Emily con su firmamento hermoso y otros poemas de Javier Alvarado

por Javier Alvarado


INDULTO

Cruje la realidad entre la nube
El cielo dispara una salvación 
Para todos
Tan terrorífica,
Tan magra.

EL INVENTO DE LA BOMBILLA SEGÚN EL AMOR

Durante los meses tristes, centelleó mi vida sólo cuando hice el amor contigo
como la luciérnaga

Tomás Tranströmer, Apuntes de Fuego

Durante los años de oscuridad, 
Era mi cuerpo un cable de alta tensión y tu cuerpo una bombilla.
La plenitud y la hermosura en toda la derrota,
Un camino de la leche que nos guiaba hasta el pomar.
Un agua sempiterna que dejaba en mis manos los antiguos cauces, 
Las ubérrimas barcazas donde destiló la misericordia de tu piel,
El amaranto negro de tus bragas y sus soles oscuros que aparecían 
En mi videncia de niño, en mi bitácora de viejo, en mi mocedad y en la pizarra.

Durante los días infelices, centelleó mi vida cuando hice el amor contigo,
Como las luciérnagas.

ENCUENTRO CON LOS ALMENDROS

A Carolina, Damiana y Mercedes, por compartir sueños debajo de los almendros

Camino y mi eternidad se va a buscar la sombra 
De todos los almendros. Alguien los ha cortado 
Y los vuelvo a sembrar en la memoria.  Quizás indagando
Sabré a donde están las frutas que cobijaron 
La vastedad de todos los dominios; esas estrellas sucias
Que recrea el grumete regresando de la calma
De su cimitarra hueca, 
De los vestigios de esa caza
Y de esa numerología que nos hacía desenterrar los rostros
De las antiguas cabalgatas, 
Cuando los campesinos amarraban
Los caballos y éstos sacudían sus belfos 
En la corteza señalada por los augurios y el amor de antaño.

Esa corteza fue nuestra madre y la placenta de otra tierra,
De otros espíritus que hoy se enlazan en el brillo
O en la jarcia encaminada 
De las iniciales de otros troncos

Yo vuelvo a entrar a la casa de los abuelos con el sol desparramado
En las gradas del verano, 
El invierno y sus lluvias
Cosen un traje oscuro para que dome  las tinieblas
Cuando hay sangres
De otros espejos tiritando 
Entre las hojas secas y verdes
Que hacen renacer el pacto de Dios en la pupila
Que  jamás se apaga después de reflejarse en la corola de los cielos.

Nadie me anuncia y llego al patio donde alguna vez estuvieron.
Me reciben sus esqueletos y algunos vestigios de sus vestimentas.
Quisiera imaginar que ahí están mirándome
Con sus gibas y sus promontorios de fruta verde y rosada
Y después color marrón para el asedio de nuestras bocas infantiles.

Ahora el hambre es otro designio 
Para esto que no llevo
Y no sé nombrarlo.   
Todas las coristas y las núbiles doncellas
Apedreaban la pulpa viva hasta que aparecían los huesos  íntimos
De esa fertilidad eterna;  
Allí se quedaron nuestros juegos
Y la muerte que es la brisa sacude el patio interior
De ese recuerdo. 

Entre la suciedad y el polvo una fruta queda
Para rememorar lo que ya existió.  
Tomo una piedra y machaco el milagro, 
Aparece la vida y la coloco sobre mi boca
Y mi lengua almendrada  rompe a llorar.

EMILY CON SU FIRMAMENTO HERMOSO

Hay otro firmamento
Siempre sereno y hermoso.
Dickinson

Emily mira el jardín interior que está más allá de las murallas
Quisiera tomar ese territorio             donde pule su cayado el peregrino:
Donde la sombra encuentra su gemelo
Y donde dice: 

Poeta

entra en mi jardín, hermano, hay un firmamento hermoso.

En los días ella toma el hilo y la costura;
Poda la perfección de la flor en cada paso
Va sembrando una balada 
En cada pétalo que deshojan las alcobas
Donde se yergue el mausoleo a la belleza 
En los ojos donde beben fuego las golondrinas de la sangre.

De resistirse al océano de las almas
Su padre un pastor de iglesia, la conmina
A la reverencia de las luces 
Y las aguas
En el rebaño del señor, 
Como una oveja saludosa
Que va del pasto ennoviado 
Hacia pájaros y campanas que se apagan

Es el recuento de una historia y de otra historia,
Esposa purpúrea y blanca
Donde el sol penetra como una cabra en el bostezo
De los escarpados soles de nuestras vidas y las vidas.
Allí plantando un verso, 
Un poema para la bolsa
La crónica de plata 
Donde la sombra encuentra su gemelo
Y donde dice: 

Poeta

Entra en mi jardín, hermano, hay un firmamento hermoso.

