por Giselle Lucía Navarro
A la joven que les presento en esta ocasión, la conocí gracias a la feliz coincidencia del Festival de Poesía de Medellín, evento que este año ha reunido a más de 200 poetas de 102 países con el propósito de difundir la poesía, una de las más genuinas expresiones de nuestra naturaleza humana, justo en el difícil contexto actual, en el que conviven el miedo, la muerte, la lucha contra la pandemia y los conflictos políticos. Con la obra de esta poeta azerbaiyana inicio un pequeño ciclo de lectura sobre la poesía joven contemporánea escrita por mujeres.
Nigar Arif nació en Azerbaiyán en 1993. Estudió en la Universidad Pedagógica Estatal de Azerbaiyán, en la facultad de Inglés. Pertenece a la Unión de Escritores Turcos Juveniles y es graduada de la escuela de escritores juveniles de la Unión Estatal de Escritores de Azerbaiyán. Miembro del Fórum Internacional por la Creatividad y la Humanidad, en Marruecos. Sus poemas han sido traducidos al inglés, español, turco, ruso y persa, y publicado en diversos periódicos, antologías y revistas.
Su poesía, como el embrión de un árbol que crece en un suelo puro, de lenguaje claro y sencillo, es el retrato de una joven que observa desde la dulzura. A pesar de la metamorfosis del lenguaje en la traducción, esas inquietudes y sentimientos siguen latiendo con fuerza. Interpela al mundo, a la ciudad, al hombre, desde un estado de calma, como quien hiciese preguntas cuyas respuestas ya conoce con antelación. Las pulsaciones de la sociedad contemporánea, vinculadas a la soledad, el aislamiento, la vida repetitiva y automática, el olvido, la enajenación, el paso del tiempo (devastador y frío, también necesario), la herencia, el amor y el dolor, como rostros propios de nuestra condición humana, son algunas de las partículas que rescatan los versos de Nigar, con esperanza y siempre desde la ternura.
Lluvia de humanos
He aquí la ciudad, la gente escapa y se va… He aquí las nieves y las lluvias que lavan sus huellas… Incluso el sol brilla cada mañana, los vientos soplan y se acicalan, a esos nada los puede remover, nada los puede cambiar… La gente absorbe su memoria desde su cara picada de viruela. Se llevan sus colores con ellos y dejan pálida a la ciudad. Falta el brillo por todas partes, todo se ha convertido en un cuento gris. Llueve gente, y cae lluvia de sus ojos todos los días. Y quienes se mojan en el corazón de la ciudad, quienes no pueden huir, los humanos, llueven a cántaros. Las ambulancias giran como sombrillas bajo las enfermas gotas… Ya sea las noches o en los mediodías se tambalean en sus casas. El mundo entero se revuelve en su lugar y cae… Día tras día, semana tras semana las calles se vacían, las carreteras y los cafés llegan a su final. Los hombros de las pesadas tiendas se doblarán… Los inmensos edificios y las pequeñas casas entre los brazos de la ciudad otean asustados hacia la profundidad desnuda que holgazanea en las aldeas, y viaja a los países. Los árboles se aburren y las flores, los pájaros y las praderas, de los pies polvorientos de esta ciudad que han perdido al hombre. ¿Quién sabe? Tal vez en sus propios idiomas incluso maldicen esta maldita cuarentena tan molesta. Ahora sabemos, mamá, que las ciudades y los países también se pueden contagiar de enfermedades… ¿Qué puedo decir? No se preocupen, todo saldrá bien. Hay esperanzas que se estiran hasta el cabello de esta ciudad… Nuestros sueños le ponen las manos en la frente para revisar la temperatura… Tal vez encontramos el mejor tratamiento, mamá, el amor es el mejor injerto como siempre dijiste…
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Correr tras la infancia
Mis ojos deambulan lentamente y se alejan de mí, ven todo a través de unas gafas a medida que envejezco. Mis pies tienen un paso rápido, y se me adelantan corriendo porque tienen el afán de alcanzar mi infancia. Mi cabello esponjoso busca su tiempo de las trenzas, se vuelve blanco y desabrigado como este invierno, el tiempo llama y arruga mi rostro y manos de camino en camino, así como yo me aburro año tras año. Así envejezco, de historia en historia, mis dolores se convierten en niños pequeños, como mis hijos, que escuchan mis historias, y mis cuentos de hadas, y ni siquiera abandonan mis brazos y rodillas. Los años de vejez, como puntos blancos y negros, vienen y se quedan en la fichas de dominó. Pierdo a propósito todas las partidas con mi nieto, a mi edad avanzada, en mis años de “infancia”.
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Traducción al español por: Ricardo Gómez.
No creo que si…
No volveré a pasar por estos lugares. Los recuerdos de aquí deben permanecer en la profundidad; De mis ojos arrebataron la esperanza. Devoraron mi alma. Estos caminos se han cubierto de arbustos espinosos, pero mi ayer está descalzo. Mis deseos contigo se han convertido en hojas secas. Mis sueños contigo se han cubierto de una gruesa capa de polvo. No creo que si este lugar hubiese ardido importaría que estuviese cubierto de hierba y flores. Podría ser un lugar de encuentro para algunos, pero sería solo el ataúd de nuestro amor.
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El reloj avanza con lentitud
Mira el reloj del mundo, tiene una hora de retraso o bien la alegría se demora o la vida se ahoga en el dolor, incluso si habla y ríe como un viejo feliz. Las risas del mundo son patéticas… como el débil pasado. Está suplicando o buscando con una mano anhelante. Y pasa los días en los escalones luchando contra el viento. De los ojos del barrendero caen sus noches. Sosteniendo su escoba con las manos callosas despierta a las calles soñolientas. Es un conductor de autobús pasajero entre los deseos, buscando su destino con la esperanza de cambiar. Mira el reloj del mundo, tiene una hora de retraso. Vamos a repararlo de nuevo para alcanzar una vida mejor.
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Traducción al español por: Mariela Cordero.

Giselle Lucía Navarro (Cuba, 1995) Poeta, narradora y diseñadora. Es licenciada en Diseño Industrial por el Instituto Superior de Diseño de la Universidad de La Habana y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Profesora de la Academia de Etnografía de la Asociación Canaria de Cuba. Dirige el Grupo Literario Silvestre de Balboa. Ha obtenido diversos reconocimientos entre los que destacan el Premio Edad de Oro 2018, el Pinos Nuevos 2019 y el David de Poesía 2019 que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Ha recibido menciones en los concursos internacionales Ángel Gavinet (Finlandia, 2012), Poemas al Mar (Puerto Rico, 2012) y Nósside (Italia, 2019). Ha publicado Contrapeso (Colección Sur Editores, 2019), El circo de los asombros y ¿Qué nombre tiene tu casa? (Editorial Gente Nueva, 2019). Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés e italiano, y publicados en antologías y revistas de Cuba, España, Chile, Perú, Estados Unidos, México, Finlandia, Venezuela, Argentina, Puerto Rico, Italia, India y Bélgica.