugado. Como todos los enfermos terminales, daba la impresión de no haberse bañado en días. No vestía de la manera suntuosa en la que solía aparecer en las fotografías que se publicaban en las revistas, estaba en bata. Sobre su regazo había una manta y sobre la manta un gato que ya era casi cartílago, igual de viejo que él. No obstante, su voz era clara.

–Debe sentirse usted muy afortunado de estar aquí, Rafael ¡Y no es para manos! Le contaré algunas cosas importantes.

El maestro sonrió cómplice, en sus ojos cansados brillo por un momento la legendaria pasión de su genio.

Lo escuche con el bolígrafo y el bloc desenvainados, atento, muy atento.

–Secretos, Rafael. Hay algo en concreto que descubrí muy joven, en medio de la construcción del ojo. Es una revelación tan fundamental que me resulta extraño que nadie antes la haya hecho pública, pero por eso es que está usted aquí, para que yo se lo cuente y usted lo escriba…Ahora que no estoy en peligro, quiero que todo el mundo lo sepa.

– ¿Cual peligro es ese?

– El único peligro fundamental, mi joven poeta. Me refiero a la muerte, naturalmente.

–Pero todos morimos, maestro–le respondí instantáneamente, sin pensar.

–Si… Me refiero a que ahora estoy a salvo de morir antes de tiempo. No dejo nada atrás, no me he perdido de nada. Estoy muy viejo. Ya he enterrado a quien he amado más, a mi esposa Estela–

Perplejo, pero consciente de mi deber; pedí explicaciones, le insistí gentilmente que ahondara. Pero el viejo maestro parecía absorto en sus pensamientos o paralizado en su melancolía. De pronto empezó a sonar música de piano que venía desde el pasillo. Por un momento pensé en si la música estaba en mi cabeza, pero comprendí que era su hija tocando el piano. El anciano sonrió melancólicamente y abrió los ojos otra vez para hablar.

–Es Mozart–dijo– esta pieza es bellisima, aunque ahora no recuerdo como se llama. Yo tenía 35 años cuando empecé a construir mi iglesia. Se podría decir que no era yo un muchacho, pero lo cierto es que sentía que aún tenía toda la vida por delante y los años venideros, que han sido sin duda los mejores de mi vida, así me lo han demostrado. Sobre todo por mi querida esposa, Estela. ¿Sabe usted que falleció hace un par de semanas? Es por eso que he decidido terminar la iglesia, mi proyecto de vida, mi obra maestra. A veces he tenido la sensación de que vivir no es más que la proyección y el levantamiento de un edificio extraño, en el que sin saberlo de manera consciente, todos los seres humanos desempeñamos un papel. Hay papeles de pequeña o gran relevancia, pero todos fundamentales, como cuando se construye un edificio de piedra. –el discurso del anciano arquitecto había cogido de pronto una vehemencia inesperada– Hay quien en su vida tiene la tarea de ser Napoleon, así como en el levantamiento de un edificio hay quien tiene la misión de poner los ladrillos. Solo que este edificio nunca está terminado, joven poeta. Y siempre, después de nuestra muerte, alguien nos sustituye. ¿Sabía usted, Rafael, que Mozart murió a los 35 años? Por supuesto que lo sabe. Si, murió bastante joven, a la edad que usted tiene, sin duda prematuramente. Pero él en parte fue el culpable, porque él antes de los 35 años ya era Mozart, ya había traído a la tierra sus creaciones ¡ya había incorporado a la historia experiencia humana sus sublimes composiciones! ¿Cómo no iba Mozart a morir si él ya había colocado su ladrillo? Es una cuestión de lógica: sencillamente él ya no tenía ningún cometido que lo atara al mundo. Pensará usted que yo estoy loco o que estoy filosofando nada más, pero esa simple conjetura elemental es la que me ha permitido vivir por tanto tiempo. Cuando prefiguré los planos de la iglesia me sentía cada vez más seguro que aquel proyecto sería la misión de mi vida. Lo supe de forma irrefutable, como si fuese una revelación divina… y tal vez lo haya sido– en este punto de la conversación Fulcanelli estaba claramente afectado por la emoción y hablaba con excitación creciente– ‘Noté que a medida que el proyecto progresaba, comenzaba a sentirme mal. Cada ornamento, cada puerta colocada y cada ventana, acrecentaban en mi una desagradable sensación física. El segundo médico que consulté me desahucio, me dijo que tenía un cáncer muy avanzado y los meses de vida que estimó para mi coincidían perfectamente con la puesta de la cúpula. De repente todo me pareció muy claro y decidí poner a prueba mi teoría. Sin gastar más tiempo ordené que cesara la edificación y llevándome los planos, partí con Estela a Turín, al norte de Italia. Las primeras semanas mi esposa y yo notamos que mi enfermedad no parecía extenderse, sino que había alcanzado un límite. Al cabo de los meses, mi enfermedad claramente retrocedió hasta que al término del primer año se replegó por completo. Ese fue un bello verano. No busqué ninguna explicación médica, pues sabía que el milagro era una trampa de la metafísica. Mi fortuna fue reconocer mi proyecto de vida, eso fue lo que me salvó. Ahora que mi esposa se ha ido, estoy listo para darle término. Muchas gracias por su tiempo, señor Rafael.

Me incorporé de inmediato, atolondrado. Y le extendí la mano.

–Muchas gracias, maestro –le dije honestamente conmovido– esta será sin duda la crónica
más importante de mi carrera como escritor.

–Entonces, si yo fuera usted, no la publicaría inmediatamente.

Lo demás, es historia.


Rafael Ruiz Medina es un escritor y poeta mexicano.

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Desde el diván

por Ivette Estefany Fernández Espinosa


Cada vez que sentía el rose de su pierna junto a la mía la piel se me ponía de gallina, un sudor recorría mi espalda y mis manos se humedecían, estudiaba cada una de sus facciones y mi corazón se estremecía… en esa época no podía apalabrar lo que sentía, sabía que era raro, nunca lo había visto antes ni en las novelas que mi abuela ponía a la hora de la comida, ni en nuestros paseos por el parque.

Tania tenía permiso de venir a casa cada 15 días, pasábamos horas planeando lo que íbamos a hacer, pero todo siempre terminaba en lo mismo, tomadas de la mano viendo una película de terror, era mi momento favorito ya que yo aprovechaba cuando ella gritaba de miedo para abrazarla y sentir su olor.

Constantemente me preguntaba ¿Por qué no me atraen mis compañeros del sexo masculino? Cada que llegaba un profesor de biología y empezaba con la cantaleta de que el hombre se debe casar con la mujer y reproducir me causaba nauseas, porque una mujer debía tener contacto con un ser tan arrogante y nauseabundo, lo que me llevo a confesarme…

Me acerqué a mi abuela mientras preparaba la cocina y le dije todo lo que sentía por Tanía, después de todo ese sentimiento ya había durado toda la primaria y secundaria, para ella yo era su mejor amiga y para mi ella era lo que yo más quería.

Siempre creí que mi abuela iba a entender, después de todo gracias a ella había tenido mis primeros acercamientos al alcohol y tabaco, siempre hablaba del liberalismo y que las mujeres debían ser la persona fuerte de la casa, pero no fue así… al escucharme me hincó de forma violenta y con un palo de escoba golpeo mis piernas hasta dejarlas dormidas y con poco funcionamiento, me dijo que a partir de ese momento iríamos a la iglesia todas las tardes y rezaría hasta que Dios me borrara esos pensamientos. ¿Dios? Me preguntaba yo, si lao que proclama es amor ¿Por qué yo no puedo amar a Tanía?

Pasaron alrededor de 4 meses, la iglesia se había vuelto una tortura, el padre se acercaba a mí, con sus manos jabonosas tomaba mi cabeza y rezaba un padre nuestro, me ponía agua bendita y le pedía en voz alta a Jesús que me salvara, que sería una cierva obediente, que yo estaba arrepiente de mis perjuriosos pensamientos.

Al no poder confiar en nadie decidí plasmar todo en un diario, después de todo ¿Quién se atrevería a leer lo que escribe una niña de 14 años? …fue una idea estúpida, pero bueno solo era una adolescente buscando inmortalizar el amor, para mi sorpresa mi madre aburrida, viviendo en soledad lo leyó…

…lloró durante 2 noches y al 3er día como Cristo cuando resucitó en ella nació una idea, visitaríamos mi primer hospital.

Al acercarnos al lugar comencé a sentir miedo, quienes eran estas personas babeantes, vegetales, despeinadas que se encontraban en esa puerta ¿A qué clase de hospital me trajeron? ¿Es tan malo amar a alguien? La psiquiatra se acercó a mi madre y con voz de preocupación le dijo que de acuerdo a la clasificación del DSM III (Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales) yo tenía un trastorno mental, no recuerdo el nombre especifico que le dio pero se me tachaba de volteada, descompuesta, rarita, finalmente  homosexual… mi madre decidió dejarme internada, durante ese mes recibí más pastillas de las que me puedo imaginar en conjunto con platicas de curación que me harían ser una persona normal ¿Normal? ¿Normal para quién?

Pasó por mí y en el camino me preguntó ¿Cómo te sientes? ¿Estas curada? … yo respondí que seguía amando a Tania, ella aparcó el coche y me golpeó, fue tan fuerte y tantas las veces las que lo hizo que me desmayé…cuando cobré consciencia estaba en la entrada de mi casa, con las maletas listas, decidió junto con mi padre mandarme a UTAH a un retiro espiritual y de buenos modales ¿Qué clase de estupidez fue esa?

Otro mes escuchando sobre dios, además utilizando faldas largas y aprendiéndome a comportar como una “Señorita”, tenía que aprender a cocinar para que mi esposo me amara, dar las gracias, sentarme bien, masticar bocados pequeños, rezar 5 veces al día, agachar la mirada cuando un hombre se acerara ¿En qué momento iba a parar? ¿Cómo podía escaparme de esa realidad tan horrible?

Pasé siguiendo órdenes, había perdido el contacto con Tania así que los siguientes años hasta llegar a la mayoría de edad decidí pasar desapercibida, fantaseando constantemente en que un día sería libre…

El día que cumplí 18 años comencé a salir con un grupo de amigas y así descubrí Zona Rosa, un lugar lleno de pequeños bares en la zona céntrica del Distrito Federal, la gente parecía más suelta, y despreocupada, dejé de usar faltas y me comencé a vestir como a mí me gustaba con camisas muy grandes, mezclilla y las famosas Dr. Martens, la gente me veía feo, pero no me importaba, claro que en mi mochila traía un vestido y zapatillas para que al llegar a casa nadie sospechara.

Llevaba una doble vida, a mis padres y su círculo les hacía creer que ya me había “Curado” pero cuando salía mi verdadera yo podía tener unas horas para mostrar su personalidad, preferencias y creencias.

Una tarde en un bar cerca de Reforma, una chica comenzó a mirarme, sonreía y bajaba pícaramente su mirada, así se mantuvo durante un largo tiempo la situación hasta que con una cerveza Tecate en la mano se acercó a mí, me dijo al oído que la acompañara afuera… sin pensarlo salí, tomó mi mano y me dijo que camináramos un poco, al llegar al final de la calle, bajo un árbol metió su mano a través de mi pantalón y comenzó a introducir sus dedos en mí, me besaba y yo solo disfrutaba ese placer nunca antes sentido.

Comenzamos a frecuentarnos y en cada rincón de la ciudad buscábamos llenarnos de caricias y besos… una tarde calurosa en Chapultepec, Lucia me dijo que me amaba, la emoción recorrió todo mi cuerpo y me llevó a besarla frente a una buena cantidad de personas, todos ellos comenzaron a aventarnos cosas, a gritar “pinches lenchas”… un camionero se detuvo al ver lo que ocurría y nos golpeó con un bate, el bochorno, los gritos, el bullicio de la situación hizo que llegara la policía, entrevistó a unos cuantos y  sin pensarlo nos llevó al MP, los cargos no me quedaron claros pero era algo así como exhibicionismo en vías públicas, violencia con arma blanca, alcoholismo, etc.

Ahí encerradas en los separos, con miedo, fuimos agredidas nuevamente ahora por la policía, “Te la voy a meter toda para ver si así te haces mujer” “Estás marranas recibirán su castigo” “Deberían estar aprendiendo a cocinar”

….

Ahora tengo 40 años, estoy sola, triste, abandonada por mi familia y lo único que me pregunto es ¿A quién tengo? Claramente Dios si es que existe nunca estuvo conmigo, la sociedad no aguantó a dos mujeres que se aman, mi familia me puso al olvido para no convivir con una anormal, ¿Cómo puedo vivir con tanta angustia? ¿Cómo puedo aceptarme a mí misma si los demás no lo hacen?

¿Quién creo estas leyes que no permiten a la gente ser lo que se es? ¿Quién me dejó sufrir tanto? ¿Quién me ayudará a encontrar nuevamente un camino? ¿Seré algún día una buena mujer? ¿Dónde está ese dios que en su reino y en las leyes de la tierra castiga?


