Debo confesar que antes del inicio de la pandemia dejé de lado mis estudios
porque quería ahorrar un poco; así me fui a trabajar al centro. Cuando comenzó la
pandemia todos los locales iban cerrando poco a poco, y el lugar que a mi parecer
es el más concurrido de toda la ciudad se iba apagando. Veía menos gente, la
venta iba bajando y las frustraciones de los jefes en el trabajo se reflejaba cada
vez más.
Entonces tuve volver a casa, perdiendo un trimestre por haber intentado trabajar.
El día que me quedé sin trabajo por consecuencia de del “cobicho” yo aún
frecuentaba el Centro porque mi novia de aquel entonces seguía trabajando en
una ferretería sin medidas sanitarias adecuadas. En un principio nadie tomaba en
serio esta enfermedad, ni mucho menos las empresas o las autoridades. No había
alguien que se acercara a ellos y los obligara a cumplir con la sana distancia, el
uso de cubrebocas o el uso de gel antibacterial. Nada. Ninguna de las tiendas que
aún seguían abriendo en el Centro hacía caso de esas medidas, sino hasta mucho
después.
Otro aspecto que noté y vale la pena resaltar es la irresponsabilidad de las
autoridades, quienes se limitaban a ordenar cerrar todo y punto. Sin embargo, en
el metro el uso de cubrebocas no era obligatorio, ni existían los famosos “kioskos”
en donde te vas a hacer tu prueba gratis. Las pruebas de COVID en ese entonces
eran caras, rondaban de entre los tres mil y los diez mil pesos. Antes, usar
cubrebocas no era obligatorio, sino que lo usaban aquellas personas que tenían
miedo de contagiarse del virus, mientras que los que no creían como yo no lo
usábamos. Y este atrevimiento de no usar cubrebocas surgió a partir de ver lo que
en aquel entonces eran los síntomas, porque recordemos que los síntomas que
presentan hoy en día no eran los mismos que se presentaban hace un año.
Entonces eran la fiebre, la tos seca y el dolor de cabeza, lo que llevaba a uno a
pensar “¡amigo!, esas son enfermedades comunes que le pueden dar a cualquiera
y no por ese virus”.
No se tenía conocimiento profundo de esta nueva enfermedad, no se sabía cómo
tratar e inclusive como curar, porque los mismos médicos los decían, los noticieros
lo compartían y agregaban que era la peor de las pandemias de todas después de
la peste negra. Entonces crearon un miedo que hizo que las masas se dividieran,
en un lado teníamos a las que creyeron y comenzaron a quedarse en sus casas y
por otro lado teníamos a las personas que decían “no me pasa nada, no existe y si
me muero pues algún día me tenía que tocar”. Aun así, poco a poco las
costumbres fueron cambiando, de llegar a casa y saludar tranquilamente,
empezamos a pedir el alcohol para lavar manos y el cerillo para matar todo virus.
Muchos de esos aspectos cambiaron en mi vida y la manera en que llevo a cabo
mis actividades. Ahora bien, lo más importante es que por mantener esa
irresponsabilidad de no usar cubrebocas contraje la enfermedad y los síntomas no
solo eran una tos seca o una fiebre común. Cuando me dio fiebre, mucho antes de que me dieran otros síntomas, yo no podía salir a realizar ninguna actividad
porque me sentía muy cansado. Recuerdo que acompañé a mi novia por unas
cosas y después de caminar unas cuantas calles me cansé como si hubiera
corrido un maratón. Regresé como pude y la calentura se intensificaba, el
cansancio se hizo aun mayor, y nosotros con la idea de que no era COVID.
Queríamos hacer una prueba, pero no contábamos con el dinero suficiente para
hacerla y en ese entonces no era posible hacer una prueba rápida. A partir de ese
momento mi vida cambió mucho: empecé a lavar con más cuidado las cosas, los
alimentos, los utensilios; traté de tener todo desinfectado a mi alrededor, y cuando
se llegaba con mandado o cosas de afuera, había que desinfectar personas y
cosas para no dejar entrar el virus.
