Poema amatorio y otros poemas de Carmen Villoro

por Carmen Villoro

VI TU TRONCO RESECO desplomarse
tu corteza rugosa abrirse en grietas
para exhumar el líquido caliente
de tu vida interior.
 
Yo vi escurrir la sangre por tu tallo
Las gotas púrpura, aceitosas
Saliendo de tu piel.
 
Vi caer tu dolor sobre la alfombra
Dejando una pequeña, inmensa oscuridad.
 
Te oí crujir. Tus ramas se alargaban
Angulosas, rehusando la quietud.

*

QUÍTALE AL TRONCO su raíz.
A la rama, el tronco.
Quita a la hoja, la rama
que la sostiene
y a la flor, la hoja
y al fruto, la flor que lo parió.
 
Solo, sin su árbol
Al fruto no le queda más remedio
que ser
árbol.

De Liquidámbar (2017).


Otoño

Yo escribo los poemas que me escribió mi madre,
destilo su dolor
a través de esta pluma extemporánea.
Su dolor era el mar
y yo así lo veía desde el naufragio.
Ella tocaba el piano;
sus manos se deshacían sobre las teclas
cómo jirones de nube en el ocaso.
Dejó guardada las palabras en el clóset
y yo las fui a robar cuando el silencio
estaba a punto de borrarnos.
 Ahora lee mis libros
como quien hojea un álbum de recuerdos
y algo de juventud se le atraganta
mientras yo escucho una sonata inexistente
y la tarde, a las dos, se nos deshace.

Zona de fumar

Miro a esas mujeres que fuman sus cigarros
como si hicieran el amor.
Una de ellas desprende la cintilla del celofán
con la gravedad de quién descorche el cinturón
o desnuda una corbata.
Otra caricia con tres dedos la lisura blanca
anticipando un fuego conocido,
queriendo retrasarlo.
Hay la que lo detiene con los labios
disfrutando su peso
su seca desnudez
y después lo humedece para volverlo propio.
La primera lo absorbe hasta el abismo,
se hace un poco de daño
para sentir que existe.
La segunda lo mira iluminarse
y consume en secreto sus recuerdos.
La tercera sacude la ceniza,
mira el humo
como quien despide de una calle solitaria.
Una lo apaga con pequeños golpes,
sabe de espasmos.
Otra lo tira al piso, lo tritura
y esa violencia la desquicia suavemente.
La tercera lo deja consumirse
porque no le gusta apresurar ningún desprendimiento.
Parece que platican,
desayunan en este restorán,
piden la cuenta, así, como si nada.
Pero sus cuerpos habitan otra realidad,
sus almas vibran,
su soledad salvaje las denuncia.

Fútbol

a mi hijo Federico

Te miro a través de la malla
que separa las gradas en la cancha.
Algunos gestos tuyos me hablan desde lejos,
quizá desde mi propia infancia.
Otros, te vuelven tan lejano,
tan dueño de ese ritmo que imprimes
al paso de tu sangre.
Qué poco entiendo
de aquello que se fragua
en el centro profundo de tu cuerpo.
Qué poco entiendo de fútbol.
Qué poco sé
 de ese jugador de once años
que arde de pasión sobre la hierba.
Me doy la vuelta
y te dejo ahí,
jugando tu partido
del que sólo tú conocerás
el marcador final.

Maternidad

a mi hija Mariana

te compré un corpiño
de tela blanca y frágil
como tus años
un velo
para las rosas transparentes
que apenas se anuncian en tu pecho
y sin brotar aguardan palpitando.
Fue cómo decirte el gozo
de que me sobrevivas,
de que el amor abreve
y no sólo el amor de la vida
en el estanque germinal
de tu presente.
Fue insinuarte la dicha
de que el tiempo permanezca
aún después del tiempo,
y, a la vez,
la profunda nostalgia
del futuro.

De Marcador final (2001).


Poema amatorio

Desnuda
me miro en el espejo perturbable.
No tengo rostro
mi signo del zodiaco es el desorden.

Sola estoy
cuando podría ser otra vez el lento
obstinado presagio de tus dedos.

Este es sólo el exordio del placer.
Después vendrá la imagen de tu boca
atravesando un claro en la arboleda.

Vendrá la llama tibia como el gato.

Oscura la garganta se tragará tu nombre
oscuro de saliva.
Vendrán la lengua y tus rodillas.

Escucha cómo suena el otoño en las ingles:

gástame el vientre
exacerba mi boca
altera mi silueta
rasga esta tarde hasta la pura muerte
degrada este silencio
denso como una zorra
devasta quiebra
asola mi virtual desatino.

Sólo imaginación.

Sólo un espejo.
La humedad que te grita desde el bosque.

Carmen Villoro (24 de octubre de 1958, México) es escritora, poeta y narradora. Reconocida por sus obras literarias (cuentos infantiles, prosas y poesía) las cuales cuentan con una pizca de amor y nostalgia. Cuenta con una profesión en psicología y psicoanálisis, con su conocimiento ha ayudado a publicar diversos ensayos en libros y revistas especializados en psicoanálisis.

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