Gestión por María MacayaCoral mamífera
Mi cuerpo es una cafetera
que hierve en la madrugada
mi piel es de hule
y todo sabe a sal
como mamífera me arrastro
por la playa
lloro entre el coral muerto
Floto en la laguna del caos.
Hay un precipicio en cada paso
estoy hundida en ese charco
frente a casa.
Y ninguna voz me hace
despertar de este sueño
Crece dentro
a cada minuto que respiro
como animal nocturno me devora.
mi pálpito se duplica
Estoy al borde
corro y grito
en la habitación de mi vientre
Se desploma el pájaro
desde el árbol gigante
Me desangro en el centro de la selva
Huyo hacia el fin
Vida pasada
En mi continente de piel
no hay ayeres
solo una huella dactilar de la casa de tus manos.
Nuestro amor es una criatura no nacida
ahora el tacto huele a noche moribunda.
Nuestro intento se perdió
en la frontera de ilusiones y miedos
las caricias están envueltas
entre las sábanas asustadas de soledad
sólo moran las bucólicas telarañas.
Pido a los sueños que renazcan
tus labios en mi pubis lunar
que germinen
mis poros dilatados
como frutos caribeños
bajo los soles
de este amor necesario
ungido con olores tropicales.
Rezo a las hormigas
que trascieguen
dulce y jengibre
de mis pezones hasta tu boca
Haciendo una danza marina
en el no tiempo de una vida pasada
entre las olas de tu pecho y mi espalda.
A Roberto y a nuestro amor necesarioÚtero del mundo
Vibra el corazón
de la tierra
hasta el pecho del jaguar
el grito de las abuelas
desprenden el mal del ojo
Yemanja cuando
alguien renace a la orilla
del mar
muda de piel
es una sirena
entre llantos fúnebres
ensordece ballenas
porque ha perdido a su hijo.
Sus pezones son de sal
su boca se desmorona
sobre los ojos de dios.
Abre su vuelo por las noches
recorre las corrientes
del inconsciente
Alcanza en sueños
el vuelo de la sombra
la muerte es solo el portal
de sus entrañas
paren la luz en cuclillas
frente al útero del mundo.
De diásporas
Estamos hechas de frutas tropicales
de clamores y plegarias nocturnas
de plantas que sanan las heridas
estamos hechas de intensas músicas
de raíces despertando en las caderas
de tambores
de conjuros marinos
de sabores y de espíritus
que se alimentan entre cocinas
y recorren las costas
pariendo pueblos hechos de resistencia.
A mis afro hermanas
Kari Obando (1994, Limón, Costa Rica)
Poeta antes que socióloga. Afroactivista, gestora socio cultural del Caribe costarricense.
Si me envuelve la niebla, yo me elevo en su alta soledad y su andar manso; en su quietud me interno y no me muevo: es que he encontrado mi alma y ya descanso.
Súbete entre la niebla que oscurece y hiela las montañas y los cielos, sube en mi alma que en niebla resplandece: luciérnaga embriagada de los hielos.
Sube a mi cuerpo que descansa en mi alma, a mi cuerpo que es tierra entre la niebla, crece sobre él rompiendo su gris calma: despertará en la hoguera la tiniebla.
Lentamente tú y yo nos dormiremos en palpitar de niebla soñolienta. Germinen dos semillas del invierno.
Estrechamente unidos estaremos creciendo entre la niebla que nos tienta, con el sopor extraño de un yo eterno.
Mi cuerpo niño de animal enfermo
Mi cuerpo niño de animal enfermo se asoma, flor de muerte, hacia la tierra. Las fauces sin canción lo atraen al sueño. Cabezas erizadas por el yermo se arrastran contra el pozo que las cierra, la órbita vacía estirado el ceño; mi cuerpo triste aún de carne nueva, se retuerce y se espanta ante su nada. Se arrastran los demás, muerte dormida. Es tentáculo oscuro que lo lleva y es una piedra enorme, muy helada, que se encuentran, tardando mi caída.
Araña negra tejiendo
Araña negra tejiendo, debajo el pozo de sombra, hila, hila, sobre el árbol, sobre la tierra y la roca. Araña sucia mojada babeando su tela fría; un pájaro de las sombras era la araña desnuda. Escondía su cabeza y nos enredaba el alma, nos enseñaba las patas y nos arañaba el alma. Se retorcía entre las hojas un reptil de lengua blanca; era una araña grandota que se deshilaba toda, era un ovillo de vello que se extendía por el ave. El aceite de un relámpago se regaba en los rincones, sudaba la piedra blanca al par que fruía la tela, se devoraba la piedra una boca desdentada. El granito se derrite, se lo carcome una tela peluda y suave de patas, de boca fría y desdentada. El alma se había quedado entre las garras de un cuerpo.
Desplegada en el aire
Desplegada en el aire, colgando de un hilillo que se alarga y se angosta mientras escupo o chupo, yo, araña en la tinieblas con las patas redondas de gastar las paredes, con el vientre escaldado de manejar insectos; me subo hacia los techos y me hieren huevillos, me bajo a los rincones y me penetro de agua; vuelvo hacia el aire fresco y me quedo colgando, los ojos encogidos de soledad y viento, las patas destrozadas de agitarlas con fuerza. Rompiendo en la cabeza, fluyendo en las entrañas, la baba se me escapa, me destroza los miembros. Languidezco vacía con la cáscara suave arrugada y desnuda, colgando aún del aire.
