Tres poemas de Silvia Castelán

por Silvia Castelán

ciudad sueño

La ciudad siempre está bajo algún tipo de ataque

nadie sabe cuándo resguardarse porque
nadie sabe distinguir a los monstruos porque
nadie sabe caminar sin mirar el piso y de cualquier manera no tiene importancia porque

la ciudad siempre está bajo algún tipo de ataque

(no importa cuántos sean los jinetes del apocalipsis)
(escuchamos cómo relinchan los caballos y pensamos que fue un claxon llorando porque
nadie sabe caminar sin mirar el piso)

en la ciudad que es esta ciudad pero no es esta ciudad porque se edificó en mi almohada: tiemblan mis
piernas me
tiembla el labio inferior me
despostillo los dientes de tanta temblorina me

armé de cuchillos largos en uno de los pasillos del soriana porque de valor no pude improvisar una
armadura

tras posponer tres veces la alarma de su reloj el apocalipsis abrió los ojos
se quitó las lagañas y comenzó el día aplastando una tortillería con el pie derecho

clavé mi cuchillo más pequeño en su talón para comprobar (de nuevo) que no hay nada más estúpido
que la manera en la que murió Aquiles excepto yo
y mi insistencia mi
terquedad mi

determinación al tener la esperanza de que sería buena idea imitar algo tan estúpido como la manera
en la que murió Aquiles

aquí voy: apuñalé con fuerza
habrá pensado acaso: ay, pisé una tachuela
aquí voy: y grité: ni te atrevas a pisar el cementerio
habrá pensado acaso: ah, las tachuelas hablan, y dijo: hablemos

pupitre y pizarrón de tiza, el monstruo afuera o adentro o afuera
la campana hace zumbar su insecto cuerpo para indicar el cambio de clases
mi uniforme empapado, el salón es una olla ebullendo
no sé hacia qué lado desesperarme por encontrar oxígeno y lo que encuentro es un dibujo que hice
hace mucho tiempo
un dibujo que hice hace tres minutos cuando tenía siete años

mar diluvio, mayates ahogados, nadar de crol, nadar de
mariposas ahogadas, cadáveres de paloma o manchas grises nadando o cadáveres de rata o manchas
grises nadando
mar picado
estoy temblando porque no tengo miedo
estoy temblando porque no tengo miedo
separo los párpados para ver si la sal del mar se siente con ganas de hacer que una córnea arda

el monstruo ronronea a lo lejos
camino al borde, puedo sentir cómo la arena deja huellas sobre las plantas de mis pies y encuentro
entre algas (más bien gargajos marinos) a una niña de tres años
que no es una niña de tres años
soy yo, cuando era una niña de tres años
soy
la niña que me pide me pido que nademos y quiero complacerla
sentencio: esta es tu primera vez en el océano, pero no la mía

somos dos alka seltzer tomados de la mano a punto de dar el salto que nos llevará a efervescer en un
vaso de vidrio

tenemos el peso de quinientas piedras en nuestros zapatos
no importa que estemos descalzas
sus pulmones de infante se tapizan de agua y con los puños apretados como si dentro de ellos tuviera
un amuleto lucha contra el peso del manto negro y se concentra en que le salgan branquias
estoy temblando porque tengo miedo
estoy temblando porque tengo miedo
el mar casa de sustos: realmente le temes hasta que quien se está ahogando es alguien a quien no
aprendiste a amar con todo el cuerpo
(pero estabas dispuesta a hacerlo)
sujeto su cuerpo mi cuerpo su mi su pechito cerrando los ojos
yo sé nadar pero tú no pero yo soy tú y tú eres yo y
el monstruo ronronea a lo lejos
aire aire bocanada de aire
respiración de mi su boca a su mi boca
una boca tierna como elote maduro en busca de una boca rebosante de espinillas secas
secarle la ropa sentir sus bracitos mis bracitos diminutos aferrándose a mi cuello

y el monstruo afuera o adentro o afuera o adentro
no sé, la ciudad siempre está bajo algún tipo de ataque

Respiras igual que una piedra afilada

«Y rasguñas las piedras

hasta mí»

Sui Generis

Entrecierras los ojos y me miras como se mira un arroyo al apuntarle para hacer patitos (cuac cuac cuacs)

(No sé si respiras igual que una piedra afilada o si las piedras afiladas emplean todo su tiempo libre en memorizar la coreografía de tu esternocleidomastoideo)

Hipótesis uno: tú, más filo que roca te quedas en la orilla y ninguna mano te elige para saciar el inagotable apetito del estanque.

Hipótesis dos: una escuincla con las hormonas fieras sostiene tu cuerpo para grabar en el torso de una jacaranda un corazón que albergue en el centro la inicial de su nombre y la del muchacho de bigote neonato cuyo nombre es Ramón o Reynaldo (o algo que empieza con eRRe de raíz).

Hipótesis tres: Antes de comenzar a inhalar tu cuerpo hecho polvo y mezclarlo con fernet, Charly García escribe canciones para las piedras que ansían ser rasguñadas. Cosechó lágrimas en su teclado y sembró mi piel que ahora quiere que la traspasen con rasguños mientras tu filo pide adentrarse rápido en un orificio nasal (y yo comienzo a amarte con toda la piel).

