Poesía colombiana actual: Lucía Estrada

De Maiastra (2004)

LII

Separo por un momento el agua del pozo: no quiero más su reflejo, su caravana espectral,
siempre yo, o la hija del primer hombre.
Al fondo, una legión de aves desconocidas inicia el canto de las formas que no se repiten, y
quieren enseñármelo, liberarme de mí en la espiral que conduce al propio abandono. A lado y lado están los seres unidos en sabias jerarquías. Van quedándose con mi cuerpo: primero un pie, después los brazos, la cabeza y el cuello en la vasija de los más jóvenes, y el lugar del corazón, el centro, bajo la corona del águila. Al buitre reservan mi vientre. Hay en esa labor de condena una música que debo conocer.
Seré pájaro como ellos, mitad vacío, mitad intemperie, mas, en mí, también serán los otros.
Pregunto el nombre de esta unión, de la gran sinfonía que comienza y vuelve a comenzar, y
como respuesta, el agua se arquea sobre el pozo, clara, brillante, más allá de mi deseo, y me permite, nos permite cruzar.

LIII

Soy llevada a un lugar secreto. La niebla me cubre para no delatar el paisaje. Quieren prolongarlo, quieren ver mi asombro frente al límite de la oruga, que la tejedora de pájaros me
haga parte de su red, y entonces sí, desafiarme, pedirme que construya un imperio mayor. Me
quieren muda. Saben que todo está, que sólo debo plantar mi cabeza entre el follaje, aprender el orden natural de las superficies y desatarlas, dejándolas huir hacia el fondo como mágicos caballos. Me quieren sin error en su batalla contra nadie, me quieren su quietud.
Han puesto mi escritura bajo el agua, ríen de su fragilidad y trazan nuevos signos, invisibles
palabras sin tiempo. Me quieren otro lenguaje, un oficio anterior a mi nombre.
Cruzo, pues, el último espejo y entrego mis manos a lo imposible.

De Katábasis (2018)

Peldaño V

“La locura tomó forma de flor decorativa…”
P.A.E.Z

Artaud en casa del lobo

Antes y ahora, el grito… Antes, cuando la vida entraba en tu cerebro ramificándose, haciéndose más densa, oscura, casi un torrente aceitoso de imágenes -piedras, cuchillos ardientes, todo al filo y en un instante consumado. Ahora, cuando intentas descifrar esto que ha caído de pronto sobre tu cabeza, formas, destrozos, lenguajes ininteligibles, el aullido de quienes no toleran el miedo y se arrojan a la boca del lobo antes que mirarlo de frente. Ahora, cuando tu pensamiento te “abandona en todos los peldaños”. Nadie estuvo tan próximo de sí mismo como ese animal sediento que te aguardaba en cada vuelta de hoja, en cada palabra incendio, brasa en mitad del paladar y de los dientes, insoportable, fiel… “jirones que he podido recuperar de la nada completa…” Silencio de sustancias que brillan y salpican junto a tu sangre. Lo que otros dejaron de lado, lo que otros no llamaron por su nombre; lo que escondieron junto a la máquina de coser, y el paraguas y la mesa de disección. “La muerte sólo es completa para quien se entrega a ella”, para quien la construye de pequeñas infamias, de mentiras convenientes dichas al oído, de mezquindades, de falsos dioses de oro y barro. No hay nada qué argumentar, ni antes ni ahora, cuando los ojos mismos eran la sal que arde, la astilla y el ojo ajeno, cuando otros se reían frente al ecce homo, y esa mueca salvaje, aséptica y blanca era defendida entre alcoholes y recetas infernales, cuando ni la doble estrella ni el rayo pudieron cerrar el grito que eras todo. Entonces se trata de ti y de mí, de tu pensamiento bajando a tropezones por los peldaños que son el mundo, de tus palabras, boca de lobo, tragándose a sí mismas, regurgitándose, haciéndose improbables, inaceptables, sucias…

El pequeño poeta celeste que no eres, el que pende de un hilo, el que se desploma. La noche se ha llevado los desperdicios del día. La noche todo calma, grito silencioso y suave, la noche y tus ángeles que suben de la tierra…

“La vida es arderse con las preguntas” —dices— y una corriente oscura recorre el nervio, el
hueso, la médula. Corta. Disecciona. Exhibe para nadie. Esto es tal vez una perfecta lección de anatomía “bajo esta costra de hueso y piel que es mi cabeza…”.