Oigo lento golpear en el compás
Oigo lento golpear en el compás de los ruidos llegando del camino dos pasos y dos pasos más. Escucho la pesada letanía que ya marca, tocando mi destino, el cambio oscuro de la vida mía. Cuento el compás con el que marcha en dos, y no quiero pedirle al gris paseante que aleje de mi fin los pasos tardos.
Pero no avanza y empieza en mis oídos a devolver sus pies de caminante dos pasos, dos, revueltos en sonidos. Y terminan, golpeando con el viento, como un eco tardado de fatiga, y me quedo, deseando el paso lento de aquella temerosa sombra amiga.
Con el ojo extraviado en la locura
Con el ojo extraviado en la locura y la boca entreabierta por los dientes, viene jadeando en mí un espectral mimo. Saltó una vez, alud de la ancha altura, derrumbando su forma en mis salientes. Desde entonces fui en muerte alado arrimo. Volotea noche y día sobre ensenadas, por los bosques tupidos, por los hielos, llevándome, a la rastra los cabellos. Angustiada me esfuerzo, fatigadas las sienes en espanto de los cielos, descargada mi fuerza en sus destellos. Desprovisto de gracia en la figura, encogidos los hombros, va latiendo apoyado en mi pecho su calcáneo. Se enciende su humedad de bestia pura, sorbiendo a soledad lo vivo ardiendo de las fuerzas deshechas de mi cráneo.
Lame mi cuerpo líquida corriente
Lame mi cuerpo líquida corriente erizada y sombría. Silenciosa me he sumergido en la oquedad del agua dejándome arrastrar dormidamente. El fondo verde en la humedad reposa; a través de las capas ardua fragua levanta chispas negras: el oleaje envuelve, abrasa los viajeros leves que deslizan sus formas en mi hueco. Oigo flotar en torno a mí el ramaje de brasilla empapada, ardiendo breve. La ceniza se cierne: aliento seco que va enjutando el cuerpo remojado. Por ampollas abiertas brotan soles: chispecillas de luz en campos míos, que ha sacado de carnes tibio arado. A la rastra de negros girasoles levanta el agua cascarones fríos.
Oscilaba eternidad al vaho compacto
Oscilaba eternidad al vaho compacto. Vibración luminosa en aires huellas, palpa la oscuridad por lo cercado. Constante turbia; esconden, al frío tacto, infiltración moliente las estrellas. En gravedad redonda de embotado cerco, lava al vacío corrosivos lechos; el jadear efervescente purula solidez llagante, vibra. Fortaleciendo carne en los activos fondos, soledad a la corriente, roe entrañas y amarra con la fibra. Revienta con las luces de los rastros, desliza al espesor moviendo bocas. La descarnante estanque, descompuesta, midiendo la lamida hondura de astros, escarpa adormecer; las ebrias rocas, gravitan removiendo suave cresta.
Turbia en la marcha, el sueño la distancia
Turbia en la marcha, el sueño, la distancia que balancea la sien entre dos aires; turbia en la longitud del aire negro que se vacía en el viento con estruendo. La imagen agotada que se esfuerza por estar quieta, viva y descubierta, pierde la consistencia, al soplo vago se arrastra a las esquinas y se pega. La colección variada, sucia y vieja de imágenes que aplastan las paredes, mira la redondez de informes vueltas; los ojos que se vidrian ven el polvo, las hendiduras yertas que revuelan; y sigue la hediondez de humores negros que se vuelven con aire tibio, vómitos. Urga descongestión el organismo velado por la fibras que se cruzan y enturbian la visión de los embriagues; silba la escalofriante rueda inerte que aplana por los aires ciegos ruidos. Y queda mi soledad sin habla y sorda, murmurando en la enfermedad de horas que mudan mi destino lentamente.
Arriba, llega, alcanza en monotonía
Arriba, llega, alcanza en monotonía de unido vuelo el gran enjambre ciego de bisbisear de insectos motinados que remueven el día. Desde un zumbar las alas sin sosiego por la ebriedad tocados, van empujando espacio de amalgama mole contra la falsa cavidad del cielo que se hunde en caos; el destrozo con el vigor inflama al reventar por fuerza; gravedad se rebasa en los pozos que consumen de atmósfera aire seco; bajo el ardor de emburujado bulto tumultuan respirando larvas plenas, se alargan por el hueco vagando un crecimiento muy oculto del tacto incorporarse a las condenas; y fraguan sitios duros, los que resistan del asiduo alcance; secretando la forma de los sueros integran alma a los compactos muros. Internando el avance un corroer profundo de agujeros.
