Muestra poética de Florencia del Campo

                                                                    Gestión por María Macaya


Puro egoísmo

Yo no hice ese pacto contigo.
No te dije que podías venir
y robarme el cuerpo y el tiempo, no.
Yo no hice ese pacto contigo.
Que podías venir a mi casa
poner muebles en mi habitación
llenar los rincones con babas
para aromar hasta mi piel, hasta
unas sábanas con seda blanca, no.
Yo no te dije que podías tomar
mis cosas, que podías anularme.
Que podías robarme la belleza
hacer de mí un estropajo sucio.
Que podías dejarme en jirones
transformarme en modos
de materia en fragmentos, en porciones
pequeñas para morirme de hambre
de ser la que era, no
yo no hice un pacto contigo.
Nunca dijimos que podías llorar
todo el rato y yo nunca, que podías
gobernar el imperio de mis tres
cosas, solo tres cosas tenía.
Arrebatarme las manos
robarme el silencio, no, yo no dije
que secuestraras mis pechos,
que acumularas mis síntomas que borraras
mi sexo etéreo.
Tú no me dijiste que ibas a implorar
blandura de algodón mientras apagas
carbones con la boca e intoxicarnos,
si es que dormimos, con el humo que dejas.
Yo no lo hice, no.
Ni siquiera hice un pacto conmigo.
Te traje al mundo sin consultarme.




Arrancarse los pelos

¿De qué va esto?
Hablan de arroz, de biología.
Yo marqué cruces en los casilleros
a tiempo
hice caso a agujas con velocidad
de segundero.
¿Y ahora qué? ¿De qué va el cuerpo?
Yo barrí mis pelos del baño anoche
manipulé el cepillo desde un palo
y al darle vuelta para descargarlo
me sentí muerta, no vieja: muerta
la vida se mostraba enredada en
esas cerdas que barrieron.
Un campo de venas blanco, sistema
nervioso central
yo periférica.
¿Entonces cómo? ¿De qué va el resto?
Crucé el campo con los dedos, los moví
entre las cerdas
y por fin tiré, arranqué aquello, eso que
todos juntos y enredados, pálidos,
glóbulos blancos, parecían formar:
un sistema.
Yo tan anárquica sin método.
¿Luego qué? ¿De qué va el texto?
De pelos con canas que en el cepillo
de suelo conforman esta vida otra
diferente a la que se esperaba que
gestara.
Del sistema circulatorio entre las
cerdas.
¿Qué queda de mi cuerpo?
El arroz era blanco y se pasaba
a nadie le gusta que quede espeso.
Yo apagué el fuego a tiempo, cené el arroz
limpié con sumo esmero el baño.
Luego vino el retroceso:
perder instinto,
paciencia,
deseo,
el pelo.





Mis hijos ajenos


No vine a ser madre, vine
a tener mil hijos y ninguno es mío;
vine a la vendimia a recoger uvas,
trabajo temporario,
y a brindar con otra cepa
cuando haya una ocasión.
No vine a escuchar que soy egoísta
por no ser madre, ni a
que me lo digan mil veces,
por cada hijo que tuve;
vine a recoger el manto
que tapaba un género,
trabajo femenino,
para vestir a otra generación.
Tengo mil hijos y ninguno es mío.
Todos mis hijos ajenos
me recuerdan que vine a
ser madre,
trabajo de escritura,
y a tacharlo todo, renglón
a renglón.




H

Ahora la casa ha quedado en silencio
ahora
como esta h intercalada:
un silencio que no existe
sin el ruido anterior de lo que eres.
Ahora te tumbas
desentendida
y pienso que moriste
pero no entro a comprobarlo:
podrías despertarte con el ruido de la puerta.
Ahora
me da pánico
que ya no respires
pero más pánico que te despiertes.
Ahora que ya da igual el pasado
ahora
es el instante que contiene
la letra que no suena.
Una de cinco.
Las otras cuatro se las reservo al arrepentimiento.
Ahora la h mastica los oídos,
necesita el silencio; callada como muerta
para redimirme.
Solo en la h me perdono el presente.




                        *Los textos forman parte de Mis hijas ajenas (Editorial Sloper, 2020)

Florencia del Campo (Buenos Aires, 1982) vive en Madrid desde 2013. Es Editora por la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), donde también se formó en la carrera de Letras. Publicó las novelas La huésped (Base Editorial, 2016), Madre mía (Caballo de Troya, 2017) y La versión extranjera (Pretextos, 2019), que fue ganadora del L Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro. En poesía publicó los libros Mis hijas ajenas, ganador del Premio La Bolsa de Pipas de Editorial Sloper, y Las casas se caen en verano (Graviola, 2022). Ha publicado, además, en antologías de cuentos y de poesía, y en medios digitales.

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Poesía costarricense actual: Johanna Picado Vargas

Estos poemas son parte de su poemario ¨Las Cortezas
Cerebrales¨.

Maldad
Las bestias que llevo adentro ya se mezclaron conmigo: raíces de un árbol centenario,
gritos ahogados en mi casa de sustos, pasillos tenebrosos donde ni yo quiero caminar,
eso son −así son−. Las dejo quitarme gota a gota la sangre y estoy segura de que no
se cansarán hasta volverme un monstruo, quizá siempre lo he sido.

