El tiempo cae de pie. Su consigna es un aplauso, una burbuja que estalla.
Persiste en su hallazgo; río de arena por donde atraviesa el mundo.
Sus agujas son brazos cruzados, un vértice entre lo insatisfecho y el segundo dictado por la resignación.
Los primeros relojeros se quebraron frente al jet lag; nuestros ancestros inventaron el hipo lejos del sol y su mirada pálida al otro lado de la nieve.
Al igual que el mar, vigila su partitura. Es el tiempo y cae de pie como la lluvia.
LOS BUSCADORES
Dejamos la ciudad, sus leyes y semáforos; unimos nuestro espíritu a la columna vertebral.
Sentir es un pacto ligado a la respiración. Sentir es llenar de pájaros el cuerpo.
Dejamos a un lado números y agendas. Palpamos un río.
Es el poder de la montaña. Vivir otras vidas, perder los pasos. Solo hay un sendero: el fondo de uno mismo.
Buscar es un oficio milenario.
Buscar el fuego, el aire, el agua. Un propósito de tierra en el camino que abre el sol.
Buscar como quien sana, y el fuego dirá las palabras hacia dentro.
Ver es la respuesta, el origen de la música, la piel de un grillo, el viento en cada hoja, las manos, la sed, el agua, el árbol; la sonrisa de un buscador cuando ha encontrado su visión.
La paz es la primera piedra, la primera habitante del planeta.
Ayunamos y entregamos la palabra. En esta paz la búsqueda despierta.
PRIMERA NOCHE
Hay una certeza: son las cinco de la tarde y voy a ser un árbol.
Estoy sembrado en el terreno baldío que se entregó a mi espíritu.
Lo cruzo de lado a lado, sin más preámbulo que mi perplejidad.
Es tiempo de dormir para los animales del día. Se estiran los animales nocturnos.
Desvelo luminoso, no distingo entre la sed o el insomnio.
La noche es una ballena que descansa. Las estrellas, su escolta.
El aire custodia la luna, hermosa, al otro lado de este musgo cósmico.
Sobrevivo a mi cansancio.
La montaña toma sorbos de tiempo. Abro los ojos y esta es la oscuridad.
La red de lo que veo vuelve vacía en cada intento.
PUERTA DEL ESTE
Aparece la esquina donde nace el tiempo. Es la Puerta del Este. Mis ojos conectan con el Astro Mayor.
Vuelvo a la meditación. Habla el hambre. Los pensamientos del hambre. Agito la voracidad para borrarla.
Cambio su voltaje. Se desvanece. Gana la sed.
Los sueños entran por el sueño y mueren en la realidad. Los veo pasar como ventanas de tren.
Subo al viento y evade su peso.
Es un mareo: se alteran los colores que respiro.
Los sueños se empapan y vuelven con los labios resecos.
Ahora entiendo a nuestros ancestros: nada es más humano que invocar la lluvia.
ESCUELA
Abuelo es el árbol al que me sembraron para encontrarme en la montaña.
El primer día no supe hablar con él; la noche fue larga como un cincel que no estaba en mis manos.
El segundo día dormí al pie de su respiración y la noche se acostó a mi lado.
Al tercer día siguió el martilleo de la sed. Me levanté y abracé su corteza. Con la mirada le pedí que lloviera.
El bosque nuboso habló al cuarto día: “La noche es de los grillos y la mañana es de los pájaros”.
Volví un año después. Reconocí en sus raíces el golpe de un relámpago. La otra mitad, al caer, atravesó mi montaña.
Dennis Ávila (Honduras, 1981). Una selección de sus primeros libros de poesía se reúne en la antología Geometría elemental (2014). En el año 2016, Ediciones Perro Azul (Costa Rica) publicó La infancia es una película de culto, reeditado en El Salvador, Puerto Rico y España. En el año 2017, Amargord Ediciones publicó Ropa Americana, reeditado en México y Jordania. En el año 2019, publicó Historia de la sed (Amargord Ediciones). Su libro, Los excesos milenarios, obtuvo el Premio Internacional de Poesía «Pilar Fernández Labrador» (España, 2020). La Colección Primavera Poética publicó su antología Escuela de pájaros (Perú, 2020).
Iveth Vega El lenguaje de las burbujas Editorial Efímera, Honduras 105 páginas
Por Margarita Leoz
Con El lenguaje de las burbujas, su tercer libro de poesía, Iveth Vega (Santa Bárbara, Honduras, 1991) ganó el Premio de Poesía «Los Confines» en su edición de 2021, el mayor galardón poético en Honduras, y situó a su autora en primera línea de la literatura centroamericana actual.
La poesía de Iveth no se somete al capricho de las musas ni a la veleidad de las modas. No escribe en el momento ni para el momento, tampoco muere en él. En sus poemas se manifiesta el oficio y la paciencia de una pluma que anheló escribir durante mucho tiempo antes de osar hacerlo. Estas cualidades la distinguen, la tornan brillante, flotante, ingrávida, igual que sus burbujas, libre y liberada de los excesos del yo y de la bruma de lo instantáneo. «Los siglos me han sellado los labios, pero aún así / puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas».
La primera parte del poemario, titulada «Caer», nos habla de la caída universal de la condición humana («Yo estoy cayendo en los abismos de mis propias manos. / En mis propios sacrificios y carencias») y del anhelo por recuperar la perfección de la que un día formamos parte («Quiero volver a ser noble»). Esta restauración solo será posible si el ser humano se despoja de los lastres que amarran sus pies a lo terreno (las percepciones sensoriales que por su parcialidad emborronan la conciencia, el yugo del tiempo, la noción de la propia finitud) y emprende, a continuación, un viaje ―uno de regreso, en sentido ascendente― hacia el universo celeste del que partió, del que es originario.
«Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron». De este modo, en «Flotar», la segunda parte del volumen, la voz poética ―múltiple, variada, poliédrica― emprende este ascenso, se eleva. Con el fin de alcanzar su meta, el reino del sueño se reivindica como vía de manumisión de la psique: «Solo en los sueños exclamamos sin culpa las palabras que nos definen y los deseos que nos pueblan. / Solo en los sueños la muerte y el tiempo pierden su imperio». La obra de Iveth Vega ―en este punto queda patente― bebe de André Breton, de las fuentes del surrealismo; el sueño surge como paraíso donde la lógica se estanca y la percepción se distorsiona y, en consecuencia, nos acerca a la auténtica verdad. No obstante, a diferencia de los poetas surrealistas, el cauce de Iveth no desborda en el torrente de la escritura automática, sino que reposa antes de entregarse a los versos.
