Poesía mexicana actual: Lia Quezada

Nueva Santa María
a la de ella menos de mango y más de guanábana
dijiste
pidiendo mi agua
miré nuestros pies
caminábamos al parque
escuchaba tu voz
se confundía con la fuente

nunca pensé que la última vez que te querría sería en sábado

en qué esquina
y a quién
te diré
por última vez





Gansos salvajes

me pregunto si he visto a tu boca
decir todas las palabras
si hay algún día del año
en el que no te haya amado
alguna hora
en la que no te haya besado

verte despertar,
cada mañana,
se siente igual que estar en segundo de primaria
y contemplar
la primera vez que brota un frijol
de un algodón mojado
cuidadosamente guardado en un frasco

quisiera llevar,
como entonces,
un meticuloso diario:
documentar cada uno de tus sonidos
mi lenta y espirada manera de entenderte
el suave susurro con el que me dices que me quieres

Poeta de Eugenia

guardar una flor
entre las páginas de un libro
es lo más parecido
al gesto físico
de hacer una promesa

de entre todas las flores
una bugambilia
no sabías
lo que para mí significan

tu flor, tu promesa
ambas frágiles
pequeñas
quietas
cómo pedirles transparencia
sin atentar contra su naturaleza

será mejor olvidarla, perderla
de qué otra forma tu mirada
de qué otra forma las mañanas

el silencioso acomodo de las vidas
con quién pasarás las noches,
con quién yo las mías


Lia Quezada nació en el 2000 en Guadalajara. Lo primero que escribió fue un sueño. Le han seguido sobre todo poemas. Ocasionalmente los entrega en sobres con dedicatorias en tinta roja. Desde 2019 estudia una licenciatura en Sociología.

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Poesía argentina actual: Pablo Agustín Secchi

La casa que habito es demasiado frágil

vieran cómo se recuesta en la Santa Rita para no ceder

el agua ablanda sus paredes

y el mordisco de la tristeza le perfora las chapas

en este incendio de agua

hasta los recuerdos se derrumban

si tuviera el don de elegir cómo entregar mi vida

sería así



aplastada de lluvia


Tenía un Palán palán en la vereda de la casa

lo cuidaba como si fuera un naranjo

un fresno

un jacarandá



los vecinos los arrancaban

porque sus raíces levantan tejas


quiebran cornisas

y revientan fachadas


ella lo regaba como una ausencia

que no da sombra ni fruto


qué rara que es la poesía

qué rara.



Nosotros nacimos sin casa

(Quizá por eso me hice albañil)

transcurrimos la infancia de la mano de mi madre

como a quien sorprende un diluvio desamparados

buscando techos para ningún sol

para ningún sueño:

de noche sobre la pobreza casi siempre cae el frío


(en mi pueblo el mar sigue siendo un deseo retorcido

como una serpiente embarrada)


con mi hermano muchas veces dormíamos en su casa


mientras nos acomodaba esas mellizas cobijas

que nos cubrían de la vida

y que olían a lejanas flores que nunca tuve en los ojos

le pregunté

¿por qué ninguna de las ventanas que abro tienen detrás el mar

Abuela Yoya?

(siguen siendo sangre amarilla de la tristeza mis preguntas)

(Ella tenía la invisible herramienta que sacaba lo feo

me acarició el desconsuelo con sus manos de durazno tibio)

Pablito

me dijo

es porque todos los mares del mundo

tienen detrás tu ventana


después

es este recuerdo donde el poema

o el sueño

algo para siempre perdí primero




Querida poeta

llueve en el lugar donde leo su poema

fronteras adentro

(me pregunto si esta novedosa tristeza

toma el indefinido contorno de la lluvia)

poeta, dígame:

Cuántas golondrinas caben en una niña

cuántas niñas con sus golondrinas caben en una campana

cuántas campanas con esas niñas y sus golondrinas caben en un grillo

cuántos grillos con campanas y niñas con golondrinas caben en una noche

y cuántas noches con grillos, campanas, niñas, golondrinas,

caben en otra palabra

(ahora los asfódelos,

los que tampoco conozco

y ya no me sueltan)

cuántas palabras se pueden soportar

¡ay poeta!

cómo se protege la más amada herida

escogiendo de la explosión el lugar

la hora

en que estalle el cuerpo todo

como lo hace en flor inocultable

el invisible capullo


Soy Pablo Agustín Secchi, nací en San Pedro, Buenos Aires, Argentina, el seis de mayo de mil novecientos setenta y ocho. Trabajo de albañil desde hace más de veinte años. Hace relativamente poco publiqué en Facebook unos poemas, y a partir de una repercusión inesperada, me han publicado en blogs y páginas de poetas reconocidos y reconocidas, y también en algunas revistas de mi país, además de Cuba, Chile, México y España.

Muestra poética de Perla Rivera

Gestión por María Macaya


Debajo de mi falda

Hace siglos, desde que me hice niña he podido sacarme el corazón y decorarlo
con cintas, clavarle alfileres, dejarlo sangrar y seguir jugando. Hace siglos,
cuando mis cabellos eran una cascada sobre las piedras, yo volteaba y sonreía
frente al movimiento del agua, mordía mis labios.

 Mis pasos oscilan en una cuerda hecha con mis propias arterias, el abismo no
es más que un motivo. Ser mujer fue siempre el salón de los vientos, de música
y aullidos.

 El vientre ha sido motivo de censura y de espasmos. Olas y mar salvaje que
se abre a la vida, que se multiplica en eslabones de ceniza. Un ejército de
frases mudas muere con un rostro que se ha anclado en la palma de mi mano,
esa mano acusada de fornicar y ceder a los delirios.