NOCHE DE QUETZALTENANGO CON LECTURA DE CARTAS Y UNA OFRENDA FLORAL A LA VANUSHKA

A María Elena Marroquín y a su Quetzaltenango,
por llevarme ante la tumba de la Vanushka para conjurar amores…

Y consultó al fuego la Vanushka,
Como una rama estremecida, como una lluvia agonizante,
Delirante,
Quieta en su ataúd de agua
Donde asperjan los soles
Y el tiempo horada sus destellos rosados,
Sus bosques de antracita y opopónax
Cuando se encienden los leones, los cordeles sucios
Las cimitarras de la tierra,
La colecta de guijarros
El  pañuelo de gitano para extasiar los nervios
El cuerpo de los oros
Y la noche anudada por los bastos, la numerología del trueno
Y los dioses que nos caben dentro de la boca como badajos de sangre
Que se vuelven a exorcizar por el toque del remero de la nieve
Cuando nos salen islas y elfos de cabellos apagados
La fábula del amor que se arrincona en el molino
De los obsesionados, de los que succionan el follaje del amor
Los que chasquean la realidad
Con la lámpara somnífera del ciego
La ronda del caballo que se vuelve astronauta en los parrones del abismo,
La iniciación del ámbar en esta ciudad sujetada por diez columnas,

La noche de Quetzaltenango se vuelca como un canasto de mangos cosquilleados por la lengua del cuchillo

Donde los alfabetos ascienden hacia una casa que se ha enemistado con el opio,
La enemistad del opio que es un acertijo para los guerreros que portan los vestigios de la caza.

¿Vanushka qué edad tuviste
Diecisiete lunas o cuarenta y un estaciones avasalladas
Para acostarse con el deleite del invierno
Para el asedio del otoño
O las primaveras tronchadas que se asustan con el soplido del verano
O con el festoneo terrestre de las frutas
Y el frutero donde se aísla el hambre de todos los ancestros,
Las cartas de amor terrenales y divinas
Que se escriben en la pleamar de tu esqueleto?

Si el guardabarranco iluminará las aguas termales
Con su canto  de flauta coronada por el quetzal
Y el quetzal se posará en tus huesos
Para escribir con su cola tu nombre en cada pecho,
En cada historia o en la hoja deletreada
Y yo escribiré sobre tu boca
Este poema de un amante trashumante en Guatemala
Frente a ustedes.


LA MADRE DEL DESEOSO

Deseoso es aquel  que huye de su madre
Lezama
Huyo de la madre de Lezama Lima?
Néstor Perlongher

Deseoso al huir de nuestras madres
Al huir del tiempo y de los humos habaneros y del llanto de la madre de Lezama
Yo huyo de la madre de Perlongher 
(una reina que acaba 
Y hunde los solsticios de su coronación 
y va arrastrando la huesa de su armiño).
Yo huyo de mi madre como para exorcizar mi miedo,
La madre se yergue entre las realidades y el deseo, 
  Cernuda y Lezama huyeron de sus madres, uno lanzándose a México y el Otro  inventando su propio Paradiso;
Mi madre me lanza contra las mazmorras de la asfixia
Cuida de que nadie me toque el sexo a la hora visperada
Ella espanta pretendientes y asume la fuerza de un temible Ulises
Y de un colérico Telémaco.
Me rocía con la leche de sus senos y vuelvo a entrar a la ambrosía de su placenta
La memoria que tejemos con el cordón umbilical
Es un cordel para anunciar el término de la estación 
El hecho de estrechar las manos y forjar la caminata del nacimiento indisoluble
De los encuentros y el sonido
Acercándome al cuerpo
A la baba del caracol
A la pericia del baobab
Al idioma de los arneses que nos vienen sofocando
Desde la ambigüedad de la cabaña.
Asustarme/ violentarme contra la ventana/ vociferar de semen
Estrellarme contra los vientres o contra los pechos que tienen mi nombre
Escrito azucaradamente para lamer/ olfatear/ volver a ser el gato abisinio
Del libro erótico de los muertos, comiéndome las páginas
Con el sopor de la tinta ecuestre, ese gemido de dios y de faisán
Para volver a encontrarme.