«Vivirás largos y luminosos años, pero no te bastará». La humanidad es limitada, es ruidosa, es contradictoria; está marcada por la insatisfacción, sobrecargada por la apreciación sensible, traicionada por el cuerpo («el cuerpo solo es un envase desechable»), ese recipiente sojuzgado a la podredumbre de su caducidad y al despotismo del olvido («la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también»). Y, no obstante, en su paradoja, el género humano aspira a la sabiduría, a la pureza, a lo infinito, a lo eterno.
«Intento descifrar los mensajes de los astros». Al final de El lenguaje de las burbujas, la reconciliación se intuye posible, aunque la belleza y el conocimiento y la plenitud pasen por el silencio y por la aniquilación de la temporalidad. Para aprehender lo profundo es preciso no mirar, no hablar, adoptar otro lenguaje, porque el lenguaje humano se muestra incapaz («La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos»). En este libro, como en toda la literatura de calidad que se precie, la escritura es también una búsqueda de la propia escritura, un afán por rebasar los límites de la imposibilidad de nombrar.
A pesar de su juventud, la poesía de Iveth no es titubeante, visceral o irreflexiva. Todo lo contrario: se desvela filosófica y cosmológica, matemática en tanto que pugna por comprender las propiedades de lo abstracto. En sus páginas hay telescopios, estrellas, capas terrestres y celestes, planetas, seres mitológicos y ruinas antiguas, aves acuáticas, proporciones áureas y relojes, preguntas sin respuesta. Su voz busca la exquisitez, la iridiscencia, aspira a la armonía, a la música de las esferas. Y, sin embargo, no deja de mirar con compasión nuestros afanes humanos, los nuestros, los de esas hormigas que somos y que, dicen sus versos, «llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no se acaba nunca».
Que el camino de la escritura de Iveth Vega sea largo. Luminoso ya lo es.
Disipación
El día en que murió, buscamos el recuerdo de su rostro y no lo encontramos. Recurrimos a las fotografías y a las especulaciones.
¿Sus ojos eran marrones?
Sus hijos lo buscaron en los diplomas y en los videos de cumpleaños,
pero ninguno lo reconoció.
Ningún rostro era su rostro. La muerte había hecho su trabajo.
Desde entonces tememos, porque la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también.
Sueño que soy una hormiga roja
Los fenómenos nos tocan los pies, con relojes, con espejos, con mordiscos.
Caemos bruscamente en el Cañón de Bryce para iniciar la procesión de las hormigas.
Vamos enceguecidas por tanta luz, llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no acaba nunca.
El humo y el cielo; el pasado y el presente se confunden en el sopor del cénit.
Nos quedan doce segundos antes de que alguien nos despierte con la vulgaridad de una botella destapada con violencia.
Baia
Pasa tu mano por la sedosidad de las olas, pero no reposes en la superficie.
Examíname con tu ojo de cíclope y lánzate a las profundidades submarinas.
Los siglos me han sellado los labios, pero aun así puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas.
Todas las cosas cambian. Antes aquí todo era bermejo, como la sangre, como la carne, como el vino. Hay que entender cómo estas cosas se relacionan.
Ahora todo es azul verdoso, infinitamente bello, infinitamente mudo.
Cierra tus ojos y déjate llevar por la espuma.
Los tentáculos no le bastan el pulpo al acariciar los mosaicos, tus diez tentáculos tampoco bastarán.
Déjate seducir por la suavidad de mis ondas, que el tiempo no se detiene, pero aquí tiene prohibido correr.
Enrédate en mis algas y olvida el mundo de las superficies donde todo es violencia y presunción.
A
Aquí todo es frustración y su resonancia.
El océano oscuro y tempestuoso llena de algas y arena mi garganta.
La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos.
Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron.
Los brazos quieren salvar a este cuerpo que está abandonado junto a las naves.
El tiempo transcurre con su marcha orquestal, con sus giros de muerte.
Silencio
En aquellos años pensabas que para conocer la profundidad era necesario bajar los ojos.
Ahora comprenderás que la profundidad se alcanza al guardar silencio.
Llegas tarde a tu cita.
Buscas atar los hilos de la red, pero te vas quedando sin manos.
No quieres aceptar la inmovilidad, la no pertenencia, la sabiduría silenciosa.
Calma, el cuerpo solo es un envase desechable.
Iveth Vega (Santa Bárbara, Honduras, 1991)
Poeta y editora. Licenciada en Letras con orientación en Literatura (U.N.A.H). Ha publicado los libros: Elementos sucesivos (2021), Amatista (2021) y El lenguaje de las burbujas (2022). Ha sido galardonada en seis certámenes nacionales. Ha sido publicada en más de una docena de antologías y revistas literarias nacionales e internacionales. Ganadora del V Premio Nacional de Poesía “Los Confines” (2021).
Fotografía: Kevin García
Margarita Leoz (Pamplona, España, 1980)
Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Autora del libro de poesía El telar de Penélope (Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (SeixBarral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y sus críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W y Litoral. En 2021 fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores españoles menores de cuarenta años para promover su obra en el extranjero.
Gestión por María MacayaCoral mamífera
Mi cuerpo es una cafetera
que hierve en la madrugada
mi piel es de hule
y todo sabe a sal
como mamífera me arrastro
por la playa
lloro entre el coral muerto
Floto en la laguna del caos.
Hay un precipicio en cada paso
estoy hundida en ese charco
frente a casa.
Y ninguna voz me hace
despertar de este sueño
Crece dentro
a cada minuto que respiro
como animal nocturno me devora.
mi pálpito se duplica
Estoy al borde
corro y grito
en la habitación de mi vientre
Se desploma el pájaro
desde el árbol gigante
Me desangro en el centro de la selva
Huyo hacia el fin
Vida pasada
En mi continente de piel
no hay ayeres
solo una huella dactilar de la casa de tus manos.
Nuestro amor es una criatura no nacida
ahora el tacto huele a noche moribunda.
Nuestro intento se perdió
en la frontera de ilusiones y miedos
las caricias están envueltas
entre las sábanas asustadas de soledad
sólo moran las bucólicas telarañas.