Ivette Estefany Fernández Espinoza es licenciada en Criminalística, trabajó como perito en Criminalística de Campo en la Fiscalía de la CDMX,  ha impartido cursos de Cadena de custodia y Procesamiento del lugar de los hechos. Actualmente estudia de Psicología en la Universidad del Claustro de Sor Juana y es practicante en COAPSI.

Muerte natural / Infarto al miocardio

por Osiris Gaona


 —Buenas noches, Quijano, perdone que lo interrumpa a estas horas de la madrugada. Se trata de uno de esos casos que se llaman de “muerte natural”, quizá le gustaría atender a este cadáver, entiendo que fue su profesor….

°°°

—¡Pero qué mierda es esto!  Quijano, límpiele bien ahí, carajo. Qué le he dicho de hacer cortes limpios para evitar la porquería. No le tenga miedo al bisturí y menos en estos pobres, que ya están bien fríos.

—Lo siento, maestro, le juro que seguí sus instrucciones.

—¡Lo siento, maestro; lo siento, maestro, ¡va!  Pinches mocositos burgueses. Cierre el pico y sirva de algo, Quijano, vaya leyéndome el expediente a ver si eso sí puede.  A ver si alcanzo una torta de bacalao siquiera, ya el brindis y los abrazos valieron madre.

—Matías Espejel Peniche, edad 53 años, soltero, esquizofrenia o similar. Aquí, maestro, tiene una nota rara.

—Rara, rara, pues, qué dice, Quijano.

— “Tratar el caso con prudencia, hijo del coronel Espejel”.

—Mmmmmta, ya salió el peine, este favorcito les va a costar, Quijano, les va a costar. Sacarme en pleno brindis, y más que estaba con la Aurorita.  A ver préndase la grabadora.

—Sí, maestro.

—Cavidad oral normal, salvo un tufo penetrante a petricor, característico de la tierra mojada. El cuerpo no presenta indicios de maltrato, la rigidez post mortem corresponde a la hora que se registra la muerte. Delgadez extrema. Ojeras pronunciadas. Color de piel amarillento similar a los enfermos con tratamiento de quimioterapia. Movimiento inusual en la cavidad intestinal…. Quijano, detenga la grabadora y acérquese. A ver, mire bien y descríbame lo que ve ahí donde apunta mi dedo.

—M m m aestro…

—Qué Quijano, por qué pone esa cara, dígame lo que ve sin miedo.

—Fluidos no pertenecientes a los seres humanos, partículas similares a heces fecales, pues no sé, maestro, parecen de ratón, murciélago o algún mamífero pequeño. El hígado presenta unas muescas en forma de luna.

—Qué más ve ahí, Quijano, mire bien, ¿Qué cree que son esas muescas con ondulaciones?

—Yo diría que son pequeñas mordidas, pero, en el hígado y riñones es imposible

—Bien, Quijano. Lo mismo pensé, creí que el vinito espumoso se me había trepado, nomás de acordarme de la Aurorita, carajo, maldito Espejel. ¿Usted no tomó o sí?

—Cómo cree, maestro, estoy de guardia y soy cristiano.

—Ya decía yo, no desperdicie su vida, Quijano, con santurronerías, al cabo todos acabamos así como este wey, que sabrá Dios qué demonio se le habrá metido.  Esto que acaba de ver no lo repita, Quijano, si no quiere que lo saquen de aquí con camisa de fuerza. Ciertamente, la muerte de este tipo es un caso para expediente secreto, pero se trata del hijo del coronel, habrá que poner que es una muerte natural. Ahí busque entre sus librillos o métase a la red a ver qué chingados encuentra, algo tranquilo, ya sabe, un paro al miocardio, común a los cincuenta. Ahí le encargo el changarro, limpie todo y que pase la noche tranquilito. Piense qué diablos podría haber pasado. Mañana lo discutimos.

°°°

—Soy Matías Espejel, doctor.

—¿Qué pasa, Matías?

—Lo de siempre, doctor Hernández, ese dolor intenso en el costado derecho, a la altura de la cintura y los riñones, cada vez se incrementa más, Doctor.

—Pero si ya hemos hecho todas las pruebas de orina, sangre, ultrasonidos, y no hemos encontrado nada.

—Me están comiendo por dentro, entiendo que me vean como un bicho raro, piensan que estoy loco, estoy seguro, doctor, siento movimientos en mi intestino esas criaturas. Recorren mi cuerpo siguiendo los laberintos de mis entrañas, las mordidas y el dolor se incrementan en la noche, en el silencio, no puedo dormir. Me veo en el espejo y no me reconozco, esas ojeras negruzcas me hacen parecer un paquidermo. Se lo juro, doctor, los he escuchado comunicarse con esos sonidos guturales y siniestros de los animales que entablan un diálogo aterrador. Acaso usted nunca ha experimentado la mordida de un gato o un perro; algo similar siento de manera constante. Evidentemente sus mandíbulas deben ser pequeñas para morderme por dentro.

—Matías, entiendo perfecto lo que me ha dicho, sin embargo, soy hombre de ciencia no puedo hacer más sin evidencias palpables. Le sugeriría que regrese al psiquiatra.

—No estoy loco doctor. Le digo lo que siento. Usted cree que no me gustaría sentirme bien, despertar un día sin este dolor, poder dormir, tener una vida normal. Con todo lo que pasa Teresa se llevó a mis hijos y vivo solo con los malditos seres nocturnos.  Odio la compasión de mi padre, el coronel del ejército que se avergüenza de su hijo débil. Lo que más me duele es que duden de mi salud mental. Estoy harto de que me miren con compasión asquerosa. Haga algo doctor, algo debe existir, no debo ser el único ser que le haya pasado esto.

—Lo entiendo y lo lamento, dese una vuelta mañana por el consultorio y lo revisaremos nuevamente, algo haremos.

—Gracias, doctor, gracias.


Osiris Gaona Pineda. Nació en 1969. En Ciudad de México, Tlatelolco. Es bióloga egresada de la Facultad de Ciencias, UNAM. Ha trabajado por 20 años en el Instituto de Ecología, UNAM. Su experiencia se centra en la Conservación y Manejo de Vertebrados. Mención Honorífica y cándidata a la medalla Alfonso Caso en Doctorado en Ciencias Biológiccas.

Realizo el diplomado en la SOGEM con mención honorífica en la segunda generación en línea marzo-agosto 2022. Recientemente publicó su primer libro Señora de la noche, microrrelatos presentados en la Biblióteca Central Manuel Cepeda Peraza. Ha publicado un par de cuentos en Aquitania ediciones, en Mujeres en el Enjambre, en la Nigüenta que cuenta programa de Costa Rica ha relatado sus cuentos.

Poesía y patrias: Carlos Calero

Sobre la cabeza de un perro

Tu memoria respira olores sagrados, grises, turbulentos; olores insatisfechos por el
derribo donde anidan palomas hojalateras, palomas vende ropa y helados. En los techos
viven reptiles sastres que visten corbatas y gabanes. Los insectos observan la infidelidad
de las amapolas. La casa de tu memoria amanece, no cambia de ropa, de penumbra ni
los sueños; no se peina con un espejo; no se lava el rostro ni usa collares de ballenas en
su cuello; no limpia telarañas ni exhala vapor de arroyos. La vida es atrapada por el
misterio, entre jardines y respaldos de las sillas, para que la casa espere a los viajeros,
cuando no ven más que un horizonte sobre la cabeza de un perro.

Ecología

No jugamos las cartas ni dados frente al manto de la muerte. Anunciamos el sepulcro.
¿Y la ardilla, el perezoso, las larvas, las crías de águilas vírgenes? En el bosque existen
tumbas culpables. El canto migra a los pájaros para que retornen. Nos bajan y quitan los
clavos. Trasladan muerte a las arboledas. Sabemos que ninguno pondrá sus talones en el
paraíso sin perder la honra ni la memoria sagrada de la selva.

¿Ahora qué falta?

No hablemos de ruinas. Echa bulbos el tiempo, acumula frío el recuerdo entre senderos
de piedras, árboles y sombras que reniegan del espejismo. No existe otro camino. La
infancia soy yo. Veo entrar a la muerte, con luciérnagas y aldeas de tierra. Un
camposanto en Masaya es el destino. Mi voz habla de tripulaciones que caen de los
ataúdes. Y entonces pregunto: ¿Ahora qué falta?

Victoria

No he descifrado la sandalia de tus sueños.
Decilo con el corazón sobre la tierra o la sangre de los santos mendigos.
Esta verdad, como una manta, cubre mis ojos.
Quiero escarbar las grietas que crujen.
Tus ojos solo ven ruinas de estatuas, no encuentran a los amantes.
Que no me nieguen tu sacrificio feroz por los muertos
ni la virtud esencial de los inocentes.
El silencio te hace fuerte.
Que se levante el amor con su canto y el océano.
Pretendo una canción de tribu y nieve en las montañas.
No sé si confiar en la soledad, las caravanas o éxodos, o los sepulcros
y conquistas de quien muere si ama.
Desconozco el instante de tu gloria.
Hubo un idioma, hubo profecía en el arbusto con llamas
y la hojarasca del risco sagrado.
Las palabras son mi destino.
Huye, muerte, lejos de nuestros hijos,
no intentes invadir sus sueños.


Nicaragua, 1953. Se naturaliza costarricense. Fue docente en secundaria y la universidad. Gestor cultural. Ha publicado en poesía: El humano oficio, La costumbre del reflejo, Paradojas de la mandíbula, Arquitecturas de la sospecha, Cornisas del asombro, Geometrías del cangrejo y otros poemas, Las cartas sobre la mesa. Antología Generación de los Ochenta. Poesía Nicaragüense. Ganó la convocatoria del Centro Nicaragüense de escritores con su libro El humano oficio. Mención de honor en el Concurso de Poesía Leonel Rugama. Una plaquete Muerden Estrellas. En el 2021 publica Hielo en el horizonte, con la Editorial El Ángel Editor. Ha sido publicado en revistas como Carátula, Altazor, Nueva York Poetry Review, Círculo de Poesía, El Hilo Azul, Andrómeda, Isla Negra y otras. Ha sido invitado a múltiples festivales de poesía en Centroamérica; Primavera Poética de Perú, Bogotá y Paralelo Cero, Ecuador.

La literatura estridente en «Los bajos mundos» de Francois Villanueva Paravicino, por Julio Buitrón

Por: Julio Buitrón (Premio Caretas de las Mil Palabras)

Si tuviera que definir la literatura de Francois Villanueva, diría que es una literatura estridente. Estridentes son sus personajes, sus historias, sus escenarios, hay una ambientación que hace sentir a la selva de trasfondo, el río Apurímac, el Vraem y los Bajos Mundos. Ya en su primer libro de cuentos encontramos estas circunstancias y personajes que se tornan violentos, alegres y trágicos, como si la escritura a nuestro autor lo divirtiera y lo angustiara, de ahí una violencia moderna (con espíritu de cómic o anime en pasajes que hacen recordar a las películas de Tarantino: la minimalista, prolongada, ambiciosa, pelea a vida o muerte de Rhino contra sus asesinos) en medio del día a día en las zonas recónditas y urbanas de Ayacucho y por ratos Lima, pues esta novela se expande del Vraem al Perú (centro-sur) como si de otro Tahuantinsuyo se tratara, una cotidianidad que no solo es estridente, pues parece mágica, un escenario en que sobreviven los mitos urbanos y los de antes del arribo de los españoles, por ello, en esta novela los capítulos son más bien estampas.

Capítulos que se subdividen y conforman esta serie de historias que, por momentos, también se pueden leer como independientes, a riesgo de perderse de alguna intriga de Los Dragones y otros retratos-historias que a la par se van desarrollando, en especial, una que nítidamente se destaca y perfila ya casi al final, cerrando con broche de oro esta comedia humana cuyo reparto se compone de actores a los que, al igual que Dostoievski y C. E. Zavaleta, caracteriza una hipersensibilidad a flor de piel (asesinos, prostitutas, curas enloquecidos, narcotraficantes, senderistas, tribus selváticas, adolescentes camino a la adultez, pobladores comunes), que es la historia de un escritor, su vocación y su locura: la cima de esta novela en la que la disección de una enfermedad mental no es nada complaciente, sino que nos golpea por aterradora, oscura, terrorífica; de esta manera, este libro dialoga con diversas vertientes de la tradición de la narrativa peruana, bebe de referentes muy diversos para convertirse en una literatura urbana, regional, de aventuras, metaliteraria, detectivesca, narcoterrorista, de la violencia.

De todas estas fuentes bebe Francois Villanueva para trasladarnos a un mundo con personajes vivos. Con gran dominio del diálogo, retrata una coloquialidad que convierte a esta novela en coral, porque en ella los sucesivos personajes se dan la posta de la narración y así nos vamos enterando de sus peripecias y desdichas, estos diálogos son tan reales, verosímiles (en su dramatización) y encantadores como los que encontramos en Vargas Llosa, quien en sus inicios quiso ser dramaturgo.

