Reseña literaria: «Cuando muere la niebla» de Nilton Maa, por Julio Durán

Por: Julio Durán

Las vivencias de un grupo de jóvenes de Collique, víctimas y victimarios de la violencia urbana, se condensan y transforman en Cuando muere la niebla, la más reciente nouvelle de Nilton Maa. La periferia limeña, sus carencias, sus relaciones sociales y su geografía e infraestructura marginales son el marco en que se desarrolla una historia heredera del realismo urbano que busca retratar el crecimiento de la capital, las penurias y destinos de sus habitantes.

Aunque el centro de la narración es el enfrentamiento de dos pandillas de adolescentes, el relato inicia con un juego de niños que involucra sí una aproximación violenta a la sexualidad, un señalamiento que marca el destino de Chino, primera voz narradora del relato.

Asistimos, primero, a la voz del joven que narra en primera persona su melancolía, sensación que cubre todo lo que observa en el barrio (y que, de alguna manera, permea los demás testimonios). Esa mirada lo distancia, pero no lo hace ajeno a la realidad, sino que lo lleva a reflexionar sobre ciertos elementos de la vida cotidiana: la comida de la semana, la que se reparte en comedores o la que se obtiene con los esfuerzos de una abuela que sobrevive con un solo salario, las agresiones del barrio para someterlo a una categoría; llega incluso a observar y cuestionar el sentido de la esperanza misma.

Desde ese lugar melancólico, el ensimismado protagonista se siente ajeno a un mundo que, debido a su origen, solo le devuelve su propia fragilidad, su sentido de no pertenencia. Pero es con la adolescencia que se manifiestan la violencia ritual de las pandillas, las demostraciones de fuerza, burla y hostilidad que sufre el protagonista, manifestaciones cuyo objetivo es la subordinación de su identidad. De ellas, el protagonista se refugia en la imaginación.

La narración de la bronca decisiva, hecho que define la existencia de los personajes, resulta vívida e impactante. Pero la narración de Chino sobre el hecho se centra en algo más vital e íntimo: el descubrimiento del propio deseo, refugio ante la muerte y la pérdida, y la culpa de ese mismo sentir.

Otro mérito de Cuando muere la niebla es su construcción polifónica. El punto de vista de cada miembro de la pandilla amplifica la realidad. El mismo evento y sus consecuencias son narrados por los agresores del protagonista, que a su vez son víctimas del círculo de violencia. Así, podemos conocer el orden de ideas en que se desarrolla su mundo, sus afectos, el temor de que la violencia llegue a sus seres cercanos, sus propias contenciones y limitaciones. Además, los saltos en el tiempo ayudan a dejar en claro que la historia de Cuando muere la niebla está viva en cualquier ciudadano de la ciudad de Lima, que sus hechos nos alcanzan e interpelan.

En Cuando muere la niebla, es el juego con la violencia —“adolescentes que buscan emociones más fuertes para hacerse los valientes, porque no se tolera la inocencia”— la que determina el destino y obliga a cada miembro de la pandilla a tomar una decisión.

La nouvelle de Naa está emparentada con relatos de contemporáneos como Enmanuel Grau y su libro de relatos Hijos de la guerra y J. J. Maldonado y su libro Los Buguis, que a su vez son herederos del realismo limeño de Congrains y Reynoso. Quizás el mayor mérito de Cuando muere la niebla sea la oralidad fiel de sus personajes, los monólogos interiores de los personajes en los que se percibe una comprensión propia del autor, un deseo de dar sentido al caos en que sus personajes crecen envueltos.

Biografía de Julio Durán:

Es un escritor peruano, autor de la novela «Incendiar la ciudad» (2002) y el libro de relatos «¿Y quién eres tú para juzgarme?» (2017). Su más reciente novela, «A un lugar que ya no existe», fue publicada por entregas en el diario Peru21. Ha formado parte de distintas antologías como «El Cuento Peruano 2001-2010» (Petroperu, 2010) y «Selección Peruana II» (Estruendomudo, 2007). Algunos relatos suyos y extractos de su novela han sido traducidos al inglés y publicados en A Public Space, Words Without Borders y The South Carolina Review.

Julio Durán, autor de la presente reseña literaria

Portada de «Cuando muere la niebla» de Nilton Maa
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Lo gótico en el «Cementerio prohibido», de Francois Villanueva Paravicino

Por: Cristhian Briceño Ángeles*

Texto de presentación del libro el pasado jueves 31 de octubre en la Casa de la Literatura Peruana (CasLit).

A primera vista, tras haber revisado la portada, la tipografía y los títulos que componen este volumen (Editorial Apogeo, 2019), podría considerarse que el nuevo de libro de Francois Villanueva Paravicino encaja en aquello que se considera literatura de terror. Una lectura atenta, sin embargo, nos revela que la intención del autor no ha sido originar miedo en el lector o, en el peor de los casos, despertar la sospecha de que estos relatos han sido concebidos con esa finalidad.

Pienso, por ejemplo, en El verdugo, primer cuento del conjunto. El narrador, a la vez personaje, huye mientras ensaya una crónica de los eventos inmediatos, de lo que acontece en tiempo real, tratando de evitar a una horda de demonios que lo persiguen para hacerlo pagar por sus faltas. De cierta forma, hallamos aquí ciertos puntos de convergencia con algunos relatos de Edgar Allan Poe, como en Un descenso al maelstrom, pero con la diferencia que, mientras la narración del Allan Poe confluye en el raciocinio, es decir, en aproximarse a una explicación lógica del infortunio o la maldad, haciendo que el narrador se detenga en lo inverosímil y lo estudie y verifique la posibilidad de un argumento que haga sentido con lo imposible, Francois Villanueva Paravicino elige formular un recuento que no busca nuestra aprobación, sino únicamente nuestra contemplación.

Con esto no quiero decir que el autor elija un camino fácil o que falle en la ejecución de sus relatos, sino que su camino es otro, su sensibilidad es diferente. Una cosa es enfrentarnos a un cuento como Los crímenes de la calle Morge y otra, muy distinta, es abordar un relato como La lotería de Shirley Jackson. En el primero, el autor no nos concede tregua en cuanto a sus pistas y observaciones milimétricas del crimen que se ha cometido, y, no contento con esto, él mismo formula las hipótesis y, finalmente, resuelve el caso con la maestría de Holmes o de monsieur Lecoq; por el contrario, Jackson nos sugiere un poblado y un culto y, también nos insinúa, además de la violencia del desenlace, el miedo y la turbación.

Más que del género del terror, la narrativa de Jackson asimila la influencia de la novela gótica de finales del siglo XVIII. La principal diferencia que podría señalar entre el terror y lo gótico es que lo gótico, más que propiciar una emoción en el lector a partir de lo que sucede con los personajes, busca recrear ambientes de deliberado claroscuro, una suerte de escenario que perturba y enrarece a los personajes inmersos en la ficción y, por extensión, estas sensaciones son transmitidas al lector.

En las descripciones que realiza Francois Villanueva Paravicino en sus relatos existe esta necesidad por ubicarnos en ambientes sofocantes, por momentos de un minimalismo malsano y, por otros, de una exuberancia que nos acosa. En Las heladas se puede apreciar este recurso, ya que, si bien nos sitúa en el inhóspito territorio de la puna, las descripciones son tan detalladas que nos sentimos atacados por la prosa del autor, por momentos despiadada en su detalle, y si a esto le agregamos la ausencia de personajes, nos sentiremos dentro de la escena, apremiados por huir. Una sensación que se parece a la que nos genera leer El castillo de Otranto de Walpole (quizá la novela que inaugura el género gótico), ya que el autor nos hace ir y venir tantas veces por galerías oscuras o ingresar en celdas donde la humedad escapa a su mención y nos hostiga, que, por un momento, la trama se anula y disfrutamos/sufrimos el diseño de la atmósfera.

Sin embargo, lo gótico en este libro de Francois Villanueva Paravicino, además de funcionar como utilería, o mero escenario de los hechos, se revierte hacia los personajes, a partir del discurso que cada uno ejerce y ofrece, por lo que lo gótico se convierte también en la decoración de la psiquis de cada uno de ellos; así, en cada soliloquio de los personajes es fácilmente reconocible ese camino de tenue iluminación, lleno de pasadizos estrechos por donde, más que ideas, transita la turbación de cada uno de ellos. No estamos, entonces, ante ese raciocinio luminoso de los relatos de Poe, sino más bien en la oscuridad de lo desconocido, en las tinieblas de la incertidumbre que, a su manera, incide en las reacciones de cada uno de los personajes de los cuentos de Francois Villanueva Paravicino.

Hay matices de estos rasgos, como en Las heladas, que ya he comentado, y también en La familia de un conocido, donde lo absurdo de la situación nos genera un extrañamiento genuino que se ve reforzado, una vez más, por la descripción de la escenografía narrativa que nos propone el autor; si a esto le agregamos ese temor a la inmortalidad (que ya ha sido explorado por otros autores como Swift o Borges), tendremos una muestra precisa de lo que persigue este libro en cuanto a sus propuestas estéticas.

Algo parecido, aunque con otros resultados, encontramos en el relato central y que da título al libro. En él asistimos a un retorno al lugar de origen, el cual encierra una serie de conflictos aún no resueltos, latentes, y con los cuales el narrador se ve enfrentado, algo bastante usual y que se ha explorado innumerables veces en la literatura (no quiero citar algo obvio como Pedro Páramo; prefiero mencionar La luna y las hogueras de Pavese). Nuevamente vemos el desconcierto del narrador, como en La lotería de Shirley Jackson, ese desfase con respecto a las formas originales, esa apariencia con que la realidad, dentro de la ficción, embiste a quien presencia los hechos. Aquí lo indescifrable o, mejor dicho, aquello para lo que no se encuentra una explicación oportuna y puntual, es también otra de las formas con que el legado de lo gótico decreta su presencia.