Después mi novia empezó a experimentar pérdida de olfato. En un momento de
pánico buscó en internet y se enteró que ese síntoma es por causa de COVID. Yo
aun tenía la idea de que no era real; no le tomé mucha importancia y le dije que se
tranquilizara, que era una gripe. Ella se tranquilizó, y a la semana siguiente me
comentó que seguía igual y que además se cansaba con más facilidad cuando
camina grandes distancias. Cabe resaltar que en ese entonces nos
mensajeábamos y hablábamos más por teléfono que en cualquier otro momento,
porque no se nos permitía tanto en su casa, como en la mía, entrar y salir
indiscriminadamente.
En mi caso, los síntomas fueron bastante complejos, ya que el olfato lo fui
perdiendo poco a poco, no me sentía tan cansado y el pecho no me dolió, ni
mucho menos la garganta. El único dolor que sentía era en la espalda y lo sentía
como si hubiera hecho mucho ejercicio y nada más. Entonces tomamos la
decisión de ir a una consulta médica y saber si todo eso era provocado por COVID
o por algo más. Y para nuestra mala fortuna sí era COVID. Sin la necesidad de
hacernos una prueba, la doctora nos dijo “por todo lo que sienten y por lo que me
han platicado es COVID, pero para asegurar tendrían que hacerse una prueba”.
Ambos decidimos quedarnos en su casa, compré los medicamentos que nos
habían recetado, alisté mis cosas y les dije a mis papas que me quedaría
cuidándola en su casa porque se sentía mal. Nunca les dije que yo también estaba
mal, y afortunadamente nunca los contagié a ellos ni a mis abuelos.
Reflexionando sobre estas experiencias, puedo decir que viví un cambio bastante
radical, pero que al final no me costó mucho trabajo adaptarme. Quiero decir,
estaba muy feliz por quedarme con mi novia en su casa. Anteriormente me había
quedado porque se me había hecho tarde para regresarme a mi casa o para pasar
festividades con su familia, pero no por otra cosa ajena a eso. Entonces para mí
fue una alegría bastante grande, por un momento me olvidé de la enfermedad y
me enfoqué solo en eso. Aunque en ese tiempo su familia cruzaba por momentos
difíciles (ya que sus padres se habían separado y vivían en la misma casa) y eso
se hacía muy incómodo para ellos, yo traté siempre de llevarme bien con todos, en primera porque no era mi casa y en segunda porque quería seguir ahí con ella sin
importar nada.
Los primeros días en que nos encontrábamos “aislados”, encerrados en su cuarto,
ella se deprimió mucho, a tal grado que pensaba que se iba a morir y eso la
afectaba más; por mi parte, yo estaba un poco más sereno, tratando ser el fuerte
de la situación para que no se cayera o se enfermara más de lo que ya estaba.
Para ese momento, ella ya no percibía olores ni sabores, dormía gran parte del día
y la cabeza era una molestia bastante grande. Yo experimentaba la falta de
percepción de sabores y olores y dolor de espalda, pero de ahí en fuera me sentía
bien, aunque era un poco molesto el hecho de cómo y no poder saborear o tan
siquiera oler lo que tienes en frente de ti. Y el hecho de despertar con esa
persona, dormir con ella, desayunar, comer y cenar era muy agradable. Toda esa
semana se me abrió un panorama que no tenía. pero la enfermedad no nos
dejaba aún.
Seguíamos sin percibir olores, ni sabores; los dolores, tanto de espalda como de
cabeza disminuían, pero lo demás seguía. Entonces optamos por hablar con otra
doctora para tener otra opinión. Le comentamos cómo nos sentíamos, qué
síntomas teníamos, cuál era el medicamento que nos habían mandado. Ella nos
dijo que de todo lo que nos habían recetado, solo un medicamento nos servía, y
los demás lo teníamos que sustituir por gotas homeopáticas, aspirinas y
azitromicina, y que en una hoya con agua hirviendo dejáramos remojar ciertas
hierbas para poder recuperar el olfato. Al principio nos pareció extraño escuchar
todo eso, ¿Cómo era que con tan poco medicamento nos íbamos a curar? Pero al
final lo hicimos porque en su familia esa doctora era de confianza, ya que había
ayudado a muchos de ahí a curarse. Continuamos con el tratamiento que nos
impuso la doctora y yo a los 5 días estaba muy bien, mi novia se sentía un poco
mejor, aunque no del todo. Casi diario nosotros teníamos que comunicarnos con la
doctora y comentarle como nos sentíamos, si habían desaparecido síntomas, si
habían aparecido nuevos, etc. Cuando le comenté a la doctora que me sentía ya
casi recuperado se sorprendió y me dijo que yo podía ayudar a sacar sangre
porque de esa prueba podían sacar anticuerpos para poder crear una vacuna. Eso
me hizo sentir bien, pero no seguro de salir.