De esta suerte, Francois Villanueva continúa con su tema: retratar a un Vraem que parece irreal, pero que existe porque está en los mapas, al contrario de la fórmula de Melville, un pueblo que cabe perfectamente en la tradición forjada por Rumi, Comala, Macondo, Santa María, Villaviciosa, o también el pesadillesco Chimbote de Arguedas en los Zorros. Esta obra que en muchos momentos se entrevera, debido al estilo estridente, también es una novela de iniciación en la que se advierte al principio una historia que avanza a trompicones para luego ganar en soltura; es decir, la estridencia la ha naturalizado el lector a partir, entre otras cosas, de una prosa más fluida, armoniosa[1]. Siendo, de igual modo, una novela de iniciación en la que este desfile de destinos sin rumbo, nihilismo alegre, vital, jocoso, pantagruélico (Bryce o Gregorio Martínez), de una juventud a la deriva, se emparenta –¿un diálogo involuntario como decía Borges que ocurría cuando la genialidad crea a sus precursores?– a la aleatoriedad de los capítulos de Al final de la calle o las primeras novelas de Jaime Bayly (No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo).

La tradición nos empuja (Hegel) de estos jóvenes limeños desencantados y aburridos de inicios de los noventa a los jóvenes de este siglo de internet y pobreza, y entre todas estas historias satelitales se consolida la amistad de una pandilla de adolescentes que se vuelven hombres. Los únicos ausentes en esta novela son los millonarios. Ese rincón privilegiado es el único inaccesible, pero la presencia de un poder opresivo está ahí, algo que se refleja en el prostibar El Refugio, uno de los burdeles de los Bajos Mundos. Otro moridero (Salón de belleza). Un mundo de rocola con música chicha, cumbia y boleros, donde precisamente se ha ido a refugiar Celia Camelia, la protagonista de la otra historia principal, la de un (des)amor rocambolesco y funesto que tuviera ella con Fidel Larco Astete, esta especie de vaquero que va en rescate de su amada, la que se ha convertido en prostituta, madre soltera. Suena a chiste y es trágico al mismo tiempo. De este punto pasamos a una exposición que alcanza niveles regionales que, en cuanto a técnica, hace recordar al fragmentarismo de Ciro Alegría[2], una estética que luego Vargas Llosa (una desmesura abarrocada de la que vuelve con La tía Julia y que luego afianzará en los ochenta para rematar con ese invaluable testamento total que es El pez en el agua) revolverá como un cuadro de Pollock.

Si tomamos en cuenta, por último, otra particularidad que hace de Los bajos mundos (Editorial Apogeo, 2021) un muestreo de la amplia gama que ofrece la contemporánea tradición peruana[3], Francois Villanueva elige a Los Dragones como sus antihéroes (posteriormente esta candidez se pierde en la criminalidad del mundo adulto), pandilla de muchachos que podemos rastrear en Congrains, Reynoso, Vargas Llosa, Gutiérrez y los nada criminales, pero muy alegres sanisidrinos de Bryce Echenique, o los arguedianos de Los ríos profundos[4]. Pues si Vargas Llosa lamentó que cuando él empezó en el oficio se consideró un huérfano por no tener a nadie a quien tomar como padre-referente de la novela peruana, salvo Ciro Alegría, ahora no podemos decir lo mismo de nuestros titanes novelescos que para el Perú vendrían a ser lo mismo que fueron Stendhal, Balzac, Flaubert, Zola (Proust es Dios) para los franceses. Como se ve, para enriquecer a nuestra tradición se necesita de algo más que talento.

Los bajos mundos, primera novela de Francois Villanueva, joven a todas cuentas, nutre y pertenece a la tradición narrativa peruana.


[1] François me confiesa que la novela la empezó en la secundaria.

[2] El recurso de un pueblo de telón de fondo está presente tanto en Los perros hambrientos como en los escenarios selváticos de La serpiente de oro, una novela de la que el ciego Borges se sabía de memoria el primer capítulo.

[3] La transformación de la provincia y la vida de sus pobladores por la irrupción de la modernidad es otro tema caro a Los Bajos Mundos y a nuestra tradición.

[4] La narrativa peruana tiene a la juventud como su protagonista favorito, y podemos mencionar así tanto a La casa de cartón, como a Ribeyro y Rivera Martínez.

Novela: Los bajos mundos (Editorial Apogeo, 2020).
Francois Villanueva, autor de la novela Los bajos mundos

Sonata de Rakhmaninov

por Sherzod Artikov
traducido al inglés por Nigora Mukhammad
traducido al español por Dimarys Águila


Nilufar estaba encantado. Finalmente, sentada frente al piano pudo tocar la sonata de su compositor favorito sin partitura y sin equivocarse en ningún lado. Esta situación fue una noticia muy emocionante para ella. Porque no había podido hacerlo durante semanas, y no importaba cuánto lo intentara, sus esfuerzos fueron en vano. Al final, su incansable y duro trabajo valió la pena.

Ahora puede interpretar fácilmente la famosa sonata «re-menor» de Rakhmaninov en un programa de primer concierto largamente esperado sin una partitura. Según esta sonata, ya no necesita una partitura. Pensando en esto, estaba extremadamente feliz y emocionada. A veces iba a su piano rojo, a veces miraba la foto de compositores colgada en las paredes de la habitación y caminaba de un lado a otro. Incluso quería bailar de puntillas como una bailarina. Pero se avergonzó y cambió de opinión. Si sus gemelos hubieran estado allí, sin duda los habría abrazado, besado sus caras y compartido su alegría con ellos. Desafortunadamente, están en un internado de fútbol. Llegan el fin de semana. Lo lamentó. Quería compartir su alegría con alguien mientras preparaba la cena. No pudo contenerlo. Probablemente por eso miraba a menudo el teléfono negro en el estante del pasillo. Después de un rato, llegó al teléfono. Lo cogió y marcó los números requeridos. Luego se restableció la conexión y se escuchó una voz familiar en el receptor.

–Estoy en una reunión.

–¿Vienes a casa temprano hoy? –Ella dijo, encantada, sin importarle que su esposo esté en la reunión.

–¿Qué pasa? –Preguntó sorprendido su marido.

–Todo está bien –continuó ella, tratando de calmarlo al amanecer. –Si vienes, te lo diré. Ocurrió un evento maravilloso–.

–Está bien, me iré–.

La voz de su marido dejó de sonar. Supuso que la conexión se había perdido. Aunque estaba un poco molesta por esa situación y volvió a colgar el teléfono por la frustración, recordó su éxito nuevamente y estaba de buen humor. Sonrió con satisfacción mientras se miraba en el espejo colgante en el pasillo.

Nada ni nadie podría lastimarla en este momento. Porque había logrado un gran éxito por sí misma. Hasta ese día, solo podía interpretar la sonata de Beethoven dedicada a Eliza, los valses de Brahms y dos o tres de los pequeños nocturnos de Chopin sin partitura. Pero eran composiciones musicales breves que cualquier pianista aficionado podía interpretar. No requirieron entrenamiento o talento extra. La sonata de Rakhmaninov, por otro lado, era más larga y compleja en estructura, y si se descuidaba la atención a estos dos elementos, confundiría a la intérprete y la obligaría a cometer un error. Incluso cuando se realiza con una partitura.

–¿Qué pasa? –dijo su marido.

Había cumplido su promesa y regresó temprano del trabajo. Nilufar lo vio y aplaudió con alegría. Se imaginó que el día del concierto vendría de la misma manera –bellamente vestida y con un ramo de flores en las manos. Y estaba encantada de pensar que este sueño pronto se haría realidad. Con esos pensamientos, tomó gentilmente la mano de su esposo y caminó hacia la habitación donde estaba el piano. Entró en la habitación y acercó la silla marrón al piano. Ella le pidió a su esposo que se sentara en ella. Su marido, que no entendía nada, se sentó impotente en la silla. Se detuvo frente al piano.

–Tocaré la sonata “re-menor” de Rakhmaninov sin partitura –dijo, sentada en una silla. –¡Escucha cuidadosamente!

 Apuntó con el dedo índice a su marido como una niña, con las mejillas enrojecidas por la emoción. Luego se puso el dedo delante de la nariz y en tono de broma le dijo: «tss» a su marido. Luego empezó a tocar la sonata sin partitura. El misterio de la música, que durante siglos ha sacudido el corazón del ser humano, la consoló y la hizo feliz, encarnó su amor puro y su odio doloroso, se extendió silenciosamente por toda la habitación con la ayuda del piano. Esta vez, la melodía encarnaba los recuerdos del pasado en el corazón humano. La sonata siempre le recordó su infancia. Cuando era estudiante en el conservatorio, cuando estaba incluida en su programa personal en varios concursos, cuándo y dónde actuaba, recordaba su infancia. Fue lo mismo hace un rato y ayer. Es lo mismo ahora. Movería sus dedos largos y delgados sobre las teclas blancas y negras y las tocaría en plano. Y los dulces recuerdos de una infancia lejana, feliz y despreocupada vinieron a la mente uno tras otro. Envolviendo un pañuelo blanco alrededor de la frente de su madre y horneando pan caliente en el horno, su corazón se hundió por un momento como preludio de los recuerdos. Cuando era niña, su madre siempre horneaba pan en el horno los domingos. Llevaba una canasta que era más grande que ella y no podía moverse cerca de ella. Después de tostar e hinchar los panes, su madre los cortaba y los arrojaba a la canasta. Y los esparcía para que el pan se enfriara más rápido. Mientras tanto, se pondría los conmovedores empapados en leche del enano en el bolsillo de su chaqueta, tanto cálida como secretamente. Después de eso, asfixiaba a los conmovedores en el agua del arroyo que fluía por las calles y disfrutaba comiendo las tortas apoyadas en el albaricoquero. Cuando la sonata llegó a la mitad, el recuerdo de su infancia cobró vida aún más vívidamente. He aquí, ella está tocando el cable podrido en la calle y devolviendo los números. Es pequeña, como una ardilla. Su pelo es rubio. Incluso entonces, todos la llamaron «rubia». Ella estaba contando números sin parar, y sus compañeros se escondían en diferentes lugares en este momento. Después de un tiempo, los estaba buscando por todas partes. «Berkinmachoq»1, suspiró, sus manos, que se movían constantemente sobre las teclas, de repente se debilitaron.

Los días de verano no venían de la calle, ignorando las cerezas que su padre le colgaba de las orejas y agitando su cabello, que su madre trenzaba como ramitas de sauce. Ella era mucho más juguetona. Si nieva en invierno, sería un día festivo para ella. Ella haría un Papá Noel con los niños en medio de la calle o jugaría bolas de nieve con diversión sin fin. Hasta la noche, conduciría el trineo que su padre había traído.

Poco después, fue a la olla de un tío, que estaba vendiendo nisholda2 al comienzo de la calle. Cuando era niña, durante los meses de Ramadán, ese tío siempre llenaba su taza con nisholda. Cuando llegó a casa, estaba lamiendo la parte superior de la nisholda con el dedo. Tendría una muñeca sucia en brazos y zapatos con agua en los pies. «Hubiera sido tan dulce el nisholda», dijo casualmente. Luego recordó los días en que iba a todas las casas con los niños en las calles las tardes del mes sagrado y cantaba la canción del Ramadán.

Hemos venido a tu casa diciendo Ramadán,

Que Dios te dé un hijo en tu cuna…

Cantaban esa canción. Aquí, recordó. La canción fue larga. Desafortunadamente, solo recuerda el comienzo. Así es como empezaría. Lo dirían junto con los niños. Niños y niñas cantaron canciones de Ramadán al unísono, extendiendo un largo mantel en sus manos. En la puerta de cada casa… Gritando… Los vecinos a veces daban dinero, a veces dulces, frutas y pronto el mantel se llenaba con lo que habían dado. Luego, sentados en una piedra al comienzo de la calle, los niños distribuían uniformemente los artículos reunidos en ella. A menudo le daban galletas con trocitos de chocolate y manzana. Los niños se llevaron las monedas.

Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras terminaba la sonata. Se dio cuenta de que era una niña abandonada y que extrañaba mucho a sus padres muertos. No ha pasado mucho tiempo desde que sus padres murieron. De hecho, lo que le enseñó a memorizar la sonata no fue su habilidad, sino la nostalgia de su infancia. Eso pensaba ella. Últimamente había estado interpretando mucho esta sonata y con pasión porque extrañaba la extrañaba. Esta fue también la razón por la que decidió dar un concierto como artista autónoma. Probablemente, Sergei Rakhmaninov también extrañó su infancia en los Estados Unidos durante sus años de exilio. Por eso la ha interpretado muchas veces en giras por ciudades americanas y ha recibido aplausos. Merecía reconocimiento. Miró a su esposo interrogante después de tocar la pieza. Había una pregunta en sus ojos. La pregunta no era «¿Lo hice? ¿Actué bien?»; la pregunta era, «¿También te acuerdas de tu infancia?”. También quería contarle sobre su primer concierto la semana entrante en la Casa de la Cultura de la ciudad. Su marido la ignoraba. No había interés en que la sonata le avivara sus recuerdos, o su cabeza estaba ocupada con pensamientos ansiosos.