Síndrome de Ghosting
Todos de alguna forma tenemos el síndrome de Ghosting. Huimos, hacemos del papel
fantasmagórico algo tan común que se nos olvida que estamos vivos. Vos huiste de mí,
de repente: no existías, no escribías, no besabas, no respirabas. Cualquier excusa es
buena para borrarme como un garabato mal hecho del cual te sentís avergonzado.
Imagino tus psicofonías como trozos de vidrio que pasan entre la carne. Y por último, lo
único que queda es jugar con el teléfono mientras intentás hablarme desde la silla de al
lado.

Literatura de supermercado
El amor hay que traerlo como a una herida llena de sal o una roncha a punto de
estallar. Anda lleno de curvas porque las líneas rectas no las soporta por mucho
tiempo. Se ahoga fácilmente en la cúspide del pezón y cae en mi ombligo. Hay que
verlo como el primer orgasmo donde se siente un renacer de algo desconocido, luego,
ser adicto es la única salida. –Es ser esclavo más bien–. Colgarlo del llavero habitual
para tener la fe de hallarlo frente a la parada de taxis. Dibujarlo en una banca de su
color para reconocerlo antes y que nadie te lo robe. Al amor hay que soñarlo y meterlo
por todos lados, porque es mejor unírsele que dejarlo al factor sorpresa.

I
Usted y la neblina son
de esas cosas que emborrachan
y uno no hace por donde parar.
He pensado inyectarme su neblina
y pintarme de gris,
quizá comprar una libra de frío e inhalarlo todo.
Buscarme una noche congelada
en alguna montaña suya,
para que mis pies sean azules como el hielo,
caminando en césped muerto.
Como un limbo que me engaña
porque me hace creer que si me pierdo
usted y su agua fría
son mejores que el Sol.

II
Su neblina era perpetua.
Decidió dejar pasar la luz,
solo eso bastó para ahogarme
y matar a golpes el témpano,
hielo color sangre
que reavivó otra vez.
¿Puedo retirar mis pies azules?
Los quiero quitar del medio,
usted no se merece los copos aguja
que crecen en el zacate desangrado.
Me llevo cada letra muerta,
total lo estoy,
y sus venas azules
sirven para ahorcarse,
más efectivas que una hebra
de mi pelo.
Déjeme caminar
adentrarme en el volcán,
quemarme en su plástico,
tal vez así se me quiten sus espinas.
Sus espinas son perpetuas,
eso de la inmortalidad.
es asunto suyo.


Johanna Picado Vargas, Cartago, Costa Rica, 1989

Escritora costarricense, publicista, máster en Comunicación Corporativa y Marketing Digital. Participó en el taller de poesía Tráfico de Influencias en 2013 del Ministerio de Cultura de Costa Rica. En 2019 publicó su primer poemario ¨Las Cortezas Cerebrales¨ con la editorial independiente Ediciones Perro Azul, que fue presentado durante la Feria Internacional del Libro de Costa Rica ese mismo año. Su trabajo se ha incluido en diferentes publicaciones como ensayos y revistas. Actualmente estudia canto lírico y trabaja en comunicación digital en su país.

Poesía costarricense actual: Nidia Marina González

Selección por María Macaya

Nota al margen

A mi madre,
un mes antes de su partida

No mueras de noche con la oscuridad sobre las rodillas
cuando el río se duerme y los cantos son grises.
No mueras en luna nueva.
Procura cerrar las puertas del latido con la luz del día.
No mueras a medias. Salta a la desmemoria de un solo olvido.
Cuando estés harta de luz
y te hayas acabado todas las tinieblas,
cierra el aire
boca arriba
sin que el sol se haya ido.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

Cuento en negro

Una joven que se tatúa de negro el blanco de los ojos
conoce un cambio: dejar de ser en apariencia sapiens sapiens,
y tal vez dejar de parecerse a sí misma.
Oscurece el blanco y su mirada desaparece entre la bruma,
corre sobre su delgada capa de hielo y cae donde nada se siente,
se envuelve en una gruesa capa de ceniza
y Kafka resuena en el vidrio de su ojo con apariencia de vacío.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

Incendio lunar

Ya incendiamos la luna.
No lo registra ningún instrumento sofisticado o antiguo,
nadie escribió al respecto.
La luna es el espejo invertido del Amazonas, el revés de palmas de las manos.
Ya incendiamos la calma, dimos vuelta orbitando el dolor,
les sacamos los ojos a los dioses para percatarnos de que teníamos
vacías las cuencas
en el reflejo que se devuelve.
Ya le tocamos el orgasmo a la muerte tantas veces.
Incendiada la luna es poca piel la que queda para regresar,
es poca lluvia para aplacar el insomnio,
poca,
una nada de nada.