Recordemos las intrigas en El italiano de Ann Radcliffe o en La dama de blanco de Collins para hacernos una idea de cómo es que Francois Villanueva Paravicino establece los tiempos dentro de su relato, aunque su manera de presentar los hechos escape del sensacionalismo del dato escondido y se enfoque más en transmitir, con sensatez, sensibilidades y reacciones. Lo que podría ser una burda narración de muertos que acosan la cotidianeidad de los vivos se convierte, gracias a la pericia del autor, en una ocasión para develar cómo es que la personalidad de sus personajes hace frente a situaciones extravagantes; creo que el valor de estos relatos radica precisamente en ello, en cómo el lector puede asistir, desde la distancia benevolente de la ficción, a eventos excepcionales y que contradicen todo aquello que asumimos con nuestra normalidad. Con todo esto, y a pesar de la primera impresión que despierten estos relatos, Francois Villanueva Paravicino ha construido un conjunto que escapa de la convención del terror llano y se acercan, felizmente, a la estética privada del autor.

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*Cristhian Briceño Ángeles: Ha publicado el poemario Breve historia de la lírica inglesa y el conjunto de prosas La trama invisible. Ha sido antologizado en El fin de algo. Antología del nuevo cuento peruano 2001-2015.  En 2012 obtuvo el primer lugar de la XXV edición de El Cuento de las 1000 Palabras, organizado por el semanario Caretas, con el relato «Fiebre». Asimismo, en 2013 ganó el premio Copé de Plata de la XVI Bienal de Poesía con La comedia inmóvil (Petroperú Ediciones Copé, 2014). Sus textos han aparecido en revistas peruanas y extranjeras como Buensalvaje, El Hablador, Lucerna, Poesía (Venezuela) y Luvina (México). En 2018 fue incluido en la antología País imaginario. Poesía Latinoamericana 1980-1992 y, también, se reditó su primer libro de cuentos, La literatura en Alaska.

Portada de Cementerio prohibido de Francois Villanueva.

Nota de prensa: Taller de redacción de crónicas con Alex J. Chang

¿Quieres ser cronista? ¡AHORA ES EL MOMENTO!

Disfruta de este taller y viaja de la mano del periodista cultural y profesor Alex J. Chang Aprenderás conceptos básicos, estructura y elaboración de crónicas.

Metodología:
Clase magistral participativa online en donde se incluirán videos y lecturas breves y amenas. 
Plataforma: Google Meet

*Duración: Taller de cuatro semanas.
*Inicio de clases: Sábado 16 de abril de 2022, a las 17:00 PM (Perú).
*Tiempo: 2horas por semana (Sábados de 5:00 pm a 7:00 pm).

Certificado:
Al finalizar el taller.

Que se busca lograr:
*Que el participante disfrute de aprender y desarrollar una crónica dando valor a cada avance
*Que el participante descubra de forma amena este género hibrido –periodismo y literatura-.
*Que el participante analice la importancia de conocer este espacio como una alternativa laboral.

Inversión:
30 DÓLARES AMERICANOS (incluye material)😉
¡¡¡NUESTROS CURSOS SON SUBVENSIONADOS COSTO FINAL 30 DOLARES AMERICANOS!!!

Inscripción:
Reserva tu cupo.
*Inscripción Ordinaria: Hasta el 12 de abril de 2022
*Inscripción Extraordinaria: Hasta el 16 de abril de 2022, una hora antes del taller.
*Informes: https://forms.gle/96Ri3NvpUURSWEEW8

Forma de pago:
Información por interno.
Se considerará inscrito una vez que envíe una captura del depósito por correo: literatura.wabisabi@gmail.com – ASUNTO/ CRONISTA

Contactos:
Ecuador: +593 991261319
Perú: +51982500535 

Fan Page de Facebook de Comunidad Wabi Sabi: https://www.facebook.com/cultura.wabisabi

Facebook de Alex J. Chang:  https://www.facebook.com/alexjunior.changllerena

Biografía de Alex J. Chang:

(Lima, 1996) es poeta, escritor y periodista cultural peruano. Ha publicado su primer poemario Entropía (Golem editores, 2019), que fue presentado en la FIL Lima 2019, Culturaymi Lima 2019, etcétera. Este libro fue reconocido en la Casa de la Literatura Peruana (Lima, 2019) y fue llevado a España en manos del reconocido escritor peruano Mario Vargas Llosa. Trabajó en Trilce Radio (España), en un programa radial llamado Cruzada Cultural; así mismo, dirige un programa virtual multiplaforma con el mismo nombre. También colaboró con algunos artículos para la Revista Trilce (España), para la Revista Gato Negro (Perú) y para la Revista Cocktail (Perú).

En la actualidad es columnista de la Revista Kametsa (Perú), de la Revista Cardenal (México) y columnista de la asociación peruana ¡Soy Autista y Qué! y colaborador del Portal Web literario Lee Por Gusto(Perú). Además, es periodista cultural de la Comunidad internacional Wabi Sabi (Ecuador).

Docente: Alex J. Chang

Flyer que circula en las redes sociales de Comunidad Wabi Sabi

La fecundidad del canto en Semillas cósmicas de Julio Barco, por Francois Villanueva*

Por: Francois Villanueva Paravicino*

El poeta prolífico y desbordante, irreverente y cuestionador, Julio Barco, en su paso por Huamanga y Huanta, me obsequió un ejemplar de Semillas cósmicas (Mención Honrosa del XI Concurso Poeta Joven del Perú del 2020), una obra donde, creo yo, se define y moldea mejor su Ars Poética, tal vez con mayor originalidad y voz lírica propia que en sus entregas anteriores.

Si en aquellas obras se expresaba y rendía tributo con la mímesis o imitación de sus modelos poéticos (dígase Hora Zero, Kloaka, Neón, etcétera), explorando la ciudad urbana a través de una voz psicosomática o esquizoide, sus bordes y descentramientos, sus periferias y sus formas urbanísticas, en Semillas cósmicas encontramos un canto propio, sincero y honesto con sus ideales y su forma de entender la poesía.

“El poemario de Julio Barco podría considerarse como una obra que, tomando como motivo lo absurdo del hombre en su pluralidad, hurga en la inaprensible naturaleza del lenguaje”, afirmó el Jurado Calificador del certamen. Y es cierto. Tal vez en esta obrita se entienda que la principal preocupación de la poesía de Barco es el lenguaje: sus excesos-desbordamientos, su parquedad y sus límites, su potencia y su fuerza, su fuerza de procreación y su instinto destructor. He allí sus méritos.

Julio Barco, autor del poemario Semillas cósmicas.

“Todo lenguaje es simiente / Toda simiente es poesía / El poeta es madre de la luz”, afirman los versos finales del primer poema del libro. Y, como una advertencia o unas palabras liminares, el hablante lírico de los poemas desarrollará en su canto la idea central de que las palabras, el verbo y el lenguaje son fecundos, son vida, son la razón principal de la existencia humana.  

“Yo no soy el bosque. Yo soy apenas un hombre lleno de hombres. Un cuerpo lleno de señales y sentidos.  Abierto un instante a la vida: con cerebro y profundidad de ideas”, rezan los versos en prosa de la composición “Volcán de Agosto (balada de las semillas)”, donde metaforiza al ser humano como un ser “lleno de señales y sentidos”; es decir, como un cuerpo construido de lenguaje, de verbo y de significación.

“Y tu fuego será una semilla en una hoja. / Y la semilla multiplicará su sentido. / Resplandor, epígrafes, nubes: / me alejo por siempre de las bibliotecas”, se destacan en el poema “Me inquietan los caminos que toma la gloria”, donde de forma versista se conjuga la metáfora de la fecundidad de la cultura letrada, libresca y bibliográfica. Es decir, de la fertilidad de la hoja escrita, que, como enseñan los maestros, imita o supera a la vida.

“El alma viaja en la simiente, el ser en el lenguaje, y este lenguaje es pulido material del sueño”, se escribe en el poema “(El sueño y las semillas)”, que, como una fenomenología del espíritu, relaciona al lenguaje como la casa del espíritu y del ser. “La poesía es una semilla que repercute en el cuerpo (…): fecunda tu idioma y canta”, también afirma el hablante lírico del poema “(El destino de la semilla)”.

Por ello, el poeta Julio Barco destacó, en la ceremonia de la premiación, la idea que inspiró este poemario: “El arte de la poesía, en su belleza, surge de la necesidad de un rito antiguo: la fecundidad y el canto, la necesidad de manifestarnos, el hambre voraz de aclarar, entre las dudas, la interrogante sin medida que somos, la fiesta de nuestros nombres en la noche de origen”.

En ese sentido, la óptica que aprendemos de este nuevo libro de Julio Barco (autor de más de 10 libros pese a su joven edad) es que la poesía nos ayuda, cuando la escribimos, a conocer más un tema que nos inquieta o, como contraparte, nos sugiere más interrogantes, más dudas o problematiza de forma compleja algo que creíamos saber, pero cuya verdad tiene muchas más aristas y salidas de lo que se creía. Por ello, la poesía siempre es una forma de conocimiento, de nosotros mismos y de los otros.

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*Francois Villanueva Paravicino

Escritor peruano (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en diversas antologías, páginas virtuales, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007). También, ha sido reconocido en otros certámenes literarios. 