–Toco la sonata sin una partitura –dijo con la cara abierta porque su esposo no hablaba. –Quería decirte eso. También quería decirte que la semana que viene será mi primer concierto en la Casa de la Cultura–.

Al escuchar sus palabras, su esposo se puso de pie como un hombre desesperado. Se acercó a ella, rascándose la frente y aflojándose la corbata.

–Odio ese hábito –dijo, presionando las teclas del piano una o dos veces como para divertirse. –Siempre me molestas por cosas triviales. Aquí está hoy. Debido a este trabajo, no podré asistir a la presentación de nuestro nuevo producto esta noche. ¡Me estoy perdiendo un evento así, desafortunadamente! –

Nilufar suspiró y se mordió los labios con fuerza. Ella susurró como «Ojalá estuvieran sangrando», no quería soltar los labios entre los dientes. Luego se rio con sarcasmo en su cabeza y cerró el piano con indiferencia. Le temblaron las manos y los labios inyectados en sangre. Su esposo negó con la cabeza cuando vio que ella estaba en silencio y caminó hacia la puerta.

–Por cierto, –dijo y salió por la puerta. –Tengo que irme por la mañana. Habrá una boda en la casa de nuestro gerente general. Así que plancha mi traje gris. Ha estado en el estante durante mucho tiempo sin haber sido usado. Puede estar arrugado. –

Involuntariamente, Nilufar miró a su marido con tristeza. No había rastro de la alegría que llenaba su corazón. No quería levantarse, no podía moverse en absoluto, como si tuviera una piedra atada a las piernas.

–Lo plancharé antes que termines de comer –dijo con la voz quebrada.

Así que cerró los oídos con fuerza. Con eso, trató de no escuchar los sonidos que zumbaban en sus oídos. Pero fue inútil. Las voces felices, impecables y despreocupadas de ella y los niños, que habían permanecido bajo su oído como un niño, no se fueron.

Hemos venido a tu casa diciendo Ramadán,

Que Dios te dé un hijo en tu cuna…


  1. Berkinmachoq. Es un juego que los niños esconden y un niño tiene que buscarlos.
  2. Nisholda. Es un dulce que se elabora en el mes de Ramadán.

Sherzod Artikov nació en 1985 años en la ciudad de Marghilan de Uzbekistán. Se graduó de Instituto Politécnico de Ferghana en 2005 año. Sus obras se publican con mayor frecuencia en prensas interiores republicanas. Principalmente escribe cuentos y ensayos. Su primer libro «The Autumn’s symphony ”se publicó en el año 2020. Es uno de los ganadores del concurso literario nacional «Mi región de la perla» en la dirección de la prosa. Fue publicado en Rusia y Ucrania. revistas de la red como “Camerton”, “Topos”, “Autograph”. Además, sus relatos fueron publicados en las revistas literarias y sitios web de Kazahstán, EE. UU., Serbia, Montenegro, Turquía, Bangladesh, Pakistán, Egipto, Eslovenia, Alemania, Grecia, China, Perú, Arabia Saudita, México, Argentina, España, Italia, Bolivia, Costa Rica, Rumania, India, Polonia, Guatemala, Israel, Bélgica Indonesia, Irak, Jordania, Siria, Líbano, Albania, Colombia y Nicaragua.

Descubriendo la calle del encanto del trovador menesteroso, por Alex J. Chang

Reseñamos el relato “El Trovador Menesteroso de la calle del encanto”

Por: Alex J. Chang

Mis primeras impresiones

El Trovador Menesteroso de la calle del encanto nos narra sobre las peripecias de César Vallejo y Georgette en su viaje —debido a una persecución política— de Paris a Madrid, de Francia a España.

Vemos como Georgette, esposa de César Vallejo, se muestra como una mujer abnegada, desinteresada que no le interesa los lujos; ni siquiera comer ni tener vivienda disponible. Es, a mi juicio personal, muy conmovedor. Las sugerencias que el autor brinda, con una prosa poética, nos conmueve dando martillazos a nuestros espíritus.

Es una historia hilvanada con sentimientos humanistas que se descargan desenfrenadamente, pero, que, el protagonista, César Vallejo, intenta disimular sus problemas económicos y sus emociones; nunca se lo muestra o dice a los demás, menos a Georgette. Entonces, vemos escena tras escena un cuidado manejo de la cámara y la fotografía; todo esto es posible gracias a la maestría de un exquisito cineasta: Fernando March, autor de este magnífico relato extenso.

Ni que decir del uso del contexto en favor de la historia narrada: las primeras décadas del milenio mil novecientos. Una historia que mantiene la coherencia entre el espacio y tiempo, inclusive en los lenguajes empleados: el idioma francés empleado en Francia, y fuera de ella, cuando conversa con Georgette, nativa de aquella tierra de Rimbaud; y el uso del español catalán muy empleado en España. Desde este aspecto técnico, el autor ensambla muy bien el contexto de tiempo, espacio, y lenguaje.

Viaje al fabuloso universo de La Calle del encanto

Al comenzar nuestra lectura nos ubicamos en Francia —antes de su viaje a Madrid, y a la famosa calle española: La Calle del encanto- vemos como nuestro poeta esta pasando apuros por su forma pensar, por su filosofía, su visión de la vida: un marxista creyente en Dios, en la humanidad. Para el poeta, Vallejo, es posible que la filosofía se relacione con Dios, y no sean antagónicas. No obstante, esto no es comprendido ni por sus propios camaradas del partido marxista ni por sus propios enemigos; ambos lo ven como un bicho raro. Ante estas circunstancias la justicia francesa le da un ultimátum para retirarse del país de Flaubert. Sobre esto, aquí cito un fragmento del relato de Fernando March: “Él es un comunista romántico que cree en la posibilidad de que Dios ayude a Marx a construir su paraíso proletario en la tierra…”, dicho por un policía francés quien interviene al autor de Trilce; sucedido en la estación de Quai de Orsay.

Ante esto, el poeta y su amada Georgette, huyen de aquel infortunio que los persigue y los seguirá persiguiendo hasta sus últimos días de existencia.

En Madrid, Vallejo espera una mejor vida: alejada de los malos tiempos que arrastra desde su tierra natal: Perú. Sin embargo, será una utopía regresar a Perú.

Para sobrevivir, Vallejo tuvo que buscar empleos por toda la ciudad: intentaba postular a empleos como periodista en los diversos diarios españoles. No tuvo suerte. Es ahí, entonces, que crea su propia épica, su propia fantasía, en el cual huye de su mediocre realidad: La calle del encanto. Cualquiera que preguntará y/o solicitará saber la dirección del poeta de Santiago de Chuco, siempre él respondía: La Calle del encanto. Es una quimera que nos encumbra a sus ilusiones más descabelladas; un lugar donde todo es posible. Vallejo agobiado de su tragicomedia, se encierra en su soledad, en su miseria, en La Calle del encanto.

Influencias literarias

No cabe duda que el autor conoce a profundidad la vida y la obra de César Vallejo; sobre todo, su poesía. Sabe interpretar el sentir de cada palabra escrita por el autor de Poemas Humanos. Por lo tanto, en Fernando March vemos una marcada influencia del autor de Los heraldos negros.

Otra referencia consultada por el autor fue el diario gráfico Ahora, año 1931, Madrid, España. Esto sirvió para conocer el contexto histórico en el cual se desarrolla “El Trovador Menesteroso de la calle del encanto”. Entonces, vemos una lectura minuciosa de la realidad que enfrentó Vallejo y Georgette.

Detectamos la lectura de 114 Cartas de César Vallejo a Pablo de Abril de Vivero; así, y de esta forma, sirve de conocimiento para aclarar el contexto histórico; permite complementar la información sobre lo dicho por el diario gráfico Ahora.

Por supuesto es notable la huella de Gabriel García Márquez; gracias al maestro Gabo enriquece su prosa poética. Asimismo, la influencia de otros grandes poetas: Pablo Neruda y Gabriela Mistral.

Por último, y no menos importante, se resalta una furtiva lectura de los libros del distinguido vallejologo peruano Miguel Pachas Almeyda.

Palabras finales

Por alguna razón, ganó, en el año 2019, el Segundo lugar en el Concurso de Relato Breve Internacional Premio Angels Fortune. Y las razones ya los he dicho en esta reseña/ensayo sobre el relato El Trovador Menesteroso de la calle del encanto.

Hasta el momento ha obtenido buenos comentarios de sus lectores y de la crítica. Un punto crucial en el cuento es el hecho de la perdida del embarazo de Georgette, y cómo este afecta/distorsiona el equilibrio mental/emocional del poeta César Vallejo. Coincidimos con lo dicho por Carloz Montero, publicado en la web Libre e independiente, en Julio de 2020.

“La consumación del cuento llega con un evento inesperado: la pérdida del embarazo de Georgette. Sobre esto último muy poco se ha dicho.  Y cuanto se ha dicho ingresa en el terreno de la especulación amarillista. Fernando March elabora una historia en base a los mejores sentimientos del poeta, a su amor por la humanidad que se congrega allí, en el amor por un niño que no le conoció y con el cual decide dar cumplimiento al mensaje, que él descubre, en el relato de la mesonera vizcaína.” ( https://libreeindependiente.com/comentario-el-trovador-menesteroso-de-la-calle-del-encanto-de-fernando-march-por-carloz-montero/ )

Para finalizar, el lector al leer este relato conocerá un poco más al poeta universal del sufrimiento, el vate César Vallejo. De inmediato se sumergirá en una historia que nos llevará a los sentimientos más íntimos de la humanidad. Además, la portada deslumbra desde el primer vistazo: unos colores vivos de una ciudad madrileña que corre a raudales relumbrado en una noche cálida.

Ficha Técnica:

  • Autor: Fernando March
  • Páginas:37
  • Editorial: Angels Fortune editions (Barcelona, España)
  • Año 2019

Título disponible en Buscalibre:

https://www.buscalibre.pe/libro-el-trovador-menesteroso-de-la-calle-del-encanto/9788412121261/p/52389338?fbclid=IwAR3MTRVswpcN8xLoZIeQm96E5kEExDw9xtVKTB9A2tfpCftuQVrXlSLIJps

Título disponible en Todostuslibros.com:

https://www.todostuslibros.com/libros/el-trovador-menesteroso-de-la-calle-del-encanto_978-84-121212-6-1?fbclid=IwAR1EK60qAcLZhL13hsupmoQezCSek7idvXV81HuwRi02HqkV1TvH-V51WNk

RESEÑA: J. J. Maldonado y la Novela Generacional en el siglo XXI, por Alex J. Chang

Reseñamos la novela El amor es un perro que ruge desde los abismos de J. J. Maldonado, publicada por Editorial Planeta Perú.

Por: Alex J. Chang

J. J Maldonado

Novela Generacional

El amor es un perro que ruge desde los abismos (Planeta, 2021), novela debut de J. J. Maldonado, ha obtenido en el primer mes de su publicación un impacto positivo y entusiasta tanto entre la crítica y los medios de comunicación nacionales, como entre un gran número de lectores que celebran en libro en historias de Instagram o post de Facebook, resaltando especialmente la esencia y la furia juvenil, así como el sinfín de referencias generacionales que acompaña el argumento del libro: la historia de un adolescente llamado Diosito, el cual enterado de que va a ser padre dentro de un sector de bloques infernales del Callao, se lanza hacia una aventura picaresca en la que se verá enredado con una mafia de trata de personas que usa como fachada un hangar dedicado a la producción clandestina de hentai (anime porno).

Sin ninguna duda el libro ha tenido una conexión muy fuerte con los jóvenes y eso ha quedado evidenciado en el sinfín de interacciones de lectores millennials y centennials en redes sociales, sobre todo en Instagram. ¿Pero a qué se debe esta conexión? Podría decir que bajo una primera lectura, El amor es un perro que ruge desde los abismos se presenta ante el lector como una carta de amor a la generación que creció en los 2000; como un libro que extrae las sensibilidades de toda una nueva juventud y que entierra para siempre el siglo XX y se aparta totalmente del espíritu de los 90, espacio temporal que yace como animal anacrónico y olvidado para cualquier joven del siglo XXI.