Pido a los sueños que renazcan
tus labios en mi pubis lunar
que germinen
mis poros dilatados
como frutos caribeños
bajo los soles
de este amor necesario
ungido con olores tropicales.
Rezo a las hormigas
que trascieguen
dulce y jengibre
de mis pezones hasta tu boca
Haciendo una danza marina
en el no tiempo de una vida pasada
entre las olas de tu pecho y mi espalda.
A Roberto y a nuestro amor necesarioÚtero del mundo
Vibra el corazón
de la tierra
hasta el pecho del jaguar
el grito de las abuelas
desprenden el mal del ojo
Yemanja cuando
alguien renace a la orilla
del mar
muda de piel
es una sirena
entre llantos fúnebres
ensordece ballenas
porque ha perdido a su hijo.
Sus pezones son de sal
su boca se desmorona
sobre los ojos de dios.
Abre su vuelo por las noches
recorre las corrientes
del inconsciente
Alcanza en sueños
el vuelo de la sombra
la muerte es solo el portal
de sus entrañas
paren la luz en cuclillas
frente al útero del mundo.
De diásporas
Estamos hechas de frutas tropicales
de clamores y plegarias nocturnas
de plantas que sanan las heridas
estamos hechas de intensas músicas
de raíces despertando en las caderas
de tambores
de conjuros marinos
de sabores y de espíritus
que se alimentan entre cocinas
y recorren las costas
pariendo pueblos hechos de resistencia.
A mis afro hermanas
Kari Obando (1994, Limón, Costa Rica)
Poeta antes que socióloga. Afroactivista, gestora socio cultural del Caribe costarricense.
Si me envuelve la niebla, yo me elevo en su alta soledad y su andar manso; en su quietud me interno y no me muevo: es que he encontrado mi alma y ya descanso.
Súbete entre la niebla que oscurece y hiela las montañas y los cielos, sube en mi alma que en niebla resplandece: luciérnaga embriagada de los hielos.
Sube a mi cuerpo que descansa en mi alma, a mi cuerpo que es tierra entre la niebla, crece sobre él rompiendo su gris calma: despertará en la hoguera la tiniebla.
Lentamente tú y yo nos dormiremos en palpitar de niebla soñolienta. Germinen dos semillas del invierno.
Estrechamente unidos estaremos creciendo entre la niebla que nos tienta, con el sopor extraño de un yo eterno.
Mi cuerpo niño de animal enfermo
Mi cuerpo niño de animal enfermo se asoma, flor de muerte, hacia la tierra. Las fauces sin canción lo atraen al sueño. Cabezas erizadas por el yermo se arrastran contra el pozo que las cierra, la órbita vacía estirado el ceño; mi cuerpo triste aún de carne nueva, se retuerce y se espanta ante su nada. Se arrastran los demás, muerte dormida. Es tentáculo oscuro que lo lleva y es una piedra enorme, muy helada, que se encuentran, tardando mi caída.
Araña negra tejiendo
Araña negra tejiendo, debajo el pozo de sombra, hila, hila, sobre el árbol, sobre la tierra y la roca. Araña sucia mojada babeando su tela fría; un pájaro de las sombras era la araña desnuda. Escondía su cabeza y nos enredaba el alma, nos enseñaba las patas y nos arañaba el alma. Se retorcía entre las hojas un reptil de lengua blanca; era una araña grandota que se deshilaba toda, era un ovillo de vello que se extendía por el ave. El aceite de un relámpago se regaba en los rincones, sudaba la piedra blanca al par que fruía la tela, se devoraba la piedra una boca desdentada. El granito se derrite, se lo carcome una tela peluda y suave de patas, de boca fría y desdentada. El alma se había quedado entre las garras de un cuerpo.
Desplegada en el aire
Desplegada en el aire, colgando de un hilillo que se alarga y se angosta mientras escupo o chupo, yo, araña en la tinieblas con las patas redondas de gastar las paredes, con el vientre escaldado de manejar insectos; me subo hacia los techos y me hieren huevillos, me bajo a los rincones y me penetro de agua; vuelvo hacia el aire fresco y me quedo colgando, los ojos encogidos de soledad y viento, las patas destrozadas de agitarlas con fuerza. Rompiendo en la cabeza, fluyendo en las entrañas, la baba se me escapa, me destroza los miembros. Languidezco vacía con la cáscara suave arrugada y desnuda, colgando aún del aire.
Oigo lento golpear en el compás
Oigo lento golpear en el compás de los ruidos llegando del camino dos pasos y dos pasos más. Escucho la pesada letanía que ya marca, tocando mi destino, el cambio oscuro de la vida mía. Cuento el compás con el que marcha en dos, y no quiero pedirle al gris paseante que aleje de mi fin los pasos tardos.
Pero no avanza y empieza en mis oídos a devolver sus pies de caminante dos pasos, dos, revueltos en sonidos. Y terminan, golpeando con el viento, como un eco tardado de fatiga, y me quedo, deseando el paso lento de aquella temerosa sombra amiga.
Con el ojo extraviado en la locura
Con el ojo extraviado en la locura y la boca entreabierta por los dientes, viene jadeando en mí un espectral mimo. Saltó una vez, alud de la ancha altura, derrumbando su forma en mis salientes. Desde entonces fui en muerte alado arrimo. Volotea noche y día sobre ensenadas, por los bosques tupidos, por los hielos, llevándome, a la rastra los cabellos. Angustiada me esfuerzo, fatigadas las sienes en espanto de los cielos, descargada mi fuerza en sus destellos. Desprovisto de gracia en la figura, encogidos los hombros, va latiendo apoyado en mi pecho su calcáneo. Se enciende su humedad de bestia pura, sorbiendo a soledad lo vivo ardiendo de las fuerzas deshechas de mi cráneo.
Lame mi cuerpo líquida corriente
Lame mi cuerpo líquida corriente erizada y sombría. Silenciosa me he sumergido en la oquedad del agua dejándome arrastrar dormidamente. El fondo verde en la humedad reposa; a través de las capas ardua fragua levanta chispas negras: el oleaje envuelve, abrasa los viajeros leves que deslizan sus formas en mi hueco. Oigo flotar en torno a mí el ramaje de brasilla empapada, ardiendo breve. La ceniza se cierne: aliento seco que va enjutando el cuerpo remojado. Por ampollas abiertas brotan soles: chispecillas de luz en campos míos, que ha sacado de carnes tibio arado. A la rastra de negros girasoles levanta el agua cascarones fríos.