Francois Villanueva, autor de la presente reseña literaria

Nota de Prensa: Carlos Contreras Chipana presenta «Una carta sin Paul McCartney y otros relatos»

Bajo el sello de Caja Negra, el periodista ingresa al campo de la narrativa. “Estos relatos son un homenaje a la tradición literaria”, comenta en la contraportada del libro la poeta Carmen Ollé.

El periodista Carlos Contreras Chipana, tratando de no perder el equilibrio, ha pegado un arriesgado salto hacia las veredas literarias. Acaba de publicar «Una carta sin Paul McCartney y otros relatos» (editorial Caja Negra), su ópera prima con la que ingresa al campo de la narrativa.

En los diez cuentos, que componen esta publicación, los personajes no defraudan a su destino y se sumergen en la tentación de ser, imposiblemente, humanos. El autor confiesa que con el libro pretende retratar las vivencias de una generación a través de múltiples voces que presentan sus desamores, traiciones y soledades.

“Desde Una carta sin Paul McCartney, pasando por Matalayunza, hasta La tumba sin dueño, Carlos Contreras nos ofrece diversos mundos posibles. Al sumergirnos en ellos, surge la inminente pregunta: cuál de estos cuentos que destacan en este libro es el más próximo a lo real. ¿Acaso el primero, sobre un amor de ocasión, que se desvanece como recuerdo juvenil? ¿Tal vez la resolución de una muerte, en el segundo, que pesa sobre la conciencia de los invitados a una celebración andina? O para mayor sorpresa, ¿el desdoblamiento de un personaje que lleva flores a la tumba de un difunto desconocido? Estos relatos son un homenaje a la tradición literaria: un cuento de amor rockero con dicción adolescente y citadina; seguido de la narración costumbrista que reconstruye el habla dialectal del campo, para culminar con un texto de efecto Rulfo. Todos escritos con mano diestra y gran habilidad expresiva”, ha escrito en la contraportada la poeta Carmen Ollé.

El libro ya se puede adquirir en la página web de Caja Negra y en diversas librerías de Lima, como el Virrey de Miraflores, Book Vivant, Escena Libre y Communitas.

Sobre el autor

Carlos Contreras Chipana (Lima, 1988). Estudió Periodismo en la Universidad Jaime Bausate y Meza. En sus más de 10 años como reportero ha trabajado en radio, TV y prensa. Actualmente, escribe crónicas y reportajes en el diario La República. También ha sido becario de la Red de Periodistas Latinoamericanos Cosecha Roja y es colaborador de la revista Anfibia. Ocupó el primer lugar en el Primer Concurso Nacional de Periodismo sobre Políticas Sociales (CIES-2015). Sus cuentos han sido publicados en antologías literarias. Es coautor de La banda sonora de tu vida (Autómata, 2019) y de Generación B, jóvenes del Bicentenario (Artífice, 2021).

Carlos Contreras, autor de Una carta sin Paul McCartney y otros relatos

Nota de Prensa: Vuelo Nocturno: Los cuentos de Pilar Dughi

Post en el Facebook de Tadeo Palacios:(https://www.facebook.com/tadepv/videos/622836355636762)

En 2021, a través de Proyecto Machete, dicté tres talleres dedicados a la cuentística peruana que aborda el tópico de la violencia política durante el Conflicto Armado Interno. Esta vez, a lo largo de cuatro sesiones, nos centraremos en el legado y obra de Pilar Dughi, y propondremos algunas claves de lectura que nos permitirán hacer frente a la pregunta de por qué su producción narrativa sería urgente en estos tiempos de incertidumbre.

Informes y formulario de inscripción:

https://forms.gle/UAXLnXLSMSVhP9y76

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I.INTRODUCCIÓN

La obra cuentística de Pilar Dughi (Lima, 1956-2006) —escritora, psiquiatra, gestora de salud mental comunitaria y promotora de los derechos de los niños y las mujeres— ha cosechado con el tiempo, y desde la aparición de su primer volumen de relatos, un legítimo reconocimiento a una vocación narrativa audaz.

Sin recurrir al patetismo o a la condescendencia, y dueña de una pericia clínica, Dughi supo auscultar las costuras de un país que sufría los estragos de la guerra interna que lo asolaba y que estaba plagado de males que aún hoy se hallan lejos de cesar. Dughi integró varias líneas temáticas en un intento de aprehender, comprender y representar fenómenos como la violencia comunitaria e intrafamiliar, la crudeza del machismo, la creciente desigualdad social, la descomposición de los lazos que nos unen a los otros y los porvenires truncos en los que el desencanto y la soledad suelen trazar un retrato del espíritu de su época.

El objetivo de este taller consiste en acercarnos a la producción cuentística más relevante de Pilar desde la lectura crítica y el diálogo, a fin de comprender sus estrategias narrativas y reflexionar en torno a la multiplicidad de temas abordados por la autora.

II. SESIONES

Sesión 01: Pilar Dughi y la Generación de los 80: entre la violencia, el desencanto y la construcción de la escritura/escritora

Sesión 02: Narrativas de la historia, lo fantástico y lo psicológico

Sesión 03: Literatura, género e identidad como eje articulador

Sesión 04: Violencias ineludibles: Género y Conflicto Armado Interno

III. INFORMACIÓN

Precio: 100 soles.

Sesiones: 04 sesiones. Del 05.03.22 al 26.03.22.

Horario: Los días Sábados de 16:00 a 19:00 horas.

Duración: 03 horas

Incluye lecturas y acceso a las sesiones grabadas de las clases.

Informes: tadeo.palacios@pucp.edu.pe

Dirigido por Tadeo Palacios Valverde:

Escritor, abogado por la Universidad Nacional de Piura y candidato a Magister en el posgrado de Literatura Hispanoamericana de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Se ha desempeñado como asistente de docencia del curso Técnicas de escritura de novelas en la Maestría de Escritura Creativa (MEC) del mismo claustro.

Ha sido becario del programa de pasantías literarias Arequipa Imaginada del Ministerio de Cultura del Perú y de la fundación alemana Hanns Seidel. Su cuento “El legado” fue uno de los ganadores del Concurso Nacional Nuestros Relatos, organizado en 2020 por la Presidencia del Consejo de Ministros y el Proyecto Especial Bicentenario de la Independencia del Perú.

Ha publicado el conjunto de cuentos sobre la memoria, la ausencia y la violencia política Mañana nunca llega (Editorial Pesopluma, 2021) y diversos ensayos sobre la violencia política en revistas como Red Literaria peruana y Espinela, del posgrado de Literatura PUCP. Sus áreas de interés académico son la narrativa de la violencia política, la memoria y los afectos en la narrativa latinoamericana, los estudios de género y la cultura pop japonesa contemporánea.

Puedes generar el pago del taller vía YAPE o por depósito/transferencia a la siguiente cuenta BCP. Luego, no olvides adjuntar la captura del comprobante de pago y comunicarte con el tallerista. También si cuentas con PayPal puedes pagar el monto de 26 dólares por concepto de inscripción vía el siguiente enlace:

http://paypal.me/tadeopalacios

Crónica: De Sombreros y de Charros, en las tierras de Piura, por Fernando March

Por: Fernando March (Perú)

Aquí, en las soleadas tierras del norte del Perú, el verano es intenso, ardiente y sofocante. La tradición piurana, de antaño, obligaba el uso de sombrero, dada la fuerza y la agresión del sol. Piura es una tierra de arenales inmensos, algarrobos ásperos, una melancolía y una desolación de muerte, además de una chicha blanca que es más alcohol artesanal y acritud, que dulzura.

Para las gentes del centro y sur de la costa, así como de la sierra y la selva, Piura es sólo sinónimo de playas. Y, sí que las tiene, a porfía: costas bañadas por espumosas olas; mares de topacio; horizontes hermosos, a la caída de la tarde. Sin embargo, Piura, no es sólo eso. Una tierra milenaria condenada a la sed. Una vegetación que sobrevive por obra de un milagro de la naturaleza. Y, con todo, el omnipresente sol, el rubio sol, inclemente y desaforado. Perfecto astro tutelar que motiva las pasiones más violentas y las indiferencias, más insufribles, en el alma de su gente.

«El charro» posando con su sombrero piurano y acompañado de un caballo.

Me acuerdo aquella mañana que llegamos a Piura, por el mes de noviembre, del año 1975. Fue Talara, nuestro primer destino. Mi madre, Johan y yo, habíamos aterrizado en un vuelo de Aero Perú, procedente del Cuzco. Abandonábamos, así, un capítulo inolvidable de nuestras vidas. Alejándonos de las montañas tutelares, de los ríos torrentosos, de los nevados imponentes, de la feracidad y frondosidad de la sierra, para integrarnos a una tierra, donde, según mi madre—exponente de sinceridad total—: “daba mucha lástima morirse”. Con mis padres y mi hermano (aún, de meses de nacido) pasamos un año inhóspito y difícil, antes de estar completamente aclimatados (mejor digo: casi completamente) porque, en realidad, en Piura, uno jamás se aclimata del todo. Siempre tenemos una palabra de rencor, en contra del calor, tan infernal. 

Pese a vivir al lado del mar, junto al inmenso Océano Pacífico, Talara, era dueña de un sol arrogante y bronceador, hasta más no poder. El uso del sombrero era un recurso indispensable, una necesidad inevitable que, lastimosamente, ya no era una regla a seguir. En la novela La casa verde (1966) de Mario Vargas Llosa, el personaje de Anselmo, y todos los habitantes de la Gallinacera y la Mangachería, solían usar sombrero. El mangache era el habitante de la zona norte de la ciudad de Piura. Lugar muy mentado como “Barrio de Guapos” o individuos que se trompeaban, por casi nada, y de la manera más salvaje y ruin, hasta la muerte. Esto lo aprendí en los años en que asistía al colegio parroquial, del Barrio Particular. Mis compañeros de clases—sobre todo los más beligerantes—solían repetir las trágicas historias que habían aprendido de sus padres, sobre la gente brava de Piura, y como esta era tenida por una ciudad forajida, que jamás tuvo ni un instante de paz, mientras existió rivalidad, a muerte, entre los “gallinaceros” del sur y los “mangaches” del norte.

