por Augusto Rubio Acosta
UN POEMA EN EL CAMINO
Pregunté a los ancianos por tu rastro en los relámpagos por tu infancia en las orillas de los cerros los arcoíris las acequias los ríos y sus furias mencionaron nombres desconocidos petrificados en el silencio y la oscuridad de las montañas en el aullar de las guitarras y en el canto de los gallos en las raíces de las plantas emergiendo de las calaveras de los muertos en Guayabito y Las Cruces en la quietud de La Soledad Pregunté a los niños que estornudaban en la plaza a las mujeres amamantando a sus hijos entre los adobes y los valses de una pálida luna nadie me dio razón de tu sombra en el pueblo y las parcelas milenario es el olvido como la desesperación de los árboles los delantales desteñidos que las mujeres flamean al sol como el murmullo de los niños y el llanto de los viejos la amargura de campesinos y maestros en las chinganas frente a la escuela del pueblo milenaria es la nostalgia en los pétalos marchitos y la oquedad de los recuerdos como la sombra ante los cerros y en los ojos vidriosos de los pájaros Me alimenté del sol y los atardeceres de las noches en el horizonte y de las plantas silvestres creciendo en las lomas del camino los días que te buscaba el sentido de la vida y la incertidumbre de no saber en qué propiedad de las afueras doblar me ahogaba la mirada en las neblinas ante el hervor del agua en los tachos viejos frente el afiche de la fiesta de la Virgen o ante las trenzas de las niñas pequeñas camino a la escuela que decidí fotografiar intentando en vano llevarme tu semilla arrancarle el estrépito a tu esencia las hojas secas de tu historia Fue así que me uní de alguna forma y para siempre a los caminos al cielo a los puentes y al río en cada partícula de eternidad en la sangre derramada de mis palabras va el sol llameante de tu origen hundiéndose en el horizonte mi corazón es desde entonces esa aldea remota donde ladran los perros y me pican los zancudos donde nunca ha de apagarse la luz del incendio de la espera y del desborde de los fuegos fatuos del destino.
LOVESONG
Yo tenía cuarenta y tres cuando me asomaba al mar de Huanchaco a ver la muerte del sol a veces me dormía de cansancio en la Biblioteca hasta la hora de cierre almorzaba lo que sea en una fonda del parque Cusco y nunca desayunaba en las noches le echaba una copa en el café de Independencia que se llevó el río intentando entender lo que ocurría en el mundo para tomar buenas decisiones el mar nunca me abrazaba por entonces como tampoco a los que nada sueñan el viejo muelle era un llamado insistente cada noche a la contemplación infinita Me asomaba al océano como los ciegos pálidos de tantos colores mis ideas nebulosas (efímeras y erróneas) agonizaban siempre en los papeles del escritorio en la ruta silenciosa de la historia humana en el azar y en la palabra perdida en la vida de cada palabra en la palabra de cada existencia Yo tenía cuarenta y tres cuando una barca se amarró a las bases que sostienen el muelle a su lecho acuático la edad de los pueblos tristes sin bandera y sin himno los años imposibles de quien escribe cartas en el desierto y empieza a conocer las propiedades analgésicas y astringentes de las raíces subterráneas de los arbustos silvestres provenientes de los bosques lluviosos tenía la edad de quien no sabe para qué o cuándo el tiempo hace marcas sobre uno aniquilando la visión intemporal de la nostalgia y permitiendo el florecer de los helechos después de las tormentas tenía los años los modos de pensar las prácticas culturales y sociales de quienes interpretan las sociedades prehispánicas mascando un chicle globo y reventándolo con el alma con que los niños y las niñas desobedientes entienden la belleza y la más radical pluralidad tenía cuarenta y tres y me asomaba al mar de Huanchaco Las Delicias Puerto Morín o La Bocana porque total: el sol y mis nebulosas ideas ya no importaban habías llegado Azucena con tus rosas para hacerme entender que en esta región de la vida se acurruca la palabra se encienden los candiles se escucha tu música y nos habita la alegría de una vida de utopías rebeldía y entrega.
APRENDIZAJE
Como los pescadores pudriéndose en las bolicheras las madrugadas que no hay pesca y es imposible hacerse a la mar aprendí a vivir en el infierno como si nada sin parpadear y sin descanso sin pensar en la angustia de hablar solo de contar o aparentar contarlo apagando el fuego en mi cabeza la obsesiva idea de tener ideas siempre de prolongarme en las mismas durante el sueño o cuando estoy despierto la implacable energía con que apuñalo la almohada íntima y distante donde habita mi voz. Como en las cartas que he escrito en los daguerrotipos que he olvidado en las playas en los mares que he navegado aprendí a permitirme el derecho a hablar a revisar sin ambages la vida larga y angosta que he tenido las mentiras y comedias de neurólogos atormentados presos de su futuro incapaces de descifrar la estrategia con que me oculto en primera persona vieja y efectiva arma para la única posibilidad de transferir las ideas de mi cabeza a mis aurículas y de ahí a mis pulmones. Como los pescadores habitando embarcaderos sin edad envejeciendo en las chalanas enmohecidas por la brisa aprendí a vigilar mi casa desde el océano a escribir poesía en los velorios y en las huelgas a coleccionar indignación y desapegos a respirar hondo y a lanzar mi voz o morir para siempre a arder y levantarme al compás de las corrientes con el desborde de los amaneceres a abrazar a mi pequeña amada y recordar lo que nunca se olvida.
PARQUE CUSCO
Soy el invierno que camina la mariposa en tu estómago filofóbica y virulenta el infarto al miocardio en el parque el gemido del viento la heteróclita y solitaria lengua que se enrosca entre mis sábanas putrefactas los domingos en que suelo aburrirme horrores y me pongo a cantar Soy también a veces una escalera al cielo sin el último peldaño un miserable hallazgo antropológico ¿qué esquina es la que más transitas ahora para agitar sobre ella mis noches de garúa y de tormenta mis escarchas y vapores mis más oscuros y desbordados cielos? Soy el invierno que camina hoguera y metáfora papel marchito sobre la hierba.

Augusto Rubio Acosta. Escritor, gestor cultural y comunicador social egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado los libros de poesía Inventario de iras y sueños [2005], Mi camisa de comando [2007] y Poquita fe [2010]; las plaquetas Poemas de los días en que hablaba con el mar [2014] y El arte de remontar la zozobra [2018]; los volúmenes de narrativa Avenida indiferencia [2005], Mundo cachina 2007 y 2013], ¡Habla, San Pedrito! [2011 y 2019] y Fraga (2015), su primera novela. Por estos días, el autor acaba de terminar de escribir “La peste que te habita”, diarios de la pandemia, y alista la publicación de “Fervor de la memoria”, su nuevo libro de poesía.