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

Ensayo

Hace días que orbito el borde de otros seres y los enhebro con mis
bordes.
Una gata salta a mi lado y me enseña sobre la sutileza y el silencio;
mientras tejo con mis dedos afilados y torpes,
más jirones que dedos por terminar este libro,
(miento, lo sé, hay cosas que nunca se terminan).
Orbito en mis propios filos
y una sensación de gravedad cero me sobrecoge.
Llueve y sucede lo que no debería pasar: suda el mar en medio de la niebla,
en la espalda de Tapezco, su cabellera de silampas.
Un calor de costa pregunta:
¿A dónde la montaña?
¿Son sus cenizas sin cementerio estas que me agitan en el fondo?
Hace mucho que orbito el filo de algún aleph borgiano
y poner punto final a este libro sin conclusiones.
Ensartar mis huesos al polvo de otros huesos,
como si eso fuera a salvarme,
como si yo supiera
(miento de nuevo, nada carece de incertidumbre).
Llueve y orbito en alguna veranera
llueve y mi gata se duerme.
Hace días y noches me obligo a descifrar la muerte,
y ella no hace sino saltar a mi regazo y ronronea,
lo juro, ronronea,
(miento por tercera vez, ella reconoce toda clase de ruidos y los ahoga
consigo).

La estática del fuego (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2019)

Mano derecha

La derecha del padre es un sitio en masculino
y por eso Dios está incompleto y solo,
sin una Diosa del lado izquierdo.
¿Cómo se reconocería ella a sí misma
si su imaginario está lleno de estigmas
y esclavas,
de manos atadas a la espalda
obligadas a que todo trazo provenga del grafismo derecho?
Los hijos, debilidad y fortaleza en medio ardor,
secuestrados para la guerra.
Los poros de la ternura desmoronados.
Desaparece el rostro de la madre
y la orfandad es lo que existe.
No puede brillar lo que se cubre bajo tierra.
Por eso tanto miedo
por esto tanta estafa.
Por eso no tenemos remedio en el averno
y todo se ahoga en la violencia contra Gaia,
contra sus múltiples vientres.
Marginadas
igual que la ternura
o las diferencias de la piel.
Pisoteado el amor
toda esperanza es un añico
a la derecha de un padre sin madre
de un dios con barba y sin pechos.
Mientras la guerra y el abismo
mientras la memoria de todas las cosas,
mientras las amputaciones prevalezcan y falten piezas.
Sin lugar para la Diosa
no hay regreso a ninguna parte.

Zurda (Nueva York Poetry Press, 2022.)

Polillas

Las polillas viven de comer entre otras cosas, libros.
Ahuecadas las palabras pierden parte del sonido.
Cuando salen de mi biblioteca
les pido perdón y las aplasto con mis propios dedos
-a las polillas-.
Ellas también tienen que comer
-lo reconozco-
yo solo resguardo hasta donde pueda
el tiempo de la portada muda
y las voces dentro de las páginas
con las que me alimento.
Las polillas sin saberlo
se comen mi hambre.

Zurda (Nueva York Poetry Press, 2022)


Nidia Marina González Vásquez (1964). Artista Plástica, profesora Asociada de la Universidad de Costa Rica y poeta.
Publicada en diversas antologías dentro y fuera del país. Cuenta con los siguientes poemarios publicados: «Cuando nace el Grito«, “Brújula extendida”, “Seres apócrifos”, “Objetos perdidos”, “Bitácora de escritorio y otros viajes”, “La estática del fuego”, “Zurda” y “Anamnesis” (I Premio Latinoamericano de poesía Marta Eugenia Santamaría) En cuento publica “Árbol de papel”. Tiene cinco obras inéditas a esta fecha.

Poesía ecuatoriana actual: Jonathan León

Pega-mente

Sigo tu espectro y en el camino me hallo a mí mismo:
al niño que hizo hogar en la calle de al lado
imposibilitado por la pobreza de no tener patria
de no tener manos, pies ni alma de refugiado
Sus caninos incrustados en el cemento
son mis centavos que perdí al lanzarlos a la fuente

pidiendo:

que el pecho de mamá no sepa a pegamento

que los puños de papá no lastimen el pecho de mamá que sabe a pegamento
 
que los chapas amarren los puños de papá para que no lastimen el pecho de mamá que

sabe a pegamento

Y lloro

Porque los puños que caen sobre mi cara
huelen a sangre y pegamento

inhalo

lo que un día fue el pecho de mi madre



rrenacerr


Santificado sea tu hombro

lleno de cicatrices provocadas por doce fantasmas de nicotina.

Retroceder a tus vertebras

es firmar una sentencia de vida, porque la muerte es algo celestial y en tus mejillas

reposa mi piel,

aquella piel que ha mudado de un cuerpo vacío e inquieto
para convertirse en la sombra de la soledad perpetua:
tu tranquilidad perturbada por lunas desnudas y soles danzantes.
Imágenes salidas de tu mente, de tus sueños, de tu pasado dibujado sobre arena

con tinta de odio y con sangre de razone.

SOLO POR HOY

danzo en el resplandor de tus ojos ansiosos y certifico mi declive hacia tu vientre para
morir y (re)nacer veintiséis mil veces, poco más pero nunca menos.




Cenizas


Quedarán reducidas a cenizas tus pestañas inquietas

Y gritaré
¡Por fin soy libre!

