I
Hace algunos años, le confié mis sueños
a una mujer analfabeta,
solía mojarse los pies mientras cantaba.
Decía que el agua le recordaba
a su abuela baldeando el patio de la casa vieja.
Nunca supe mucho de aquella mujer,
su sombra ha quedado tan lejana como esa casa.
Tal vez su aroma a limón y a menta
perduren por años en el aire del jardín.
Hoy me visitó un pájaro de tres colores,
con tres plumas amarillas,
si no fuera porque recién me despertaba de la siesta, diría
que olía a canción de agua y a peperina.
También soñé.
Una voz débil iluminó mis mejillas,
una voz conocida y lejana,
una voz de canto mojado.
Solo pude sonreír.
(Inédito, 2021)
II
Escucho la voz de un hombre,
de una paz monástica
y oficio de gitano.
Por primera vez, descubro
la luz sobre la hoja verde de una naranja.
La voz y la luz, la luz y el hombre.
Me pregunto,
¿qué será lo primero en caer?
¿qué será lo último en habitar la casa?
(Inédito, 2021)
III
La piel sin nombre
se hace llamar vida.
El cuerpo que permanece triste
es una tragedia.
Cuando un grito nace
queda huérfano de lenguaje.
En La hora suspendida (En edición, 2021)
IV
Quién fue el miserable que dijo
«no se puede hacer el amor con la tristeza»,
si ella es la madre de todos los milagros,
la cálida luz entrando por los ojos,
lineales y oníricos.
Quién fue el miserable que dijo
«a partir de esta hora, viví».
Aquello que nos corta,
que nos hunde,
que nos convierte en muertos pero vivos,
en medio de un carnaval de otros,
de blancos esqueletos,
danzando cromados, bebiendo coronados,
llorando, riendo,
calle abajo, frente en alto,
como tótem de la horda,
como poner el dedo en la llaga,
como herida que fuimos, que somos,
al nacer con tantos nombres,
con tantos nombres.
Quién fue el miserable que dijo
«tomá, éste es tu dolor,
amalo,
es tuyo, tuyo, tuyo,
no permitas que sea robado,
no permitas que muera de amor,
es tuyo»,
y uno, que ama lo propio como si fuese de otro,
amó también el llanto, la verdad develada, los indicios
de la ira de un dios o quizás
la propia compasión hacia la noche,
hacia el hundimiento de las horas.
Es tuyo, tuyo, tuyo,
y también el milagro
y la tristeza
y el amor entrando
y la luz matando
y cadáveres, cadáveres, cadáveres…
(Inédito, 2021)

Cecilia Pontorno (La Plata, Argentina, 1979) es maestra de preescolar y profesora de Psicología. Integra el colectivo Tierra Poética, dando talleres de poesía para niños y adultos. Participó en las Antologías de Poesía de CasAbierta, de Mujeres Escritoras de Tucumán y del 10º Encuentro de Escritores Los Reartes, Córdoba; participa de la convocatoria internacional Anthology of World Poets 2022 Taiwanese; colaboró en blogs y segmentos radiales de difusión poética. Recibió una mención en el Concurso Internacional Hespérides (Poesía 2020), por «La mirada es un lugar» (2020). Su poemario “La hora suspendida” está en proceso de edición.