Así hay en esta novela todas las dinámicas y códigos que hermanan no solo a un barrio o una clase social, sino también a toda la juventud de un país, a toda su educación sentimental, a toda su nueva forma de aprehender el mundo, incluso, a toda su esencia política. En ese sentido podría pensarse que El amor es un perro que ruge desde los abismos es una novela que trata de totalizar el primer periodo del siglo XXI peruano a través de un lenguaje propio, con las características determinantes de la juventud que se formó a sí misma con la llegada del internet y el cable y los primeros celulares inteligentes. Todo esto visto no a partir de una totalidad numérica, sino de un fragmento, y en este caso el fragmento sería la furia de una periferia: el Callao, pero un Callao completamente inventado, el cual Maldonado borra para transformarlo desde la ficción en una periferia que se vuelve todas las periferias posibles.     

Entonces allí encontramos la búsqueda de Maldonado por crear la primera épica millennial de su generación a partir de los márgenes de la ciudad. Porque El amor es un perro que ruge desde los abismos se constituye como la epopeya de Diosito, un personaje periférico que se convierte en significado y significante del joven del siglo XXI, en ícono generacional. De ahí que se narre diversos planos de la vida de este personaje: lo psicológico, lo sentimental, lo físico, lo político, lo religioso, lo educativo, lo vital y, sobre todo, lo moral. Y todo esto funciona por el ejercicio de la picaresca urbana y pop que Maldonado plasma en la elaboración de su relato, creando microutopías que se sostienen por la disposición de sus materiales, pero en especial por su mirada.

En el capítulo 28 (monólogo interior larguísimo del libro) vemos quizá la clave de todo lo arriba expuesto. Menciona el protagonista:

“Qué se le iba a hacer. Yo. Mis últimos atardeceres en la Tierra. Mi hermoso final en el videojuego real. Mi vómito a la cara de toda mi generación. Sí, mi vómito. Este es mi vó- mito para ahora, para mañana, para siempre. Yo con ellos y ellos conmigo: Dieciocho años: Dragon Ball Z: Spotify: Xvideos: Photoshop: Pornhub: Asfalto: Tumblr: Soledad: 4chan: Desamor: Y soledad: Y nuevamente soledad: Y mucha más soledad en. Mi vómito a todos ellos. Sí, mi vómito”.

Ahora bien, algunos críticos han dicho que los personajes de El amor es un perro que ruge desde los abismos son marginales y que su mundo y su lenguaje y sus sueños también lo son. Pero están equivocados. De hecho la marginalidad tiene su propia poética, su propia forma de estetizar el mundo. Pero en el mundo o el universo de El amor es perro que ruge desde los abismos los personajes no son esencialmente marginales, sino más bien son personas ultraconectadas gracias al internet o la televisión que consumen en exceso. Es un desvarío seguir hablando de marginalidad en un mundo tan hiperconectado: con ese vértigo que hay en la red con su sinfín de grupos o tribus urbanas dentro del universo digital. Bajo este contexto se puede señalar que los personajes de Maldonado están determinados por algo que se conoce como la Aldea Global o la Nueva Babel, ya que, desde su espacio lejano, el barrio, la cabina de internet, la pandilla, están conectados con el mundo. De modo que eso los define como seres particulares, pero al mismo tiempo les arrebata su autonomía e identidades locales. Es decir, los desmarginaliza. Por ejemplo: los personajes de esta novela no usan jergas como “causa” o “pata” para referirse a un amigo, sino utilizan el “broder”; en lugar de “pendejada” o “carajo” usan el “mierda”, etcétera. En ese sentido, su marginalidad es paradójicamente una marginalidad globalizada. 

Tal vez por eso el lenguaje usado en El amor es un perro que ruge desde los abismos no es un lenguaje marginal, ni sucio, ni sexual ni violento, ni hamponesco o sicarial, y eso porque precisamente los personajes no están dentro de una situación marginal o hamponesca o precarizada (como los reseñistas lo han señalado desde el puro asombro), sino más bien están en una zona gris, entre lo marginal y lo globalizado; entre lo bueno y lo malo, entre la luz y la oscuridad. Y todo eso definitivamente gracias a las dinámicas e influencia del internet, porque el internet es una puerta al mundo, un pase hacia el TODO, una reconfiguración de lo que es la verdad o la mentira, lo puro o impuro. Por eso es el internet lo que batutea la novela. O mejor dicho es lo que le da su rumbo.

En razón de todo lo anotado, el lenguaje de El amor es un perro que ruge desde los abismos es funcional a ese panorama y por eso mismo es su punto más interesante. En consecuencia Maldonado no exotiza a los personajes dándoles giros lingüísticos sacados de manual de periódico chicha o de películas inverosímiles del submundo de Lima. Se salva al globalizarlos y conectarlos con el mundo. Basta darse una vuelta por los márgenes de la ciudad para llegar a la conclusión de que en las periferias del siglo XXI ya nadie habla en argot de hampón de cine barato o de literatura urbana pasada de moda. Se habla grueso, pero no con el falso exotismo que nos ha vendido Tondero. Felizmente, porque ese sería el horror y Maldonado logra librarse de eso para alegría del lector. Menos mal.

Título con reminiscencias pop

Respecto al título El Amor es un perro que ruge desde los abismos en definitiva nos remite a un  verso de Charles Bukowski ­ (autor de novelas como Factótum, La Senda del Perdedor, Cartero, entre otras, de las que Maldonado bebe sin llegar a contaminarse del todo). El verso bukowskiano es El Amor es un perro del infierno. Esta similitud nos indica, entonces, que nos adentramos al infierno terrenal. Pero también Maldonado agrega otra referencia directa y samplea ambos elementos para configurar por completo el título de su novela. Esta referencia viene de Neon Genesis Evangelion de Hideaki Anno (anime que tiene una presencia central en la historia del libro), enfocándose en el capítulo 26 de la serie japonesa que titula así: La bestia que pedía amor a gritos desde el centro del mundo. Este cruce o mestizaje de referencias hace bastante especial al libro de Maldonado, ya que encontramos tanto elementos extraídos de lo que podría considerarse la cultura oficialista como de la cultura marginal o populosa. He allí El amor es un perro que ruge desde los abismos.

Mestizaje cultural para el siglo XXI

En El amor es un perro que ruge desde los abismos se mencionan marcas juveniles y populares: zapatillas Converse o Vans Old School, chullos DC, bicicletas BMX, Motos Pocket Watts Camel 01, camisetas Element, KFC, Spotify, XVideos, OnlyFans, etc. Por otra parte, los jóvenes y las bandas del Callao (universo paralelo parecido a las películas, series, mangas y animes como Tokio Revengers, Akira, Durarara, Gungrave) practican tres disciplinas en apariencia marginales: skateboarding, BMX y freestyle rap. Estos tres deportes, por lo tanto, tienen tanta importancia por la competencia y la rivalidad entre los bloques y bandas organizados cada fin de semana.

Vemos también una marcada preferencia de los adolescentes por los dibujos animados como Los Simpson, Los Picapiedras, Tom y Jerry, South Park, Phineas y Ferb, o por animes como Naruto, Dragon Ball Z, Bleach, Evangelion, Inuyasha, Yu-Yu Hakusho, One Piece, Death Note y otras series japonesas populares en la primera década de los 2000.

Con respecto a los gustos musicales, los jóvenes de esta novela están inmersos en un ambiente de Rap y de Freestyle, en donde destacan artistas como Arkano, Snoop Dogg, Canserbero, 2pac, Nach, Kase.O, Rapper School; entre otros.

Sobre el cine, vemos mucha influencia de películas juveniles como Heathers, Attack the block, Harry Potter, Mi pobre angelito, Akira, Juan de los Muertos, Sueños Imperiales y clásicos como Depredador, Kickboxer o E.T.

Los videojuegos también están presentes y tensionan la atmosfera de la novela. Se mencionan videojuegos en línea como Dota2, Counter-Strike y StarCraft. Todos estos videojuegos están cargados de adicción, adrenalina, violencia y mucha diversión. Sin embargo, también hay estilos narrativos de videojuegos o creepypastas que se ensamblan en el montaje de la novela desde su construcción estructural. Por ejemplo, vemos en los últimos capítulos del libro un estilo narrativo sacado de Petscop y Resident Evil (el videojuego). Además, el lector atento puede encontrar diálogos de películas pornográficas o escenas sacadas de videos basura de YouTube, una mezcolanza de datos que enriquecen la lectura y crean subtextos muy interesantes para explorar.

El universo de El amor es un perro que ruge desde los abismos está lleno también de mucha poesía, de mucha lírica, de mucha literatura, siendo manifestado en sus diversas formas: poesía callejera (Freestyle Rap), poesía lírica (género literario) y poesía espontanea (sincero y voluntario, sin ninguna pretensión/ambición). Aquí vemos un desfile de autores como Vicente Huidobro, Antonin Artaud, Charles Bukowski, Leopoldo María Panero, Roberto Bolaño, Andrés Caicedo, David Foster Wallace, Bret Easton Ellis, J.D. Salinger, Hanif Kureishi, Jeffrey Eugenides, entre otros, que no solo aparecen mencionados, sino también los podemos hallar en algunos de sus versos o frases utilizadas por Maldonado dentro de la narración en un sampleo, montaje y plagio que cobra al final su propia autonomía y vuelve a la novela en un mash-up narrativo de interesante logro estético.

Huellas literarias nacionales

Oswaldo Reynoso, con su libro Los Inocentes; Julio Ramón Ribeyro en su narrativa sombría que retrata a los eternos perdedores inmersos en una sociedad limeña monstruosa e indolente; Óscar Malca, con sus espiritualidad juvenil y su furia ochentera en Ciudad de M; Jaime Bayly, con su humor sarcástico y desenfrenado a la hora de escribir La noche es virgen; Mario Vargas Llosa en sus primeros libros Los jefes, La Ciudad y Los Perros, Los Cachorros; el Fernando Ampuero de Loreto y Taxi Driver sin Robert De Niro; Niño de Guzman con sus relatos atmosféricos, así como Martín Roldán Ruiz con su Generación Cochebomba y Augusto Higa con la feroz delicadeza de Que te coma el tigre, son algunas de las huellas literarias nacionales que puede encontrarse dentro de El amor es un perro que ruge desde los abismos de J. J. Maldonado, novela que ha sabido sacar lo mejor de cada uno de sus referentes y rendirles un poderoso homenaje.

Última parada

Encontramos en la primera página del libro la conceptualización de lo que pauteará todo el relato de Maldonado. Dice así: “Yo quería que esta fuera una historia de amor, pero como el amor en las mayorías de historias suena a mentira, esta será una historia de terror…”. Quizá el “amor” o la búsqueda del amor sea el leitmotiv central de la novela. Aunque en definitiva no se trata de un amor romántico ni platónico, sino más bien un amor mucho más vital o, en todo caso, espiritual. ¿Qué es lo que buscan los personajes del libro? ¿No es acaso un poco de amor dentro de un mundo lleno de terror? He ahí el músculo del relato, su razón de ser.

Para finalizar, mención especial para el editor de la novela: el escritor y periodista Gabriel Ruiz Ortega. Se nota que ha sabido dar sentido al constructo interno de El amor es un perro que ruge desde los abismos, pues desde la invisibilidad del editor expone un excelente control del caos novelesco de Maldonado, quien en anteriores entregas se definía por un desborde verbal y estructural. En cambio ahora hay en la prosa del autor una tranquilidad o dirección narrativa que engrandece el texto y consolida una voz. De eso se han percatado también otros reseñistas como José Carlos Yrigoyen de El Comercio o Marco Zanelli de RPP Noticias, los cuales han saludado la depuración del estilo en esta novela debut. Todo ello gracias a la sabiduría del editor, quién parece conocer su oficio (la escuela Ignacio Echevarría se nota en la esencia) y, quien además, ya ha dado muestras de su inteligencia en publicaciones como la excelente Todo, menos morir de Alina Gadea y Los cojudos del enorme Sofocleto. 

Bonus Track

Hay tres escenas que me gustaría recomendar a los lectores, episodios narrativos que me impactaron y creo que le dan relevancia a la novela:

  1. Primera Escena: Un episodio perturbador relacionado a una cercana violación. Harold, compañero de trabajo en la limpieza de baños del protagonista Diosito, realiza tocamientos indebidos al adolescente sin su consentimiento. Al final de la escena, Diosito se defiende a patadas y puñetazos, pero esto lo lleva a ser despedido y amenazado de parar en la cárcel. Lo más abrumador de la estampa es cuando en un determinado momento de estos tocamientos, el adolescente cree sentir que algo de todo eso le gusta.
  2. Segunda Escena: En el capítulo 28 somos testigos de un ingenioso monólogo interior que, intercalado por momentos de quiebres realistas y oníricos, muestra las derivaciones (locuras) de Diosito al mejor estilo de Molly Bloom en el Ulises de James Joyce. Aquí nos encontramos ante una lectura adictiva, trepidante, que no permite respirar, como un freestyle de Rap que tiene pocas pausas. Sin duda, el momento narrativo y literario más alto de toda la novela.
  3. Tercera Escena: Un final abierto que sorprende y quiebra al lector. La conclusión de la historia es que no hay conclusión. Sin embargo, hay una circularidad atmosférica en donde el personaje regresa al punto de partida sin ser el mismo. Él lo dice al final: “seré otro Dios”. Potente.  