 No soy de jaulas en mis cuerdas vocales ni en ningún átomo de mi cuerpo, y a
pesar de los reparos, cada vez que digo mujer, desnudez, amor, sexo, debajo
de mi falda hay un suicidio colectivo de estrellas.





Sacrificio

He llorado tanto tu ausencia como la crucifixión de Cristo,
llantos que harán un hueco en el mármol que guardará mis restos.
 
Todas tus palabras y el rencor
eran necesarios para desollar la escasa piel que aún quedaba.
 
Te faltó mirar esas constelaciones que parecían un rebaño
consumando la ceremonia del fracaso.
 
Los Cantares y el Génesis me absorbían a dentelladas
los evangelios se escribían en la planta de tus pies.
Tragabas perlas disueltas en vinagre.
 
Nada permanece,
solo tus estatuas, mientras me haces concebir abortos
al ritmo de un viejo saxofón.





Profecía

                                                                                                                                                                                               Todo es presagio.
                                                                                                                                                                                                                              Así arden en mí los significados.
                                                                                                                                                                                             ―Antonio Gamoneda

El paisaje se repite bajo un telón de piedra.
El sol es un cíclope que despierta del sueño
y me descubre retozando sobre la hierba.

Un grito interrumpe el sosiego del aire
y descubro entre las rocas que se empujan en el cerco
un escorpión conjurando mi sangre.

Mi madre, dueña del presagio
palpa las gotas y anticipa un viaje lleno de estaciones,
y sentencia: un camino se romperá en la planta de los pies
el día en que las estrellas duerman profundamente
y un reloj pida disculpas.





Olvido

Se enmoheció el sitio donde cuelga nuestra foto:
plegaria con rostros aún sonrientes,
el tuyo, con el cristal como máscara que defiende una sombra
y el mío como un ave amarilla,
que resucitó de la guerra
esta tarde de junio.





Como una matrioshka 

Soy aquella que puede habitarse
como se habita una ciudad. 

Una estación de rostros femeninos
con ojos que desbaratan los gritos.
Inviernos arropados bajo túnicas de madera.
Artesanas de rituales que conjuran la luna
y acomodan en vasijas de madera
cada historia y su final.





Tegucigalpa

Quiero superar la cruz que rodea esta ciudad. Acertijos que se balancean
desde muchas lenguas. No seré una espectadora, víctima de traficantes de
exorcismos y mercaderes de ojos cerrados que inventan números detrás de
las puertas. Desobedezco cómo me enseñó mi padre, con mi rostro de hambre
a cada uno de sus artificios y esquivo las tormentas que babean sus bocas
para que no se tiñan mis pasos de mansedumbre. Se puede odiar invocando
ángeles, pero también se puede llenar de huellas y de gritos los campos
sepultados bajo el concreto. Sigo sosteniendo que el paisaje guarda historias
de hombres que han sido sacrificados por el silencio, que sus voces se
entierran en el asfalto para despertar un día en la fiesta de la memoria
recobrada.

Perla Lusete Rivera Núñez, Honduras.

Docente y poeta. Especialista en Literatura por la UPNFM, Maestrante en Literatura Centroamericana. Ha publicado: Sueños de origami 2014; Nudo 2017; Antologia Personale 2019 editada en Venecia Italia; Adversa 2019, por Editorial Àttica de Monterrey México; He sido un pájaro, en El Salvador; Arde en mi vientre, 2022 Malpaso Honduras; Cementerio de plumas por Vocalibus y Literatelia Toluca México. Invitada a festivales y encuentros de poesía en América Latina y Europa. Publicada en revistas y Antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Traducida parcialmente al inglés, afgano, árabe, hindi e italiano.

Poesía colombiana actual: Valeria Burgos Nascimento

Sangre materna


Soy exilio del cuerpo de mi madre
la escucho llorar en mis huesos
pero no logro que mi piel se abra y me deje entrar
para que mi mamá me consuele del revés de su mano contra mi cara,
de su letra que con sangre entra y del miedo a recordar la difunta primavera.
Mi mamá trata de cocer la herida de mi nacimiento con las manos de dios
pero ella nos inunda de sangre seca y un llanto amargo.
Y yo no logro escapar de la sangre de mi mamá





Sangre de Ángel


Me sangran las encías por todas las mentiras que arrastra mi boca
puedo sentir como mi alma se desprende de mi cuerpo con violencia
voy a arrancarme la piel para comprobar el vacío
y cubrirte del frío
que exhalan mis paredes

Del amor solo conozco el canibalismo
sus manos rojas están jalando mi vestido mientras trato de leerles un poema
quieren comerse mi corazón mientras palpita

Un Ángel se desangra porque dios cortó sus alas
mientras agoniza me pregunto cómo se sentirá ser pura




Insaciable (Sadismo)


Las palabras me raspan la garganta
hambre de nuevas heridas
saciar la sed de sangre
desgastar las rodillas
ir detrás de la vida con alas podridas

Ven y cuenta mis huesos
que podría jurar que no están completos




Anatomía de la exiliada


El cuerpo exiliado se desdobla
olfateando entre los huecos del recuerdo,
se busca el calor bajo la piel adormecida,
toca esa carne tierna con olor a tierra mojada,
y se saca las piedras acumuladas en los bolsillos.
La lengua del exilio es muda,
su peso hunde el silencio en el centro del pecho,
y en la noche le lame los ojos al rostro que exhala cenizas.

Eso que al atravesar la carne exhausta se siente como un abrazo, es lo familiar, lo que rompe al
cuerpo exiliado.