Te decantas, escuchas del árbol su estremecimiento. Antes y ahora, el grito. El pequeño poeta en casa del lobo. Comerá quizás “el corazón oscuro de la noche”, y caerá tres veces, ecce homo, peldaño a peldaño, antes y ahora, ahora y después “haciendo el mismo ruido, el mismo ruido, el mismo ruido que la noche y el árbol al centro del viento…”

Peldaño VI

Memoria de Arshile Gorky

Y de nuevo el sol haciendo evidente la herida, la ausencia en medio de un blanco luminoso que
abruma los ojos. Huérfano tantas veces como tantas otras hiciste pie, atravesando la tormenta como un pájaro ansioso, como la mano de un dios, como el silencio en que todo cabe.

Hambrientos lobos acechan tras los rasgos más apacibles. Allí donde el amor levantó un templo, ellos afilan sus colmillos, y hasta el color más próximo muerde la mano que lo alimenta.

Estás de pie, inmóvil frente a la ventana, consciente de que todo tiene un límite. Una línea negra, el trazo enérgico de la muerte en pleno mediodía. ¿Es necesario repetir las mismas preguntas hasta que una hoja caiga de un árbol o el viento confirme su deserción?

Ya son algo importante las cenizas indiferentes y hostiles bajo tus pies, la memoria de un cuerpo consumido por el dolor y la inanición, toda fe triturada mucho antes de que pudieras creer en cualquier cosa.

Pero es de nuevo el sol. Manchas negras, penitentes. Trazos que te murmuran algo al oído, una oración tal vez, un cortejo de voces que se alejan llevándote…

Peldaño VII

Era necesario estar aquí: una ventana abierta y más allá el sol, su ojo dorado derramándose en la tarde. El tiempo nos vuelve la espalda. Escucha correr el agua en la habitación vecina… Pienso en las palabras que alguien soñó perdiéndose para siempre. Era necesario estar aquí. Las cuerdas del amor anudadas a una rama invisible, el silencio reconstruyéndose para hacer más profundo el eco de la casa, los pasos que se alejan, el miedo, la respiración de lo que nos abandona y nos niega una vez más.

Me precipito en la luz de todo cuanto va erguido, insistiendo en un horizonte que termina bajo mis pies. Cada minuto me acerca su verdad. Cada minuto es piedra en la nada de un espejo sin fondo. Era necesario, ahora que la ambición va perdiendo altura, ahora cuando nadie apuesta nada por un gesto, y la vida se repliega en los rincones como un insecto que huye. Sí, era necesario, pero no lo suficiente.

Pájaros prescindibles, niebla olvidada por la tormenta.


Lucía Estrada (Medellín – Colombia, 1980)

Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Maiastra, Las Hijas del Espino, El Ojo de Circe (Antología), La Noche en el Espejo, Cuaderno del Ángel, Continuidad del jardín (Selección personal) y Katábasis. Con su libro Las Hijas del Espino obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005), y la Beca de Creación en Poesía, otorgada por el Municipio de Medellín en 2008 con Cuaderno del ángel. En 2009 y 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con sus libros La noche en el espejo (2010) y Katábasis (2018) respectivamente. Ha sido traducida al inglés, francés, alemán, portugués, sueco e italiano. En 2020 la editorial Eulalia Books de Estados Unidos, publicó una edición bilingüe de Katábasis en traducción de Olivia Lott (Finalista del PEN American Literary Awards, 2021).

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