Por último, y no menos importante, sería interesante ver el libro adaptado en una serie y/o película, así como la disponibilidad de un audiolibro. Tiene todo lo necesario para aplicar a estos formatos: Cine, Televisión y Audiolibro. Sobre todo porque la novela está construida a partir de imágenes en una suerte de mecanismo de montaña rusa: acción, pasividad, acción, pasividad, acción, acción y más acción. Es decir, un formato audiovisual. Un formato siglo XXI.

Puntaje del libro: 8/10

 Cuento: Caleta Panteón, por Fernando March                                              

Autor: Fernando March

Aquel amanecer aterido en que divisaron, a lo lejos, aquel islote remoto de acantilados fragmentados, azules y fríos, ya no quedaba, en aquellos pobres infelices, el más mínimo resquicio de aquella creencia esperanzadora que habían alimentado durante días, semanas y meses de deshonroso cautiverio:  el hecho de que, al final del mismo, les esperaba el arribo a un país de promisión y abundancia, cuyas arenas y rocas resplandecerían al recibirles, y así se darían cuenta que, en realidad, no eran arenales comunes, sino aquel oro acendrado y legítimo; comprimido y reducido a polvo por la mano benevolente de los dioses de jade.

Aquella creencia que había hecho soportable aquel viaje inadmisible, se había hecho trizas apenas arribaron a aquellas costas grises y neblinosas. El barco terminó de atracar en un muelle destartalado. Dos mozos de cuerda (oriundos del país) abrieron la puerta de la bodega infernal y dieron la orden de salir.

Ya incorporados, fueron saliendo, uno a uno, un conjunto de individuos famélicos, entumecidos, azorados y visiblemente desorientados. Entonces lo vieron: las playas estrechas; las arenas amarillas; pedriscos tugurizados; aves y lobos grises retozando sobre las rocas afiladas y húmedas, vapuleadas por el latido espumoso del mar. Un poco más allá, la que sería su ruina: los cuarteles de sanidad. Uno de los mozos de cuerda gritó, en cantonés perfecto: ¡圣洛伦佐岛! (Shèng luò lún zuǒ dǎo) (¡San Lorenzo!). Y se pusieron en fila. Fueron ingresando uno por uno a la caseta de sanidad, para ser observados, antes de ser distribuídos en rutas diversas. Fue a uno de ellos a quienes se le preguntó en mandarín si sufría de alguna enfermedad. Aquel individuo les dijo que toda la travesía había estado con 腹瀉 (Fùxiè)(Diarrea)y que sus ropas estaban tan malolientes que necesitaba un baño.  Sus interlocutores iban anotando todo con signos ininteligibles.  Desencadenaron y desnudaron al hombre. Fueron contando cada una de sus costillas, para deducir si era apto o no para las futuras labores. Asqueados de su pésimo olor le obligaron a salir a un descampado arenoso y frío donde habían unas cubetas grandes de madera, llenas de agua de mar. Provistos de odio infernal, fueron sacando agua y le iban tirando cubetazos helados, entre risas.  Aquel individuo parecía resistir, con dignidad y resignación, semejante ultraje.   Luego de la algazara, a pesar suyo, procedieron a cortarle la coleta y posteriormente le fueron alcanzadas las ropas de un cantonés, muerto en la víspera. Ya con todo aquello, decidieron su suerte. Trajeron sus escasas pertenencias en una bolsita de lino azul, que un abuelo suyo le había entregado. Así pudieron explorar su contenido: semillas de Qing guo (Olivo blanco de China), para sus problemas de diarrea constante; monedas de los antepasados de su abuelo: un Wen de bronce del extinto Emperador Daoguang; dos Wen (uno de cobre y otro de bronce) de tiempos del Emperador 乾隆 (Qiánlóng); un cepillo de hueso, fichas 麻将(mahjon) (juego de dominó) y dos fai chi (palillos para comer) para comer; un contrato con un nombre: Li You. Se los devolvieron. Aquello era todo lo que un hombre necesitaba para ser feliz, en la peor de las desgracias.

Luego de una rápida deliberación encargaron que uno de los mozos de cuerda le hablara en cantonés:

––––– ¡没有人愿意这样接待你! (Méiyǒu rén yuànyì zhèyàng jiēdài nǐ) (¡Nadie quiere

recibirte así!) ––– le dijo––,

¡你病得很重!(Nǐ bìng dé hěn zhòng) (¡Estas muy enfermo!)             

––––––我从事水稻种植多年 (Wǒ cóngshì shuǐdào zhòngzhí duōnián) (He trabajado durante años en el cultivo de arroz) –––– respondió

        ––––––你可能在那里生病了 (Nǐ kěnéng zài nàlǐ shēngbìngle) (Es posible que allí te hayas enfermado) ––––le dijo–––,

 ¡你將去隔離! (¡Nǐ jiāng qù gélí!) (¡Irás a cuarentena!)

Fue entonces que, al escuchar semejante decisión, uno de los cantoneses encadenados que esperaban su turno para ser reembarcados jaló de sus mangas y le dijo en lengua nativa: ¡你沒有機會! (Nǐ méiyǒu Jīhuì) (¡No tienes ninguna oportunidad!)

     –––––––¿你點樣知道你講緊乜嘢法?  (Nǐ diǎn yàng zhīdào nǐ jiǎng jǐn miē yě fǎ) (¿Cómo puedes estar seguro)

   –––––––¡佢哋會分開你嘅! ¡島上嘅寒冷會殺咗你! (Qú diè huì fēnkāi nǐ kǎi) (Dǎoshàng kǎi hánlěng huì shā zuo nǐ) (¡Te separarán! ¡El frío de la isla…!)                                                 

No pudo terminar de escucharle. Los mozos procedieron a sacarle, casi a rastras, del cuartel de sanidad. Ya era muy avanzada la tarde. Fue entonces que lo llevaron al otro lado de la isla. Iba anocheciendo.

Los vientos y el sonido del mar se hacían cada vez más intolerables. Al fin, luego de cruzar aquellos enormes arenales, llegaron al otro extremo del islote. En esa parte, al parecer, solían arrojar a los cantoneses muertos. Luego, delante de lo que parecía ser una fosa cavada en la arena (para albergar algún cadáver) vieron llegar a otros dos mozos de cuerda trayendo un fardo enrollado con algo o alguien en el centro. Esperaron en silencio.

Al fin, llegaron jadeando y arrojaron violentamente el fardo y su contenido al foso. Alguien parecía respirar y moverse dentro del envoltorio. Al parecer, era un ser humano, aún vivo, y en serios problemas. El individuo se inclinó. Grande fue su asombro al descubrir, entre los fardos, a un muchacho al parecer de origen cantonés, de unos quince a veinte años, todo ensangrentado y casi por completo destrozado.

El individuo se horrorizó. Los miró. Les escupió.

–––––¡卑鄙嘅殺手! (Bēibǐ kǎi shāshǒu) (¡Asesino sucio!)   ––– les gritó.

Le golpearon con una palana. El individuo cayó.

–––––¡埋葬!¡同你自己, 如果你能! (¡Máizàng!¡Tóng nǐ zìjǐ, rúguǒ nǐ néng!) (¡Entierra! Contigo mismo, si puedes) ––dijeron.

Cogieron sus fardos sus palanas y se fueron, riendo. Maldecían el hecho de que tales chinos hubieran llegado.

La ventisca era cada vez más insoportable. El azote del mar parecía haber venido en ayuda de aquellas bestias innombrables. El individuo se puso a pensar: “Yo aquí, fuera de las barracas abrigadoras. ¡Cuánto daría por estar en una de ellas, a pesar de tantos hedores, nauseabundos! ¡Dioses de mi lar, apoyadme!

Yo con un chico moribundo al que no conozco. Yo mismo expuesto a un frío que cada vez es más agobiante.

El mar es un dios que se eleva contra el débil que se aproxima ante su presencia. Su único fin es amedrentarle y hacerle sentir pequeño”

El chico empezó a temblar en su feroz agonía. Se abalanzó junto a él, esperando que estuviera los suficientemente cuerdo para reconocer una voz amiga. Y le habló, así, en cantonés puro:

––––––¿你係邊個? ¿你從哪裏來的? (¿Nǐ xì biān gè? ¿Nǐ cóng nǎlǐ lái de?) (¿Eres el elegido? ¿De dónde eres?)

Pero nunca le respondió. Jamás lo haría. Era muy posible que su alma ya estuviera caminando a las orillas del Río Amarillo. A punto de surcar el puente de jade que llevaba al palacio de 天公, Tiān Gōng, el mismo que tuvo que atravesar牛郎, Niúláng, el “boyero” para encontrarse con 织女, 織女, Zhīnǚ, “la muchacha tejedora”, hija del Emperador del Jade. Procedió a buscar algunas pertenencias del agonizante. Sus manos estaban pegajosas por la sangre que envolvía a aquel pobre muchacho masacrado. Apenas pudo sacar de entre sus carnes derruidas una bolsita como la suya, conteniendo algo que había quedado a salvo de la hemorragia que desfallecía a su dueño. Revisó su contenido: una peineta de madera; un peine doble para extraer piojos y liendres; un soporte de bambú para los Fai Chi; un ovillo de hilo azul marino envuelto alrededor de una mazorca y algo que le llamó la atención: un origami en forma de fénix. Tal vez el muchacho era un creyente en el poder evasor de los origamis. Tal vez su espíritu cobraba residencia en aquellas figuras que su destreza creaba. Los origamis venían a ser, por mucho, las únicas formas de evadirse de aquella realidad que les condenaba a consumir la peor hez de la vida. Solos. Abandonados. Sometidos a una condición de abominable servidumbre, por tan poco.

El viento era cada vez más insoportable para “Li You” (que era el nombre del contrato). Frígido y azotante. Era mejor disponerse junto a aquel pobre muchacho, en aquella fosa, donde podrían cubrirse con la arena y recibir el calor de la tierra. Salvaguardándose así, de aquel frío paralizante que amenazaba con matarlos. Li You aposentó como pudo el cuerpo, aún tibio. Le cubrió con arena y él también se dispuso a compartir el mismo foso. Las arenas, alrededor suyo, le calentaron los huesos. Tuvo cuidado de no enterrar la cara del joven. No, hasta que no estuviera muerto. Al menos uno, de ambos, tendría que sobrevivir para defender al otro del acecho voraz de los lobos marinos, que amenazaban con aproximarse. Sin duda, aquellos animales se habían acostumbrado a cebar con las carnes de aquellos cadáveres a la intemperie. Pero Li You estaba allí. Y jamás permitiría que aquel chico tierno; inferior a su edad, fuera destripado por el hambre voraz de las aves y los lobos de mar. Defendería su cuerpo hasta que estuviera consciente o tal vez, ya ausente, de los sufrimientos inmemoriales de este mundo. Soportó así, junto a su amigo “en la desgracia” varias horas de gélida brisa y el abominable acecho de los animales.

Al fin la marea subió y la tierra donde se habían sumergido quedó ensopada. Li You salió de la fosa y tocó la cara del muchacho. Ya no era de este mundo. “Al fin alcanzó la benevolencia de los dioses del jade” pensó.

Decidió algo que sería crucial para el porvenir: en la bolsita de aquel jovenzuelo, sin nombre, colocó su contrato. Aquel papel que testimoniaba su presencia y su razón de ser en el mundo: un coolíe contratado por un tal Domingo Elías. Despreciaba aquella condición infrahumana. En realidad, había sido su abuelo 敏感龍 Mǐngǎn Long (Dragón Sensible), Mandarín de Tierra al servicio del Emperador Xiangfeng, quien le había vendido al tratante peruano, con el fin de salvaguardar a su nieto de las terribles purgas a que estaban siendo sometidas las castas de los Mandarines, por supuestas “altas traiciones” durante las guerras del   天王 (Tiānwáng) (Rey Celestial).  El abuelo esperaba congraciarse con su Emperador, antes de ir, en persona, a rescatar a su nieto de su condición de eventual servidumbre. “Algo que, indudablemente, después de esta noche puede que no sea más…” pensó “Li You”, que en realidad sabía que no era tal, sino 金公雞 Jīn gōngjī (Gallo dorado) y nacido en Guangzhou (cantón), frente a la bahía del Choo-keang (Río de las perlas), en la Ciudad Nueva.  Bajo el imperio de Daoguang, en el año del gallo verde de madera (1824 D.C). Su abuelo había fraguado aquel documento lleno de mentiras para salvaguardarlo de una muerte instantánea; pero él, en estas tierras de falsa promisión había descubierto una forma lenta y denigrante de llegar a lo mismo.   Luego de enterrar por completo al muchacho masacrado miró lo que quedaba de su bolsita azul y se sintió aliviado:  tres cigarrillos húmedos y el origami del fénix. Todo lo demás lo enterró con el que ahora era “Li You”. Avanzó feliz al encuentro de su anonimato. Libre y lleno del espíritu del origami que ahora estrujaba en sus manos. Estaba convencido que el “fénix” había liberado al muchacho muerto de todo sufrimiento en esta tierra. El origami encierra no solo una porción de la vida del universo sino la vida propia de aquel que la forja con sus propias manos. Encierra el ciclo de su alma y le preserva de los lazos de ficción que esclavizan la voluntad del hombre a las necesidades opresivas del mundo. Sin duda así había sido. Pese a encontrarse casi destrozado, en su rostro y en su carne, aquel muchacho no se había quejado ni lanzado el más mínimo grito de dolor o estremecimiento. Y era porque antes de ser masacrado de la forma tan atroz, como lo fue, ya en sí mismo, había logrado traspasar la esencia de su alma al origami, que le acompañó, hasta su última morada.