Divinamente


Frente a mi espejo de cenizas
bajo dos dedos por mi garganta desgastada
intentando salvar mi corazón
de los huesos que amenazan con atravesarlo todo.
Mi cuerpo es un jardín de flores abriéndose como heridas.
Todo lo bello rompe,
y yo me estoy partiendo en dos: pariéndome;
pujándome fuera de las paredes ensangrentadas y resbalosas de este baño,
escapó de la herida con una corona de púas adornando mis caderas desgarradas


                                               Estoy creciendo sobre el cadáver de mi infancia.




Suspiro


Voy vestida de mentiras a atravesar el umbral de la herida.
Afuera el sol pone a hervir a la tierra y la briza es violenta,
arranca las hojas de los árboles, lleva el polvo a mi cara, cierra de golpe las puertas.
El calor evapora las lágrimas incrustadas en los ojos,
la nariz, adormecida, solo reconoce el olor a óxido,
los oídos intentan reproducir el sonido del silencio,
la boca va empuñada y seca,
y las manos buscan donde esconderse.
El tiempo camina sobre mí dejando huellas,
carne translúcida, cuarteada y gastada.
Voy dejando la piel regada por la carretera,
mientras que el asfalto se derrite por las lágrimas del sol.
Mis pies cargan el peso muerto de viseras desteñidas,
llevo humo ajeno en los pulmones,
y unas manos de metal me atraviesan la espalda rompiéndome los huesos lentamente.

                               De vuelta al umbral de la herida, lo único que me queda es un suspiro

Valeria Burgos Nascimento (Cartagena De Indias, 2002). Poeta, estudiante de lingüística y literatura en la Universidad de Cartagena y artista de collage análogo. Sus poemas han sido publicados en Mi Máquina De Escribir Escritores del Mundo, 2021, su poemario De Abismos, Sangre, Olas y Mar, 2021, fue publicado en la antología poética Delirio de Amor, 2021, de la editorial colombiana ITA. Su última colección de poemas, El Exilio de la Inocencia, 2022, fue publicada en La Mal Crianza, la primera revista de las artes escénicas y visuales juveniles de Colombia.

Muestra poética de Otoniel Guevara

Gestión por María Macaya

Del libro “Los pájaros de Hitchcock”

LÁTIGO. BREVE HISTORIA DE AMOR.

No puedo admitir que los sueños

Sean privilegio de las criaturas humanas.

Lêdo Ivo. [El sueño de los peces].

El látigo sueña con ser enredadera y parir flores.


Que su aroma seduzca a las abejas.

Que los enamorados lo conserven en cajitas de cristal

color turquesa.


Quiere vibrar con la lluvia

en lugar de podrirse.


Quiere ser hormigón, caricia y condimento.

La mano que recibe

a los recién nacidos.

La añeja tibieza de la almohada

que conoce de memoria

el diámetro y cansancio de la dura cabeza.


El látigo proyecta

ceñir a su cintura

un ramo de azucenas.

Atizar en su oreja tres nidos de oropéndolas.


Su aspiración suprema

es marcar con sus pétalos

en el centro de un libro

los versos de un poeta.


El látigo pretende bautizar caracoles,

perfumar las orquídeas, bendecir los amores.


El látigo ha perdido la razón.


CERDO. TRIÁNGULO NORTE.

Nos dividíamos en ebrios y sobrios,

inteligentes e idiotas, ebrios e inteligentes,

sobrios e idiotas.

Efraín Huerta. [Borrador para un testamento].

El cerdo se salvó de morir acuchillado

en un motín carcelario,

se salvó de morir en un barrio contrario.

El cerdo

se salvó de morir en demencia

agrietado

por las salvajes púas

del crédito imperial. Se salvó de morir

violado por su padre.


El cerdo se salvó de ser humano.


LAVA DE QUEZALTEPEQUE. 1979.

Y todo esto pasó con nosotros

Los últimos días del sitio de Tenochtitlán.

[Canto de angustia de la Conquista: la visión de los vencidos]

Playa fúnebre. Cada día

el sol brota con las manos sobre el rostro, espeluznado

de ser el primer testigo del estropicio:

el iluminador de la barbarie.


Encima de las rocas congeladas

el amor fue derrotado cuerpo tras cuerpo.


Algunos de esos cuerpos conservaban la vida

al ser arrojados desde los autos sin luces.

Con trepidantes ráfagas los hicieron melcocha.

Masa desconocida.

Ojos vaciados, huesos triturados, gargantas perforadas,

piel desollada.  


Xipe Totec decapitado.


(¡Cuánta vergüenza para los nobles instrumentos!

El hacha. La sierra. El martillo. El dócil alambre.

Los laboriosos machetes.


Degradados. Humillados. A su pesar malditos)


Concurrieron las bestias vagabundas a perder su inocencia,

a picotear ojos aterrados,

a disputar erizados corazones,

a desvanecerles para siempre los caminos.


Esos cuerpos no conocerán más tumba

que estos ojos insomnes,

insomnes,

para siempre insomnes.


PÁJARO. MISIÓN.

en un oído escéptico

el secreto no es secreto en absoluto

Rumi

Picotea-picotea-picotea.

Raya con su pico. Escribe. Describe.

Picotea-picotea-picotea.

Desentierra fantasmas del polvo.


¿Qué buscará?

¿Qué encontrará?


Sigue picoteando.

Picotea-picotea-picotea.


Talla.

Orfebra.

Mide.

Plumifica.


Hasta dejar en tierra esa palabra nunca antes pronunciada,

surgida de su pico indoblegable, de su artesanía febril.