Fernando March, autor de la presente crónica, posando con un sombrero piurano.

El asunto es que, muchos de ellos, portaban soberbios sombreros de jipi japa. Los Hacendados, de igual modo, sostenían la tradición de llevar ancho sombrero de Catacaos, al estilo de Froilán Alama (1). Integrantes de la familia Seminario, Cuglievan o los Hilbck eran representantes de la más rancia tradición que se apegaba, aún, al uso cotidiano del sombrero de paja. Para mí, que venía de una tierra donde sólo veía usar chullos y monteritas, de Tinta, el sombrero de jipi japa, era una agradable tentación, era un sueño apetecido, en una tierra donde, el calor, era un Rey absoluto, desquiciado y perturbador. Sin embargo, para esa época, el uso del sombrero, en las ciudades, ya había caído en un olvido, inmerecido. Sólo la gente del campo lo usaba, para sus faenas diarias.

Cuando llegamos a tener televisión, el único canal que existía en Talara, por esos años era el Canal 2, de Piura, filial del Canal 4, de Lima. En esos mismos días recuerdo a un personaje entrañable, que, era el único, que solía mostrar su enorme y ondulado sombrero, grácil y elegante: “El Charro” Humberto Requena Oliva.

Aquel, era todo un señor alcalde, de Catacaos y que, por el gobierno de Francisco Morales Bermúdez, era el Rey de la Teletón: “La navidad del niño cataquense”. Una vez, cada año, jodía todo un día de programación regional del Canal 2; pero, a decir verdad, no ha habido, ni habrá jamás un alcalde, en Catacaos, como él.

Todos aquellos que llegaron, después, fueron simples advenedizos que asumieron el cargo, sólo para forrarse en dinero ajeno, sin preocuparse por su pueblo.

El Charro Requena tenía un restaurante, “a la entradita de Catacaos”. Mi padre, como Ingeniero, en Jefe, del Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Talara (por el Ministerio de Vivienda) solía conocer a muchos personajes importantes de la región. El Charro Requena, era uno de ellos. Era su amigo personal.

Sombrero de jipi japa.

Su prestancia, su carisma y su elegancia hicieron, de él, un personaje legendario.

Un fin de semana, el Charro Requena, invitó, a mi padre, a degustar deliciosos potajes de la culinaria piurana, en su famoso restaurante. Salimos de Talara, al amanecer, para hacer el tramo agotador de Talara-Sullana- Piura-Catacaos. Cinco horas de viaje ininterrumpido, dado que mi padre era cuidadoso de la velocidad, al volante, y, mi madre, jamás desperdiciaba la oportunidad de recorrer, por casi media hora, el centro de cada ciudad, a la que llegábamos.

Cuando ingresamos a Catacaos, al medio día, el mismo Charro Requena, en persona, salió a recibirnos, ¡y los potajes, dignos de Rey, que nos ofreció! (bueno, a mi padre). Allí, aprendí a comer el exquisito seco de chavelo, el cabrito con tamales y menestra, el cebiche de Ojo de uva y, por, sobre todo, una bebida de agradable sabor y muy refrescante, que se quedó, en mi paladar, para siempre: el afamado clarito. Este, es un sobrenadante dulce de la chicha. Un trago delicioso que ameniza con cualquier plato. En “El Charro” se degustaba con piuranidad pura. Y el amable anfitrión, portando alegre, aquel sombrero entrañable, que hacía juego con sus enormes bigotes de tártaro y su fragante guayabera blanca.

Era maravilloso ver a un señor, tan ameno y sencillo. Sin duda, él, era lo mejor que podía ofrecernos aquella tierra de Piura: tan árida, como dura. Desde ese momento, tuve predilección por el uso del sombrero cataquense. Claramente, don Humberto Requena Oliva, llevaba consigo una tradición, antaño extendida, en todo el norte del Perú. Y que hoy, es sólo un recuerdo. Como es un recuerdo, que, una vez, existió un hermoso y acogedor restaurante, de deliciosa comida piurana, que estaba “a la entradita de Catacaos”. Y que, en ella, el Charro Requena—en persona— agitaba su sombrero, te daba la bienvenida y te atendía. Como es un recuerdo, que, un domingo, al año, en el único canal que había en Piura, el Charro se robaba todo un santo día, tarde y noche, con su “Navidad para el niño cataquense”. Y que jodía el fin de semana, impidiendo ver programas de variedades o películas de romanos, de vaqueros o de guerra, contra japoneses, sólo con el único propósito de ver dibujada una sonrisa en la cara de un niño, de su pueblo, con un juguete en las manos. Como es un recuerdo, que fue el único alcalde de Catacaos que hizo algo por sus paisanos. Y trató de hacer más, desde un Congreso de pelagatos, que no daba para mucho.

«El Charro»

Desde entonces, uso sombrero. En señal de respeto a la memoria de personaje tan carismático, y todo un caballero de Piura, pero, además (y por hacer honor a la verdad, que siempre acompaña a mi madre) porque el calor de Piura jode y enferma, y necesito, con urgencia, un tapasol que proteja y refresque mi cara.

Ciudad Coloma.

Enero 2022

(1) Bandolero piurano. Inmortalizado por Carlos Espinoza León en una novela homónima.

Froilan Alama, novela de Carlos Espinoza.

La literatura estridente en «Los bajos mundos» de Francois Villanueva Paravicino, por Julio Buitrón

Por: Julio Buitrón (Premio Caretas de las Mil Palabras)

Si tuviera que definir la literatura de Francois Villanueva, diría que es una literatura estridente. Estridentes son sus personajes, sus historias, sus escenarios, hay una ambientación que hace sentir a la selva de trasfondo, el río Apurímac, el Vraem y los Bajos Mundos. Ya en su primer libro de cuentos encontramos estas circunstancias y personajes que se tornan violentos, alegres y trágicos, como si la escritura a nuestro autor lo divirtiera y lo angustiara, de ahí una violencia moderna (con espíritu de cómic o anime en pasajes que hacen recordar a las películas de Tarantino: la minimalista, prolongada, ambiciosa, pelea a vida o muerte de Rhino contra sus asesinos) en medio del día a día en las zonas recónditas y urbanas de Ayacucho y por ratos Lima, pues esta novela se expande del Vraem al Perú (centro-sur) como si de otro Tahuantinsuyo se tratara, una cotidianidad que no solo es estridente, pues parece mágica, un escenario en que sobreviven los mitos urbanos y los de antes del arribo de los españoles, por ello, en esta novela los capítulos son más bien estampas.

Capítulos que se subdividen y conforman esta serie de historias que, por momentos, también se pueden leer como independientes, a riesgo de perderse de alguna intriga de Los Dragones y otros retratos-historias que a la par se van desarrollando, en especial, una que nítidamente se destaca y perfila ya casi al final, cerrando con broche de oro esta comedia humana cuyo reparto se compone de actores a los que, al igual que Dostoievski y C. E. Zavaleta, caracteriza una hipersensibilidad a flor de piel (asesinos, prostitutas, curas enloquecidos, narcotraficantes, senderistas, tribus selváticas, adolescentes camino a la adultez, pobladores comunes), que es la historia de un escritor, su vocación y su locura: la cima de esta novela en la que la disección de una enfermedad mental no es nada complaciente, sino que nos golpea por aterradora, oscura, terrorífica; de esta manera, este libro dialoga con diversas vertientes de la tradición de la narrativa peruana, bebe de referentes muy diversos para convertirse en una literatura urbana, regional, de aventuras, metaliteraria, detectivesca, narcoterrorista, de la violencia.

De todas estas fuentes bebe Francois Villanueva para trasladarnos a un mundo con personajes vivos. Con gran dominio del diálogo, retrata una coloquialidad que convierte a esta novela en coral, porque en ella los sucesivos personajes se dan la posta de la narración y así nos vamos enterando de sus peripecias y desdichas, estos diálogos son tan reales, verosímiles (en su dramatización) y encantadores como los que encontramos en Vargas Llosa, quien en sus inicios quiso ser dramaturgo.

De esta suerte, Francois Villanueva continúa con su tema: retratar a un Vraem que parece irreal, pero que existe porque está en los mapas, al contrario de la fórmula de Melville, un pueblo que cabe perfectamente en la tradición forjada por Rumi, Comala, Macondo, Santa María, Villaviciosa, o también el pesadillesco Chimbote de Arguedas en los Zorros. Esta obra que en muchos momentos se entrevera, debido al estilo estridente, también es una novela de iniciación en la que se advierte al principio una historia que avanza a trompicones para luego ganar en soltura; es decir, la estridencia la ha naturalizado el lector a partir, entre otras cosas, de una prosa más fluida, armoniosa[1]. Siendo, de igual modo, una novela de iniciación en la que este desfile de destinos sin rumbo, nihilismo alegre, vital, jocoso, pantagruélico (Bryce o Gregorio Martínez), de una juventud a la deriva, se emparenta –¿un diálogo involuntario como decía Borges que ocurría cuando la genialidad crea a sus precursores?– a la aleatoriedad de los capítulos de Al final de la calle o las primeras novelas de Jaime Bayly (No se lo digas a nadie, Fue ayer y no me acuerdo).

