selección realizada por Emilio Martin Paz Panana
Un cuerpo tiembla bajo las hojas
Como una manada de caballos luminosos brotando del pecho entrando y saliendo de las paredes como el peso de una ola liberándote del cuerpo como alas de mariposa que se hacen polvo entre los dedos arrebatos del cielo transitan la tierra hacen del viento nocturno un río de vidrio flotan los cuerpos cercenados en charcos de luz: no hay una imagen más fiel del amor no ha sido vista música tan clara manando de labios nunca carne viva te has parecido tanto a una rosa saliva cabello recuerdos todo lo hemos entregado al fuego carbón azul de nuestros huesos las hojas que contenían el mar en imágenes la bóveda de un tibio seno donde encogerse hasta que broten órganos nuevos manos nuevas llenas de venas o raíces brazos que alberguen aves extrañas pájaros mudos de esos que cantan con los ojos
La cortina de Yama
“Cuando el Ser ha sido percibido por el verbo
la realidad se revela a sí misma”
-Katha Upanishad
Una pantalla de palabras no sirve para contener la voz del agua, río que se extiende en mil ramas de fuego bajo los párpados. Un signo dibujado con arena en el aire no hace temblar la piedra hasta volverla carne, ni hace flotar la carne sobre estambres que fluorescen al tacto, ni colma de polen luminoso el cráneo de una bestia hasta cegarla por completo y volverla humana. Una palabra palidece ante la savia que trepa los tallos de la noche, ante el rayo que se anilla para dejar la médula del sueño intacta. Nada pueden las palabras contra el tornasolado aleteo de una libélula; porque todo ha sido escrito en las ondas que nacen cuando cae una gota en la música que estalla en brillantes esquirlas de sentido, en esa imagen espantosa que unos ojos proyectan en la niebla y que para nosotros es el mundo. Ciego mío, mira a través de esta cortina: sé testigo de la humillación de las palabras.
Testamento
A Sinuhé Lino.
Es domingo. Cruzo el mercado con mi hijo en busca de algo para el desayuno, hay una paloma africana aplastada al borde de la pista, sus plumas aún se agitan con el viento: así es la Voluntad. Los borrachos que han sobrevivido a la noche se arrastran por el barrio, doblados por el peso de sus medallas transparentes; los obreros desfilan por la sombra y entran a los restaurantes, un loco fuma en la esquina y mira pasar los autos como una estatua sin ojos; sin embargo, el sol brilla en el cielo abrasándolo todo con indiferencia, y millones de estrellas como él se encienden y se apagan en la sangre de mi hijo, que juega con una bolsa atrapada en un remolino. Dentro de unos años se detendrá como yo ante estas imágenes y quedará cegado para siempre. Ya no podrá ver como hace ahora las mil joyas que hay detrás de este telón miserable. Hijo mío, vas a hacerte viejo y ciego como tu padre, como mi padre; te cuido por ahora aunque no soy más que humo brotando de un espejo, humo de carne y hueso que se ha detenido a verte jugar.

Diego Lino (Lima, 1985). Desde el año 1998 se dedica a desarrollar una obra que plantea la inclusión del rap como una especie poética. Ha publicado los discos: Vómitos platónicos (2001), Juguetes (2005), El libro de cemento (2020) y el poemario titulado Música para tarántulas (Editorial Celacanto, 2016). Actualmente se encuentra complementando su educación básica en la Escuela de Filosofía de San Marcos y preparando sus próximas entregas: El último discurso de Chárvaka y Más allá de la naturaleza