Ha escrito el irrepetible nombre de Dios

y vuela.


MUJER DE LA CALLE. NOCHE DESIERTA.

El que está hambrienta no se preocupa

por los tabús.

Poesía anónima yoruba. [El hambre].

Llevo un agujero en el estómago y otro en la mano.

Nada cabe en ellos, aunque debería meter ahí a todos los machos que he conocido

y que no podrán asistir a mi funeral

porque, definitivamente,

morir no es mi oficio.


Amo a las mujeres que se hacen peinados altos y se sacan las tetas en los buses

para amamantar a sus pequeños hijos

sin sospechar la cantidad de criminales que irrigan con su leche.


Me quedé sin palillos de dientes, mondadientes me dicen que se llaman.

Yo no entiendo cómo es que pueden fabricarlos.

Los niños son más fáciles de hacer, pero los mondadientes

no mueren en las guerras,

ni te amarran las manos a la espalda,

ni te disparan en las manos,

ni te atraviesan el vientre con una lanza de desprecio.


Otoniel Guevara

El Salvador, 1967. Poeta y editor. Dirige la editorial artesanal “La Chifurnia”. Gran Maestre de poesía por el estado salvadoreño. Ha publicado unos 40 títulos de poesía.

Poesía mexicana actual: Andrea Broca

I

Había hormigas en tu cuerpo,
observé el camino tembloroso
por el que se dirigía una de ellas.
No entendía por qué corrían por todo tu cuerpo
si aún estabas vivo. Con delicadeza las aparté
de tu rostro y piernas y una vez en mis manos
las maté con tanta ira.
Las maté en un instante y yo estaba muriendo igual que ellas.

II

A veces creo que la muerte se enamoró
de las mañanas de mi madre y las noches de mi padre,
por eso despierto tan temprano y duermo con sigilo.
La ausencia de sus rostros me ha abrazado durante
las caminatas del pasillo a la cocina, de restar tazas de café para el desayuno
y constatar que ahora hay menos luces encendidas.
La muerte me ha dejado claro que no era a mí a quien buscaba
desde entonces me dedico a cancelar toda clase de manía que desató en mí
ya no siento a la muerte escurriéndose en mi habitación
y no identifico la humedad de su presencia
quizá es que ahora me toca una larga vida.

III

A veces te sueño hundido en el agua
y yo meto mis brazos para sacar tu cuerpo
y extenderlo en la cama
lo conservo por unos días para ver si te recupero
pero la muerte ha hecho en ti un excelente trabajo:
se ha llevado tu calor y la melodía de tu vida…
Es entonces que veo cómo tus ojos han volado,
tus manos ya no pesan y el pulso de tu cuerpo
se convierte en ceniza.
Luego viene la nada a despertarme
sin agua, sin calor, sin tu melodía.


Andrea Broca. Actriz y productora originaria de Coatzacoalcos, Veracruz. Estudió la licenciatura en actuación en la Universidad de Londres. Ha trabajado en proyectos cinematográficos y teatrales enfocados principalmente en la transformación social. Entre ellos destaca su participación en la película “De las muertas” y la producción de la obra de teatro “El juego de la Gorgona” dirigida por Mar López. También ha publicado poesía en Cardenal Revista Literaria , Revista Kametsa y Buenos Aires Poetry.

Muestra poética de Dennis Ávila

Gestión por María Macaya

MECÁNICA DEL TIEMPO

El tiempo cae de pie. Su consigna
es un aplauso, una burbuja que estalla.

Persiste en su hallazgo;
río de arena por donde atraviesa el mundo.

Sus agujas son brazos cruzados,
un vértice entre lo insatisfecho
y el segundo dictado por la resignación.

Los primeros relojeros se quebraron frente al jet lag;
nuestros ancestros inventaron el hipo
lejos del sol
y su mirada pálida al otro lado de la nieve.


Al igual que el mar, vigila su partitura. Es el tiempo y cae de pie como la lluvia.

LOS BUSCADORES


Dejamos la ciudad, sus leyes y semáforos;
unimos nuestro espíritu a la columna vertebral.


Sentir es un pacto ligado a la respiración. 
Sentir es llenar de pájaros el cuerpo.


Dejamos a un lado números y agendas.
Palpamos un río.


Es el poder de la montaña.
Vivir otras vidas, perder los pasos.
Solo hay un sendero: el fondo de uno mismo.


Buscar es un oficio milenario.


Buscar el fuego, el aire, el agua.
Un propósito de tierra en el camino que abre el sol.


 
Buscar como quien sana,
y el fuego dirá las palabras hacia dentro.


Ver es la respuesta,
el origen de la música,
la piel de un grillo,
el viento en cada hoja,
las manos, la sed, el agua, el árbol;
la sonrisa de un buscador 
cuando ha encontrado su visión. 

La paz es la primera piedra,
la primera habitante del planeta.


Ayunamos y entregamos la palabra.
En esta paz la búsqueda despierta.

PRIMERA NOCHE


Hay una certeza: son las cinco de la tarde
y voy a ser un árbol.


Estoy sembrado en el terreno baldío
que se entregó a mi espíritu.


Lo cruzo de lado a lado,
sin más preámbulo que mi perplejidad.


Es tiempo de dormir para los animales del día.
Se estiran los animales nocturnos.


Desvelo luminoso,
no distingo entre la sed o el insomnio.


La noche es una ballena que descansa.
Las estrellas, su escolta.


El aire custodia la luna, hermosa,
al otro lado de este musgo cósmico.


Sobrevivo a mi cansancio.


