Nombre de piedra
1
Cuando era niño aprendí
a descifrar
el andar de las hormigas.
Supe que cargaban el peso del mundo
cuando en la pared dibujaron una grieta
y la casa se cayó a pedazos.
2
Coloqué un marco roto en la pared
como un presagio de nuestro amor.
La fotografía era hermosa:
las grietas de esta casa.
A la orilla del mar
a Lorena Aviña
En la noche más oscura
te dije que el mar
era parte del horizonte.
Allá, a lo lejos, si te fijas bien
alcanzas a ver la línea
que los divide,
respondiste.
Y entendí que tus ojos eran
mar y horizonte, la inmensidad
más hermosa y el destino
al final de mis pasos.
Lenguaje prehistórico
(roar)
Voy a tratar de enseñarte este lenguaje prehistórico
hecho de pequeños rugidos anteriores a la palabra.
Primero tienes que cargar en la bolsa
un pequeño dinosaurio de plástico como un amuleto:
como una llave que abra la puerta de la historia, de la memoria,
y alcance a susurrarte los misterios de la tierra antes de todo: antes
del pequeño fin del mundo, para apreciar todo aquello
que los dinosaurios conocían;
y ver, desde sus ojos, un mundo primigenio.
Luego tienes que recordar los días de sol,
la lluvia y la tierra mojada, las tardes en el jardín.
Y susurrarle al dinosaurio todas las palabras de amor
para que vea desde nuestra mirada el mundo después de todo
y sepa que siempre se puede comenzar de nuevo: no importa
que parezca que el mundo se ha terminado.
Eso es todo lo que sé. Sigo buscando un rugido
que concentre todo lo que quiero decirte.
Qué más puedo agregar, amor.
Tal vez los dinosaurios
sí podían nombrar
esto
que sentimos.
Los dinosaurios no conocieron las flores
Los dinosaurios no conocieron las flores, me dices triste,
porque a ti te gusta mucho ver florecer tu jardín
y te gustan los girasoles y los claveles
y los dinosaurios.
Pero cuando los dinosaurios vivían
las flores no eran ni una promesa.
Tal vez los dinosaurios no sabían llorar
y no pudieron regarlas.
Tal vez las flores fueron un regalo
y un recordatorio.
Imagínate: un dinosaurio
con flores llamando a tu puerta;
un dinosaurio muerto en tu jardín
para que puedan florecer los girasoles,
las rosas, los claveles.
Los dinosaurios no conocieron las flores:
imagina su tristeza.
La casa
1
Te bauticé con nombre de piedra:
por eso fuiste tumba
y cimiento.
2
La casa no resucitó al tercer día.
De entre las ruinas
sólo se levantó el polvo.
3
Hoy recogí la última piedra del escombro
para lanzarla al mar.
Imaginé que estaba atada a mi cuello.
4
Tengo miedo de escribir tu nombre.
Escribiré la casa
y de todas maneras
sentiré que te nombro.
Luis Fernando Rangel (Chihuahua, México, 1995). Escritor y editor. Sus libros más recientes son La mano de Dios y Cuando nuestros huesos sean fósiles. Ha recibido el II Premio Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press, los Juegos Florales de Lagos de Moreno, el IV Premio Nacional de Poesía “Germán List Arzubide” y el Premio Estatal de Poesía Joven «Rogelio Treviño». Ha sido becario del FOMAC (2023, 2017) Textos suyos han sido traducidos al inglés y al italiano y aparecen en revistas y antologías de México, Ecuador, Colombia, Argentina, Chile y Estados Unidos. Forma parte de Fósforo. Literatura en breve y Sangre ediciones.