Logró salir como “fénix” de este mundo y surcar el puente de jade para llegar a 天公, Tiān Gōng. Ahora le tocaba a él desliarse de los lazos de este mundo que lo mantenían atado por el dolor, el frío atroz y la desesperación. Sabía que no saldría vivo de aquella noche de gélida ventisca y de mar estruendoso y azotante que sofocaba la isla. La voz de aquel pobre infeliz, como él, que le sujetó por un instante ya le habíaadvertido lo que le pasaría, sin decírselo del todo: 

–––––––¡佢哋會分開你嘅! ¡島上嘅寒冷會殺咗你…! (¡Él te separará! ¡El frío de la isla te matará …)

Ahora, no muy lejos de allí, buscó su propio refugio entre las arenas, para lograr el descanso que merecía doliente y desahuciada humanidad.

Fue destapando la tierra con sus manos ateridas en aquella oscuridad llena de trombas acezantes y espumas de mar embravecido. Al fin logró hacerse un espacio entre la arena, aún caliente por dentro, y se fue enterrando a sí mismo para guarecerse del frío letal. Ya no pensaba en aquella tierra donde iba a dejar su cuerpo, sino en “su tierra”:  los montes de Longshen, con sus terrazas suculentas y escalonadas. El fango, en el cual metía los pies y sembraba la semilla. Los matorrales tupidos que se remontaban por encima del nivel del agua. La fase del transplante y luego las terrazas espejeantes con las primeras espigas doradas que se asomaban al final. Allí, donde iría ahora convertido en un enorme y feliz vertebrado inferior.  Listo para retozar bajo la turquesa y la luz de aquel cielo limpio y generoso que le vio nacer, y al que jamás dejaría de volver, por mucho que su mal destino lo impidiera; por mucho que la distancia enorme lo impidiera; aún sin llevar aquel cuerpo famélico y aterido que abandonaba, al fin, a los vientos gélidos y los oleajes inmisericordes que un día le vieron sufrir…

–––––––––––––––––––––––––––––––––    o      –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

MARINA DE GUERRA DEL PERÚ.   Callao, Marzo de 2004:

El Comité de Investigación de Historia y Arqueología Marítima anuncia que en los últimos tres meses se han realizado

excavaciones arqueológicas en la Isla San Lorenzo y como resultado de ello se halló lo siguiente:

1.Entierro de Li You: Extremo NO del corte 2 del panteón. Bolsa azul de lino con numerosos utensilios y una hoja del contrato realizado con el señor Domingo Elías. En dicha hoja figura el nombre del ciudadano chino Li You.

2.Entierro XVII del Panteón: Superficial, sin ataúd. Cuerpo a escasos 0,15 metros de profundidad. Aproximadamente de 25 a 30 años. En la parte interna del saco se encontró un bolsillo que contenía tres cigarrillos y un origami representando un sapo.

CIUDAD COLOMA (2021)

                                                  “CALETA PANTEÓN” ES UN CUENTO

                TUSÁN ESCRITO POR FERNANDO MARCH

                 Y PRESENTADO EN EL PRIMER CONCURSO

                 DE RELATOS CORTOS Y ANÉCDOTAS QUE

                 CONVOCÓ LA ASOCIACIÓN PERUANO CHINA

                 En el AÑO 2021. OBTUVO PRIMERA MENCIÓN

                 HONROSA DEL CONCURSO. EL RELATO SE

                 BASA EN PERSONAJES REALES Y EN RESTOS

                 AUTÉNTICOS. (El Autor)

Biodata de Fernando March:

Escritor peruano del Big Bang Literario 2020. Escribió su primera obra teatral a los 14 años.

Ha ganado el Tagesschule de San Gerardo de Loja con sus obras de micro teatro: DESAHUCIADO (2016) e IMPUDICIAS VIRTUALES (2017)

Fue segundo finalista en el concurso de relato corto de la EDITORIAL ANGELS FORTUNE (Barcelona, España) y publicó en Europa: El trovador menesteroso de la calle del Encanto (2019). Finalista del concurso de cuento auspiciado por la Colonia China Peruana con su relato: CALETA PANTEÓN (2021)

El país en la arena

por Karsten Ricklefs
traducción al español por Iliana Marx


No hacía mucho que llegaron a ese país. Venían de muy lejos, de un país remoto. Les dijeron que era verano en este país.  A ellos les parecía extraño el verano en ese país, tan distinto del verano en su propio país.

Tuvieron que caminar bastante para llegar al lago, pero mucho menos de lo necesario para llegar a ese país. El camino fue arduo: pedregoso y polvoriento.  Olía a pasto seco y a podredumbre. Podían olerlo, pero no podían verlo.

Sólo se oía el azote, el golpeteo de la piel desgastada de sus chancletas contra las plantas de sus pies, que parecía tapar todos los demás sonidos. El mayor de los dos niños miraba de vez en cuando los pies cubiertos de polvo fino de su hermano menor, atento a que pudiera seguir su ritmo. Sentían las piedras debajo de sus suelas y, a veces, podía verse un leve y sobresaltado grito de dolor en sus rostros, cuando la piedra era demasiado grande, dura o puntiaguda. Evitaban el pasto alto que bordeaba el camino. Les parecía que había demasiadas cosas ocultas allí.

Cuando sus miradas se encontraban, se sonreían mutuamente, como si quisieran ocultar  algo detrás de sus sonrisas. El golpeteo enmudeció, y el más pequeño de los dos niños se detuvo. La cadena que llevaba al cuello temblaba ligeramente. Con cuidado, dejó que se deslizara entre sus dedos. Se la habían dado sus abuelos la noche de su despedida. Ellos tenían demasiada edad para caminar tanto. Su abuelo se la había colocado alrededor del cuello y, después, le había besado, se había inclinado para besarle en la frente, con esa mirada aguada en sus ojos; sintió la larga y áspera barba del abuelo contra su piel.

No vio a su abuela. Tan solo oyó sus leves sollozos detrás de la puerta cerrada. Su padre dijo que su corazón estaba enfermo. Que ella no vendría a verlos, porque si no, enfermaría aún más.

El mayor de los dos niños alzó el brazo y señaló en una dirección. Con la otra mano, acomodó su gorra con visera. Llevaba el emblema de un equipo de fútbol de ese país. Se la habían dado en el refugio el día en que llegaron. Estaba encima del todo en la caja de la cual se podía elegir ropa. Al principio, no se animó a cogerla y esperó pacientemente a que le dieran permiso para hacerlo. Entonces, vino ese hombre gordo que trabajaba allí. Vio sus miradas vacilantes, se rio, cogió la gorra, acarició levemente sus cabellos, y se la puso. A la mañana siguiente, la gorra había dejado esa marca en su frente, y su madre le pasó dulcemente las manos por encima. Ella le acariciaba la frente más que antes, con sus manos suaves y blandas, siempre con la misma mirada vacía. La mirada de su madre le era ajena, y él no sabía si ella le veía. Solo percibía sus manos sobre su piel. Su padre dijo que los ojos de su madre habían visto demasiado durante el viaje. Que estaban cansados y tenían que descansar. Que eso llevaría un tiempo. Después, volvería a reír.

El lago estaba a sus pies, brillante, envuelto por el azul del cielo. Unos niños jugaban a la pelota en el agua; un gran perro peludo arrastraba jadeando a una niña con alas de salvavidas rojo por el agua fría. Ellos oyeron la risa, las risas de los niños, el chapoteo de sus cuerpos en el agua, el grito asustado y alegre de la niña cuando el perro se soltó, y vieron a los adultos, con sus cuerpos pálidos de color lechoso, perezosos, tendidos inmóviles como cocodrilos satisfechos al sol.

Pasearon sus miradas por los lugares ocupados en la arena, hasta descubrir esa pequeña mancha blanca, que todavía parecía estar intacta. Lentamente, volvieron a ponerse en marcha, y el golpeteo sonaba más leve, y la distancia entre los golpes parecía mayor.

Alguien montó una parrilla, y una niña pequeña trataba de abrir un paquete con globos, hasta que su hermano mayor se acercó y le ayudó pacientemente. Olía a madera quemada y a carne sangrienta. Se oía música. Sonaba extraña. No entendían lo que decía la voz que cantaba. Un niño pequeño y pelirrojo movía sus caderas al ritmo de la música. Una mujer se acercó, le tomó de las manos y empezaron a bailar juntos. Un chorro de agua salió disparado desde unas aperturas color amarillo limón y dio contra los cuerpos recalentados de las niñas, que chillaban de alegría, corrían a la orilla, metían sus pies en el agua y los levantaban como palas, para salpicar a los varones con sus pistolas de agua, quienes dejaron sus armas para saltar de cabeza al mar con gritos de alboroto.

El golpeteo había enmudecido. Ellos estaban de pie, inmóviles en la arena blanca y aún intacta.

—¿Crees que haya minas aquí? — preguntó el niño pequeño, dirigiendo la mirada a sus pies.

—No, aquí solo hay globos —respondió su hermano mayor, mientras señalaba los globos coloridos que ascendían al cielo azul; luego se alejó sin decir más nada, tomó la manta de su país, la extendió y se sentó. En la manta se veía un paisaje montañoso bordado. Algunos hilos se habían desprendido de su tejido. Pronto ya no existiría más, la manta con el paisaje montañoso. Muchas veces habían estado sentados en esa manta, de picnic en el pequeño parque de su país. El parque ya no existía. Los árboles habían caído, enterrados por los escombros de las casas. Una vez, durante un picnic, el abuelo había dejado caer sobre la manta algunas cenizas de su cigarrillo. Todavía estaba la mancha del quemado. Habían llevado la mancha consigo, a ese país. El olor a su país de la manta se había evaporado. No podían llevarlo consigo, el olor. En ese momento, la manta olía diferente, olía al nuevo país, y ya no al tabaco frío de su abuelo.

—¿Sabes dónde se encuentra nuestro país? — preguntó a su hermano mayor.

Este guardó silencio y señaló los globos en el cielo azul. Solo podían reconocerse sus entornos, sus colores habían empalidecido. Las miradas de su hermano menor parecían volar y perderse con ellos.

—¿Crees que logren llegar a nuestro país?— le preguntó a su hermano mayor.

—¡Sí, claro, lo lograrán!

—¿Y volarán por encima de la casa de ellos?

—Ellos no los verán, será de noche en el cielo de nuestro país, y cuando se haga de día, ya la habrán sobrevolado—.

El cielo azul estaba vacío. Él miró al cielo azul vacío y no se percató de que su hermano mayor había desaparecido en el lago.

El agua del lago se desprendía de su piel y dejaba pequeños charcos sobre la manta.

Estaba tendido boca abajo, sus dedos mojados jugaban con una brizna de hierba seca quebrada, hasta que, de pronto, se incorporó y dijo:

—Seré ingeniero, construiré puentes encima de ríos, mares y fronteras. ¿Y tú? ¿Qué quieres ser de grande?

Su hermano menor no respondió, se puso de pie, cogió un palo pequeño, se arrodilló y recorrió la arena con él, como si quisiera dibujar algo, hasta que se detuvo, se incorporó y, con el palo en la mano, señaló el entorno dibujado de su superficie y, susurró:

—¡Nuestro país!

Su hermano mayor alzó la vista brevemente, se apartó, volvió a tenderse boca abajo, y hundió la cabeza entre sus brazos. Sus pies jugaban en la arena blanca y caliente. Unos copos mojados, que por su color se asemejaban a trozos de lava gris fría, se habían formado en los arcos blandos de las plantas de sus pies.

Su hermano menor permaneció allí durante mucho tiempo, delante de su país, con el palo en la mano, mudo, sin moverse. Con cuidado, hundió el dedo en su país, no profundamente, sino que con la profundidad necesaria para tocar la superficie de los granos finos de arena blanca. Sus labios pronunciaban nombres en silencio, mientras conducía su dedo suavemente por la arena de su país, hasta detenerse. Sonrió al cielo azul en su país, cogió su cadena y dejó que se deslizara lentamente entre sus dedos cubiertos de arena. Al mismo tiempo, murmuraba en voz baja palabras, como si cantara, como si cantara la canción de cuna, la canción de cuna de su abuela en su país.