La montaña toma sorbos de tiempo.
Abro los ojos y esta es la oscuridad.


La red de lo que veo
vuelve vacía en cada intento.

PUERTA DEL ESTE


Aparece la esquina donde nace el tiempo.
Es la Puerta del Este.
Mis ojos conectan con el Astro Mayor.


Vuelvo a la meditación.
Habla el hambre.
Los pensamientos del hambre.
Agito la voracidad para borrarla.


Cambio su voltaje.
Se desvanece. Gana la sed.


Los sueños entran por el sueño
y mueren en la realidad.
Los veo pasar como ventanas de tren.


Subo al viento y evade su peso.


Es un mareo:
se alteran los colores que respiro.


Los sueños se empapan
y vuelven con los labios resecos.


Ahora entiendo a nuestros ancestros:
nada es más humano que invocar la lluvia.

ESCUELA


Abuelo es el árbol al que me sembraron
para encontrarme en la montaña.


El primer día no supe hablar con él;
la noche fue larga como un cincel
que no estaba en mis manos.


El segundo día dormí al pie de su respiración
y la noche se acostó a mi lado.


Al tercer día siguió el martilleo de la sed.
Me levanté y abracé su corteza.
Con la mirada le pedí que lloviera.


El bosque nuboso habló al cuarto día:
“La noche es de los grillos y la mañana es de los pájaros”.


Volví un año después.
Reconocí en sus raíces el golpe de un relámpago.
La otra mitad, al caer, atravesó mi montaña.


Dennis Ávila (Honduras, 1981). Una selección de sus primeros libros de poesía se reúne en la antología Geometría elemental (2014). En el año 2016, Ediciones Perro Azul (Costa Rica) publicó La infancia es una película de culto, reeditado en El Salvador, Puerto Rico y España. En el año 2017, Amargord Ediciones publicó Ropa Americana, reeditado en México y Jordania. En el año 2019, publicó Historia de la sed (Amargord Ediciones). Su libro, Los excesos milenarios, obtuvo el Premio Internacional de Poesía «Pilar Fernández Labrador» (España, 2020). La Colección Primavera Poética publicó su antología Escuela de pájaros (Perú, 2020).

Reseña: El lenguaje de las burbujas, de Iveth Vega

Iveth Vega
El lenguaje de las burbujas
Editorial Efímera, Honduras
105 páginas

Por Margarita Leoz

Con El lenguaje de las burbujas, su tercer libro de poesía, Iveth Vega (Santa Bárbara, Honduras, 1991) ganó el Premio de Poesía «Los Confines» en su edición de 2021, el mayor galardón poético en Honduras, y situó a su autora en primera línea de la literatura centroamericana actual.

La poesía de Iveth no se somete al capricho de las musas ni a la veleidad de las modas. No escribe en el momento ni para el momento, tampoco muere en él. En sus poemas se manifiesta el oficio y la paciencia de una pluma que anheló escribir durante mucho tiempo antes de osar hacerlo. Estas cualidades la distinguen, la tornan brillante, flotante, ingrávida, igual que sus burbujas, libre y liberada de los excesos del yo y de la bruma de lo instantáneo. «Los siglos me han sellado los labios, pero aún así / puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas».

La primera parte del poemario, titulada «Caer», nos habla de la caída universal de la condición humana («Yo estoy cayendo en los abismos de mis propias manos. / En mis propios sacrificios y carencias») y del anhelo por recuperar la perfección de la que un día formamos parte («Quiero volver a ser noble»). Esta restauración solo será posible si el ser humano se despoja de los lastres que amarran sus pies a lo terreno (las percepciones sensoriales que por su parcialidad emborronan la conciencia, el yugo del tiempo, la noción de la propia finitud) y emprende, a continuación, un viaje ―uno de regreso, en sentido ascendente― hacia el universo celeste del que partió, del que es originario.  

«Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron». De este modo, en «Flotar», la segunda parte del volumen, la voz poética ―múltiple, variada, poliédrica― emprende este ascenso, se eleva. Con el fin de alcanzar su meta, el reino del sueño se reivindica como vía de manumisión de la psique: «Solo en los sueños exclamamos sin culpa las palabras que nos definen y los deseos que nos pueblan. / Solo en los sueños la muerte y el tiempo pierden su imperio». La obra de Iveth Vega ―en este punto queda patente― bebe de André Breton, de las fuentes del surrealismo; el sueño surge como paraíso donde la lógica se estanca y la percepción se distorsiona y, en consecuencia, nos acerca a la auténtica verdad. No obstante, a diferencia de los poetas surrealistas, el cauce de Iveth no desborda en el torrente de la escritura automática, sino que reposa antes de entregarse a los versos.

«Vivirás largos y luminosos años, pero no te bastará». La humanidad es limitada, es ruidosa, es contradictoria; está marcada por la insatisfacción, sobrecargada por la apreciación sensible, traicionada por el cuerpo («el cuerpo solo es un envase desechable»), ese recipiente sojuzgado a la podredumbre de su caducidad y al despotismo del olvido («la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también»). Y, no obstante, en su paradoja, el género humano aspira a la sabiduría, a la pureza, a lo infinito, a lo eterno.

«Intento descifrar los mensajes de los astros». Al final de El lenguaje de las burbujas, la reconciliación se intuye posible, aunque la belleza y el conocimiento y la plenitud pasen por el silencio y por la aniquilación de la temporalidad. Para aprehender lo profundo es preciso no mirar, no hablar, adoptar otro lenguaje, porque el lenguaje humano se muestra incapaz («La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos»). En este libro, como en toda la literatura de calidad que se precie, la escritura es también una búsqueda de la propia escritura, un afán por rebasar los límites de la imposibilidad de nombrar.