Pues, eran tus pestañas las cadenas que me ataban

A la vida
A la melancolía
Ahora que ya no tengo nada
Asomaré mi cara al lugar donde nací
Allí, desnudaré los atrofiados recuerdos de tu piel
Ante la beatificada fotografía de mi madre
Alzaré tu sombra con sogas de cristal
Alabaré con salmos tu nombre
Abriré mi pecho en dos
Cuestionándome
¿Tu alma o mi libertad?

Jonathan León (Loja, Ecuador, 1995). Estudiante de carrera Lengua Literatura de la Universidad Nacional de Loja. Ha publicado en la revista de la carrera “Ripio” en microcuento, poesía y ensayo. En la editorial independiente “Hidden Writers” publicó tres poemas. De igual forma en poesía publicó dos poemas para la revista boliviana de poesía “Margen de Luz”. Obtuvo el tercer lugar en el primer concurso de poesía organizado de la Facultad de la Educación, el Arte y la Comunicación de la Universidad Nacional de Loja y la Casa de la Cultura ecuatoriana Núcleo de Loja. Columnista frecuente de la Gaceta Cultural del Archivo Histórico de Loja. Ha participado como ponente en el Congreso Internacional de Historia “EDUCERE” organizado por el Municipio de Loja y el Archivo Histórico de la ciudad. Asimismo, participó como ponente en el XXI congreso desarrollado por la Asociación de Ecuatorianistas y la Universidad Nacional de Educación.

Poesía colombiana actual: Estefania Almonacid Velosa

Meridiano

Con la frente inundada de peces
recorro los naranjos.
Anuncio que la memoria
jamás fallará al subir la peña.
Es allí donde está enterrado
el álbum de flores disecadas
el espejito
y la pintura de la mujer con tacones.
Busco una tarde de pelícanos
frascos y caminatas de selva
aullidos, moluscos y tazas de sal.
Duermo sobre el escritorio
en medio de tantas postales
que me inventan las estaciones.



Blue in Green
 
En la radio suena la trompeta
el cielo retumba entre los edificios de Nueva York.
Hay que quitarse la ropa y meterse en la cama para escucharlo.
Los despertadores se apagan 
hay tiempo suficiente
adivinar el color de las prendas en las fotografías antiguas. 
Vale la pena abrir un directorio telefónico
encontrar al que reveló las siluetas en los tocadores.
La trompeta sigue sonando
no hay necesidad de encender las lámparas al pisar las alfombras.
Los reflectores de los autos dibujan jeroglíficos en el rostro.
Colocar una silla frente a la ventana
oler el café del tarro y volver a la cama 
esperar la noche para invocar a Miles Davis. 




Llamar su atención
 
                                  Inspirado en el bolero de Roberto Roena
 
Te miro frente al océano
tu espalda es la memoria que se desliza
y deja huellas de pintura como sendero.
Desde aquí intuyo tu rostro
es la canoa que encuentra al mochuelo.
Sano en la contemplación de tus manos
que señalan la llegada del candil.
Te hago llegar un vendaval recién nacido
o los cimientos de unas piedras al frotarlas.
Me convierto en una ráfaga de brisas
hago cuencos de agua para inventar
un movimiento sereno.
Quizá voltees a mirar algún día.




Vagabundo

                                                            A Yuri Buenaventura

Un muchacho moreno sale del platanal.
En un cuarto estrecho un hombre llora
desde la televisión.
El muchacho toca las congas en el metro
y París lo devora.
Ha caído en el río Sena
pero vuelve al metro y recuerda a Jacques Brel
el hombre en la pantalla.
Ha creado un universo lleno de pureza.
Regresa a la tierra ébano para cantarles a los niños
salsa en francés.
Ha nacido África en las profundidades de un puerto
lo inquietante es cómo arrastra la manigua
por todo el mundo.


Estefania Almonacid Velosa (Bogotá, 1991) es periodista y magister en Estudios Literarios de la Universidad Nacional. Es autora del poemario Zalamera, un homenaje a la salsa y el bolero, de la editorial Piedra de Toque (2021). Su trabajo cronístico y literario ha sido publicado en diferentes antologías nacionales e internacionales, y en su blog de periodismo literario Los desvelados. En el 2021 fue otorgada la beca Periodismo Cultural y Crítica Literaria, del Instituto Distrital de las Artes, con el proyecto titulado: “Un recorrido por Bogotá con Emilia Pardo Umaña”. Es autora del libro Emilia por Bogotá (Idartes, 2022), crónica que busca las huellas de una de las pioneras del periodismo en Colombia, Emilia Pardo Umaña.

Poesía costarricense actual: Rebeca Bolaños Cubillo.

FANFARRIA DE METALES

Pongo la mesa, sirvo la comida
y te observo marcharte.

Siento que tengo la cabeza
metida entre las piernas,
apenas contengo el vómito,
las ganas de arrojar todas las sillas
y romperle la sombra a la luna.

He buscado el descanso de las escaleras
para sentarme a interrogar cada plato roto
que ahora ya no puedo buscar en los basureros.

Nada responde, pero toda grita.

No se puede alcanzar ninguna paz
con planes de regreso
a lugares a los que nunca se ha ido,
con una olla de carne a la leña cada sábado,
con abrir el oído para que entre el estiércol
que sale de una boca
que dejó de encontrar tu beso.

