Cuatro poemas de Jennifer García

por Jennifer García

ESTE LUGAR DE LA LUZ

Dijo Saint-John Perse: “¡Muchas cosas sobre la tierra por oír y por ver, cosas vivas entre nosotros!”, y no se equivocó en decirlo, pues ¿qué vemos de las cosas, sino su sombra? Más allá del círculo que rodea los ojos, los peces son también navegantes de la tierra, y los pájaros sucumben en las cortinas del agua bajo vuelos giratorios. Posiblemente el viento contenga un olor más allá de todo,  pero le asignamos el del vino, el de la arcilla, el de la sangre, el de la carne que hierve sobre la madera. No hemos sabido darle un olor a la ausencia, pero como es debido decimos: esa mujer olía a pan, los pájaros arrullaban su sueño, por tanto esa mujer olía a pan y a pájaro. Así disimulamos nuestra incapacidad para dar un nombre a las cosas que aún no lo tienen. En el lugar donde el árbol funda su patria, se escuchan los rumores del agua, los animales arrancando las semillas de las copas, el espantapájaros que calcula el trigo, pero en su raíz ningún sonido, ninguna galería de ruidos, aunque sabemos bien que ahí están. Un rey ciego debió habitar entre nosotros haciéndonos creer que lo visto y escuchado no era sino una vaga figuración del sueño, de ahí que ahora lo imposible solo desemboque en ese espacio de la vida. 

Cosechando su oído, el hombre al que han llamado loco lidia con la angustia de sentir la voz de dios latiéndole en el oído izquierdo y ve el río cruzar sus manos lo mismo que las piedras. Debe ser que el círculo de su ojo está abierto, pero no puede decirlo y calla. Así en un lugar del sueño, la grieta de luz atraviesa los límites de la noche y nuestro ojo es ahora un gigantesco péndulo girando en medio de todo. Vemos entonces el alma del grillo cruzando el campo, los valles y las mesetas entablando diálogo con el agua, los buques que  navegan sobre la hierba lo mismo que sobre un -cúmulo de olas; escuchamos la voz de los hermanos muertos, la voz del animal doméstico, la voz del reloj que atraviesa los corredores. En este lugar de la luz, hemos aprendido a ver cómo regresan las cosas que siguen estando lejos.

PLAZA DE MERCADO

Se abre la puerta de la plaza de mercado y el deseo de las mujeres sobreviene. Unas esperan encontrar el río de leche dentro de las jarras marcadas con figuras orientales, otras atienden el balanceo de la pesa que en un lado carga semillas y en el otro frutos de ébano. Así funciona. La cáscara sobre la palma de la mano, el sol verde encima de los manteles. La cosecha de cebada regándose en una esquina de la mesa. 

No habitaremos para siempre esta tierra roja, las mujeres de la plaza lo saben, las moscas que se paran sobre el pan fresco, el papagayo pintado en un cuadro que venden los indígenas del norte. Todos lo sabemos. No permaneceremos sobre la tierra roja.

Por eso, náufragos en la isla de los objetos, buscamos encontrar al menos una cosa parecida a la permanencia, algo que confunda a la muerte con las bolsas de arroz que cuelgan de las estanterías.    

SOBRE NACER  

La ley del tiempo nos habla de un número irrecuperable, de una distancia precisa entre dos edades, sin embargo han pasado veintitrés años y siento que aún no termino de nacer. Más allá de un cuerpo consagrado al crecimiento interminable de la raíz entre las venas, más allá de un padre que sostiene con sus huesos la cal y la arena de la casa, más allá de la cicatriz del aire, nada hay que pueda dar testimonio de mi nacimiento. Como sucede con las iglesias viejas, cuando los muros se convierten en el único respaldo de lo deshabitado, y decimos: “Aquí murió un hombre y tal vez vivió”. Pero tras el muro, la luz camina silenciosa sin dejar lugar a la incertidumbre. Sabemos que no fue Dios quien pronunció las palabras, aunque adentro todo hablara de él. Sabemos que fueron los hombres quienes suplicaron por la aparición del mar en el desierto de las manos y presagiaron la grieta por la que asomaría la sed. Ahora vendrán los otros, con sus fórmulas sobre Dios y el tiempo, para desmentir lo dicho. Les señalaré la línea entre la nariz del lobo, sabrán que hay verdades en el mundo que no pueden tocarse. 

ORILLA OSCURA

El paraíso es siempre uno, 

pero lo sabemos

             al final de la vida. 

Tras cruzar la tierra

y visitar

la orilla oscura del mundo

Finalmente todo calla,

           y no hay escritura sobre la piedra,

                                          ni agua derramada

                                                 ni diente que muerda el fruto.

Únicamente la mano de un dios

señalando el hueso blando

                               desde las alturas.


Jennifer García (Medellín, 1995). Poemas suyos han sido publicados en diversas revistas y periódicos de su país y del exterior. Premio Nacional de Poesía José Santos Soto (Tarso 2019). Ha participado en festivales internacionales de cine y literatura, entre ellos el Festival Internacional de Poesía de Medellín, que organiza y convoca la revista Prometeo. Es tallerista y fundadora del Festival de Poesía de Fredonia (Colombia). Ha publicado Estaciones de lo invisible (Sakura ediciones, 2019).

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