A pesar de su juventud, la poesía de Iveth no es titubeante, visceral o irreflexiva. Todo lo contrario: se desvela filosófica y cosmológica, matemática en tanto que pugna por comprender las propiedades de lo abstracto. En sus páginas hay telescopios, estrellas, capas terrestres y celestes, planetas, seres mitológicos y ruinas antiguas, aves acuáticas, proporciones áureas y relojes, preguntas sin respuesta. Su voz busca la exquisitez, la iridiscencia, aspira a la armonía, a la música de las esferas. Y, sin embargo, no deja de mirar con compasión nuestros afanes humanos, los nuestros, los de esas hormigas que somos y que, dicen sus versos, «llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no se acaba nunca».

Que el camino de la escritura de Iveth Vega sea largo. Luminoso ya lo es.

Disipación

El día en que murió, buscamos el recuerdo de su rostro y no lo encontramos. Recurrimos a las fotografías y a las especulaciones.
¿Sus ojos eran marrones? 
Sus hijos lo buscaron en los diplomas y en los videos de cumpleaños, 
pero ninguno lo reconoció. 
Ningún rostro era su rostro. La muerte había hecho su trabajo. 
Desde entonces tememos, porque la muerte vendrá a lavar nuestros rostros también.



Sueño que soy una hormiga roja

Los fenómenos nos tocan los pies, con relojes, con espejos, con mordiscos. 
Caemos bruscamente en el Cañón de Bryce para iniciar la procesión de las hormigas. 
Vamos enceguecidas por tanta luz, llevamos sobre nuestras cabezas las semillas de la civilización, por un camino que no acaba nunca. 
El humo y el cielo; el pasado y el presente se confunden en el sopor del cénit. 

Nos quedan doce segundos antes de que alguien nos despierte con la vulgaridad de una botella destapada con violencia.



Baia 

Pasa tu mano por la sedosidad de las olas, pero no reposes en la superficie. 
Examíname con tu ojo de cíclope y lánzate a las profundidades submarinas. 
Los siglos me han sellado los labios, pero aun así puede guiarte mi voz en el lenguaje de las burbujas. 

Todas las cosas cambian. Antes aquí todo era bermejo, como la sangre, como la carne, como el vino. Hay que entender cómo estas cosas se relacionan. 
Ahora todo es azul verdoso, infinitamente bello, infinitamente mudo. 

Cierra tus ojos y déjate llevar por la espuma. 
Los tentáculos no le bastan el pulpo al acariciar los mosaicos, tus diez tentáculos tampoco bastarán. 

Déjate seducir por la suavidad de mis ondas, que el tiempo no se detiene, pero aquí tiene prohibido correr. 

Enrédate en mis algas y olvida el mundo de las superficies donde todo es violencia y presunción.



A

Aquí todo es frustración y su resonancia. 
El océano oscuro y tempestuoso llena de algas y arena mi garganta. 

La voz quiere nombrar, quiere crear, quiere invocar, pero las burbujas ahogan los intentos. 

Los brazos quieren volar, nunca nadar. Volar, para eso nacieron. 
Los brazos quieren salvar a este cuerpo que está abandonado junto a las naves. 

El tiempo transcurre con su marcha orquestal, con sus giros de muerte.



Silencio

En aquellos años pensabas que para conocer la profundidad era necesario bajar los ojos. 

Ahora comprenderás que la profundidad se alcanza al guardar silencio. 
Llegas tarde a tu cita. 
Buscas atar los hilos de la red, pero te vas quedando sin manos. 
No quieres aceptar la inmovilidad, la no pertenencia, la sabiduría silenciosa. 
Calma, el cuerpo solo es un envase desechable.


Iveth Vega (Santa Bárbara, Honduras, 1991)

Poeta y editora. Licenciada en Letras con orientación en Literatura (U.N.A.H). Ha publicado los libros: Elementos sucesivos (2021), Amatista (2021) y El lenguaje de las burbujas (2022). Ha sido galardonada en seis certámenes nacionales. Ha sido publicada en más de una docena de antologías y revistas literarias nacionales e internacionales. Ganadora del V Premio Nacional de Poesía “Los Confines” (2021).

Fotografía: Kevin García

Margarita Leoz (Pamplona, España, 1980)

Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Autora del libro de poesía El telar de Penélope (Calambur, 2008), de los libros de relatos Segunda residencia (Tropo Editores, 2011) y Flores fuera de estación (SeixBarral, 2019) y de la novela Punta Albatros (Seix Barral, 2022). Sus artículos y sus críticas literarias han aparecido en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, Revista 5W y Litoral. En 2021 fue seleccionada para el proyecto «10 de 30» de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que elige a los diez mejores escritores españoles menores de cuarenta años para promover su obra en el extranjero.