El tedio le busca una miga de pan a la esperanza,
pero es el mismo tedio
el que repite siempre los rituales
en los que se acaban las boronas.

Tres metros de soga
se sientan en el mismo descanso
de la escalera
y simulan no ser una invitación
a la condena.

El ventanal proyecta un horizonte
lleno de luz, de luces;
un espejismo que interpreta
la Sinfonía Dante
en el primer movimiento:

“Abandona toda esperanza,
tú que entras aquí.”

Cierra en un fortissimo
mientras desciendo con Franz Liszt
a mi ajustado infierno personal
sentada frente a dos platos de comida.

BUKOWSKI PIDE CHICAS TRANQUILAS Y LIMPIAS CON LINDOS VESTIDOS

“No traigan más una puta por acá”
Bukowski

De pronto un hombre al final de su vida,
después de repartir sus bienes y sus fuerzas
entre mujeres que le han cobrado el amor,
requiere una mujer “buena”.

La necesita tanto que logra imaginar
todo lo que haría por ella.

Sin construir nunca la vereda,
conseguir almohadas para su cabeza
o provocar su risa.

La necesita, dice,
pide a sus amigos que no le lleven más putas.

Sabe que existe,
pero no la encuentra.

Volvé a nacer, Hank,
y dejá el alcohol, los celos y los puñetazos en el papel,
no en las mujeres que convertiste en putas.

LA ÚLTIMA CARTA

“Y la luna,
bajo su oscura capucha,
se cae del cielo cada noche,
con su hambrienta boca roja
para lamer mis cicatrices.”
Anne Sexton

Apenas viste el pico de mi iceberg, perdón por el lugar común, no encuentro otro
modo de llamarle a esta forma que tuvo la vida de obligarme a tener que buscarte
de nuevo para encontrarnos frente a frente en un espacio infinito al que fuiste y yo
aún desconozco.

Había secado al sol la bandera blanca que pensaba mostrarle a la muerte, tres
parece que fuera un número suficiente, hasta que de nuevo se te hace pequeño el
momento y más negro, todo negro el futuro. Y cuando el clavo de la circunstancia
te obliga a preguntarte si existe ese tiempo pendiente, o si solo hay un camino en
una línea que siempre se quiebra. ¿Cuál futuro?

Yo que nunca he renegado de las cicatrices, me siento harta de serlo yo, cada
pedazo de corazón que apenas sana, vuelve a abrirse y el llanto, que de tanto
mostrarse a pocos, ya no puede salir, se atora, se queda en el pecho y se hace
latido.

Ya no te llegará esta carta, ni todas las cosas que íbamos a decirnos serán
realidad. Somos una historia que ni siquiera encontró cómo empezar y se quedó

en el tiempo, derrapó en alguna calle húmeda y oscura para estrellarse y
provocarme el grito que ya jamás vas a escuchar.

Y, sin embargo, te escribo la carta, porque quiero poder leértela cada vez que se
la lea al mundo y así tal vez llegue a vos como un susurro al otro lado del dolor.


Rebeca Bolaños Cubillo. (1973) Graduada en RRPP y Comunicación y en Bellas Artes. Estudiante de Antropología. Publicó su primer libro “41 meses en pausa” en el 2018 – Editorial Nueva York Poetry Press. En el 2019 la plaqueta “Reporte del tiempo”- Proyecto Editorial La Chifurnia.
Su segundo libro se encuentra en revisión.
Productora Ejecutiva del FIPCR (2016 y 2017); y de los proyectos Fuego Cruzado y Canto a la Semilla, además de colaboradora del proyecto Ojo de Cuervo – Encuentro Centroamericano de Escritura de Mujeres, iniciado en El Salvador en el año 2019.
Certificada como facilitadora de escritura terapéutica y reflexiva por el Fondo @TrustedWords.

Poesía argentina actual: Damián Jerónimo Andreñuk

Donde nace el arcoíris

Una firme determinación en cada músculo feroz.
Un grito desgarrado en las vértebras del hambre.

Una larga cicatriz en la alegría.
Un cisne que se ahoga en su belleza más inútil.

Un aroma indescifrable que baja desde las montañas.
Un crepúsculo manchado de ángeles promiscuos.

Una trompada con violencia y precisión.
Una palabra luminosa de una niña de seis años.

Un abrazo que nos nutre la raíz.
Un insomnio que termina donde nace el arcoíris.

Un milagroso amor sin almanaques ni exigencias.
Una caricia con regusto a ingenuidad y mariposas de menta.

Una poesía como un hacha que atraviesa la mentira.
Un mundo de ilusión donde pululan marionetas.

Canto de guirnaldas

Existe una mujer
con quien siempre estoy en éxtasis
y acompañado
como arriba de un bellísimo milagro
que atraviesa las tinieblas.

Existe una mujer
cuyo abrazo es como un canto de guirnaldas.
Que da el calor del paraíso aunque llegue el invierno.
Que libera mariposas en delirio
cuando dice buen día.

Existe una mujer
cuya cálida luz irreprochable
me lava la esperanza
y me enciende los huesos.

