por Mariana Villarroel
Canción para los días de la vida
I Escondida asida en la conformidad: las palabras caen en mis dedos extraños, extraviados. Se desconectan las muñecas y peregrinan hasta el vínculo inconcluso. Aquí te sientes eternidad, en un rincón que ahora creo ser yo. Aquí me siento inquietud, incertidumbre segura: lugar geográfico donde mis extremos no se reconocen y donde mis pies parecen escupir en el territorio ajeno. II Islas estoicas de arena fina: rezos, trazos y rastros de la completa ausencia, de todo lo que ya no soy. Me inmovilizo ante mi falta para no adormecerme, para replegarme y por fin ser estado de excepción, o ser tal vez una sirena de fuego lento, opaco. O en su lugar, ser retrato fiel de un caleidoscopio construido por nadie, en proceso de conclusión hasta cualquier nuevo aviso. III Dejarme emerger en estas cartografías que existen en el lugar de las arterias que se sienten oxidadas, en descomposición, o simplemente en una rutinaria y válida reconstrucción. Es sólo que pasa que no siento la pasión, que no siento mis palabras, que no peso el existir en pausa y tampoco la constante caída de cabello. Pasa, que no me encierro en mí porque aún no me quiero conocer túnel. No me encierro en mí porque nunca he sabido situar al presente como único visitante que no me quema los párpados. No me encierro en nada, porque sigo buscando el sonido de la canción para los días de la vida, donde todos los días por fin se sentirán míos.
La vida abierta
No ha habido tiempo de respirar Preámbulo: mantras en el viento Abandoné y dejé caer los fusiles y las anécdotas una vez que creí olvidar la dinámica del respirar. Intersticio: recordar cómo tu pasado se entretejió y cómo todo cayó en un lugar donde mi yo-exilio jamás alcanzó a ser una con la bruma. Cruzar mi vacío y seguir lacerando los coágulos de la memoria: ficcionar siete razones históricas del por qué no me tocó vivir la revolución [contigo] Inmovilidad: la vida abierta Evocar lo invivible para transformarlo. Repetir hasta reafirmarnos. ¿Por qué no dejo de equipararme al desbordamiento que arrastra tanto? ¿Cómo puedo, por fin, ser espacio habitado? Empacar las venas abiertas y sentir que mis brazos no alcanzan a echar raíz, que mis nodos no se traducen y que son aplastados por dislocaciones psicogeográficas: al menos puedo navegar a la deriva y rechazar deidades en estado constante de vigilia. Ataraxia: obra aplazada Ojalá escuchemos respirar y sepamos malabarear lo simbólico que nos añade o resta costras al hacer camino. Ser y devenir camino, entonces, como punto de negociación: eterno retorno u óptimo punto de partida (make-believe del relieve que es existir) La precariedad de creer representar la parte más sensible de la humanidad se traduce en angustia, en limbo, en un pacto de improvisación ritual: todos los días nos encontramos haciendo autobiografía, de allí que la vida nos pese tanto.

Mariana Villarroel Maceda (1998). Estudiante de Estudios e Historia del Arte en la Universidad del Claustro de Sor Juana.