Muestra poética de Kari Obando

                                                                             Gestión por María Macaya

Coral mamífera 


Mi cuerpo es una cafetera 
que hierve en la madrugada
mi piel es de hule 
y todo sabe a sal
como mamífera me arrastro 
por la playa
lloro entre el coral muerto 
Floto en la laguna del caos.
Hay un precipicio en cada paso 
estoy hundida en ese charco
frente a casa. 
Y ninguna voz me hace
despertar de este sueño 
Crece dentro
a cada minuto que respiro
como animal nocturno me devora.
mi pálpito se duplica 
Estoy al borde
corro y grito 
en la habitación de mi vientre
Se desploma el pájaro 
desde el árbol gigante 
Me desangro en el centro de la selva
Huyo hacia el fin 






Vida pasada               

                  
En mi continente de piel 
no hay ayeres  
solo una huella dactilar de la casa de tus manos.
Nuestro amor es una criatura no nacida
ahora el tacto huele a noche moribunda. 
Nuestro intento se perdió
en la frontera de ilusiones y miedos 
las caricias están envueltas 
entre las sábanas asustadas de soledad 
sólo moran las bucólicas telarañas.
Pido a los sueños que renazcan 
tus labios en mi pubis lunar 
que germinen
mis poros dilatados 
como frutos caribeños 
bajo los soles
de este amor necesario 
ungido con olores tropicales. 
Rezo a las hormigas 
que trascieguen 
dulce y jengibre
de mis pezones hasta tu boca
Haciendo una danza marina
en el no tiempo de una vida pasada
entre las olas de  tu pecho  y mi espalda.  
                                                                            
                                                         A Roberto y a nuestro amor necesarioÚtero del mundo


Vibra el corazón 
de la tierra 
hasta el pecho del jaguar 
el grito de las abuelas
desprenden el mal del ojo
Yemanja cuando
alguien renace a la orilla 
del mar 
muda de piel
es una sirena
entre llantos fúnebres
ensordece ballenas
porque ha perdido a su hijo.
Sus pezones son de sal 
su boca se desmorona
sobre los ojos de dios.
Abre su vuelo por las noches 
recorre las corrientes
del inconsciente 
Alcanza en sueños
el vuelo de la sombra 
la muerte es solo el portal
de sus entrañas
paren la luz en cuclillas 
frente al útero del mundo.  






De diásporas 


Estamos hechas de frutas tropicales
de clamores y plegarias nocturnas
de plantas que sanan las heridas
estamos hechas de intensas músicas
de raíces despertando en las caderas
de tambores
de conjuros marinos
de sabores y de espíritus
que se alimentan entre cocinas
y recorren las costas
pariendo pueblos hechos de resistencia.

                                                                       A mis afro hermanas 

Kari Obando (1994, Limón, Costa Rica)

Poeta antes que socióloga. Afroactivista, gestora socio cultural del Caribe costarricense.

Poesía de culto: Ana Antillón

Si me envuelve la niebla, yo me elevo

Si me envuelve la niebla, yo me elevo
en su alta soledad y su andar manso;
en su quietud me interno y no me muevo:
es que he encontrado mi alma y ya descanso.

Súbete entre la niebla que oscurece
y hiela las montañas y los cielos,
sube en mi alma que en niebla resplandece:
luciérnaga embriagada de los hielos.

Sube a mi cuerpo que descansa en mi alma,
a mi cuerpo que es tierra entre la niebla,
crece sobre él rompiendo su gris calma:
despertará en la hoguera la tiniebla.

Lentamente tú y yo nos dormiremos
en palpitar de niebla soñolienta.
Germinen dos semillas del invierno.

Estrechamente unidos estaremos
creciendo entre la niebla que nos tienta,
con el sopor extraño de un yo eterno.

Mi cuerpo niño de animal enfermo

Mi cuerpo niño de animal enfermo
se asoma, flor de muerte, hacia la tierra.
Las fauces sin canción lo atraen al sueño.
Cabezas erizadas por el yermo
se arrastran contra el pozo que las cierra,
la órbita vacía estirado el ceño;
mi cuerpo triste aún de carne nueva,
se retuerce y se espanta ante su nada.
Se arrastran los demás, muerte dormida.
Es tentáculo oscuro que lo lleva
y es una piedra enorme, muy helada,
que se encuentran, tardando mi caída.

Araña negra tejiendo

Araña negra tejiendo,
debajo el pozo de sombra,
hila, hila, sobre el árbol,
sobre la tierra y la roca.
Araña sucia mojada
babeando su tela fría;
un pájaro de las sombras
era la araña desnuda.
Escondía su cabeza
y nos enredaba el alma,
nos enseñaba las patas
y nos arañaba el alma.
Se retorcía entre las hojas
un reptil de lengua blanca;
era una araña grandota
que se deshilaba toda,
era un ovillo de vello
que se extendía por el ave.
El aceite de un relámpago
se regaba en los rincones,
sudaba la piedra blanca
al par que fruía la tela,
se devoraba la piedra
una boca desdentada.
El granito se derrite,
se lo carcome una tela
peluda y suave de patas,
de boca fría y desdentada.
El alma se había quedado
entre las garras de un cuerpo.

Desplegada en el aire

Desplegada en el aire,
colgando de un hilillo
que se alarga y se angosta
mientras escupo o chupo,
yo, araña en la tinieblas
con las patas redondas
de gastar las paredes,
con el vientre escaldado
de manejar insectos;
me subo hacia los techos
y me hieren huevillos,
me bajo a los rincones
y me penetro de agua;
vuelvo hacia el aire fresco
y me quedo colgando,
los ojos encogidos
de soledad y viento,
las patas destrozadas
de agitarlas con fuerza.
Rompiendo en la cabeza,
fluyendo en las entrañas,
la baba se me escapa,
me destroza los miembros.
Languidezco vacía
con la cáscara suave
arrugada y desnuda,
colgando aún del aire.

Oigo lento golpear en el compás

Oigo lento golpear en el compás
de los ruidos llegando del camino
dos pasos y dos pasos más.
Escucho la pesada letanía
que ya marca, tocando mi destino,
el cambio oscuro de la vida mía.
Cuento el compás con el que marcha en dos,
y no quiero pedirle al gris paseante
que aleje de mi fin los pasos tardos.