Del libro Antro Fuego (1955)
Selección: Lovesun Cole
AnaAntillón (1934), poeta y narradora costarricense, autora de los libros: Antro Fuego (1955), Demonios en Caos (1972), Situaciones (2000) y Coruscar (2001). Cursó Antropología y Bibliotecología en la Universidad de Costa Rica. Laboró en la Biblioteca Nacional en la época en que esta era dirigida por el poeta Julián Marchena (1847-1985), y profundizó en el conocimiento de la poética contemporánea de Hispanoamérica. A mediados de la década de los cincuenta tiene relación con los poetas vanguardistas de Nicaragua, como Alfonso Cortés (1893-1969), Carlos Martínez Rivas (1924-1998), y particularmente con Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), José Coronel Urtecho (1906-1994) y Ernesto Cardenal (1925-2020). De su obra poética, (nunca premiada), se conocen dos poemarios: Antro Fuego publicado con 21 años, con el que sacudió la sociedad moralista, aldeana y conservadora de la época, y Demonio en Caos; con 38; títulos que dividen la producción de su única y breve etapa poética. En 2001 recibió un homenaje del Ministerio de Cultura en el Día Nacional de la Poesía.
Gestión por María Macaya
Puro egoísmo
Yo no hice ese pacto contigo.
No te dije que podías venir
y robarme el cuerpo y el tiempo, no.
Yo no hice ese pacto contigo.
Que podías venir a mi casa
poner muebles en mi habitación
llenar los rincones con babas
para aromar hasta mi piel, hasta
unas sábanas con seda blanca, no.
Yo no te dije que podías tomar
mis cosas, que podías anularme.
Que podías robarme la belleza
hacer de mí un estropajo sucio.
Que podías dejarme en jirones
transformarme en modos
de materia en fragmentos, en porciones
pequeñas para morirme de hambre
de ser la que era, no
yo no hice un pacto contigo.
Nunca dijimos que podías llorar
todo el rato y yo nunca, que podías
gobernar el imperio de mis tres
cosas, solo tres cosas tenía.
Arrebatarme las manos
robarme el silencio, no, yo no dije
que secuestraras mis pechos,
que acumularas mis síntomas que borraras
mi sexo etéreo.
Tú no me dijiste que ibas a implorar
blandura de algodón mientras apagas
carbones con la boca e intoxicarnos,
si es que dormimos, con el humo que dejas.
Yo no lo hice, no.
Ni siquiera hice un pacto conmigo.
Te traje al mundo sin consultarme.
Arrancarse los pelos
¿De qué va esto?
Hablan de arroz, de biología.
Yo marqué cruces en los casilleros
a tiempo
hice caso a agujas con velocidad
de segundero.
¿Y ahora qué? ¿De qué va el cuerpo?
Yo barrí mis pelos del baño anoche
manipulé el cepillo desde un palo
y al darle vuelta para descargarlo
me sentí muerta, no vieja: muerta
la vida se mostraba enredada en
esas cerdas que barrieron.
Un campo de venas blanco, sistema
nervioso central
yo periférica.
¿Entonces cómo? ¿De qué va el resto?
Crucé el campo con los dedos, los moví
entre las cerdas
y por fin tiré, arranqué aquello, eso que
todos juntos y enredados, pálidos,
glóbulos blancos, parecían formar:
un sistema.
Yo tan anárquica sin método.
¿Luego qué? ¿De qué va el texto?
De pelos con canas que en el cepillo
de suelo conforman esta vida otra
diferente a la que se esperaba que
gestara.
Del sistema circulatorio entre las
cerdas.
¿Qué queda de mi cuerpo?
El arroz era blanco y se pasaba
a nadie le gusta que quede espeso.
Yo apagué el fuego a tiempo, cené el arroz
limpié con sumo esmero el baño.
Luego vino el retroceso:
perder instinto,
paciencia,
deseo,
el pelo.
Mis hijos ajenos
No vine a ser madre, vine
a tener mil hijos y ninguno es mío;
vine a la vendimia a recoger uvas,
trabajo temporario,
y a brindar con otra cepa
cuando haya una ocasión.
No vine a escuchar que soy egoísta
por no ser madre, ni a
que me lo digan mil veces,
por cada hijo que tuve;
vine a recoger el manto
que tapaba un género,
trabajo femenino,
para vestir a otra generación.
Tengo mil hijos y ninguno es mío.
Todos mis hijos ajenos
me recuerdan que vine a
ser madre,
trabajo de escritura,
y a tacharlo todo, renglón
a renglón.
H
Ahora la casa ha quedado en silencio
ahora
como esta h intercalada:
un silencio que no existe
sin el ruido anterior de lo que eres.
Ahora te tumbas
desentendida
y pienso que moriste
pero no entro a comprobarlo:
podrías despertarte con el ruido de la puerta.
Ahora
me da pánico
que ya no respires
pero más pánico que te despiertes.
Ahora que ya da igual el pasado
ahora
es el instante que contiene
la letra que no suena.
Una de cinco.
Las otras cuatro se las reservo al arrepentimiento.
Ahora la h mastica los oídos,
necesita el silencio; callada como muerta
para redimirme.
Solo en la h me perdono el presente.
*Los textos forman parte de Mis hijas ajenas (Editorial Sloper, 2020)
Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) vive en Madrid desde 2013. Es Editora por la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), donde también se formó en la carrera de Letras. Publicó las novelas La huésped (Base Editorial, 2016), Madre mía (Caballo de Troya, 2017) y La versión extranjera (Pretextos, 2019), que fue ganadora del L Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro. En poesía publicó los libros Mis hijas ajenas, ganador del Premio La Bolsa de Pipas de Editorial Sloper, y Las casas se caen en verano (Graviola, 2022). Ha publicado, además, en antologías de cuentos y de poesía, y en medios digitales.