Poco a poco recuperábamos nuestros sentidos y nos sentíamos cada vez mejor. A
mi familia le comenté que tenía COVID un par de días después de que había
mencionado que iba a quedarme un tiempo en casa de mi novia. Ellos me
marcaban con frecuencia para saber cómo nos encontrábamos, principalmente yo,
y les comentaba que mi recuperación era rápida en comparación con la de ella, y
siempre nos decían que nos cuidáramos, que no saliéramos y que tomáramos a
las horas correspondientes nuestros medicamentos.
La vivencia en su casa fue como una probadita de lo que sería estar solos o
inclusive casados, porque ella contaba con un poco de dinero y yo pedí prestado a uno de mis hermanos para seguir estando ahí. Con las precauciones debidas y
después de estar recuperados, salíamos de compras por utensilios básicos como
jabón, shampoo, pasta, cereal, galletas, etc. Fue aún más bonita la sensación de
vivir juntos porque la situación nos llevó a plantearnos nuestro futuro, que en este
caso era vivir juntos y tener nuestras propias cosas. Fue tan grande esa
sensación, que yo quise entrar a trabajar en algo donde me dejara dinero y que
pudiéramos vivir “bien”.
Después de nuestra recuperación absoluta, pasó algo feo en su casa: se
contagiaron miembros de su famiñoa, entre ellos su abuelita. Su abuelita era una
persona que no le gustaba estar sentada, le gustaba ir de un lado a otro, se
levantaba temprano para lavar, hacer sus mandados, cocinar, etc. Entonces en
ese momento nos cargó un poco la culpa porque sabíamos que nosotros la
habíamos contagiado pues su mama nos estaba “atendiendo” y entraba en
contacto con nosotros y también lo hacía con ella. También se contagiaron su
mama, su hermana y su tío. Este último fue al que más feo le dio y al igual que su
abuela, se tuvieron que tratar con la misma doctora. A su tío le recomendaron casi
lo mismo que a nosotros y a su abuela dosis más grandes y potentes, ya que llegó
un punto en el que ya no quería comer, ya no quería tomar nada y pensaron que
moriría. Para darle la comida y el medicamento tuvieron que comprar un traje
especial con guantes, careta y cubre bocas.
Afortunadamente ella se recuperó y siguió muy bien, aunque tuvo secuelas muy
graves, como el hecho de no poder salir por estar tan vulnerable, ya no tener
contacto con el agua ni tan noche ni tan temprano, bañarse cuando aún hubiera
sol, entre otras cosas. Su tío tardó en recuperarse, estaba mucho tiempo en cama
y no podía salir. El estrago que le dejó fue que se dañó parte de su pulmón y se
cansaba con un poco más de facilidad. A su mamá y a su hermana
afortunadamente no les pasó nada grave, solo la pérdida del olfato y del gusto. Se
trataron con el mismo medicamento que nosotros y al poco tiempo estaban mejor.
El estrago que le dejó a mi novia fue el que los olores fuertes, como el de la
cebolla, se le hacían muy repugnantes, al grado de tener ganas de vomitar. Yo no
podré hacer ejercicio adecuadamente por un tiempo por la falta de oxigenación.