Pero no avanza y empieza en mis oídos
a devolver sus pies de caminante
dos pasos, dos, revueltos en sonidos.
Y terminan, golpeando con el viento,
como un eco tardado de fatiga,
y me quedo, deseando el paso lento
de aquella temerosa sombra amiga.

Con el ojo extraviado en la locura

Con el ojo extraviado en la locura
y la boca entreabierta por los dientes,
viene jadeando en mí un espectral mimo.
Saltó una vez, alud de la ancha altura,
derrumbando su forma en mis salientes.
Desde entonces fui en muerte alado arrimo.
Volotea noche y día sobre ensenadas,
por los bosques tupidos, por los hielos,
llevándome, a la rastra los cabellos.
Angustiada me esfuerzo, fatigadas
las sienes en espanto de los cielos,
descargada mi fuerza en sus destellos.
Desprovisto de gracia en la figura,
encogidos los hombros, va latiendo
apoyado en mi pecho su calcáneo.
Se enciende su humedad de bestia pura,
sorbiendo a soledad lo vivo ardiendo
de las fuerzas deshechas de mi cráneo.

Lame mi cuerpo líquida corriente

Lame mi cuerpo líquida corriente
erizada y sombría. Silenciosa
me he sumergido en la oquedad del agua
dejándome arrastrar dormidamente.
El fondo verde en la humedad reposa;
a través de las capas ardua fragua
levanta chispas negras: el oleaje
envuelve, abrasa los viajeros leves
que deslizan sus formas en mi hueco.
Oigo flotar en torno a mí el ramaje
de brasilla empapada, ardiendo breve.
La ceniza se cierne: aliento seco
que va enjutando el cuerpo remojado.
Por ampollas abiertas brotan soles:
chispecillas de luz en campos míos,
que ha sacado de carnes tibio arado.
A la rastra de negros girasoles
levanta el agua cascarones fríos.

Oscilaba eternidad al vaho compacto

Oscilaba eternidad al vaho compacto.
Vibración luminosa en aires huellas,
palpa la oscuridad por lo cercado.
Constante turbia; esconden, al frío tacto,
infiltración moliente las estrellas.
En gravedad redonda de embotado
cerco, lava al vacío corrosivos
lechos; el jadear efervescente
purula solidez llagante, vibra.
Fortaleciendo carne en los activos
fondos, soledad a la corriente,
roe entrañas y amarra con la fibra.
Revienta con las luces de los rastros,
desliza al espesor moviendo bocas.
La descarnante estanque, descompuesta,
midiendo la lamida hondura de astros,
escarpa adormecer; las ebrias rocas,
gravitan removiendo suave cresta.

Turbia en la marcha, el sueño la distancia

Turbia en la marcha, el sueño, la distancia
que balancea la sien entre dos aires;
turbia en la longitud del aire negro
que se vacía en el viento con estruendo.
La imagen agotada que se esfuerza
por estar quieta, viva y descubierta,
pierde la consistencia, al soplo vago
se arrastra a las esquinas y se pega.
La colección variada, sucia y vieja
de imágenes que aplastan las paredes,
mira la redondez de informes vueltas;
los ojos que se vidrian ven el polvo,
las hendiduras yertas que revuelan;
y sigue la hediondez de humores negros
que se vuelven con aire tibio, vómitos.
Urga descongestión el organismo
velado por la fibras que se cruzan
y enturbian la visión de los embriagues;
silba la escalofriante rueda inerte
que aplana por los aires ciegos ruidos.
Y queda mi soledad sin habla y sorda,
murmurando en la enfermedad de horas
que mudan mi destino lentamente.

Arriba, llega, alcanza en monotonía

Arriba, llega, alcanza en monotonía
de unido vuelo el gran enjambre ciego
de bisbisear de insectos motinados
que remueven el día.
Desde un zumbar las alas sin sosiego
por la ebriedad tocados,
van empujando espacio de amalgama
mole contra la falsa cavidad
del cielo que se hunde en caos; el destrozo
con el vigor inflama
al reventar por fuerza; gravedad
se rebasa en los pozos
que consumen de atmósfera aire seco;
bajo el ardor de emburujado bulto
tumultuan respirando larvas plenas,
se alargan por el hueco
vagando un crecimiento muy oculto
del tacto incorporarse a las condenas;
y fraguan sitios duros,
los que resistan del asiduo alcance;
secretando la forma de los sueros
integran alma a los compactos muros.
Internando el avance
un corroer profundo de agujeros.

Del libro Antro Fuego (1955)

Selección: Lovesun Cole

Ana Antillón (1934), poeta y narradora costarricense, autora de los libros: Antro Fuego (1955), Demonios en Caos (1972), Situaciones (2000) y Coruscar (2001). Cursó Antropología y Bibliotecología en la Universidad de Costa Rica. Laboró en la Biblioteca Nacional en la época en que esta era dirigida por el poeta Julián Marchena (1847-1985), y profundizó en el conocimiento de la poética contemporánea de Hispanoamérica. A mediados de la década de los cincuenta tiene relación con los poetas vanguardistas de Nicaragua, como Alfonso Cortés (1893-1969), Carlos Martínez Rivas (1924-1998), y particularmente con Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), José Coronel Urtecho (1906-1994) y Ernesto Cardenal (1925-2020). De su obra poética, (nunca premiada), se conocen dos poemarios: Antro Fuego publicado con 21 años, con el que sacudió la sociedad moralista, aldeana y conservadora de la época, y Demonio en Caos; con 38; títulos que dividen la producción de su única y breve etapa poética. En 2001 recibió un homenaje del Ministerio de Cultura en el Día Nacional de la Poesía.