Estos poemas son parte de su poemario ¨Las Cortezas Cerebrales¨.
Maldad Las bestias que llevo adentro ya se mezclaron conmigo: raíces de un árbol centenario, gritos ahogados en mi casa de sustos, pasillos tenebrosos donde ni yo quiero caminar, eso son −así son−. Las dejo quitarme gota a gota la sangre y estoy segura de que no se cansarán hasta volverme un monstruo, quizá siempre lo he sido.
Síndrome de Ghosting Todos de alguna forma tenemos el síndrome de Ghosting. Huimos, hacemos del papel fantasmagórico algo tan común que se nos olvida que estamos vivos. Vos huiste de mí, de repente: no existías, no escribías, no besabas, no respirabas. Cualquier excusa es buena para borrarme como un garabato mal hecho del cual te sentís avergonzado. Imagino tus psicofonías como trozos de vidrio que pasan entre la carne. Y por último, lo único que queda es jugar con el teléfono mientras intentás hablarme desde la silla de al lado.
Literatura de supermercado El amor hay que traerlo como a una herida llena de sal o una roncha a punto de estallar. Anda lleno de curvas porque las líneas rectas no las soporta por mucho tiempo. Se ahoga fácilmente en la cúspide del pezón y cae en mi ombligo. Hay que verlo como el primer orgasmo donde se siente un renacer de algo desconocido, luego, ser adicto es la única salida. –Es ser esclavo más bien–. Colgarlo del llavero habitual para tener la fe de hallarlo frente a la parada de taxis. Dibujarlo en una banca de su color para reconocerlo antes y que nadie te lo robe. Al amor hay que soñarlo y meterlo por todos lados, porque es mejor unírsele que dejarlo al factor sorpresa.
I Usted y la neblina son de esas cosas que emborrachan y uno no hace por donde parar. He pensado inyectarme su neblina y pintarme de gris, quizá comprar una libra de frío e inhalarlo todo. Buscarme una noche congelada en alguna montaña suya, para que mis pies sean azules como el hielo, caminando en césped muerto. Como un limbo que me engaña porque me hace creer que si me pierdo usted y su agua fría son mejores que el Sol.
II Su neblina era perpetua. Decidió dejar pasar la luz, solo eso bastó para ahogarme y matar a golpes el témpano, hielo color sangre que reavivó otra vez. ¿Puedo retirar mis pies azules? Los quiero quitar del medio, usted no se merece los copos aguja que crecen en el zacate desangrado. Me llevo cada letra muerta, total lo estoy, y sus venas azules sirven para ahorcarse, más efectivas que una hebra de mi pelo. Déjeme caminar adentrarme en el volcán, quemarme en su plástico, tal vez así se me quiten sus espinas. Sus espinas son perpetuas, eso de la inmortalidad. es asunto suyo.
Johanna Picado Vargas, Cartago, Costa Rica, 1989
Escritora costarricense, publicista, máster en Comunicación Corporativa y Marketing Digital. Participó en el taller de poesía Tráfico de Influencias en 2013 del Ministerio de Cultura de Costa Rica. En 2019 publicó su primer poemario ¨Las Cortezas Cerebrales¨ con la editorial independiente Ediciones Perro Azul, que fue presentado durante la Feria Internacional del Libro de Costa Rica ese mismo año. Su trabajo se ha incluido en diferentes publicaciones como ensayos y revistas. Actualmente estudia canto lírico y trabaja en comunicación digital en su país.
7 de mayo de 1991, brotó un nombre difuso a espaldas de Dios. Ocho letras borrosas que no fueron acariciadas por banderas, un sustantivo olvidado en la bruma, parido en una maternidad a las 18:30: Tauro con ascendente en Escorpio. Cada letra, un cántaro partiéndose sobre luz y tierra. El primer llanto del nombre escurrió un mar, la sal pintó caminos azules que arrastraron a veintinueve mujeres a morar mis ocho letras. Una a una dibujaron la noche y el día de los años hasta que el lienzo escupió las primeras conjugaciones violentas y las cegó, dejando desprotegida la Tierra. Manos extrañas fundieron con monedas las lenguas de la infancia: restos de pelo y sangre sobre los hombros, afonías, arcadas de horror. A lo lejos, un Dios opaco despinta su espalda mientras las mujeres que fui gimen cenizas. En centro de la putrefacción, crece un árbol.
(Antología XIII Encuentro de Poesía en Paralelo Cero, El Ángel Editor, 2021)
Cinema
Hermano, tú y yo invocamos a un dios que nos mira, aburrido, desde un plano cenital, reconociéndonos por las espirales de nuestros cráneos.
Hay cierta tenebrosidad en tus pupilas, tiemblan y se retraen cuando la luz entra por el ojo del cíclope para atravesar el pecho mostrando nuestros colores.
¿Cuántas historias encierra el ojo?, me preguntas y te respondo: el cíclope deja ver el futuro y el pasado. Me sonríes, Somos dos niños cuyos pies flotan sobre un abismo con cadáveres de canguil y chicles.
En nuestras mejillas se dibujan formas de caleidoscopio pestañeamos, dios se ha sentado a admirar al cíclope junto a nosotros.