Necesidades terrenales

Un deseo insatisfecho me hiere de nunca.
Un puñado de cenizas me cubre la inocencia.
Un cuervo diminuto me agrede las felicidades.

Oigo esa leve melodía del vino macerando.

Sé que la muerte es un portal,
sólo un despojo de lo transitorio.
Sé que hay una quietud
como un orgasmo.
Que hay un amor errado
que llega hasta el suicidio.

Cuando un sendero se bifurca
ya hay una encrucijada.
No debo ahogarme por completo absurdamente
en las poquísimas necesidades terrenales.


Damián Jerónimo Andreñuk nació en City Bell en 1986 y reside en Villa Elisa, ambas localidades ubicadas en el partido de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Publicó diez libros, todos a través de Certámenes en diferentes editoriales: Omisiones (2010), Portales al vacío (2011), Formas concretas (2013), Silencio de crisálidas (2015), Metástasis (2015), Vértigo insondable (2017), Música del polen (2021), Yamila (2021), Donde orinan los lobos (2021) y Dimensiones de lo breve (2022)

Que sangre: Soledad Castresana

Invocación a la diosa

Acá estoy, Coyolxauhqui, 
borracha de tan extranjera.

Traigo el cuerpo destrozado 
igual que el tuyo,
pero a mí no se me nota.

Como ofrenda, te dejo este hijo
que estoy perdiendo ahora
y mi lengua cruzada de tajos.

Quisiera frotar tus pezones azules, 
que tu leche me llene la boca.



De cuando visité por primera vez el Templo Mayor 

En el campo, el silencio de noche es como un golpe 
de martillo en las orejas. Por eso cuando era chica, 
yo quería un dios o una diosa que me ayudara a dormir.
No me servía un hombre que elegía a otros hombres 
para enviarlos por el mundo a contar sus hazañas.
Ni una virgen que limpiaba con lágrimas
las heridas del hijo, que aceptaba el misterio
y subía a los cielos. Esclava y sin manchas. 
Tampoco, ese hijo que ofrecía la mejilla y después, 
mientras sufría sabiéndose dios,
llamaba al padre llorando de miedo.
No.

Me hubiera encantado tener una diosa 
de torso desnudo, con falda de serpientes,
con rodilleras hechas de cráneos de los tontos 
y los pies bien metidos en el fuego,
que mostrara las piernas abiertas, las garras 
y tuviera un serrucho por lengua.
Que viniera, no a salvarme 
sino a enseñarme a matar a la madre,
que luchara con el hermano deforme 
y perdiera la cabeza entre las piedras.

Ahora, no necesito nada para mí, 
aprendí a dormir sola. Pero para mi hija 
yo quisiera una diosa que sangre.



La Virgen en el mercado

Adherida a la columna, una lámina 
en papel satinado de la Virgen
con su raro disfraz de Guadalupe. 
Quien imprimió esta imagen le agregó 
un poco de su fe, de su alegría. 
Los colores se alejan del gris santo,
alzan vuelo y se encienden y compiten
con las piñatas que cuelgan rabiosas
del techo del mercado en Coyoacán.
Y porque tal vez la acumulación
funciona en ciertos casos, le pusieron
un marco de un millón de rosas rojas
y un diluvio universal de purpurina.
Pero es curioso observar que nada 
le ha cambiado en el gesto a la señora:
sigue quieta, los ojos hacia abajo
y las manos unidas sobre el pecho. 
¡Qué poca vanidad!, me digo y miro
mi perfil de reojo en la vitrina 
sucia de un puestito de tostadas.
Cualquier diosa, yo misma, si tuviera
tales brillos y flores, alzaría 
la vista sonriendo. Aunque en el fondo 
supiera que no soy más que otra mosca
sobre la carne cruda y las guayabas.



Mi madre de visita

Aparece un insecto en la casa, una suerte de grillo
salido de un mal sueño del Creador. 
“Cara de niño” lo llaman. No hay metáfora. 
Investigo y todo es mito: los poderes terribles 
de los ojos, el veneno mortal, el mismísimo 
rostro del maligno tatuado en el abdomen.
No es que yo no sea valiente, 
pero tiendo a procrastinar. Pasa el día y otro día 
y queda el bicho muerto en el rincón.
Hasta que llega mi madre de visita. Desde lejos, 
se lo muestro, lo señalo, se lo explico. Ella, 
nada de escoba ni de escudo, lo agarra de una pata. 
Parece un bebé recién nacido –dice–. No es tan feo.
Y lo mete en la basura.



Si no podés dormir

Lo que podés hacer es un tzompantli: 
poné en el piso los cuerpos de las mujeres 
a las que mataste últimamente, cortales 
la cabeza. Abrile a cada una un agujero 
en los huesos temporales 
de 25 centímetros de diámetro 
y enhebrala en un poste de madera. 
Así con todas.
Dejalas a un metro de distancia, 
más o menos. Podés poner por línea 
cuantas quieras. Después, 
igual que a las ovejas, contalas. 
Poemas de Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019)

Soledad Castresana nació en la provincia de La Pampa, Argentina. Publicó los libros de poemas: Carneada (2007), Selección natural (2011), Contra la locura (2015) y Que sangre (2019). Hay poemas suyos en diversas antologías de Argentina y de Latinoamérica. Algunos de sus libros recibieron premios y menciones. Escribe, además, pequeñas crónicas y cuentos. Algunos de ellos han sido premiados y publicados en revistas digitales. En estos días prepara su primer libro de cuentos. Cada tanto, coordina talleres de lectura y escritura, y clínicas de obra. Vivió en Buenos Aires, en Bogotá, en Medellín, en Ciudad de México y en Bangkok. Actualmente reside en San José de Costa Rica. Estos poemas están tomados del libro Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019) y se escribieron durante su vida en la CDMX en 2015 y 2016.