Oscilaba eternidad al vaho compacto
Oscilaba eternidad al vaho compacto. Vibración luminosa en aires huellas, palpa la oscuridad por lo cercado. Constante turbia; esconden, al frío tacto, infiltración moliente las estrellas. En gravedad redonda de embotado cerco, lava al vacío corrosivos lechos; el jadear efervescente purula solidez llagante, vibra. Fortaleciendo carne en los activos fondos, soledad a la corriente, roe entrañas y amarra con la fibra. Revienta con las luces de los rastros, desliza al espesor moviendo bocas. La descarnante estanque, descompuesta, midiendo la lamida hondura de astros, escarpa adormecer; las ebrias rocas, gravitan removiendo suave cresta.
Turbia en la marcha, el sueño la distancia
Turbia en la marcha, el sueño, la distancia que balancea la sien entre dos aires; turbia en la longitud del aire negro que se vacía en el viento con estruendo. La imagen agotada que se esfuerza por estar quieta, viva y descubierta, pierde la consistencia, al soplo vago se arrastra a las esquinas y se pega. La colección variada, sucia y vieja de imágenes que aplastan las paredes, mira la redondez de informes vueltas; los ojos que se vidrian ven el polvo, las hendiduras yertas que revuelan; y sigue la hediondez de humores negros que se vuelven con aire tibio, vómitos. Urga descongestión el organismo velado por la fibras que se cruzan y enturbian la visión de los embriagues; silba la escalofriante rueda inerte que aplana por los aires ciegos ruidos. Y queda mi soledad sin habla y sorda, murmurando en la enfermedad de horas que mudan mi destino lentamente.
Arriba, llega, alcanza en monotonía
Arriba, llega, alcanza en monotonía de unido vuelo el gran enjambre ciego de bisbisear de insectos motinados que remueven el día. Desde un zumbar las alas sin sosiego por la ebriedad tocados, van empujando espacio de amalgama mole contra la falsa cavidad del cielo que se hunde en caos; el destrozo con el vigor inflama al reventar por fuerza; gravedad se rebasa en los pozos que consumen de atmósfera aire seco; bajo el ardor de emburujado bulto tumultuan respirando larvas plenas, se alargan por el hueco vagando un crecimiento muy oculto del tacto incorporarse a las condenas; y fraguan sitios duros, los que resistan del asiduo alcance; secretando la forma de los sueros integran alma a los compactos muros. Internando el avance un corroer profundo de agujeros.
Del libro Antro Fuego (1955)
Selección: Lovesun Cole
AnaAntillón (1934), poeta y narradora costarricense, autora de los libros: Antro Fuego (1955), Demonios en Caos (1972), Situaciones (2000) y Coruscar (2001). Cursó Antropología y Bibliotecología en la Universidad de Costa Rica. Laboró en la Biblioteca Nacional en la época en que esta era dirigida por el poeta Julián Marchena (1847-1985), y profundizó en el conocimiento de la poética contemporánea de Hispanoamérica. A mediados de la década de los cincuenta tiene relación con los poetas vanguardistas de Nicaragua, como Alfonso Cortés (1893-1969), Carlos Martínez Rivas (1924-1998), y particularmente con Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), José Coronel Urtecho (1906-1994) y Ernesto Cardenal (1925-2020). De su obra poética, (nunca premiada), se conocen dos poemarios: Antro Fuego publicado con 21 años, con el que sacudió la sociedad moralista, aldeana y conservadora de la época, y Demonio en Caos; con 38; títulos que dividen la producción de su única y breve etapa poética. En 2001 recibió un homenaje del Ministerio de Cultura en el Día Nacional de la Poesía.
Algunos tendrán miedo de romperse los ojos e inventarán ángeles falsos que digan el poema pero otros seguirán escribiéndolo con los últimos huesos frente al horror inmensos sin poder detenerse ante el infierno creado o los posibles hijos de la muerte
Tlatelolco Bajo la noche funeral los jóvenes masacrados seguían temblando todos tenían en los ojos más o menos el mismo recado no nos olviden véngame te amo
Niño, el mundo y tus ojos se aman. Vuelan hacia tu nombre mil puñales. No miras en el aire las vivas avenidas que hace el llanto. ¿Cómo decirte niño que hay un tigre envenenado y ciego que te anda buscando? Sueña, niño sueña mientras a nosotros la muerte nos anuda la corbata.
Todo parece que estuviera muerto pero no yo siento este volcán de la gente y un día de estos las avenidas parecerán serpientes y amaneceremos con armas brillando entre los dedos no sabría decirlo pero me consta que algo de nosotros saldrá implacable ardiendo que a nadie engañe este aire solo es el principio del incendio
Un hombre dice amor de mil maneras y le dan el horror a cucharadas míralo ahora roto bajo el aire algo quiere decirte escucha fíjate pudiera ser que el hombre seas tú mismo y es otro quien va dentro de tu traje
Hay hombres de callado apocalipsis su tiempo es una lenta navaja de semanas aman un aire muerto y unas veces se puede ver sobre sus ojos rotos una enorme niñez asesinada
Arde como fiera (México-UNAM, 1971)
Los amantes Descendientes del fuego los amantes son niños salvajes ferocísimos seres que no atacan a nadie descendientes del fuego no miran no tienen sentido de la distancia se precipitan en sí mismos de ceguera y fulgor están armados
Estás desnuda la tierra olvida su ballet nada se mueve nada existe solamente tu cuerpo ante mi ojo de cíclope hechizado eres una sed extendida de los pies a la frente desde ti una primavera furiosa nos reclama
Memoria Donde hubo amor hoy quedan solo cisnes de pus estos lugares muerden me largo de este sitio la memoria es un pozo de serpientes.
Descendientes del fuego (1980) Premio Internacional de Poesía “Platero” Ginebra, Suiza
Joven poeta Toma nota del día lee bien esos signos escucha atento el pulso de las calles vibre la realidad en tu cuaderno mira como los sueños escalan las paredes la dialéctica agita sobre el mundo su hermosa cabellera de muchacha salvaje. Suma tu pecho al vasto, inmenso pecho. Jura lealtad al fuego la vida te propone el más hermoso pacto.
