por Daniela Sánchez Castillo
Un poema es un mundo, una estructura y la absoluta falta de ella. El poema Idilio en pausa de Aldo Vicencio muestra este constante construir que conforma a la poesía, más aún, la encarnación de la poesía simbolista.
“El contenido de un poema simbolista es el propio poema. Incluso podríamos decir que es el propio poema haciéndose”. [1] El poema simbolista no encierra en sí un sólo significado, un sólo sentido; oscila entre el mundo que ofrece el escritor y el mundo que crea el lector. El poema de Aldo Vicencio ofrece un primer atisbo de su mundo, esperando a que el lector pueda terminar de construirlo. Aún esta construcción, creada por el lector, no es constante, tiene la flexibilidad de cambiar conforme cambia el que lo lee y sus circunstancias. Por ello es que Idilio en pausa no es un poema totalmente solidificado, quedan algunos poros que permiten que el poema siga haciéndose conforme avanza el tiempo y la cantidad de lecturas.
Cada palabra, cada elemento en el poema son necesarios. Ya sea desde las imágenes creadas por el poeta como su propia estructura. El poema está trazado de manera en que cada espacio y sangría tengan un propósito, ya sea sonoro o de significado. Uno de los primeros poetas en explorar esta manera de construcción poética fue Mallarmé. El poema se construía milimétricamente para que cada elemento equilibrara el todo (esta libertad de escritura después la retomó Octavio Paz en México). La forma de representación poética de Mallarmé era “Una representación del espacio real en donde se despliega la palabra”.[2] Aldo Vicencio transporta esta representación a su poema: no sólo es rítmico sino que su estructura es sonora en sí misma. Algunos de estos versos acomodados funcionan como un conjunto, representado por su estructura, como:
Nos queremos, y en perpetuidad de esa pequeña arrogancia, unimos las manos y vamos iluminando bosques dentro de paredes cósmicas [...]
Las líneas precedentes abarcan una sola imagen y una sólo sentido de percepción. Otras, como las ubicadas dentro de corchetes, ofrecen información en apariencia suplementaria, pero sin duda necesaria para el equilibrio del poema.
Por otro lado, el poema engloba el desarrollo de una relación entre dos personas. Algunos momentos buenos que llegan a iluminar bosques enteros, otros en lo que ni las propias palabras son suficientes para comunicarse. Sea cual sea el momento por tratar, sigue existiendo un solo camino, un todo que puede funcionar exclusivamente a partir de esas partes. Es así como funciona el poema mismo, aún dentro de su fragmentación y sus diferentes pausas. Idilio en pausa no puede restarse ni cortarse, cada verso es necesario para el camino a seguir del lector, así como cada vivencia es importante para quien las vive.
El poema forma en sí mismo pequeñas pausas, pequeños momentos. Cada uno de estos momentos se percibe repleto del autor, repleto de lo que vive día a día. Es eso lo que le permite al lector seguir construyendo con él. Lo que puede permitir que a cada leída le corresponda la manifestación de un nuevo poema. El poema es un idilio, ya sea si se considera como un sueño de amor o, simplemente, un sueño repleto de humanidad.
NOTAS
[1] Urrutia Gómez, Jorge. (2017). LA CREATIVIDAD POÉTICA. LA PRÁCTICA SIMBOLISTA. Atenea (Concepción), (515), 13-27. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-04622017000100013.
[2] Hernández, Alejandro. (2015). MALLARMÉ: LA ARQUITECTURA, EL AZAR Y EL LENGUAJE. Arquine. Web: https://www.arquine.com/mallarme-la-arquitectura-el-azar-y-el-lenguaje/ (15 de octubre del 2020).

Daniela Sánchez (Ciudad de México, 1998) estudia Escritura Creativa y Literatura en el Claustro de Sor Juana en la Ciudad de México e Ingeniería en Innovación y Diseño en la Universidad Panamericana. Participó en las Microficciones del Claustro de Sor Juana en el 2018. En el 2019 cursó el Diplomado en Literatura Europea Contemporánea en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.