Poesía española actual: Transferencias (selección poética) de Remei González Manzanero

La verdad que no vemos

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha
.
Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
— que con palabras no se entiende a nadie —
sino a mi modo oscuro, que es el claro
.
Mirta Aguirre

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
está aquí.
Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.
La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.

(Poema de «La verdad que no vemos», XVI Premio Águila de Poesía 2020)

Viejo puente otomano

Un poema es un puente otomano que conduce al poema siguiente,
que retorna a las ciudades viejas
donde ocurrieron las batallas más sangrientas
y salva geográficamente las pequeñas distancias del alma.
En sus arcos perfectos se apoyan metáforas, metonimias
y otros hechos salvajes,
ondea el río viendo la arcada lejana desde abajo
y al poner el poeta los pies sobre la baranda
sabe que la distancia de sus rodillas hasta el río Neretva
no tiene en realidad importancia.

(Poema de «La verdad que no vemos», XVI Premio Águila de Poesía 2020)

Ángeles
Es preciso que lo sepas: los ángeles existen.

Yo misma los he sentido volar dentro de mis brazos
intactos,
con la piel pulsándome,
ceder en los límites de mi corporalidad andrómina,
yo misma los he oído arrancando a cantar en la cabeza
y sonaban a cuchichí de perdiz
mezclado con cante jondo
y he ladeado el cuello,
empujado mis orejas, para oírlos mejor.

Yo misma los he olido en algunas noches
pétreas,
en residuos de mañanas exactas como esta
y huelen a carmesí y a ambientador para el baño
y sus alas saben a lo que sabe la corteza de los árboles tras la lluvia
o a lo que le supo un pedazo de gaviota a Luis Alejandro Velázquez.

Yo misma, yo, los he besado
intacta
y su transparencia blanca plácida
se ha volcado en mis labios,
a mí me han derramado verdades como hadas,
yo misma, yo, intenté tocarlos,
traté de hablarles con lo que quedaba de mi boca.

Y mudando, ellos, los ángeles, sus cuerpos
diminutos,
pegándome en mi espalda sus alas, preguntaron:
¿Yo misma
quien es?

Solo así supe lo supe: los ángeles existen.

(Poema de «Habitantes de un paraíso minúsculo», II Premio de Poesía La Equilibrista)

Huida hacia adentro

Bajar hasta uno mismo y ensuciarse
de materia, de mundo…

Vicente Gallego

Vengo huyendo
de estos hilos rojos,
seda cubierta
de intestinos,
pelos, cicatrices
y nervios,
me lanzo intrépida
hacia el interior mismo
y encuentro,
más allá de todo esto
que debía ser tanto
y es tan poco,
esto
que no somos.

Parece que lo dejé todo
donde lo dejaste hace años,
lo escondí tan al fondo
de nosotros
que no puedo encontrarlo.

(Poema de «Habitantes de un paraíso minúsculo», II Premio de Poesía La Equilibrista)

Cuando ya no esté aquí

Se murió diez centímetros tan solo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo…
Ángel González

Mis uñas seguirán creciendo,
cuando no esté aquí
y siga estando de alguna manera,
dejaré de morderme las uñas,
mi sangre seguirá corriendo
disecada, las plaquetas
funcionando, mis pulmones quejumbrarán
todo lo que no respiro,
y de nadas bombeará el corazón
con soplo incontingente
estos latidos extraños,
mis articulaciones engranarán
las poleas graznidas
zurrirán inflamados los tendones
de la espalda intermedia,
crepitarán mis manos pequeñas
intentando asir el tiempo
tan naranja, hecho de alambres
de paraguas rotos
los días que no llueva.

Cuando ya no esté
y siga estando de esta manera
tan tibia y seca,
empezaré a decrecer,
menguarán las bárbaras tripas
de mi estómago encogido,
hogar que acogerá
entre colonias los parásitos benévolos
comiéndose mis uñas.

Pero ahora estoy aquí
y me estoy mordiendo las uñas.

(Poema de «Habitantes de un paraíso minúsculo», II Premio de Poesía La Equilibrista)


Remei González Manzanero (Barcelona, 1990). Es poeta y profesora y realiza estudios de doctorado. Autora de La verdad que no vemos (XVI Premio Águila de Poesía, de Aguilar de Campoo 2020), de Habitantes de un paraíso minúsculo (II Premio de Poesía La Equilibrista 2020, publ. 2022) y los cuadernos de La confesión de la carne: Desdenes del vacío (2017) y de El mundo de las almohadas (2017). El resto de su obra se encuentra diseminada en varias antologías y revistas y su próximo poemario, inédito por el momento, ha sido finalista en varios certámenes internacionales. Recientemente, le ha sido otorgado el accésit en la última edición del Certamen Calamonte Joven por el poema «Besos».