Praxis de lo imposible
Livio Ramírez Lozano (Olanchito, Honduras, 1943) Poeta, ensayista, catedrático e investigador universitario. Algunos de sus libros de poesía publicados son: Sangre y estrella, Yo, nosotros, Arde como fiera, Descendientes del fuego, Personajes y otros poemas, Escrito sobre el amanecer, Columna que fluye y Obra reunida. En 1969 forma parte del Taller de Poesía de la UNAM dirigido por Juan Bañuelos en México D.F. Integra el Movimiento “Punto de Partida” junto a prominentes escritores mexicanos. Funda el primer taller universitario de poesía en Honduras en 1971. Durante los años 90 dirige, junto al poeta Efraín López Nieto y el pintor Juan Ramón Laínez, la Antología Nacional de Poesía. Dicha antología se publica en cuatro tomos por el Ministerio de Cultura. También es ex encargado de negocios de la Embajada de Honduras ante las Naciones Unidas en Ginebra; y realiza estudios doctorales en Derecho, así como post grados en Sociología Política y Altos Estudios Internacionales, en Europa. Es exdirector de la Academia Hondureña de la Lengua y ex director general del Ministerio de Cultura. Dentro de sus reconocimientos se encuentran: Premio Internacional de Poesía Platero (Ginebra, Suiza, 1981), Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa (Honduras, 2000), Premio Nacional de Letras José Trinidad Reyes (UNAH, 2002) y Premio OTLI (Gobierno de México, 2017).
Una firme determinación en cada músculo feroz. Un grito desgarrado en las vértebras del hambre.
Una larga cicatriz en la alegría. Un cisne que se ahoga en su belleza más inútil.
Un aroma indescifrable que baja desde las montañas. Un crepúsculo manchado de ángeles promiscuos.
Una trompada con violencia y precisión. Una palabra luminosa de una niña de seis años.
Un abrazo que nos nutre la raíz. Un insomnio que termina donde nace el arcoíris.
Un milagroso amor sin almanaques ni exigencias. Una caricia con regusto a ingenuidad y mariposas de menta.
Una poesía como un hacha que atraviesa la mentira. Un mundo de ilusión donde pululan marionetas.
Canto de guirnaldas
Existe una mujer con quien siempre estoy en éxtasis y acompañado como arriba de un bellísimo milagro que atraviesa las tinieblas.
Existe una mujer cuyo abrazo es como un canto de guirnaldas. Que da el calor del paraíso aunque llegue el invierno. Que libera mariposas en delirio cuando dice buen día.
Existe una mujer cuya cálida luz irreprochable me lava la esperanza y me enciende los huesos.
Necesidades terrenales
Un deseo insatisfecho me hiere de nunca. Un puñado de cenizas me cubre la inocencia. Un cuervo diminuto me agrede las felicidades.
Oigo esa leve melodía del vino macerando.
Sé que la muerte es un portal, sólo un despojo de lo transitorio. Sé que hay una quietud como un orgasmo. Que hay un amor errado que llega hasta el suicidio.
Cuando un sendero se bifurca ya hay una encrucijada. No debo ahogarme por completo absurdamente en las poquísimas necesidades terrenales.
Damián Jerónimo Andreñuk nació en City Bell en 1986 y reside en Villa Elisa, ambas localidades ubicadas en el partido de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Publicó diez libros, todos a través de Certámenes en diferentes editoriales: Omisiones (2010), Portales al vacío (2011), Formas concretas (2013), Silencio de crisálidas (2015), Metástasis (2015), Vértigo insondable (2017), Música del polen (2021), Yamila (2021), Donde orinan los lobos (2021) y Dimensiones de lo breve (2022)
Invocación a la diosa
Acá estoy, Coyolxauhqui,
borracha de tan extranjera.
Traigo el cuerpo destrozado
igual que el tuyo,
pero a mí no se me nota.
Como ofrenda, te dejo este hijo
que estoy perdiendo ahora
y mi lengua cruzada de tajos.
Quisiera frotar tus pezones azules,
que tu leche me llene la boca.
De cuando visité por primera vez el Templo Mayor
En el campo, el silencio de noche es como un golpe
de martillo en las orejas. Por eso cuando era chica,
yo quería un dios o una diosa que me ayudara a dormir.
No me servía un hombre que elegía a otros hombres
para enviarlos por el mundo a contar sus hazañas.
Ni una virgen que limpiaba con lágrimas
las heridas del hijo, que aceptaba el misterio
y subía a los cielos. Esclava y sin manchas.
Tampoco, ese hijo que ofrecía la mejilla y después,
mientras sufría sabiéndose dios,
llamaba al padre llorando de miedo.
No.
Me hubiera encantado tener una diosa
de torso desnudo, con falda de serpientes,
con rodilleras hechas de cráneos de los tontos
y los pies bien metidos en el fuego,
que mostrara las piernas abiertas, las garras
y tuviera un serrucho por lengua.
Que viniera, no a salvarme
sino a enseñarme a matar a la madre,
que luchara con el hermano deforme
y perdiera la cabeza entre las piedras.
Ahora, no necesito nada para mí,
aprendí a dormir sola. Pero para mi hija
yo quisiera una diosa que sangre.
La Virgen en el mercado
Adherida a la columna, una lámina
en papel satinado de la Virgen
con su raro disfraz de Guadalupe.
Quien imprimió esta imagen le agregó
un poco de su fe, de su alegría.
Los colores se alejan del gris santo,
alzan vuelo y se encienden y compiten
con las piñatas que cuelgan rabiosas
del techo del mercado en Coyoacán.
Y porque tal vez la acumulación
funciona en ciertos casos, le pusieron
un marco de un millón de rosas rojas
y un diluvio universal de purpurina.
Pero es curioso observar que nada
le ha cambiado en el gesto a la señora:
sigue quieta, los ojos hacia abajo
y las manos unidas sobre el pecho.
¡Qué poca vanidad!, me digo y miro
mi perfil de reojo en la vitrina
sucia de un puestito de tostadas.
Cualquier diosa, yo misma, si tuviera
tales brillos y flores, alzaría
la vista sonriendo. Aunque en el fondo
supiera que no soy más que otra mosca
sobre la carne cruda y las guayabas.
Mi madre de visita
Aparece un insecto en la casa, una suerte de grillo
salido de un mal sueño del Creador.
“Cara de niño” lo llaman. No hay metáfora.
Investigo y todo es mito: los poderes terribles
de los ojos, el veneno mortal, el mismísimo
rostro del maligno tatuado en el abdomen.