Sobre las butacas, hay pieles proyectadas en varios idiomas.
(Inédito, 2021)
El jardín del cíclope
Un regalo de la luz es poder explorar la pupila del amor cuando madura y se ensancha como un fruto redondo que creemos perdurable.
(Inédito, 2022)
Nuestros desaparecidos
son espinas que atraviesan la memoria. La memoria es una bandera desgarrada que ondea y salpica sangre en nuestras frentes.
Mi frente y tu frente, tu frente radiosa* son un puente tendido sobre crujidos de auxilillo lápidas y huesos sin nombre. A millares surgir, a millares surgir*.
Nuestros desaparecidos, son patrimonio nacional salvaguardado y conservado por la indiferencia. Son los muros heridos de una patria hueca como una “o” violenta dibujada entre las sienes.
Nuestros desaparecidos son la fecha y el sector de la ciudad donde se desintegraron sus nombres y apellidos.
Nuestros desaparecidos son un cartel adherido con lágrimas de un bosque invisible que se seca y se seca mientras los aguarda.
Nuestros desaparecidos, no saben que están desaparecidos hasta que reconocen el llanto de ese amor, que los busca a oscuras.
Versos del Himno Nacional del Ecuador*
(Inédito, 2022)
Huérfana
A Georg Trakl
Padre, la noche está herida, gime como un animal y las huestes del tiempo huelen mi miedo. en la superficie oscura los cántaros se parten derramando la sangre de los pájaros.
En la aldea de la huérfana, los niños se marchitan ante la voz de un dios sodomita. la niña viento busca dormir en los campos.
Oye cómo los ángeles lloran desplumando sus alas en un sacrificio de amor.
Hay un lugar en tus ojos, padre, donde las lámparas de aceite alumbran, cubres con hojas de otoño mi desnudez y el agua se tiñe de luna
La huérfana danza en los negros arbustos que coronan tu frente.
Padre, mi cuerpo rueda en el campo de rastrojos mientras la lluvia negra comienza a caer.
Desde la tumba, padre, la novia del viento nos cantará a los dos.
Padre, detrás de mí, los dementes muertos hieden. Asaltaré el bosque para buscar a la huérfana y a la hermana que perdiste.
Padre, lloverás siempre en mis ojos…
Llora la huérfana, la huérfana es mi espejo
Padre, arroja mi cuerpo a las parcas Para que tejan la nueva humanidad con mi carne.
(90 Revoluciones, Mecánica Giratoria, 2015)
CRISTINA PAVÓN BURBANO (Quito, Ecuador – 1991) Es licenciada en Periodismo y maestrante de Gestión Cultural de la Universitat Oberta de Catalunya. Varios de sus poemas fueron publicados en las antologías: 90 Revoluciones (Ecuador, 2015), Tea Party 4 (Chile, 2015), Silvestres y Eléctricas (Chile, 2016), Humo sonámbulo (Ecuador, 2021), Décimo Tercer Encuentro de Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2021). Sus textos también han sido publicados en revistas y blogs como: Eterna Cadencia, Círculo de Poesía, Escrituras Indie, Cráneo de Pangea, Santa Rabia Poetry entre otros. Participó como invitada en el V Festival de Poesía de Lima (Perú, 2014), el Festival Mayúscula (Ecuador, 2020) y el Décimo Tercer Encuentro Internacional de Poesía en Paralelo Cero (Ecuador, 2021).
No mueras de noche con la oscuridad sobre las rodillas cuando el río se duerme y los cantos son grises. No mueras en luna nueva. Procura cerrar las puertas del latido con la luz del día. No mueras a medias. Salta a la desmemoria de un solo olvido. Cuando estés harta de luz y te hayas acabado todas las tinieblas, cierra el aire boca arriba sin que el sol se haya ido.
La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)
Cuento en negro
Una joven que se tatúa de negro el blanco de los ojos conoce un cambio: dejar de ser en apariencia sapiens sapiens, y tal vez dejar de parecerse a sí misma. Oscurece el blanco y su mirada desaparece entre la bruma, corre sobre su delgada capa de hielo y cae donde nada se siente, se envuelve en una gruesa capa de ceniza y Kafka resuena en el vidrio de su ojo con apariencia de vacío.
La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)
Incendio lunar
Ya incendiamos la luna. No lo registra ningún instrumento sofisticado o antiguo, nadie escribió al respecto. La luna es el espejo invertido del Amazonas, el revés de palmas de las manos. Ya incendiamos la calma, dimos vuelta orbitando el dolor, les sacamos los ojos a los dioses para percatarnos de que teníamos vacías las cuencas en el reflejo que se devuelve. Ya le tocamos el orgasmo a la muerte tantas veces. Incendiada la luna es poca piel la que queda para regresar, es poca lluvia para aplacar el insomnio, poca, una nada de nada.