La tradición nos empuja (Hegel) de estos jóvenes limeños desencantados y aburridos de inicios de los noventa a los jóvenes de este siglo de internet y pobreza, y entre todas estas historias satelitales se consolida la amistad de una pandilla de adolescentes que se vuelven hombres. Los únicos ausentes en esta novela son los millonarios. Ese rincón privilegiado es el único inaccesible, pero la presencia de un poder opresivo está ahí, algo que se refleja en el prostibar El Refugio, uno de los burdeles de los Bajos Mundos. Otro moridero (Salón de belleza). Un mundo de rocola con música chicha, cumbia y boleros, donde precisamente se ha ido a refugiar Celia Camelia, la protagonista de la otra historia principal, la de un (des)amor rocambolesco y funesto que tuviera ella con Fidel Larco Astete, esta especie de vaquero que va en rescate de su amada, la que se ha convertido en prostituta, madre soltera. Suena a chiste y es trágico al mismo tiempo. De este punto pasamos a una exposición que alcanza niveles regionales que, en cuanto a técnica, hace recordar al fragmentarismo de Ciro Alegría[2], una estética que luego Vargas Llosa (una desmesura abarrocada de la que vuelve con La tía Julia y que luego afianzará en los ochenta para rematar con ese invaluable testamento total que es El pez en el agua) revolverá como un cuadro de Pollock.

Si tomamos en cuenta, por último, otra particularidad que hace de Los bajos mundos (Editorial Apogeo, 2021) un muestreo de la amplia gama que ofrece la contemporánea tradición peruana[3], Francois Villanueva elige a Los Dragones como sus antihéroes (posteriormente esta candidez se pierde en la criminalidad del mundo adulto), pandilla de muchachos que podemos rastrear en Congrains, Reynoso, Vargas Llosa, Gutiérrez y los nada criminales, pero muy alegres sanisidrinos de Bryce Echenique, o los arguedianos de Los ríos profundos[4]. Pues si Vargas Llosa lamentó que cuando él empezó en el oficio se consideró un huérfano por no tener a nadie a quien tomar como padre-referente de la novela peruana, salvo Ciro Alegría, ahora no podemos decir lo mismo de nuestros titanes novelescos que para el Perú vendrían a ser lo mismo que fueron Stendhal, Balzac, Flaubert, Zola (Proust es Dios) para los franceses. Como se ve, para enriquecer a nuestra tradición se necesita de algo más que talento.

Los bajos mundos, primera novela de Francois Villanueva, joven a todas cuentas, nutre y pertenece a la tradición narrativa peruana.


[1] François me confiesa que la novela la empezó en la secundaria.

[2] El recurso de un pueblo de telón de fondo está presente tanto en Los perros hambrientos como en los escenarios selváticos de La serpiente de oro, una novela de la que el ciego Borges se sabía de memoria el primer capítulo.

[3] La transformación de la provincia y la vida de sus pobladores por la irrupción de la modernidad es otro tema caro a Los Bajos Mundos y a nuestra tradición.

[4] La narrativa peruana tiene a la juventud como su protagonista favorito, y podemos mencionar así tanto a La casa de cartón, como a Ribeyro y Rivera Martínez.

Novela: Los bajos mundos (Editorial Apogeo, 2020).
Francois Villanueva, autor de la novela Los bajos mundos

 Cuento: Caleta Panteón, por Fernando March                                              

Autor: Fernando March

Aquel amanecer aterido en que divisaron, a lo lejos, aquel islote remoto de acantilados fragmentados, azules y fríos, ya no quedaba, en aquellos pobres infelices, el más mínimo resquicio de aquella creencia esperanzadora que habían alimentado durante días, semanas y meses de deshonroso cautiverio:  el hecho de que, al final del mismo, les esperaba el arribo a un país de promisión y abundancia, cuyas arenas y rocas resplandecerían al recibirles, y así se darían cuenta que, en realidad, no eran arenales comunes, sino aquel oro acendrado y legítimo; comprimido y reducido a polvo por la mano benevolente de los dioses de jade.

Aquella creencia que había hecho soportable aquel viaje inadmisible, se había hecho trizas apenas arribaron a aquellas costas grises y neblinosas. El barco terminó de atracar en un muelle destartalado. Dos mozos de cuerda (oriundos del país) abrieron la puerta de la bodega infernal y dieron la orden de salir.

Ya incorporados, fueron saliendo, uno a uno, un conjunto de individuos famélicos, entumecidos, azorados y visiblemente desorientados. Entonces lo vieron: las playas estrechas; las arenas amarillas; pedriscos tugurizados; aves y lobos grises retozando sobre las rocas afiladas y húmedas, vapuleadas por el latido espumoso del mar. Un poco más allá, la que sería su ruina: los cuarteles de sanidad. Uno de los mozos de cuerda gritó, en cantonés perfecto: ¡圣洛伦佐岛! (Shèng luò lún zuǒ dǎo) (¡San Lorenzo!). Y se pusieron en fila. Fueron ingresando uno por uno a la caseta de sanidad, para ser observados, antes de ser distribuídos en rutas diversas. Fue a uno de ellos a quienes se le preguntó en mandarín si sufría de alguna enfermedad. Aquel individuo les dijo que toda la travesía había estado con 腹瀉 (Fùxiè)(Diarrea)y que sus ropas estaban tan malolientes que necesitaba un baño.  Sus interlocutores iban anotando todo con signos ininteligibles.  Desencadenaron y desnudaron al hombre. Fueron contando cada una de sus costillas, para deducir si era apto o no para las futuras labores. Asqueados de su pésimo olor le obligaron a salir a un descampado arenoso y frío donde habían unas cubetas grandes de madera, llenas de agua de mar. Provistos de odio infernal, fueron sacando agua y le iban tirando cubetazos helados, entre risas.  Aquel individuo parecía resistir, con dignidad y resignación, semejante ultraje.   Luego de la algazara, a pesar suyo, procedieron a cortarle la coleta y posteriormente le fueron alcanzadas las ropas de un cantonés, muerto en la víspera. Ya con todo aquello, decidieron su suerte. Trajeron sus escasas pertenencias en una bolsita de lino azul, que un abuelo suyo le había entregado. Así pudieron explorar su contenido: semillas de Qing guo (Olivo blanco de China), para sus problemas de diarrea constante; monedas de los antepasados de su abuelo: un Wen de bronce del extinto Emperador Daoguang; dos Wen (uno de cobre y otro de bronce) de tiempos del Emperador 乾隆 (Qiánlóng); un cepillo de hueso, fichas 麻将(mahjon) (juego de dominó) y dos fai chi (palillos para comer) para comer; un contrato con un nombre: Li You. Se los devolvieron. Aquello era todo lo que un hombre necesitaba para ser feliz, en la peor de las desgracias.

Luego de una rápida deliberación encargaron que uno de los mozos de cuerda le hablara en cantonés:

––––– ¡没有人愿意这样接待你! (Méiyǒu rén yuànyì zhèyàng jiēdài nǐ) (¡Nadie quiere

recibirte así!) ––– le dijo––,

¡你病得很重!(Nǐ bìng dé hěn zhòng) (¡Estas muy enfermo!)             

––––––我从事水稻种植多年 (Wǒ cóngshì shuǐdào zhòngzhí duōnián) (He trabajado durante años en el cultivo de arroz) –––– respondió

        ––––––你可能在那里生病了 (Nǐ kěnéng zài nàlǐ shēngbìngle) (Es posible que allí te hayas enfermado) ––––le dijo–––,

 ¡你將去隔離! (¡Nǐ jiāng qù gélí!) (¡Irás a cuarentena!)

Fue entonces que, al escuchar semejante decisión, uno de los cantoneses encadenados que esperaban su turno para ser reembarcados jaló de sus mangas y le dijo en lengua nativa: ¡你沒有機會! (Nǐ méiyǒu Jīhuì) (¡No tienes ninguna oportunidad!)

     –––––––¿你點樣知道你講緊乜嘢法?  (Nǐ diǎn yàng zhīdào nǐ jiǎng jǐn miē yě fǎ) (¿Cómo puedes estar seguro)

   –––––––¡佢哋會分開你嘅! ¡島上嘅寒冷會殺咗你! (Qú diè huì fēnkāi nǐ kǎi) (Dǎoshàng kǎi hánlěng huì shā zuo nǐ) (¡Te separarán! ¡El frío de la isla…!)                                                 

No pudo terminar de escucharle. Los mozos procedieron a sacarle, casi a rastras, del cuartel de sanidad. Ya era muy avanzada la tarde. Fue entonces que lo llevaron al otro lado de la isla. Iba anocheciendo.

Los vientos y el sonido del mar se hacían cada vez más intolerables. Al fin, luego de cruzar aquellos enormes arenales, llegaron al otro extremo del islote. En esa parte, al parecer, solían arrojar a los cantoneses muertos. Luego, delante de lo que parecía ser una fosa cavada en la arena (para albergar algún cadáver) vieron llegar a otros dos mozos de cuerda trayendo un fardo enrollado con algo o alguien en el centro. Esperaron en silencio.

Al fin, llegaron jadeando y arrojaron violentamente el fardo y su contenido al foso. Alguien parecía respirar y moverse dentro del envoltorio. Al parecer, era un ser humano, aún vivo, y en serios problemas. El individuo se inclinó. Grande fue su asombro al descubrir, entre los fardos, a un muchacho al parecer de origen cantonés, de unos quince a veinte años, todo ensangrentado y casi por completo destrozado.

El individuo se horrorizó. Los miró. Les escupió.