No es que yo no sea valiente,
pero tiendo a procrastinar. Pasa el día y otro día
y queda el bicho muerto en el rincón.
Hasta que llega mi madre de visita. Desde lejos,
se lo muestro, lo señalo, se lo explico. Ella,
nada de escoba ni de escudo, lo agarra de una pata.
Parece un bebé recién nacido –dice–. No es tan feo.
Y lo mete en la basura.
Si no podés dormir
Lo que podés hacer es un tzompantli:
poné en el piso los cuerpos de las mujeres
a las que mataste últimamente, cortales
la cabeza. Abrile a cada una un agujero
en los huesos temporales
de 25 centímetros de diámetro
y enhebrala en un poste de madera.
Así con todas.
Dejalas a un metro de distancia,
más o menos. Podés poner por línea
cuantas quieras. Después,
igual que a las ovejas, contalas.
Poemas de Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019)
Soledad Castresana nació en la provincia de La Pampa, Argentina. Publicó los libros de poemas: Carneada (2007), Selección natural (2011), Contra la locura (2015) y Que sangre (2019). Hay poemas suyos en diversas antologías de Argentina y de Latinoamérica. Algunos de sus libros recibieron premios y menciones. Escribe, además, pequeñas crónicas y cuentos. Algunos de ellos han sido premiados y publicados en revistas digitales. En estos días prepara su primer libro de cuentos. Cada tanto, coordina talleres de lectura y escritura, y clínicas de obra. Vivió en Buenos Aires, en Bogotá, en Medellín, en Ciudad de México y en Bangkok. Actualmente reside en San José de Costa Rica. Estos poemas están tomados del libro Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019) y se escribieron durante su vida en la CDMX en 2015 y 2016.
Me he mecido como los bejucos perezosos que, en lugar de trepar, se dejan caer con la languidez de la muerte. He extraviado identidad y nombre, he sido una sombra transparente: todo aquello a lo que pertenecía se ha borrado.
Desaparecer, de eso se trata, conservar solo la esencia, despojarse hasta chocar con un corazón abierto, expuesto y palpitante. Que las moscas se posen sobre mis restos, que los zanates celebren un banquete en mi honor. Ser entregada al fuego del sol, al embate de la ola, burlando así a la predestinación, a las arrugas, al polvo de los museos.
No caminar nunca más, perder mis piernas. Que los charancacos altivos repten por mi pecho, se detengan a olisquear y continúen su camino, como si mi cuello fuese uno más de esos troncos atrapados con delicia por los muslos de la tierra.
Que mi sangre se torne del añil del mar y mis ojos del verde de Yojoa. Desprenderme de las últimas cruces, de las últimas sogas. No necesitar ya más de la respiración ni del oxígeno. Que mis cabellos devengan plantas acuáticas y, llegada la hora, en un amanecer radiante, desaprendan la capacidad de flotar:
con suma lentitud me irán hundiendo ―hacia abajo, hacia abajo― hacia ese fondo donde no se distingue el agua del limo, donde ni siquiera la luz podrá venir a rescatarme en el límite del tiempo, en el extremo olvido.
Lago de Yojoa, julio de 2022 Poema inédito
QUIERO MORIR ENTRE LAS FLORES
Quiero morir entre las flores y no ahogada o con una espina de pez atravesando mi garganta. Los pétalos que cubran como sudorosas hormigas mis ojos, ceder así sin ver el testigo de mi duelo a las estatuas.
Y ser vencida por la imperdonable tierra, por sus huestes herradas de sol, para que mi cuerpo estirado por el uso deje de preguntarse qué es esa cosa de que las rocas te devoren o de ser pasto de la hierba.
De El telar de Penélope, Calambur, Madrid, 2008
EL DORADO
Un pájaro cuyo nombre desconozco emite un gorgojeo y después, como azuzado por un recuerdo urgente, sale volando de la rama.
Por encima de las picas de los soldados, escucho el tráfago del viento entre las lianas. La punta de mi arcabuz oscila levemente con el oleaje. Si tan solo un disparo pudiese romper este silencio, marcar el camino certero por las bifurcaciones salvajes del Amazonas. Pero no, mi pregunta hiere:
cuántos quedaremos con vida, cuántos, de los trescientos que salimos de la ciudad de Lima, regresaremos del viaje incauto,
tantos han ungido ya con su sangre las riberas de este río caníbal. Tan solo obstáculos para su liquidez invicta que no conoce piedad, dos bergantines y un fluctuar de balsas, trémulas miradas sobre la superficie.
Vosotras, columnas de follaje, hojas de esmeralda en ruinas, vosotras, que inclináis en una hondísima quietud vuestras ramas bajo los cielos desprendidos que no alcanzamos a divisar, vosotras, torres caídas que se lamentan, astros vegetales que dibujáis quimeras en el aire, vosotras, pobres plantas, hijas de otras constelaciones, atadas a esta tierra pestilente, demasiado húmeda, maldita, nos atraéis hacia el horror, vuestros brazos abiertos nos invitan a compartir un espantoso destino. Cuando alcanzamos la orilla y vamos apartando las flores de bruñidos estambres, exhaláis, como única venganza, un dulce perfume.
Pesadas gotas se hinchan hasta desfallecer por los picos de las hojas. El día oscurece, se desprende de su envoltura doliente, cada atardecer como un manto insonoriza la vida para dejar a su paso un leve susurro, ansioso, anegando el cauce trenzado del río, y la luz del último sol refleja las aguas moribundas, filtra una niebla de mosquitos, se torna menos radiante, nos recuerda que
el hogar de los hombres nunca estará a los pies de este suelo, en esta estación indiferente que es eterna y nunca se sacia.
Cuando se hace de noche, fingimos dormir abrazando nuestros cascos pero empuñamos insomnes las ballestas. Creemos alejar así las pesadillas que se inmiscuyen en nuestras bocas como peces calientes. Pero ninguno saldrá ileso. Enloquecidos, perseguimos un mapa de oro que no existe, estamos remontando esta inmensidad sin objeto, este arañazo putrefacto de desierto, y, sin embargo, naufragamos más cerca del vacío.
De Cartografía humana, poemario inédito
MARGARITA LEOZ (Pamplona, España, 1980) Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Autora del libro de poesía El telar de Penélope (Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y sus críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W, Litoral. En 2021 fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores españoles menores de cuarenta años para promover su obra en el extranjero.