La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)
Ensayo
Hace días que orbito el borde de otros seres y los enhebro con mis bordes. Una gata salta a mi lado y me enseña sobre la sutileza y el silencio; mientras tejo con mis dedos afilados y torpes, más jirones que dedos por terminar este libro, (miento, lo sé, hay cosas que nunca se terminan). Orbito en mis propios filos y una sensación de gravedad cero me sobrecoge. Llueve y sucede lo que no debería pasar: suda el mar en medio de la niebla, en la espalda de Tapezco, su cabellera de silampas. Un calor de costa pregunta: ¿A dónde la montaña? ¿Son sus cenizas sin cementerio estas que me agitan en el fondo? Hace mucho que orbito el filo de algún aleph borgiano y poner punto final a este libro sin conclusiones. Ensartar mis huesos al polvo de otros huesos, como si eso fuera a salvarme, como si yo supiera (miento de nuevo, nada carece de incertidumbre). Llueve y orbito en alguna veranera llueve y mi gata se duerme. Hace días y noches me obligo a descifrar la muerte, y ella no hace sino saltar a mi regazo y ronronea, lo juro, ronronea, (miento por tercera vez, ella reconoce toda clase de ruidos y los ahoga consigo).
La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)
Mano derecha
La derecha del padre es un sitio en masculino y por eso Dios está incompleto y solo, sin una Diosa del lado izquierdo. ¿Cómo se reconocería ella a sí misma si su imaginario está lleno de estigmas y esclavas, de manos atadas a la espalda obligadas a que todo trazo provenga del grafismo derecho? Los hijos, debilidad y fortaleza en medio ardor, secuestrados para la guerra. Los poros de la ternura desmoronados. Desaparece el rostro de la madre y la orfandad es lo que existe. No puede brillar lo que se cubre bajo tierra. Por eso tanto miedo por esto tanta estafa. Por eso no tenemos remedio en el averno y todo se ahoga en la violencia contra Gaia, contra sus múltiples vientres. Marginadas igual que la ternura o las diferencias de la piel. Pisoteado el amor toda esperanza es un añico a la derecha de un padre sin madre de un dios con barba y sin pechos. Mientras la guerra y el abismo mientras la memoria de todas las cosas, mientras las amputaciones prevalezcan y falten piezas. Sin lugar para la Diosa no hay regreso a ninguna parte.
Zurda (Nueva York Poetry Press, 2022.)
Polillas
Las polillas viven de comer entre otras cosas, libros. Ahuecadas las palabras pierden parte del sonido. Cuando salen de mi biblioteca les pido perdón y las aplasto con mis propios dedos -a las polillas-. Ellas también tienen que comer -lo reconozco- yo solo resguardo hasta donde pueda el tiempo de la portada muda y las voces dentro de las páginas con las que me alimento. Las polillas sin saberlo se comen mi hambre.
Zurda (Nueva York Poetry Press, 2022)
Nidia Marina González Vásquez (1964). Artista Plástica, profesora Asociada de la Universidad de Costa Rica y poeta. Publicada en diversas antologías dentro y fuera del país. Cuenta con los siguientes poemarios publicados: «Cuando nace el Grito«, “Brújula extendida”, “Seres apócrifos”, “Objetos perdidos”, “Bitácora de escritorio y otros viajes”, “La estática del fuego”, “Zurda” y “Anamnesis” (I Premio Latinoamericano de poesía Marta Eugenia Santamaría) En cuento publica “Árbol de papel”. Tiene cinco obras inéditas a esta fecha.
Pega-mente
Sigo tu espectro y en el camino me hallo a mí mismo:
al niño que hizo hogar en la calle de al lado
imposibilitado por la pobreza de no tener patria
de no tener manos, pies ni alma de refugiado
Sus caninos incrustados en el cemento
son mis centavos que perdí al lanzarlos a la fuente
pidiendo:
que el pecho de mamá no sepa a pegamento
que los puños de papá no lastimen el pecho de mamá que sabe a pegamento
que los chapas amarren los puños de papá para que no lastimen el pecho de mamá que
sabe a pegamento
Y lloro
Porque los puños que caen sobre mi cara
huelen a sangre y pegamento
inhalo
lo que un día fue el pecho de mi madre
rrenacerr
Santificado sea tu hombro
lleno de cicatrices provocadas por doce fantasmas de nicotina.
Retroceder a tus vertebras
es firmar una sentencia de vida, porque la muerte es algo celestial y en tus mejillas
reposa mi piel,
aquella piel que ha mudado de un cuerpo vacío e inquieto
para convertirse en la sombra de la soledad perpetua:
tu tranquilidad perturbada por lunas desnudas y soles danzantes.
Imágenes salidas de tu mente, de tus sueños, de tu pasado dibujado sobre arena
con tinta de odio y con sangre de razone.
SOLO POR HOY
danzo en el resplandor de tus ojos ansiosos y certifico mi declive hacia tu vientre para
morir y (re)nacer veintiséis mil veces, poco más pero nunca menos.
Cenizas
Quedarán reducidas a cenizas tus pestañas inquietas
Y gritaré
¡Por fin soy libre!
Pues, eran tus pestañas las cadenas que me ataban
A la vida
A la melancolía
Ahora que ya no tengo nada
Asomaré mi cara al lugar donde nací
Allí, desnudaré los atrofiados recuerdos de tu piel
Ante la beatificada fotografía de mi madre
Alzaré tu sombra con sogas de cristal
Alabaré con salmos tu nombre
Abriré mi pecho en dos
Cuestionándome
¿Tu alma o mi libertad?