Después de la recuperación el miedo no cambió entre nosotros. Cada vez que
llegábamos a salir de la casa, lo hacíamos con cubrebocas, y si se podía hacer
con careta mejor. Miraba alrededor en todas las calles y todos usaban el
cubrebocas, más por miedo que por compromiso. Muchas muertes se habían
provocado por aquel virus y el miedo se incrementaba entre las masas. Su familia
también hacía lo mismo que la mía: llegando nos roseábamos nosotros mismos y
nuestras cosas con alcohol o desinfectante.
El estar tanto tiempo “encerrados” cambiaba mucho las perspectivas. ¿Qué
hacer? ¿Cómo no aburrirte de lo cotidiano? Considero que al final fue una buena
decisión quedarme con ella, ya que los días ni los contaba. Siempre nos entreteníamos jugando Scrabble, Basta, Turista o juegos en el celular y pensábamos en lo que seguiría después. Ya que la relación entre sus padres y ella era muy tensa, se cuestionaba continuamente si ella podría regresar a la escuela o no, si le convendría seguir trabajando o seguir con el estudio. En ese
momento nosotros pensamos que lo mejor sería inscribirse nuevamente, ya que
había pasado mucho tiempo sin hacerlo, y las opciones de trabajo no eran ni
muchas ni buenas. La pandemia le dio mucho en que pensar a ella conforme a la
separación de sus papás, pues verificó que ya no contaba con ellos para seguir
estudiando ni mucho menos para regresar a la escuela. Yo no veía mal ni lejos la
opción de seguir con el estudio, pero quería seguir apoyándola a ella en todos los
sentidos que estuvieran en mis manos. Sin embargo, esto pero no fue suficiente
para que cambiara de opción.
Comenzamos a ver en las noticias que nuevamente abrirían el Centro y por eso
me contacté con la persona que anteriormente había trabajado ahí. Me comento
que en cuanto dieran “luz verde” comenzaríamos a trabajar. Para ambos fue algo
grandioso, ya que no contábamos con los suficientes recursos económicos para
seguir juntos en su casa, entonces la noticia nos alivió. Al regresar al trabajo fui
muy precavido, me ponía muy bien mi cubrebocas y no me lo quitaba en ningún
momento. El transporte seguía casi vacío como al principio de la pandemia; en el
paradero de igual forma no se encontraba mucha gente; en el metro ya todos
portaban el cubrebocas correctamente y se encontraba personal del metro
proporcionando gel antibacterial a todo aquel que quisiera. En el Centro no
muchos locales abrían, ya que lo primero fue tener la regla de abrir un día los
números “par” y al siguiente día abrir los locales que contaban con número “non”.
Me estaba dando cuenta y cómo todos lo habían advertido, la vida había
cambiado; desde mi punto de vista para bien. Todos eran más higiénicos, más
precavidos y también noté, empezando desde mí, que ya no había tantas
enfermedades (gripe, tos). Me daba más confianza llegar a un lugar ajeno a mi
casa porque sabía que contaban con esas medidas y con esas precauciones, y
hasta el día de hoy sigue siendo algo bastante agradable.
Para concluir el recuento de todo lo sucedido, debo decir que en la vida no se
aprende si no es uno mismo quien toma decisiones para enfrentar el entorno. Las
acciones de nuestra vida cotidiana nos afectan y nos hacen crear diversas
decisiones en nuestro día a día. Esto nos hace formar ciertas conductas a
diversas acciones que bien o mal tenemos que tomar. Nuestras decisiones parten
de nuestra propia experiencia, la que nos permite discernir lo que nos conviene y
lo que no nos conviene. En pocas palabras, somos nosotros mismos quienes
creamos ciertas costumbres que nos ayudan a “sobrevivir” en nuestra vida
cotidiana.

Soy estudiante de la carrera de psicología social, me considero una persona apasionada por lo que hago, en cuanto tengo algún proyecto en mente me gusta realizarlo, se en la escuela, trabajo o en la vida. Me apasiona mucho el escribir y algún día me gustaría publicar un libro y ser recordado por eso, simplemente por el hecho de saber que algo a lo que le he dedicado tiempo y esfuerzo ha rendido frutos, disfrutó mucho leer y pasar tiempo con mi familia, creo firmemente en que la familia es lo más importante para todo lo que llegues a hacer ya que son los que siempre estarán contigo pase lo que pase.