Asustamos a vecinos escandalizamos a señoras de misal y rosario
Siempre de negro diluidas entre sombras y desapareciendo en los espejos
Tomábamos cognac en tardes clandestinas mientras el jazz nos cubría para escurrirse luego por los poros
Disfrutábamos la hierba ocasionalmente sin compulsiones cuando queríamos abrir los ventanales del cielo y mirar trasnochadamente lo que hubiese
Nacimos despidiendo guerras vivimos Vietnam un acto obsceno y en la piel el dolor de Hiroshima y Nagasaki
Nos desvelamos con Sartre mas fue Simone quien hilvanó nuestra protesta
Consideramos a los Beatles un tanto pueriles era Piaff quien nos alimentaba Trenzamos flores guirnaldas pero fuimos suspicaces con las exportaciones del Norte
Nunca pensamos que seríamos reinas
Sí quisimos con el Che ser compañeras
Compartimos cuerpo y alma sin pedir nada a cambio
La vida ha sido nuestro manifiesto
Encendimos lámparas para apagar la angustia de estar vivas
Vivimos tan pero tan intensamente que ningún dolor nos fue ni nos podrá ser jamás ajeno
Fuimos las chicas malas
Olíamos a incienso A pachulí otras veces a menta fresca
Pero el olor que nos acompañó fue el de la melancolía
Fuimos las chicas malas y aunque no lo confiese abiertamente por el qué dirán los hijos los amigos sensatos el perro los parientes seguimos y seguiremos siendo chicas malas
Mi voz
Te presto mi voz hermana
Te presto la escasa lucidez de este siglo vestido de torturas
Te presto mareas por si se te ocurre deshacer las rocas
Te presto lo visceral del grito de algunos animales los olvidados ya en el destierro ya en su último recodo
Te presto también mi voz para que hablés por ejemplo de los espejos donde no se refleja tu impotencia Para que denunciés la presencia invisible de tus sueños Para que nombrés el pan ausente que frecuenta tu mesa
Te presto mi voz para que hablés en nombre de los niños borrados y mencionés si te parece su desesperada esperanza
Te presto mi voz para que denunciés la fría bayoneta de la muerte invitada imprescindible de las guerras Te presto lo que tengo y lo que no tengo
Lo que soy y lo que quisiera ser Lo que el tiempo ha dejado de lo humano
lo que los dioses han perdido en el camino
Te presto este poema Del libro Chicas malas (URUK Editores, 2009)
Dónde (poemas de la pandemia)
Me quedo en pausa No sé si la acción ya fue o espera en el futuro
No sé si la desmemoria es un momento entre los tantos donde se hilvana el tiempo
O es el tiempo
todo el tiempo el antes el ahora el después cabalgando sobre el inescrutable sueño de mi espalda
No sé si ya me moví o aún no dibujo en el aire mi silueta camino y los pasos se deslíen conducen a un destino clausurado
Abro un libro y la página fue la historia se cierra circular cada hoja agita su soledad perfecta hermética termina abandonándome
Reparo entonces que el hilo de la vida se enreda y se mezcla y se destiñe en el cajón de las cosas olvidadas
De besos (a propósito del poema de Lorca Balada Interior)
Vivo repleta de primeros de segundos de terceros besos los dulces los amargos los que fueron los imaginados los deseados los torpes los sabios los remisos
Cada uno replicante en la quebrada honda del recuerdo sumatoria para al final en la extensión del beso delinear la perfección de un beso el que amaneció después de los insomnios en el lado oscuro de la noche
Poema inédito.
Caribe (una vez más el mar con olor a Caribe)
Ese clamor de mar vivido como único destino donde los deseos se diluyen en partículas saladas recordatorio de lágrima presencia rumorosa de la vida allí y solo allí no caben responsos heridas tristeza itinerante
Vedado el dolor por la fuerza que desata y revierte hacia el cielo en un juego incesante vaivén de la esperanza fuego que aniquila Y la sal Siempre la sal dibujando senderos para abofetear fronteras soliviantar las ansias liberarte desatarte desnudarte exponerte de par en par con tus ventanales abiertos más su luz que los cerrojos
Y contienes al mar el mar te arrastra te signa con vendavales para ir haciendo ruta una con anegados santuarios
Esa llave para abrir horizontes te la confiere el mar el timón de mando es tuyo te lo regala el mar cabalgas tormentas navegas huracanes
tejes ciudades enredadas en el laberinto de sus arrecifes Inventas ciudades dormidas en sus costas calles cuyo destino es arena litorales para las más altas ceremonias
Te dedicas a anubarrar tu grito expresar así esa ansia de caminos ese levante de corazón abierto ese alarido preñado ese regreso a los orígenes
El temblor visceral que te acomete con la sola dimensión de su presencia
Del poemario Dónde estás Puerto Limón (UNED 2011)
En la ciudad del desierto
En la ciudad del desierto trocamos los pájaros
Ahora el cielo entintece su desnuda claridad con los misiles
Ya no hay alas bordeando el horizonte
En la ciudad del desierto anulamos los pájaros
Solo un resplandor de plata que encandila solo el pulcro estallido de las bombas usurpa el espacio de los pájaros
En la ciudad del desierto con la misma golosa dedicación sacrificamos pájaros asesinamos niños y mujeres
Y nos desinfectamos las manos
Llueven pájaros
Llueven pájaros Azotan las ventanas
Pájaros que son ángeles agobiados
Llueven pájaros los tejados repiquetean mientras los pájaros golpean contra el claro de luna
llueven ángeles que son pájaros para hablarnos desde el grito infernal de su caída
llueven pájaros saetas flechas malheridas llueven pájaros habitantes desmesurados de las nubes
Estos pájaros que suelen ser ángeles lloran este planeta que arderá quemado por nuestro propio desatino
Estos ángeles que suelen ser pájaros se llenan la garganta con arena mientras escupen fuego
Sus palabras son entonces pedernales que nos golpean desde la arremolinada soledad de la ceguera
Del poemario Llueven pájaros (Editorial UCR, 2015).