Poesía española actual: Margarita Leoz

DESINTEGRACIÓN

Me he mecido como los bejucos perezosos que, en lugar de trepar, se dejan caer con la
languidez de la muerte. He extraviado identidad y nombre, he sido una sombra transparente:
todo aquello a lo que pertenecía se ha borrado.

Desaparecer, de eso se trata, conservar solo la esencia, despojarse hasta chocar con un
corazón abierto, expuesto y palpitante. Que las moscas se posen sobre mis restos, que los
zanates celebren un banquete en mi honor. Ser entregada al fuego del sol, al embate de la ola,
burlando así a la predestinación, a las arrugas, al polvo de los museos.

No caminar nunca más, perder mis piernas. Que los charancacos altivos repten por mi pecho,
se detengan a olisquear y continúen su camino, como si mi cuello fuese uno más de esos
troncos atrapados con delicia por los muslos de la tierra.

Que mi sangre se torne del añil del mar y mis ojos del verde de Yojoa. Desprenderme de las
últimas cruces, de las últimas sogas. No necesitar ya más de la respiración ni del oxígeno. Que
mis cabellos devengan plantas acuáticas y, llegada la hora, en un amanecer radiante,
desaprendan la capacidad de flotar:

con suma lentitud me irán hundiendo
―hacia abajo, hacia abajo―
hacia ese fondo donde no se distingue el agua del limo,
donde ni siquiera la luz podrá venir a rescatarme
en el límite del tiempo, en el extremo olvido.

Lago de Yojoa, julio de 2022
Poema inédito

QUIERO MORIR ENTRE LAS FLORES

Quiero morir entre las flores
y no ahogada
o con una espina de pez
atravesando mi garganta.
Los pétalos que cubran
como sudorosas hormigas mis ojos,
ceder así sin ver
el testigo de mi duelo a las estatuas.

Y ser vencida por la imperdonable tierra,
por sus huestes herradas de sol,
para que mi cuerpo
estirado por el uso
deje de preguntarse
qué es esa cosa de que las rocas
te devoren
o de ser pasto de la hierba.

De El telar de Penélope, Calambur, Madrid, 2008

EL DORADO

Un pájaro cuyo nombre desconozco emite un gorgojeo y después, como azuzado por un
recuerdo urgente, sale volando de la rama.

Por encima de las picas de los soldados, escucho el tráfago del viento entre las lianas. La punta
de mi arcabuz oscila levemente con el oleaje. Si tan solo un disparo pudiese romper
este silencio, marcar el camino certero por las bifurcaciones salvajes del Amazonas.
Pero no, mi pregunta hiere:

cuántos quedaremos con vida,
cuántos, de los trescientos que salimos de la ciudad de Lima, regresaremos del viaje
incauto,

tantos han ungido ya con su sangre las riberas de este río caníbal. Tan solo obstáculos para su
liquidez invicta que no conoce piedad, dos bergantines y un fluctuar de balsas,
trémulas miradas sobre la superficie.

Vosotras, columnas de follaje, hojas de esmeralda en ruinas, vosotras, que inclináis en una
hondísima quietud vuestras ramas bajo los cielos desprendidos que no alcanzamos a
divisar, vosotras, torres caídas que se lamentan, astros vegetales que dibujáis
quimeras en el aire, vosotras, pobres plantas, hijas de otras constelaciones, atadas a
esta tierra pestilente, demasiado húmeda, maldita, nos atraéis hacia el horror,
vuestros brazos abiertos nos invitan a compartir un espantoso destino. Cuando
alcanzamos la orilla y vamos apartando las flores de bruñidos estambres, exhaláis,
como única venganza, un dulce perfume.

Pesadas gotas se hinchan hasta desfallecer por los picos de las hojas. El día oscurece, se
desprende de su envoltura doliente, cada atardecer como un manto insonoriza la vida
para dejar a su paso un leve susurro, ansioso, anegando el cauce trenzado del río, y la
luz del último sol refleja las aguas moribundas, filtra una niebla de mosquitos, se torna
menos radiante, nos recuerda que

el hogar de los hombres nunca estará a los pies de este suelo, en esta estación indiferente que
es eterna y nunca se sacia.

Cuando se hace de noche, fingimos dormir abrazando nuestros cascos pero empuñamos
insomnes las ballestas. Creemos alejar así las pesadillas que se inmiscuyen en nuestras
bocas como peces calientes. Pero ninguno saldrá ileso. Enloquecidos, perseguimos un
mapa de oro que no existe, estamos remontando esta inmensidad sin objeto, este
arañazo putrefacto de desierto, y, sin embargo, naufragamos más cerca del vacío.

De Cartografía humana, poemario inédito


MARGARITA LEOZ (Pamplona, España, 1980)
Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Autora del libro de poesía El telar de Penélope (Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (Seix Barral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y sus críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W, Litoral. En 2021 fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores españoles menores de cuarenta años para promover su obra en el extranjero.