Porque le tengo miedo al tiempo
también le tengo miedo a la muerte,
como a las palomillas que se cuelan por la ventana
y revolotean en torno al foco durante la noche;
fácilmente apago la luz para dejar de verlas,
como si evadirlas fuese suficiente para anularlas.
No sé cómo hice para llegar a esta edad
en la que una caída te deja tambaleando
incluso después de haber recuperado el equilibrio.
Pero qué verdad, uno nunca se repone,
se vuelve el nido de todos sus fracasos
y la anunciación de las próximas derrotas;
la sal regada en la cocina, el espejo quebrado en la alcoba.
Estas desdichas no pesan tanto
como haber nacido con un cactus dentro del cuerpo.
Escucho con nitidez en mi pecho
un ruido de válvulas averiadas;
esa resonancia desfasada
arranca algo mío que no puedo terminar de ser todavía;
mi conciencia suele ir despacio
y un tal día descubre que su fe ha venido a menos
y en el lavabo encuentra los cabellos que le faltan.
La oscuridad a esta hora
adquiere el tono de las madrigueras,
donde es sencillo refugiarse
y sentir que las horas también duermen;
me echo sobre esa cavidad opaca que vuelve inmensos los vestigios
y mantiene vívidos los aromas que una cuerda seca transporta.
Las dos vigilias confunden sus límites;
todas las verdades tienen el peso de una nube negra.
Enciendo velas sobre mi nombre;
me gusta que las flamas eleven su tamaño
y tiemblen sin apagarse;
que yo pueda atravesar mi dedo en ellas
sin quemarme y sin dañarlas.
Rompe el viento los vitrales,
pero no es capaz
de volver la llama olor de cera;
ojalá como la flama yo pudiera esquivar el polvo de polilla
para salir de la constante persecución de fragilidades
y sentir plenamente que vuelvo a ser ese cachorro que se siente fuerte,
que sale a husmear las fronteras y después de dar un par de rodeos
regresa al lugar en que nació
para cruzar las patas silenciosamente
y entregarse a los bostezos
sin esperar nada del tiempo
sin importarle qué cosa sea la muerte.
Solamente uno sabe que está bordeando la vida y siente miedo y una hondura en el pecho que no tiene nombre; a ratos parece que son figuraciones que no tengo nada dentro sino la vida acumulada a la espera de que yo le abra la puerta; pero con la mano en el perilla presiento el desplome del tiempo; siempre es tarde para quien ya lo sabe. Tú me dices que mis años son una cactácea y que conservo la mirada de niña; yo me río porque no quiero que sepas que a pesar de que ahora me acompañas estoy sintiendo cómo me llega este vacío; te abrazo entonces porque también me aterra saberme sola; sé que harás planes sobre la seguridad de mis venas y yo habré de escucharte porque quiero sentirme satisfecha y abrir ésa y todas las puertas contigo, aventar guijarros al final de las palabras e ir tras ellos sin prisa y con certezas y llenar nuestros pulmones ay amor de tanta vida de tantas ganas por la vida de tantas ganas por tanto tiempo de tanta vida pero, Siboney, solamente uno lo sabe. Podrá aparecer el cuerpo de una mujer, pero la mujer ya no aparecerá nunca. Diremos su nombre delante de una flama sin saber acaso que ahora pronunciamos el fragmento de una letanía ante una hoguera. Qué ganas de verla formarse tan sólo por la repetición del nombre que pronuncian los labios con que la llamo, como si fueran suficientes mi deseo de hacerla de mi pecho y mis ansias de extraerla de la imagen que me sangra la memoria; como si sólo me bastaran la angustia y el llanto para verla volver. Herimos el aire con la rabia expuesta que el amor precede; y más que llamarla, la invocamos, llenamos las horas de ella, llenamos los días sin ella; la reclamamos a los astros y a las piedras hasta que el dolor nos tira la noca y qué importa, si sólo nos sirve para gritar.

Aketzaly Moreno (México D.F., 1992) Estudió lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Ha publicado Vuelo de muerte (2018), Nada queda en pie (2019) y recientemente
Relámpago en la sangre con Mantra Edixiones. Ha participado en encuentros de poesía en Argentina,
Bolvia y México. Organiza el Festival Internacional de Poesía en Milpa Alta. Actualmente dirige la
editorial Ojo de Golondrina.