–––––¡卑鄙嘅殺手! (Bēibǐ kǎi shāshǒu) (¡Asesino sucio!)   ––– les gritó.

Le golpearon con una palana. El individuo cayó.

–––––¡埋葬!¡同你自己, 如果你能! (¡Máizàng!¡Tóng nǐ zìjǐ, rúguǒ nǐ néng!) (¡Entierra! Contigo mismo, si puedes) ––dijeron.

Cogieron sus fardos sus palanas y se fueron, riendo. Maldecían el hecho de que tales chinos hubieran llegado.

La ventisca era cada vez más insoportable. El azote del mar parecía haber venido en ayuda de aquellas bestias innombrables. El individuo se puso a pensar: “Yo aquí, fuera de las barracas abrigadoras. ¡Cuánto daría por estar en una de ellas, a pesar de tantos hedores, nauseabundos! ¡Dioses de mi lar, apoyadme!

Yo con un chico moribundo al que no conozco. Yo mismo expuesto a un frío que cada vez es más agobiante.

El mar es un dios que se eleva contra el débil que se aproxima ante su presencia. Su único fin es amedrentarle y hacerle sentir pequeño”

El chico empezó a temblar en su feroz agonía. Se abalanzó junto a él, esperando que estuviera los suficientemente cuerdo para reconocer una voz amiga. Y le habló, así, en cantonés puro:

––––––¿你係邊個? ¿你從哪裏來的? (¿Nǐ xì biān gè? ¿Nǐ cóng nǎlǐ lái de?) (¿Eres el elegido? ¿De dónde eres?)

Pero nunca le respondió. Jamás lo haría. Era muy posible que su alma ya estuviera caminando a las orillas del Río Amarillo. A punto de surcar el puente de jade que llevaba al palacio de 天公, Tiān Gōng, el mismo que tuvo que atravesar牛郎, Niúláng, el “boyero” para encontrarse con 织女, 織女, Zhīnǚ, “la muchacha tejedora”, hija del Emperador del Jade. Procedió a buscar algunas pertenencias del agonizante. Sus manos estaban pegajosas por la sangre que envolvía a aquel pobre muchacho masacrado. Apenas pudo sacar de entre sus carnes derruidas una bolsita como la suya, conteniendo algo que había quedado a salvo de la hemorragia que desfallecía a su dueño. Revisó su contenido: una peineta de madera; un peine doble para extraer piojos y liendres; un soporte de bambú para los Fai Chi; un ovillo de hilo azul marino envuelto alrededor de una mazorca y algo que le llamó la atención: un origami en forma de fénix. Tal vez el muchacho era un creyente en el poder evasor de los origamis. Tal vez su espíritu cobraba residencia en aquellas figuras que su destreza creaba. Los origamis venían a ser, por mucho, las únicas formas de evadirse de aquella realidad que les condenaba a consumir la peor hez de la vida. Solos. Abandonados. Sometidos a una condición de abominable servidumbre, por tan poco.

El viento era cada vez más insoportable para “Li You” (que era el nombre del contrato). Frígido y azotante. Era mejor disponerse junto a aquel pobre muchacho, en aquella fosa, donde podrían cubrirse con la arena y recibir el calor de la tierra. Salvaguardándose así, de aquel frío paralizante que amenazaba con matarlos. Li You aposentó como pudo el cuerpo, aún tibio. Le cubrió con arena y él también se dispuso a compartir el mismo foso. Las arenas, alrededor suyo, le calentaron los huesos. Tuvo cuidado de no enterrar la cara del joven. No, hasta que no estuviera muerto. Al menos uno, de ambos, tendría que sobrevivir para defender al otro del acecho voraz de los lobos marinos, que amenazaban con aproximarse. Sin duda, aquellos animales se habían acostumbrado a cebar con las carnes de aquellos cadáveres a la intemperie. Pero Li You estaba allí. Y jamás permitiría que aquel chico tierno; inferior a su edad, fuera destripado por el hambre voraz de las aves y los lobos de mar. Defendería su cuerpo hasta que estuviera consciente o tal vez, ya ausente, de los sufrimientos inmemoriales de este mundo. Soportó así, junto a su amigo “en la desgracia” varias horas de gélida brisa y el abominable acecho de los animales.

Al fin la marea subió y la tierra donde se habían sumergido quedó ensopada. Li You salió de la fosa y tocó la cara del muchacho. Ya no era de este mundo. “Al fin alcanzó la benevolencia de los dioses del jade” pensó.

Decidió algo que sería crucial para el porvenir: en la bolsita de aquel jovenzuelo, sin nombre, colocó su contrato. Aquel papel que testimoniaba su presencia y su razón de ser en el mundo: un coolíe contratado por un tal Domingo Elías. Despreciaba aquella condición infrahumana. En realidad, había sido su abuelo 敏感龍 Mǐngǎn Long (Dragón Sensible), Mandarín de Tierra al servicio del Emperador Xiangfeng, quien le había vendido al tratante peruano, con el fin de salvaguardar a su nieto de las terribles purgas a que estaban siendo sometidas las castas de los Mandarines, por supuestas “altas traiciones” durante las guerras del   天王 (Tiānwáng) (Rey Celestial).  El abuelo esperaba congraciarse con su Emperador, antes de ir, en persona, a rescatar a su nieto de su condición de eventual servidumbre. “Algo que, indudablemente, después de esta noche puede que no sea más…” pensó “Li You”, que en realidad sabía que no era tal, sino 金公雞 Jīn gōngjī (Gallo dorado) y nacido en Guangzhou (cantón), frente a la bahía del Choo-keang (Río de las perlas), en la Ciudad Nueva.  Bajo el imperio de Daoguang, en el año del gallo verde de madera (1824 D.C). Su abuelo había fraguado aquel documento lleno de mentiras para salvaguardarlo de una muerte instantánea; pero él, en estas tierras de falsa promisión había descubierto una forma lenta y denigrante de llegar a lo mismo.   Luego de enterrar por completo al muchacho masacrado miró lo que quedaba de su bolsita azul y se sintió aliviado:  tres cigarrillos húmedos y el origami del fénix. Todo lo demás lo enterró con el que ahora era “Li You”. Avanzó feliz al encuentro de su anonimato. Libre y lleno del espíritu del origami que ahora estrujaba en sus manos. Estaba convencido que el “fénix” había liberado al muchacho muerto de todo sufrimiento en esta tierra. El origami encierra no solo una porción de la vida del universo sino la vida propia de aquel que la forja con sus propias manos. Encierra el ciclo de su alma y le preserva de los lazos de ficción que esclavizan la voluntad del hombre a las necesidades opresivas del mundo. Sin duda así había sido. Pese a encontrarse casi destrozado, en su rostro y en su carne, aquel muchacho no se había quejado ni lanzado el más mínimo grito de dolor o estremecimiento. Y era porque antes de ser masacrado de la forma tan atroz, como lo fue, ya en sí mismo, había logrado traspasar la esencia de su alma al origami, que le acompañó, hasta su última morada.

Logró salir como “fénix” de este mundo y surcar el puente de jade para llegar a 天公, Tiān Gōng. Ahora le tocaba a él desliarse de los lazos de este mundo que lo mantenían atado por el dolor, el frío atroz y la desesperación. Sabía que no saldría vivo de aquella noche de gélida ventisca y de mar estruendoso y azotante que sofocaba la isla. La voz de aquel pobre infeliz, como él, que le sujetó por un instante ya le habíaadvertido lo que le pasaría, sin decírselo del todo: 

–––––––¡佢哋會分開你嘅! ¡島上嘅寒冷會殺咗你…! (¡Él te separará! ¡El frío de la isla te matará …)

Ahora, no muy lejos de allí, buscó su propio refugio entre las arenas, para lograr el descanso que merecía doliente y desahuciada humanidad.

Fue destapando la tierra con sus manos ateridas en aquella oscuridad llena de trombas acezantes y espumas de mar embravecido. Al fin logró hacerse un espacio entre la arena, aún caliente por dentro, y se fue enterrando a sí mismo para guarecerse del frío letal. Ya no pensaba en aquella tierra donde iba a dejar su cuerpo, sino en “su tierra”:  los montes de Longshen, con sus terrazas suculentas y escalonadas. El fango, en el cual metía los pies y sembraba la semilla. Los matorrales tupidos que se remontaban por encima del nivel del agua. La fase del transplante y luego las terrazas espejeantes con las primeras espigas doradas que se asomaban al final. Allí, donde iría ahora convertido en un enorme y feliz vertebrado inferior.  Listo para retozar bajo la turquesa y la luz de aquel cielo limpio y generoso que le vio nacer, y al que jamás dejaría de volver, por mucho que su mal destino lo impidiera; por mucho que la distancia enorme lo impidiera; aún sin llevar aquel cuerpo famélico y aterido que abandonaba, al fin, a los vientos gélidos y los oleajes inmisericordes que un día le vieron sufrir…

–––––––––––––––––––––––––––––––––    o      –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

MARINA DE GUERRA DEL PERÚ.   Callao, Marzo de 2004:

El Comité de Investigación de Historia y Arqueología Marítima anuncia que en los últimos tres meses se han realizado

excavaciones arqueológicas en la Isla San Lorenzo y como resultado de ello se halló lo siguiente:

1.Entierro de Li You: Extremo NO del corte 2 del panteón. Bolsa azul de lino con numerosos utensilios y una hoja del contrato realizado con el señor Domingo Elías. En dicha hoja figura el nombre del ciudadano chino Li You.

