Anfibio Odisea (Sueños en Bruto) III No me estorba el ruido, qué crees. Hincado en donde estoy, donde se acendra preguntar los caminantes. Juego al juego de decirme historias sin culminación. Mujeres preferentemente desmadriadas. Niños vueltos. Hombres iluminados contra los berreaderos. El ruido hace su parte encima. Ahora imaginemos increíbles pases, aunque del sol va a despegar también y va a perder otras reliquias. Nunca hilaremos como corresponde a nuestra envergadura. La cabeza nos cae en racimos y sin mirar senderos en donde pieles enfriaron nuestra primera afirmación. Nuestra primera afirmación fue soy. Alcanzaremos cada segundo un nuevo plan? Atacarán los enemigos? Pero nos mantendremos por cuestiones sin fin. Derrotaremos a la vida. La haremos caer aunque roguemos su mesura. La cueva donde nadie ha sido humano hasta hoy. Cosas tratarán de matarme. No carecemos de ojos que los juzguen. Ni de manos que los separen. En verdad, en verdad, se trata de una especie digna de durar lo que ha durado. Oímos música mientras pasamos por aquí y decimos que el universo nos habla. Pero le hablamos a la primavera para que no se venga abajo. A la estrella de arcángel para que no duerma jamás. Al latido y al aire del latido que marca su período y lo macula. No mentiré que no diviérteme la música. Qué crees! Pero escuchar más lejos en donde empezamos: el ruido deja espacio a su hermano el silencio, y juegan. IV Asesinamos al mundo superior. Sin reconocimientos. Lo mantuvimos en la mira por años. Y ahora se dice que el amor tuvo otro origen, dentro del huevo de dios 2 o dentro de la entraña del famoso mar. Si una cosa nos distingue aparte del placer por la sangre, es la manera de agravar las situaciones. Como ocurre en una vacación, por ejemplo, que algo servía igual que masticar o pulso. Y hoy le aplaudimos como a pájaros diciendo mártir, ostra, tumba. Y ahora se dice que el amor tuvo algo que ver en eso. Sin duda se merece un aplauso el creador de la mentira. En su primera matemática nos inversamos por completo, igual que una manada de focas esparcidas en el frío. Nos tocara observar la tierra ardiendo y fuésemos la envidia de nuestros antepasados. La muerte es lo de menos. Pero jamás nos reflejamos en esa agua, porque ahí el corazón se hunde y puede ahogarse o regresar blanco e inservible. No es mentira. En el complot contra este mundo, dejar un niño o un color o un prisma de imaginación debimos. Por aquello del porvenir del hombre. Pero buscamos gloria con crueldad y conseguimos madurez, hermanos… Luzca una joya de carbón la sien del hijo. VII Había luz al principio? O entraban los susurros sin ver nada. Así como el sentido de mirar puestas magníficas en los rincones de la elemental caja. Pregunta algo feroz de esas distancias: Sobre el calor minúsculo, qué hay? Sobre los átomos vibrando en ese sueño auténtico. Qué hay? Sonaba la caja como un tambor hueco o permanecía dormida en son de no existir? Vaya Cristo a saber de tan remoto pasado. Él mismo, se calcula, fue polvo de estrellas a mil, dos mil o dos millones de km/s. Hijo de la explosión como la cruz en donde muere. Estamos justos? Estamos lejos de pertenecernos. Tú en vista de informar, y yo en segundos antes de cada vindicación. Aletargado encontrará al planeta. Tan solitario y azul. Fue tanto como dicen, hasta lo incomprensible? Cuesta mirarnos y pensar fragmentos, si tanta vida somos. Si tan hijos de la predilección. Por qué inventar un corazón repleto y que vaga nieve abajo junto a pingüinos humorísticos. Por qué dejarnos ver la luz y no el calor o la intención de adormecer el cráneo. Hechos para cuidar nuestras sorpresas. Viste sentido? Acabaremos con la lluvia cuando empiece a congelarse el firmamento. El sol va a girar más mientras se acerque. Y aún jugaremos con la entrada de los coros de la naturaleza, aunque han de ir apagándose. Tranquila, que un día salvaremos al final de terminarse. El humanismo que infligimos años puede acelerar grandes medidas el planeta. De poco serviría tramar ventajas o alientos al murciélago que nada el aire en nuestra dirección. Aceptaremos la piedad del hombre estoico, que toma en dirección y luego embiste. No van a responder cuando el espacio me colme! Vas principalmente tú a dejarme otra vez sin lugar. Y de hacer guirnaldas con los huesos ni hablaremos. Pues alejarnos por la vía del derrumbe sólo nos deja con la posibilidad de enjambres lúdicos, danzando en el fondo de la oscuridad de nuevo. La lengua disecada en nuestro hogar. Y cuando al fin se enrosquen los futuros por ahí, como quien dice sobre sí mismos, y enuncien con sonorro grito la calamidad de un mar sombrío que renuncia más a estar pegado. Entonces volverán luciérnagas a salpicar la noche de nuestra ventana. Y habrase terminado otro mal sueño: —Héctor, lo juro: no dejabas de reír mientras te separaban nervio a nervio con sus dientes. —Ya, divina. Cierra y volvamos que mañana.

Héctor Rojo (Ciudad de México, 1985)
Estudió la Licenciatura en Lengua y Literatura en la UAM Iztapalapa y la Maestría en
Literatura Mexicana en la Universidad Veracruzana. Es cofundador de Malabar Editorial y
también se desempeña como publicista. Publicó Cómo me convertí a la fe de las lechuzas (Malabar
Editorial, 2019), un relato fantástico ilustrado por María José Ramírez. Algunos poemas y
ensayos suyos han aparecido en el Periódico de Poesía de la UNAM, Tierra Adentro, Nexos y otras
revistas digitales. Un relato de su autoría forma parte de El Libro Blanco de Bengala (Agencia
Bengala / UANL, 2018). Anfibio Odisea (Nieve de Chamoy, 2020) es su primer libro de poesía.