Jonathan León (Loja, Ecuador, 1995). Estudiante de carrera Lengua Literatura de la Universidad Nacional de Loja. Ha publicado en la revista de la carrera “Ripio” en microcuento, poesía y ensayo. En la editorial independiente “Hidden Writers” publicó tres poemas. De igual forma en poesía publicó dos poemas para la revista boliviana de poesía “Margen de Luz”. Obtuvo el tercer lugar en el primer concurso de poesía organizado de la Facultad de la Educación, el Arte y la Comunicación de la Universidad Nacional de Loja y la Casa de la Cultura ecuatoriana Núcleo de Loja. Columnista frecuente de la Gaceta Cultural del Archivo Histórico de Loja. Ha participado como ponente en el Congreso Internacional de Historia “EDUCERE” organizado por el Municipio de Loja y el Archivo Histórico de la ciudad. Asimismo, participó como ponente en el XXI congreso desarrollado por la Asociación de Ecuatorianistas y la Universidad Nacional de Educación.
Meridiano
Con la frente inundada de peces
recorro los naranjos.
Anuncio que la memoria
jamás fallará al subir la peña.
Es allí donde está enterrado
el álbum de flores disecadas
el espejito
y la pintura de la mujer con tacones.
Busco una tarde de pelícanos
frascos y caminatas de selva
aullidos, moluscos y tazas de sal.
Duermo sobre el escritorio
en medio de tantas postales
que me inventan las estaciones.
Blue in Green
En la radio suena la trompeta
el cielo retumba entre los edificios de Nueva York.
Hay que quitarse la ropa y meterse en la cama para escucharlo.
Los despertadores se apagan
hay tiempo suficiente
adivinar el color de las prendas en las fotografías antiguas.
Vale la pena abrir un directorio telefónico
encontrar al que reveló las siluetas en los tocadores.
La trompeta sigue sonando
no hay necesidad de encender las lámparas al pisar las alfombras.
Los reflectores de los autos dibujan jeroglíficos en el rostro.
Colocar una silla frente a la ventana
oler el café del tarro y volver a la cama
esperar la noche para invocar a Miles Davis.
Llamar su atención
Inspirado en el bolero de Roberto Roena
Te miro frente al océano
tu espalda es la memoria que se desliza
y deja huellas de pintura como sendero.
Desde aquí intuyo tu rostro
es la canoa que encuentra al mochuelo.
Sano en la contemplación de tus manos
que señalan la llegada del candil.
Te hago llegar un vendaval recién nacido
o los cimientos de unas piedras al frotarlas.
Me convierto en una ráfaga de brisas
hago cuencos de agua para inventar
un movimiento sereno.
Quizá voltees a mirar algún día.
Vagabundo
A Yuri Buenaventura
Un muchacho moreno sale del platanal.
En un cuarto estrecho un hombre llora
desde la televisión.
El muchacho toca las congas en el metro
y París lo devora.
Ha caído en el río Sena
pero vuelve al metro y recuerda a Jacques Brel
el hombre en la pantalla.
Ha creado un universo lleno de pureza.
Regresa a la tierra ébano para cantarles a los niños
salsa en francés.
Ha nacido África en las profundidades de un puerto
lo inquietante es cómo arrastra la manigua
por todo el mundo.
Estefania Almonacid Velosa (Bogotá, 1991) es periodista y magister en Estudios Literarios de la Universidad Nacional. Es autora del poemario Zalamera, un homenaje a la salsa y el bolero, de la editorial Piedra de Toque (2021). Su trabajo cronístico y literario ha sido publicado en diferentes antologías nacionales e internacionales, y en su blog de periodismo literario Los desvelados. En el 2021 fue otorgada la beca Periodismo Cultural y Crítica Literaria, del Instituto Distrital de las Artes, con el proyecto titulado: “Un recorrido por Bogotá con Emilia Pardo Umaña”. Es autora del libro Emilia por Bogotá (Idartes, 2022), crónica que busca las huellas de una de las pioneras del periodismo en Colombia, Emilia Pardo Umaña.
Pongo la mesa, sirvo la comida y te observo marcharte.
Siento que tengo la cabeza metida entre las piernas, apenas contengo el vómito, las ganas de arrojar todas las sillas y romperle la sombra a la luna.
He buscado el descanso de las escaleras para sentarme a interrogar cada plato roto que ahora ya no puedo buscar en los basureros.
Nada responde, pero toda grita.
No se puede alcanzar ninguna paz con planes de regreso a lugares a los que nunca se ha ido, con una olla de carne a la leña cada sábado, con abrir el oído para que entre el estiércol que sale de una boca que dejó de encontrar tu beso.
El tedio le busca una miga de pan a la esperanza, pero es el mismo tedio el que repite siempre los rituales en los que se acaban las boronas.
Tres metros de soga se sientan en el mismo descanso de la escalera y simulan no ser una invitación a la condena.
El ventanal proyecta un horizonte lleno de luz, de luces; un espejismo que interpreta la Sinfonía Dante en el primer movimiento:
“Abandona toda esperanza, tú que entras aquí.”
Cierra en un fortissimo mientras desciendo con Franz Liszt a mi ajustado infierno personal sentada frente a dos platos de comida.