2.Entierro XVII del Panteón: Superficial, sin ataúd. Cuerpo a escasos 0,15 metros de profundidad. Aproximadamente de 25 a 30 años. En la parte interna del saco se encontró un bolsillo que contenía tres cigarrillos y un origami representando un sapo.

CIUDAD COLOMA (2021)

                                                  “CALETA PANTEÓN” ES UN CUENTO

                TUSÁN ESCRITO POR FERNANDO MARCH

                 Y PRESENTADO EN EL PRIMER CONCURSO

                 DE RELATOS CORTOS Y ANÉCDOTAS QUE

                 CONVOCÓ LA ASOCIACIÓN PERUANO CHINA

                 En el AÑO 2021. OBTUVO PRIMERA MENCIÓN

                 HONROSA DEL CONCURSO. EL RELATO SE

                 BASA EN PERSONAJES REALES Y EN RESTOS

                 AUTÉNTICOS. (El Autor)

Biodata de Fernando March:

Escritor peruano del Big Bang Literario 2020. Escribió su primera obra teatral a los 14 años.

Ha ganado el Tagesschule de San Gerardo de Loja con sus obras de micro teatro: DESAHUCIADO (2016) e IMPUDICIAS VIRTUALES (2017)

Fue segundo finalista en el concurso de relato corto de la EDITORIAL ANGELS FORTUNE (Barcelona, España) y publicó en Europa: El trovador menesteroso de la calle del Encanto (2019). Finalista del concurso de cuento auspiciado por la Colonia China Peruana con su relato: CALETA PANTEÓN (2021)

Ensayo: La Feria de la Barbarie, por Fernando March

Autor:  FERNANDO MARCH (PERÚ)

Desde la antigüedad, los pueblos gobernados por las tiranías más abyectas, solían reclutar intelectuales que fueran afines a sus gobiernos provisionales y que armonizaran con sus estilos deplorables de dirección de Estado. No faltaban los pensadores o aristócratas ilustrados que se ofrecieran secundar los motivos más perversos posibles, en aras de una confraternidad con los poderes de turno. Esos motivos rastreros motivados por una ética torcida y nada ejemplar se vio en casos lamentables como el caso de los poetas y escritores rusos en los años de entronización del poder de los Soviets. Nombres como Boris Pilniak, María Tsvietaiéva, Mijail Shólojov, Vladimir Mayakovski, Osip Mandelstam, Boris Pasternak, Anna Ajmátova y una serie de artistas que pusieron su producción individual al servicio de un sistema de gobierno que se iniciaba como una “promesa”, como un sistema antagónico del capitalismo e imperialismo más asfixiante. El poder de seducción de los dogmas del Politburó duró hasta que alguien decidió pensar de forma diferente, y empezaron las persecuciones y las reeducaciones en los gulags de Siberia. Entonces empieza el ciclo de novelas de Alexander Solzhenitzyn y sus abrumadoras historias sobre torturas y lavados de cabeza. Pese a todo ello y a pesar de que hubieron casos como el de Boris Pasternak, que se metamorfoseó, luego de haberle cantado al surgimiento de la U.R.S.S. en su oda El año 1905 (1927), y que terminó despotricando en verso, de los intoxicantes sistemas de inteligencia soviéticos en su Doctor Zhivago, con brillantes páginas que son épicas. Pese a todo eso hubieron casos de adhesión incondicional, como el caso de Mijail Shólojov. No es que no considere su obra como lo que es: una joya. Sólo que está fundamentada sobre el más puro comunismo y sus guiños al politburó son intoxicantes. Lo único que salva su obra y la revitaliza es su dirección tolstoiana y su virtud de ser una versión totalizadora de su tiempo. Shólojov era uno de esos escritores que, toda su vida, fue incapaz de decirle a los jerarcas del comunismo ruso la barbarie que estaban realizando, en el corazón de la sagrada Rusia. Colaborador de un régimen atroz, fue promocionado como el símbolo intelectual de la U.R.S.S. Y ni qué decir de lo aberrante que resultó el estigma de la cultura procastrista en manos de inteligencias indiscutibles como: Regis Debray, Luis y Juan Goytisolo, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández y otros monstruos sagrados como Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Antón Arrufat y León Brouwer, que retornaron de su exilio para ponerse al frente de sus actividades intelectuales, avalados por la Revolución. Todos congeniaban con los principios de un movimiento que “creían” renovaba los fundamentos y las acciones de la Revolución Rusa, aquí, en Latinoamérica. Hasta que llegó el Caso Heberto Padilla (1) y todo lo desintegró, excepto la fidelidad incondicional del más grande: Gabriel García Márquez. Casos lamentables, como aquellos, ejemplifican la intención soterrada de muchos sistemas políticos de querer tener a su servicio a intelectuales diversos, pero afines a sus políticas, para justificar las sinrazones de sus decisiones y hacer apología de sus principios absurdos o absolutistas.

El Perú no ha sido una excepción. El rastrerismo cultural se vio expresado, en su punto más alto, durante la dictadura de Velasco. Numerosos intelectuales de alto nivel y prometedoras figuras de la nación colaboraron, de la manera más descarada posible, con las utopías y devaneos de una política cultural y educacional mal dirigida y, a todas luces, condenada al fracaso. El celebrado y polémico ex guerrillero Héctor Béjar, es un ejemplo de a lo que puede llegar alguien, que se autodenomina “intelectual pro libertario”, al poner sus capacidades totales en favor de un proyecto descabellado, como fue:  la confiscación de los diarios nacionales. No hace falta decir que Don Héctor participó en el festín: salió como flamante director de un diario. Los testimonios gráficos sobran. Y así podemos mencionar a grandes pensadores de la talla de José B. Adolph o Rafael Roncagliolo, quienes se vieron, casi obligados, a colaborar con el disparate velasquista. Otros, en cambio, lo hacían por vocación destructiva: Guillermo Thorndike, Héctor Cornejo Chávez o Augusto Zimmerman Zavala, este último, el propagandista del Plan Inca. En esta época postmodernista, y de cara al bicentenario, el nuevo gobierno del Perú a través de su Ministerio de Cultura, y bajo la dirección de Ciro Gálvez, ha dado una bofetada a los representantes más celebrados de la cultura nacional, quienes ya habían sido convocados, con anterioridad, para asistir a la Feria de Libros de Guadalajara. Este hecho, que podríamos suponer no tiene mucho que ver con lo anteriormente citado, sí conlleva un rasgo tangiblemente absolutista y denigrante.

Para empezar: ¿quién era Ciro Gálvez? La respuesta es una sola: un candidato frustrado a la presidencia del Perú que jamás había gozado de algún poder en los órganos del Estado.

Inclusive en la última elección del 2021 se presentó con su partido: Renacimiento Unido Nacional (RUNA). Huancavelicano de nacimiento y cultor de la lengua quechua, así como autor de Huayno y poemas, Ciro Gálvez, es la personificación de la brutalidad que anega de rencor y frustración su corto paso por un ministerio que debería ser todo un emblema de la dignidad y la cultura nacional.

Su única medida más recordada (y la más brutal) será:  haberse parado con la relación de los representantes del Perú a la próxima FIL GUADALAJARA 2021 (ya confirmados por el saliente Ministro Alejandro Neyra) y agarrar un plumón para tachar nueve nombres, por criterios personales o motivaciones egocéntricas, que dicen demasiado la clase de persona que es.

Los nueve desbancados fueron: Renato Cisneros (simpatizante del gobierno actual), Katia Adaui Sicheri (escritora de la pérdida familiar), Jorge Eslava (poeta y educador), Nelly Luna (editora), Marcel Velásquez Castro (Doctor e investigador de CONCYTEC), Carmen Mc Evoy (historiadora), Gabriela Wiener (escritora feminista), y los casos más lamentables de Karina Pacheco (insigne antropóloga y escritora, difusora del Perú profundo) y Cronwell Jara Jiménez (un símbolo de la literatura peruana, piurano de nacimiento, y maestro vivo del relato corto).

El dichoso ministro se ufanaba de su acto imperioso y arrogante, y pretendía haber sido salomónico e “inclusivo”, expresando que “se está dando oportunidad a nuevos valores de provincia, escritores emergentes que, por falta de recursos, no han podido hacerse visibles. La cultura tiene esa obligación de apoyar a todos los peruanos, en especial a los que necesitan”. Esta expresión que, a simple vista, es una razón poderosa para “desbancar gente”, en realidad va precedida de una expresión socarrona y malintencionada: “Son escritores muy reconocidos y mis cordiales saludos, porque ellos son dignos representantes de la literatura peruana…” Entonces, cabe la pregunta pertinente: ¿por qué los desbancaron?

Mucho me temo que, en la política peruana, jamás existe un equilibrio conciliador. Las polarizaciones son frecuentes y atosigantes. Los devaneos de los postergados del poder, cuando ascienden a un cargo público, en el Estado, crea “super poderosa soberbia” en esos individuos que empiezan a manejar sus ministerios como “sus chacras”, o sea, con criterios altamente personalistas y mezquinos.

Más allá de la increíble falta de respeto para con sus intelectuales más preciados, el ministro coronó su vejamen con la convocatoria, a nivel nacional, para “ciertos tipos de escritores” que se acomoden a sus directrices torcidas. O sea, existe dinero para mandar a más gente cuyos méritos son una interrogante, pero, sin duda, para el ministro era una decisión destinada a “cambiar las viejas estructuras y las viejas costumbres de preferir solamente lo de Lima”.