El cielo parecía querer atraer el mar brillante a su cueva negra. Los pies del niño mayor se frotaban entre sí, los copos mojados se desprendían de sus bóvedas blandas, y sus manos tanteaban hacia adelante buscando, en vano, la última arena caliente. Su hermano menor dio un paso hacia adelante, dudó y, luego, temblando, puso un pie dentro de su país dibujado. Solo su dedo pequeño sobresalía un poco por encima de la frontera de su país.

El niño mayor se incorporó, reflexionó un instante, y luego se dirigió lentamente hacia donde estaba su hermano menor, colocó la manta alrededor de su cuerpo tembloroso, miró hacia abajo, y puso su pie junto al de su hermano menor. Al hacerlo, ambos dedos gordos del pie se tocaron, en su país, que lentamente comenzaba a desaparecer bajo la lluvia, y abrazó a su hermano pequeño, le sostuvo en este país, y sus ojos se convirtieron en mares, en mares en este país, cuyas aguas se desbordaron, y le susurró al oído:

—Ven, vamos a casa—. Le tomó de la mano y su hermano menor dirigió por última vez la mirada a su país, para luego apartarse y dejar que su cadena se deslizara entre sus dedos cubiertos de arena.


LAND IM SAND

Sie waren noch nicht lange in diesem Land. Sie kamen von weit her, aus einem fernen Land. Sie sagten, es sei Sommer in diesem Land. Er erschien ihnen fremd, der Sommer, in diesem Land, so ganz anders, als der Sommer in ihrem Land.

Viele Schritte mussten sie gehen, um an den See zu gelangen, aber viel weniger als die, die sie zurücklegten, um in dieses Land zu gelangen. Der Weg war staubig und steinig. Es roch nach trockenem Gras und Fäulnis. Sie konnten ihn riechen, aber nicht sehen.

Nur das Klatschen war zu hören, das Schlagen der zerschlissenen Haut ihrer Flip- Flops gegen ihre Fußsohlen, das jegliches andere Geräusch zu verschlucken schien. Der größere der beiden Jungen blickte manchmal auf die von feinem Staub bedeckten Füße seines kleinen Bruders, darauf bedacht, dass sie mit seinen Schritt hielten. Sie spürten die Steine unter ihren Sohlen, und manchmal ließ sich ein leises erschrockenes Aufschreien des Schmerzes in ihren Gesichtern erkennen, wenn der Stein besonders groß oder hart oder spitz war. Sie mieden das üppige Gras, das den Weg umsäumte. Zu viel erschien ihnen darin verborgen.

Wenn sich ihre Blicke trafen, lächelten sie sich an, als wollten sie etwas unter ihrem Lächeln verbergen. Das Klatschen verstummte, und der kleinere der beiden Jungen blieb stehen. Die Kette, die er um den Hals trug, zitterte leicht. Behutsam ließ er sie durch seine Finger gleiten. Er hatte sie am Abend des Abschieds von den Großeltern bekommen. Sie waren zu alt, um diese vielen Schritte zu gehen. Sein Großvater hatte sie ihm um den Hals gelegt, und dann hatte er ihn geküsst, hatte sich zu ihm hinuntergebeugt, mit diesem wässrigen Blick in seinen Augen, und ihm auf die Stirn geküsst, und er hatte dabei seinen langen kratzigen Bart auf seiner Haut gespürt. Seine Großmutter hatte er nicht gesehen. Nur ihr leises Schluchzen hatte er hinter der geschlossenen Tür gehört. Sein Vater sagte, ihr Herz sei krank. Sie zeigte sich nicht, weil es dann noch kränker würde.

Der größere der beiden Jungen hob den Arm und deutete in eine Richtung. Mit der anderen Hand rückte er seine Schirmmütze zurecht. Sie zeigte das Emblem einer Fußballmannschaft aus diesem Land. An dem Tag, als sie in dieses Land kamen, hatte er sie in der Unterkunft bekommen. Sie lag ganz oben in der Kiste, aus der sie sich Kleidung aussuchen durften. Anfangs traute er sich nicht, sie sich zu nehmen und wartete geduldig auf Erlaubnis. Dann kam dieser dicke Mann, der dort arbeitete. Er sah seine zögernden Blicke, lachte, nahm die Mütze, strich ihm flüchtig  durchs Haar, und setzte sie ihm auf. Am nächsten Morgen hatte sie diesen Streifen auf seiner Stirn hinterlassen, und seine Mutter ließ ihre Hände zärtlich darüber fahren. Sie strich ihm jetzt öfter über die Stirn, mit ihren sanften weichen Händen, immer mit diesem gleichen leeren Blick. Er war ihm fremd, der Blick, seiner Mutter, und er wusste nicht, ob sie ihn sah. Nur ihre Hände auf seiner Haut konnte er spüren. Sein Vater sagte, ihre Augen hätten auf ihrer Reise zu viel gesehen. Sie seien müde und müssten sich ausruhen. Es würde etwas Zeit brauchen. Dann würden sie wieder lachen.

Der See lag vor ihnen, glitzernd, vom Blau des Himmels umhüllt. Da waren die Jungen, die Wasserball spielten, der große struppige Hund, der ein kleines Mädchen mit roten Schwimmflügeln hechelnd durch das kühle Nass zog. Sie hörten das Lachen, das Lachen der Jungen, das Aufklatschen ihrer Körper im Wasser, und das erschrocken freudige Aufschreien des Mädchens, als sich der Hund von ihr löste, und sie sahen die großen Menschen mit der milchigen Farbe auf ihren blassen Körpern, die wie satte Krokodile träge in der Sonne lagen und sich nicht regten.

Ihre Blicke schweiften über ihre Quartiere bis sie diesen kleinen weißen Fleck am Strand fanden, der noch unberührt zu sein schien. Langsam setzten sie sich wieder in Bewegung, und das Klatschen schien jetzt leiser, und der Abstand der  Schläge größer zu werden.

Ein Grill wurde aufgestellt, und ein kleines Mädchen nestelte an einer Verpackung von Luftballons bis ihr großer Bruder kam und ihr geduldig half. Es roch nach verbranntem Holz und nach blutigem Fleisch. Musik ertönte. Sie klang fremd. Sie verstanden sie nicht, die Stimme, die sang. Ein kleiner rothaariger Junge bewegte seine Hüften zu der Musik im Takt. Eine Frau kam, nahm seine Hände, und sie begannen miteinander zu tanzen. Wasser schoss im Strahl aus zitronengelben Mündungen und traf auf die erhitzten Körper der Mädchen, die vor Freude jauchzten, zum Ufer rannten, ihre Füße in das Wasser tauchten und sie wie Schaufeln anhoben, um die Jungen mit den Wasserpistolen zu bespritzen, die ihre Waffen niederlegten, um dann kopfüber mit ausgelassenem Geschrei in den See zu springen.

Das Klatschen der Schläge war verstummt. Regungslos standen sie in dem weißen noch unberührten Sand.

„Glaubst du, dass es hier Minen gibt“? fragte der kleine Junge, den Blick auf ihre Füße gerichtet.

„Nein, es gibt hier nur Luftballons“ erwiderte sein großer Bruder und zeigte dabei auf die bunten Ballons, die in den blauen Himmel stiegen, wendete sich langsam wortlos ab, nahm die Decke aus ihrem Land, breitete sie aus und setzte sich. Eine gestickte Berglandschaft war auf der Decke zu sehen. Einzelne feine Fäden hatten sich aus ihrem Gewebe gelöst. Es würde sie bald nicht mehr geben, die Decke, mit der Berglandschaft. Sie hatten oft auf dieser Decke gesessen und Picknick gemacht, in dem kleinen Park, in ihrem Land. Den Park gab es nicht mehr. Die Bäume waren gefallen, begraben von den Trümmern ihrer Häuser. Einmal während des Picknicks hatte ihr Großvater etwas Glut seiner Zigarette auf die Decke fallen lassen. Den Brandfleck gab es noch. Sie hatten ihn mitgenommen, den Fleck, in dieses Land. Der Geruch der Decke nach ihrem Land hatte sich gelöst. Sie konnten ihn nicht mitnehmen, den Geruch. Die Decke roch jetzt anders, sie roch jetzt nach diesem Land, und sie roch auch nicht mehr nach dem kalten Tabak ihres Großvaters.

„Weißt du, wo unser Land liegt“?  fragte er seinen großen Bruder.

Dieser schwieg und deutete auf die Ballons im blauen Himmel. Nur ihre Umrisse ließen sich noch erkennen, ihre Farben waren verblasst. Die Blicke seines kleinen Bruders schienen mit ihnen zu fliegen und sich in ihnen zu verlieren.

„Glaubst du, sie schaffen es in unser Land“?  fragte er seinen großen Bruder.

„Ja, sie werden es schaffen!“

„Und werden sie über ihr Haus fliegen?“

„Sie werden sie nicht sehen, es wird Nacht sein, in dem Himmel unseres Landes, und wenn der Tag naht, werden sie es bereits überflogen haben.“

Der blaue Himmel war leer. Er blickte in den leeren blauen Himmel und bemerkte nicht, wie sein großer Bruder im See verschwand.

Das Wasser des Sees pellte von seinem  Körper ab und hinterließ kleine Pfützen auf der Decke. Er lag auf dem Bauch, seine nassen Finger zupften an einem vertrockneten abgebrochenen Grashalm bis er sich plötzlich mit einem Ruck aufrichtete und sagte:

„Ich werde Ingenieur, werde Brücken bauen, über Flüsse, Meere und Grenzen. Und du? Was willst du werden?“

Sein kleiner Bruder antwortete nicht, erhob sich, griff nach einem kleinen Stock, kniete sich nieder und ließ ihn, als wollte er etwas zeichnen, durch den Sand fahren bis er innehielt, sich aufrichtete, mit dem Stock in der Hand auf den gemalten Umriss seiner Fläche zeigte und flüsterte:

 „Unser Land!“

Sein großer Bruder sah kurz auf, wendete sich ab, legte sich wieder auf den Bauch, und vergrub seinen Kopf in seine Arme. Seine Füße spielten im warmen weißen Sand. Nasse Flocken, die in der Farbe erkalteten grauen Lavabrocken glichen, hatten sich in den weichen Gewölben seiner Fußsohlen gebildet.

 Lange verharrte dort sein kleiner Bruder, vor seinem Land, mit dem Stock in der Hand, stumm, ohne sich zu rühren. Behutsam tauchte er seinen Finger in sein Land, nicht tief, nur so tief, dass er gerade die feinkörnige Oberfläche des weißen Sandes berührte. Seine Lippen formten lautlos Namen, während er seinen Finger sanft durch den Sand seines Landes führte, bis er hielt. Er lächelte in den blauen Himmel, in ihr Land, nahm seine Kette und ließ sie langsam durch seine sandigen Finger gleiten. Dabei murmelte er leise Worte, so, als würde er singen, als würde er das Wiegenlied, sein Wiegenlied seiner Großmutter in ihr Land singen.

Der Himmel schien den glitzernden See in seine schwarze Höhle ziehen zu wollen. Die Füße des großen Jungen rieben sich aneinander, die nassen Flocken lösten sich aus ihren weichen Gewölben, und seine Hände tasteten sich vor und suchten vergeblich nach letzten warmen Sand. Sein kleiner Bruder trat einen Schritt vor, zögerte und setzte dann zitternd seinen Fuß in sein gemaltes Land. Nur sein kleiner Zeh ragte ein wenig über die Grenze seines Landes hinaus.

Der große Junge erhob sich, hielt inne, ging langsam auf seinen kleinen Bruder zu, legte ihm die Decke um seinen bebenden Körper, blickte zu Boden, und setzte seinen Fuß zu dem seines kleinen Bruders. Ganz leicht berührten sich ihre beiden großen Zehen dabei, in ihrem Land, das sich langsam im Regen aufzulösen begann, und er schloss seinen kleinen Bruder in seine Arme, hielt ihn in diesem Land, und ihre Augen wurden zu Seen, zu Seen in diesem Land, deren Wasser über die Ufer trat, und flüsterte ihm in sein Ohr:

„Komm, wir gehen nach Hause“,  nahm ihn bei der Hand und sein kleiner Bruder blickte noch ein letztes Mal auf ihr Land, in ihr Land, wendete sich dann ab, und ließ seine Kette durch seine sandigen Finger gleiten.


Karsten Ricklefs, nació en Oldenburg, Alemania, y vive en Hamburgo. Escribe relatos cortos y una novela que todavía no ha terminado. Trabajó como voluntario en Mexico en un albergue para personas migrantes sin documentos y viajó por Centroamerica hasta Colombia hasta que regresó a su país, donde hoy trabaja como enfermero. Este relato trata de migracion en Alemania, no de migracion en Mexico como en el relato que publicó en Cardenal el año pasado, por el que ganó un premio literario. Contacto: karstenricklefs@web.de