BUKOWSKI PIDE CHICAS TRANQUILAS Y LIMPIAS CON LINDOS VESTIDOS
“No traigan más una puta por acá” Bukowski
De pronto un hombre al final de su vida, después de repartir sus bienes y sus fuerzas entre mujeres que le han cobrado el amor, requiere una mujer “buena”.
La necesita tanto que logra imaginar todo lo que haría por ella.
Sin construir nunca la vereda, conseguir almohadas para su cabeza o provocar su risa.
La necesita, dice, pide a sus amigos que no le lleven más putas.
Sabe que existe, pero no la encuentra.
Volvé a nacer, Hank, y dejá el alcohol, los celos y los puñetazos en el papel, no en las mujeres que convertiste en putas.
LA ÚLTIMA CARTA
“Y la luna, bajo su oscura capucha, se cae del cielo cada noche, con su hambrienta boca roja para lamer mis cicatrices.” Anne Sexton
Apenas viste el pico de mi iceberg, perdón por el lugar común, no encuentro otro modo de llamarle a esta forma que tuvo la vida de obligarme a tener que buscarte de nuevo para encontrarnos frente a frente en un espacio infinito al que fuiste y yo aún desconozco.
Había secado al sol la bandera blanca que pensaba mostrarle a la muerte, tres parece que fuera un número suficiente, hasta que de nuevo se te hace pequeño el momento y más negro, todo negro el futuro. Y cuando el clavo de la circunstancia te obliga a preguntarte si existe ese tiempo pendiente, o si solo hay un camino en una línea que siempre se quiebra. ¿Cuál futuro?
Yo que nunca he renegado de las cicatrices, me siento harta de serlo yo, cada pedazo de corazón que apenas sana, vuelve a abrirse y el llanto, que de tanto mostrarse a pocos, ya no puede salir, se atora, se queda en el pecho y se hace latido.
Ya no te llegará esta carta, ni todas las cosas que íbamos a decirnos serán realidad. Somos una historia que ni siquiera encontró cómo empezar y se quedó
en el tiempo, derrapó en alguna calle húmeda y oscura para estrellarse y provocarme el grito que ya jamás vas a escuchar.
Y, sin embargo, te escribo la carta, porque quiero poder leértela cada vez que se la lea al mundo y así tal vez llegue a vos como un susurro al otro lado del dolor.
Rebeca Bolaños Cubillo. (1973) Graduada en RRPP y Comunicación y en Bellas Artes. Estudiante de Antropología. Publicó su primer libro “41 meses en pausa” en el 2018 – Editorial Nueva York Poetry Press. En el 2019 la plaqueta “Reporte del tiempo”- Proyecto Editorial La Chifurnia. Su segundo libro se encuentra en revisión. Productora Ejecutiva del FIPCR (2016 y 2017); y de los proyectos Fuego Cruzado y Canto a la Semilla, además de colaboradora del proyecto Ojo de Cuervo – Encuentro Centroamericano de Escritura de Mujeres, iniciado en El Salvador en el año 2019. Certificada como facilitadora de escritura terapéutica y reflexiva por el Fondo @TrustedWords.
Una firme determinación en cada músculo feroz. Un grito desgarrado en las vértebras del hambre.
Una larga cicatriz en la alegría. Un cisne que se ahoga en su belleza más inútil.
Un aroma indescifrable que baja desde las montañas. Un crepúsculo manchado de ángeles promiscuos.
Una trompada con violencia y precisión. Una palabra luminosa de una niña de seis años.
Un abrazo que nos nutre la raíz. Un insomnio que termina donde nace el arcoíris.
Un milagroso amor sin almanaques ni exigencias. Una caricia con regusto a ingenuidad y mariposas de menta.
Una poesía como un hacha que atraviesa la mentira. Un mundo de ilusión donde pululan marionetas.
Canto de guirnaldas
Existe una mujer con quien siempre estoy en éxtasis y acompañado como arriba de un bellísimo milagro que atraviesa las tinieblas.
Existe una mujer cuyo abrazo es como un canto de guirnaldas. Que da el calor del paraíso aunque llegue el invierno. Que libera mariposas en delirio cuando dice buen día.
Existe una mujer cuya cálida luz irreprochable me lava la esperanza y me enciende los huesos.
Necesidades terrenales
Un deseo insatisfecho me hiere de nunca. Un puñado de cenizas me cubre la inocencia. Un cuervo diminuto me agrede las felicidades.
Oigo esa leve melodía del vino macerando.
Sé que la muerte es un portal, sólo un despojo de lo transitorio. Sé que hay una quietud como un orgasmo. Que hay un amor errado que llega hasta el suicidio.
Cuando un sendero se bifurca ya hay una encrucijada. No debo ahogarme por completo absurdamente en las poquísimas necesidades terrenales.
Damián Jerónimo Andreñuk nació en City Bell en 1986 y reside en Villa Elisa, ambas localidades ubicadas en el partido de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Publicó diez libros, todos a través de Certámenes en diferentes editoriales: Omisiones (2010), Portales al vacío (2011), Formas concretas (2013), Silencio de crisálidas (2015), Metástasis (2015), Vértigo insondable (2017), Música del polen (2021), Yamila (2021), Donde orinan los lobos (2021) y Dimensiones de lo breve (2022)