La comunicadora Rosa María Palacios dejó clara su posición en una emisión de su programa SIN GUIÓN llamado: “Los Dinámicos y la FIL” (24-09-21). Para ella, sin duda, fue: “un desastre y una vergüenza pública”, y no le faltaba razón. La actitud soberbia de Ciro Gálvez no tiene perdón. Mucho menos si se es un ministro y se representa a la cultura de un país. A todas luces fue una revancha personal contra los talentos más importantes y descollantes del Perú. Algo que Ciro Gálvez, no está dispuesto a aceptar, ya que, por sus méritos propios, no se acerca, en lo mínimo, a quienes tuvo la ligereza de desbancar. Demostró una actitud nada cordial ni democrática. Demostró cuanto pesa el orgullo de tener el poder, un individuo cuyo celebrado mérito sólo es ser bilingüe y haber escrito muy poco.

Esta crítica carecería de razón si no se hubiera llenado los espacios con especialistas, en otras ramas, como el celebrado antropólogo Rubén Darío Apaza Añamuro. Celebrado sólo en su región y con una limitada difusión nacional. Rubén Apaza es autor de su tesis: El Siku en la cosmovisión aymara. Una obra de especialistas y para especialistas, que se limita a esa aparición, y la única vez que ha logrado trascender es por haber sido candidato por Perú Libre al Parlamento Andino. Más allá de eso, no ha escrito nada más. En la otra orilla se encuentra Karina Pacheco Medrano, una autora fecunda y de alto nivel artístico literario. Sus obras son maravillosas y trascienden en el espacio y el tiempo. De ningún modo estoy minimizando la obra del autor Apaza. Sé que es buena y merece un lugar en la FIL; pero ¿por qué en base a desbancar a Karina Pacheco? Esta es la pregunta que resuena y hasta ahora nadie quiere responder.

El otro caso lamentable es el de la extraordinaria Gabriela Wiener. Con Gabriela no nos une una relación amistosa. Una vez cuando defendí a Mario Vargas Llosa, al ser atacado por extremistas feministas, fue mi impresión (equivocada o no) que Gabriela tomó a mal mi defensa lógica y me bloqueó en redes sociales. Yo jamás suelo bloquear a nadie. No es mi interés callar la voz de nadie, aún si no comparte mis limitados puntos de vista. Pero, por encima de todo eso, reconozco que ella es una extraordinaria investigadora del alma libre de la mujer y de las opciones que ellas tienen para ser felices. Y la respeto. Por eso deploro, sinceramente, que haya sido desbancada sin razón aparente. Una explicación aventurada podría ser cierto rechazo, por parte de la ideología política del ministro, a las opciones feministas que ella predica. Sus novelas son fruto de esa investigación, y aunque confieso que aún no las he leído, sé que merecen todo mi reconocimiento y mi apoyo, incondicional.

Aquí, llegamos al insulto más lamentable de todos los que ya lo son: la anulación de Cronwell Jara Jiménez. El destacado y universal escritor piurano es una ausencia deplorable e injusta. El no es de Lima. Es piurano. Y su literatura es una manifestación huracanada de los vientos que asolan su tierra. Es una versión transformadora de los sucesos que acompañan al hombre del norte. Es un testimonio de lo maravilloso, lírico y conmovedor que puede ser el alma de los pueblos costeños y andinos del Perú. Maestro del relato corto, después de Julio Ramón Ribeyro, Cronwell nos ofrece una innovación literaria, sin par, en la literatura peruana. Debería estar, y con todos los honores, en la FIL Guadalajara. Lamentablemente, un plumón negro y mucho resentimiento, hicieron aquello, imposible. La falta de respeto hacia estos enormes talentos literarios ha dejado un sinsabor entre los intelectuales que se respetan, así mismos, y a sus colegas literarios.

Alonso Cueto, el famoso y celebrado autor de La Pasajera y La Hora Azul, es además una maravillosa persona, un autor cuya palabra vale quilates, porque es consecuente con su pensamiento. El prefirió salir de esa lista “aberrante” (no por los autores que están allí, sino por la mente que la diseñó) y hacer causa común con sus hermanos de letras. Así, como él, otros se han ido sumando a la lista de renunciantes: Juan Carlos Cortázar (que fue el primero en renunciar), Mariana de Althaus, Micaela Chirif, Rafael Dummet, Victoria Guerrero y Gustavo Rodríguez. Aquello es, sin duda, un acto que enaltece la cultura literaria nacional. Un acto de solidaridad con quienes representan a los “sin voz” en el Perú. Un acto que hecha por tierra el vejamen ministerial.

Todo artista, que hace de las letras su medio de expresión, es un creador que merece todo el respeto y la consideración posible, dado que está aportando para la conciencia y el alma del país. Sus aportes son los que su propio pensamiento y sensibilidad le permiten expresar. Parte de él se ofrece y se funde con el ideario colectivo de su nación. Rechazar a un creador por sus expresiones o sus idearios es una falta muy grave que acarrea animadversión. Acallarlo es un crimen irreparable. El señor Ciro Gálvez no solo se ha hecho acreedor a nuestra animadversión, sino que ha consolidado su imagen de “cínico politicastro” al pretender “crear argollas” y palabrear con recursos trasnochados y verídicamente segregacionistas a un público anhelante de revanchismos soberbios y fatuos.

La gran “mayoría” que se infesta de “democracia” cuando se haya en el lado del oscurantismo populista gobernante, aplaude, con orgullo, la barbarie de un “pseudo ministro”, sin percibir que sus aberraciones son sólo producto de un alma enferma de odio y revanchismo. Ese revanchismo que alienta y alimenta nuestra deplorable alma, día a día, y que haya excusas para no mejorar por nosotros mismos, sino por la desgracia y la caída de otros.

Esas políticas, a todas luces divisionistas, traen sólo resentimientos y una falta de valoración por los que día a día trabajan por expresar el sentimiento de una nación. Dividir a los escritores de un país por demagógicos criterios racistas, homofóbicos o clasistas no es la mejor manera de crear cultura en ese país. No es ni remotamente la mejor forma de aportar a la unidad de la nación. YO SERÍA CÓMPLICE DE TANTA BARBARIE sino levantara, ahora, la voz, para condenar semejante desfachatez. Yo no podría considerarme un escritor peruano, sino fuera capaz de decirle a mi país y a cualquier lector en el mundo que con resentimientos y aborrecimientos particulares no se hace Patria.

No cuando los segregados son personas que han dado mucho y siguen dando todo por su país.

No cuando ellos representan lo mejor que tenemos.

No cuando el criterio clasista y repudiable de un pseudo ministro Ciro Gálvez se atrevió a crear
disparates para justificar su brutal egocentrismo.

Elaborar una lista para la FIL Guadalajara con esos criterios bárbaros es mancillar nuestra representación en ella con la más pura “DEDOCRACIA”. Muchos no lo sentirán. Más bien se envanecerán de tal disparate. El problema no es “la falta de dinero”, y lo digo con suma sinceridad. Cuando el gobierno quiere gastar en sus afiliados políticos, en sus rastreros ideológicos, se agencia de recursos, como por arte de birlibirloque. Lo único real y detestable es la intención de crear una anticultura divisionista y populachera. Y eso se lo debemos a los jerarcas que hoy dominan en el Perú. Puestos allí por una interpretación torcida de “lo que es mejor para el país”. Y lo que es mejor, supuestamente, es promocionar la división cultural, la división de la conciencia nacional. Promocionar el repudio a quienes representan lo mejor de nuestra cultura peruana no nos hará más cultos, ni nos hará una nación más unida en un sólo espíritu. Alentar los egoísmos revanchistas dice mucho de nosotros, como individuos, propios de un país que se conforma con muy poco. Ni aquellos que nos han representado bien, en el extranjero, son bien considerados. Nos dejamos representar por individuos de pésimo nivel cultural, y les hacemos barras gratuitas a sus disparates.

Ahora resalto lo que dijo mi admirada Mariana de Althaus cuando declinó su participación en esa delegación menoscabada: “…me apena todo el trabajo de los organizadores y el desprecio que se dirige a los escritores que han construido una carrera sólida durante años.” En algo en que siempre estaremos de acuerdo es que la política anticultural, destructiva y populista, en nada contribuye a mejorar la conciliación nacional, más bien, crea abismos irreconciliables. La Feria de Libros de Guadalajara 2021 será recordada como el momento justo en que se desplegó una conducta irrefrenable de puro clasismo ridículo y soberbio. Ciro Gálvez será el “destructor de argollas literarias” para los peruanos revanchistas y nada edificantes. Todo un símbolo de la barbarie más chicha. Forjador de una “lista de desprecio reivindicante” que enorgullece a espíritus de muy bajo nivel ético y humano. Para quienes contemplamos sus “hazañas” luctuosas siempre será aquel pobre hombre que se autoerigió en el “árbitro infalible” de un país con una cultura esplendorosa, masiva, enriquecida con las expresiones míticas más diversas. Una cultura multiforme y multicolor que es el orgullo de sus herederos, que somos nosotros; pero por desgracia paupérrima, en lo más importante que necesita para hacerla un vehículo de identificación y hermandad absolutas:  unión y equidad.

FERNANDO MARCH

17 de Octubre de 2021

Ciudad Coloma.

Biodata de Fernando March:

Escritor peruano del Big Bang Literario 2020.

Escribió su primera obra teatral a los 14 años.

Ha ganado el Tagesschule de San Gerardo de Loja con sus obras de micro teatro: DESAHUCIADO (2016) e IMPUDICIAS VIRTUALES (2017)

Fue segundo finalista en el concurso de relato corto de la EDITORIAL ANGELS FORTUNE (Barcelona, España) y publicó en Europa: El trovador menesteroso de la calle del Encanto (2019). Finalista del concurso de cuento auspiciado por la Colonia China Peruana con su relato: CALETA PANTEÓN (2021)