New York
Las mariposas se incrustan en el alto estallido del cemento Juro que caminé tus avenidas con la soledad a cuestas en ese universo de piernas extranjeras venidas de rincones extraviados
Traté de asir una mano cualquiera pero solo la materia fría la argamasa el acero Las palomas bravías no encuentran donde depositar sus nidos y un viento de prisas y de ahogos recorre tus calles ateridas
Sé que hay un mundo escondido en el asfalto vibra como el corazón de un pájaro carpintero trato de rescatarlo de la muerte pero mis manos terminan en muñones
Te prometo que seguiré hurgando en tus resquicios hasta encontrar el másti donde ondeará el desvelo y la noche entonces se cubrirá con mareas y en mi insomnio te seguiré nombrando hasta que al fin seas mía
Arabella Salaverry. Escritora y actriz costarricense. Premio Nacional de Cultura Magón, Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría rama cuento (2016) rama poesía (2019).Una infancia en el Caribe define su presencia literaria. Se forma en varios países latinoamericanos, en donde estudia Artes Dramáticas, Filología y Teatro. Nueve poemarios publicados en Costa Rica y España, tres libros de cuentos, Impúdicas, Infidelicias e Íntimas y las novelas El sitio de Ariadna y Rastro de sal. En poesía ha publicado: Búscame en la palabra, Llueven Pájaros, Violenta piel, Chicas Malas, Continuidad del aire, Erótica, Dónde estás Puerto Limón, Breviario del deseo esquivo, Arborescencias configuran a la fecha su obra literaria, así como la edición de Mujeres poetas de Costa Rica, Antología Bilingüe 1980-2020, un hito en la historia literaria del país. Traducida al inglés, al turco, polaco, catalán, italiano al húngaro al francés y al bengalí. Recién edita la primera antología bilingüe de poesía de mujeres que se publica en el país, la cual recoge las voces de cincuenta poetas. Se forma en varios países latinoamericanos, en donde estudia Artes Dramáticas y Filología. (México, Venezuela, Guatemala y Costa Rica). Su voz presente en antologías, periódicos, revistas y blogs literarios en Costa Rica, México, Ecuador, Argentina, Brasil, Colombia, Italia, España, Polonia e India; y en diversos escenarios en recitales personales. Traducida al inglés, francés, polaco, catalán, portugués, italiano, húngaro y bengalí. Ejerció la Presidencia y la Vicepresidencia de ACE (Asociación Costarricense de Escritoras) 2004-2008, 2008-2010; y prosigue su labor de promoción cultural desde la dirección del Grupo EL DUENDE. Jurado en concursos de poesía y narrativa y acreedora de múltiples reconocimientos por su labor. Actriz protagónica y de reparto en más de cincuenta montajes y veinte películas. Trabaja en producción, dirección y actuación para teatro, radio, cine y televisión; imparte talleres de comunicación e imagen y escritura creativa.
22
Tengo el ansia desarraigada del aire,
una insuficiencia de luz
envolviéndome las nostalgias,
aun las que creía guardadas
en los cajones de mis parpados dormidos,
porque enganché a tu vientre
mi rosa de los vientos
los ojos de Juana
y el gris tristísimo de la higuera.
Tengo una nostalgia libre
dormida
en el pretérito del suspiro
porque anhelo la paz
sostenida con un hilo de nylon
sobre esta piel
olorosa a mañanas y naranjas
sin esquirlas de añil sobre el insomnio.
Tengo, pero ¿qué tengo?
si no tengo nada,
sólo mi cabellera extendida
reinando inútil
y descaradamente satisfecha
sobre tu almohada.
Alusión a Juana de Ibarbourou26
Me gustan los monstruos.
Ese amor teratológico
cargado de significación inmaterial
de sentimientos contrapuestos,
revelador de secretos amnióticos
de acciones prohibidas,
de confusión y cuestionamientos.
Proyección de las regiones oscuras
en el mar de mi psique
donde la supervivencia orbita
en medio de
la involuntaria colección de propiedades
que fluctúan entre el amor y el miedo.
Un solo ojo
tres corazones bombeando sangre azul,
veo su cara de ave mientras dibuja herbolarios
para camuflar sus cicatrices
víctima también.
Unidos ahora por la resiliencia
acepto los juegos que la claridad refleja ocasionalmente
en las paredes más ocultas del ser
y así
decido girar la llave exhibida
en el cerrojo más antiguo
al centro del pecho.
Ambos del poemario Transgredir(se), Torremozas 2019DESDE FUERA DE LA CAJA
Un caracol me mira con sorpresa
desde su manera de soñar,
no puedo negar que su presencia
es el recurso simple de algún recuerdo
para ver la luz.
En esta versión de la realidad,
mi voz es un frasco de tinta
para experimentar la palabra
y salpicar paredes blancas en la caída,
desde todas las coordenadas
donde la rosa de los vientos
inmersa en un mar oscuro y quieto,
sirva de anclaje en la distancia.
Aprendo el oficio
de salirme del cuadrado,
pongo a prueba
la fuerza de mi intención
esa que me libera
de la parálisis expectante del silencio.
En este ámbito del experimento
donde convergen tantas cosas salvajes
y la pasión es espiral,
se gestan sueños,
pequeños mundos de sal
mientras todo reposa
sobre la fragilidad de su circunferencia.
Contemplo la imagen
para seducirla, para hacerla mía,
letra a letra
pese al efímero instante en que aparece,
sutil y húmeda como rastro de molusco.
Entonces, un escozor en la consciencia
parecido a las sombras de los árboles
empieza a callar la noche,
y es un juego añejar la palabra
en el último estadio de la metamorfosis
que dará a luz al poema,
si no
habrá que convertirlo en briznas del aire
resquebrajarlo con pizcas de luz
para que lo sueñen niños y monstruos
sin que nos demos cuenta.
Para Jon Andion, con Intertextos de su obra
Gestión por María Macaya
Marianella Sáenz Mora (Costa Rica) Turismóloga graduada de UMCA y ULACIT. Poeta, narradora, gestora cultural orientada a la acción social. Además escribe haiku y literatura infantil (inédita).Facilitadora de talleres de fomento de lectura de poesía contemporánea, creación literaria inicial y de poesía como herramienta terapéutica. Ha publicado tres poemarios y participa en más de una veintena de antologías internacionales. Su obra ha obtenido reconocimientos tanto dentro como fuera de su país, cabe destacar el Primer Lugar en la categoría de cuento del Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro, Chile (2020) y el Segundo Lugar en Poesía del Certamen Literario Brunca (2015), Sede de Occidente de la Universidad Nacional de Costa Rica.