Hipótesis cuatro: impertinente como eres, el cincel lame tu mármol y las cosquillas que te provoca logran que escupas cachitos filosos al ojo del escultor.

Hipótesis cinco: te escabulles para dormir la siesta en la suela del zapato deformado por un pie sin arco, y los inquilinos (son cinco) te corren del departamento por babear en filo agudo.

Hipótesis seis: eres el amuleto de ámbar en collar trenzado que un gringo equis compra en San Gentrificación de las Casas para (según él) dejar de verse como un gringo equis.

Hipótesis siete: te huelen las axilas a volcán y cierras los ojos para pedir un deseo, como si apretar la mandíbula incrementara la posibilidad de que se cumpla y aumente tu temperatura corporal: Ojalá fuera magma, dices (y es que nunca te dijeron que no hay nada malo con ser solo roca parcialmente caliente).

Hipótesis ocho: te dicen “la piedrita del encendedor”, qué falta de respeto, tú le diste el fuego a Prometeo y le prendiste un boro a María Félix.

Hipótesis nueve: el peso de tu cuerpo atravesó el parabrisas del Aveo azul nuevo que un padre acababa de bendecir y empapar en agua bendita.

Hipótesis diez: tanto mineral, tanta piedra caliza para que termines deseando ser la efímera y efervescente roca que truena, vive y muere en bocas como la mía que trituran, muerden y matan a dentelladas la paleta que nunca sabremos porqué tiene forma de pie.

Hipótesis once: la facilidad de adaptación: un día una horda de pies te encuentran cara de balón y al otro existes para delimitar el espacio que tendrá una portería improvisada de fútbol.

Hipótesis doce: traes el cuerpo escurriéndose en verde fosforescente y nomás eres un elemento decorativo del círculo cromático dentro de la pecera de un pez beta (¿o alfa? ¿u omega?).

Hipótesis trece: las malas lenguas hablaron y dijeron que en momentos de extrema sequía, lamer una piedra pequeña y porosa puede hacerte salivar y aliviar, incluso, mi sed.

Hipótesis catorce: el 28 de marzo de 1951, Virginia Woolf hizo de sus bolsillos casa para piedras  como tú (lisas, filosas, pesadas) y caminó en zigzag a donde el agua abrió su bolsillo para que ella pudiera reposar, al fin, en una habitación propia. 

Mayonesa

Hay un niño orinando en la fuente de este parque y sus muecas me recuerdan a las grietas de tu edificio

Pelas con los dientes el barniz de tus uñas
y respiras como respira el pasto sentada en las grietas despintadas de esta banqueta verde
Quiero voltear la cabeza para contarte
Recién me quedé pegada en la suela del zapato de un chicle y partículas de risa salieron bailando de mi boca
Quiero voltear la cabeza para contarte
Hay dos chicos llorando en este parque y uno le dice al otro: no te hagas, Manuel, tú destruiste esto 
Sus lágrimas naciendo con sobrepeso y suicidándose en el concreto donde un tazo edición metálica reposa al lado del cadáver de unos doritos negros
Quiero voltear la cabeza para contarte
pero mejor pienso en ladrillos y cemento seco, en andamios, en que tienes un rostro con un ligero 
parecido a base hidráulica y chapopote naciendo de los resquicios entre tu piel y tu uña
Mejor pienso en el musgo tibio que tapiza nuestros cimientos
Y quiero voltear la cabeza para contarte
Poso los ojos entre la calle X y la calle Y para ver a un elotero que suda con la camisa pegada a la espalda y abusa de la mayonesa
(justo como me gusta)
Y volteo la cabeza para contarte,
pero tú, como niña sentenciando:
                  yo siempre uno más que tú
te adelantaste
y ya te encuentras
sacando billetes azules de tu cartera
diciéndole al don de los elotes:
                    deme dos, joven, los mas tiernitos que tenga,
                     sí, sí, con mucha mayonesa

Silvia Castelán nació el 5 de noviembre de 1997, tiene 23 años y pasó los primeros 22 en Naucalpan, Estado de México. Actualmente estudia la licenciatura de Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha participado escribiendo principalmente poesía en la revista argentina Buenos Aires poetry, Cardenal Revista Literaria , Void, en la revista independiente Yerba Mala, en la plataforma de difusión cultural Pata de Mono, y en la editorial digital Brokn English. Algunos poemas fueron publicados en la antología de poesía Novísimas (2020) hecha por la editorial Libros del perro. También, como artista, sus piezas digitales han tenido aparición en la plataforma de difusión artística Obras de Arte Comentadas y en el espacio de difusión artística virtual Punto Medio. Formó parte de la residencia artística en el taller Tajo con la UCCT (Unidad de Conciencias ColectivasTerrestres). Participó en 2019 en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa, Veracruz, ha sido tallerista literaria en Red Local y participa con regularidad en eventos de lectura de poesía en voz alta como: Penca Poética, Perra Mala, Nadie quiere escuchar tus poemas de amor, Festival Magma, y Festival Verbo.

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