Mi madre me ha criado con todos los principios
Y la moralidad de sus ancestros.
Ella es terrible como una jaula
Y  lo refiere Octavio Paz:
Como una madre terrible que ahoga, como una leona taciturna y solar.
Todos queremos huir de nuestras madres
Y yo no puedo rendirme ante su pose de matrona y de guerrero
Rememorando toda su porción de crianza y sacrificio
A ella todo el amor y la rosa
Todo el enjambre y la enjundia de las mieses
El tesoro de los piratas y la Perla Peregrina para que cuelgue de su cuello
A ella  todo mi cuajo de ternura
A ella      que sin ella
Yo soy el de vivir
Imposibilitado

LA MURALLA CHINA

Construye una muralla
Y deja una puerta entreabierta.
Quizás entre los miles de bárbaros
Quiera entrar una extranjera, una mujer reencarnada
Entre los bambúes 
Que resulte ser la luna,
Una mandarina,
Una osa panda,
Una grafía, una abstracción, una pregunta de jade
Para los dioses oscuros 
Que habitan las sucesiones del color en la porcelana;
El ying y el yang sobre la concha del caracol 
Arrastrándose sobre las gibas montañosas 
Y los monzones,
Deletreando un rastro de plata, 
Un colmenar con su saliva
Sin delimitar muros y fronteras.

Ya muerto, 
No puedo entreabrir puertas
Ni ofrecer defensas.
Pensé llegar a la gran muralla; extraviarme entre cada roca
Y entre cada muro, protegiéndome
De las tribus invasoras.
Pensé en servir al Emperador, en escribir las sagas del imperio,
Pero morí atravesado por una lanza enemiga, no hubo piedra
Para proteger mi cuerpo, 
Allí recibiendo pisadas en el polvo,
Como una ofrenda de arroz o una lámpara flotante en la agudeza del río;
Allí donde el fuego revele
Su milagrosa agonía, 
Donde una y otra vez
Me despierte esa foránea
Haciéndome muralla en la tierra,
Crisis migratoria en el orbe,
Un gusano de seda armando una invasión
En la astronomía de las hojas.  Yo guerrero ocupante
Abrazado con la forastera invasora 
Posando 
Sin ser percibidos
Ante el flash de los excursionistas.

RENOVACIÓN DE CÉDULA

ante las situaciones kafkianas…

Cada uno se va como puede
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano,
unos con la cédula de identidad en el bolsillo.
Roberto Juarroz

Hoy he tenido miedo de mi identidad.
Ha expirado mi cédula.   
No estoy aquí subiendo este piso,
No estoy allá consumiendo esta escalera;
Cada ser con su paso, cada ser con su pose,
Cada uno con sus kilos, en su peso
Donde no haya fuego ante la propia voz,
La propia voz, una revolución, un manuscrito.

Hacer filas inmensas
Para renovar tu vejez en la foto.  
Llenar mis datos, volver al nacimiento
Y al dolor parturiento de mi madre.  
Gatear y caminar sobre papeles
Burócratas.  
Una fecha exacta para la entrega, para volver a plasmar
Las huellas, comprobar solicitud
Y dar fe de vida o dar fe de muerte
Como si alguien se despidiera en medio de la luz, al otro lado.

Unos se van con su espejo, 
Otros se van con su perro,
Otros se van sin su pensión con un sello en la frente, 
Otros con su nacionalidad y cédula de extranjería,
Aquellos con una carta rasgada antes de tiempo.
Otros se van sin escribir su mejor obra,
Otros se apresuran a tomar talleres literarios y a dejar anaqueles llenos de letra innecesaria,
Insisten en dejar un libro detrás del árbol o detrás del hijo.
Mejor no se apresuren a nada.
En ese lapso de tiempo, ningún banco o trámite aceptan
De que estás ahí, en ese lapso de la otorgación no existes, mientras
Alguien vive, alguien escribe, alguien rompe papeles, alguien renueva su cédula,
Alguien se equivoca escogiendo a un diputado, a un alcalde, a un presidente,
Alguien asegura que todo ha caducado.

RECUERDO FLORAL

Mi madre no pudo cortar los olivos en Tarábulus. 
Mi madre no pudo cortar más las rosas de Beirut.
Mi padre no pudo escanciar los perfumes en la noche del Líbano.
Ambos se quedaron besando las maderas preciosas cuando partimos con rumbo inefable.

Nunca invocamos al carnero para el festín.   
Mi madre cantaba para arrullarnos
En medio del polvo del desierto.  
Su boca fue un oasis para nuestras maravillas.
Padre se iba al pozo a bendecir el agua para destellar la sed.
¿A dónde se fueron esos hábitos y esas costumbres libres sobre la tierra?
¿Dónde las cosechas que sembramos y dónde la verticalidad de la semilla?
Nuestros manos se desparramaban al viento transidas de locuacidad y mirra.
Nuestros ojos trataron de llevarse la greda de los platos 
y la palmera donde solíamos jugar fue alcanzada por el rayo.  
¿Dónde quedó la flor
Y los dátiles con miel para la espiga del tiempo?
Mis padres no emigraron.  Esta nueva generación heredó
La migración de la ceniza.   Quedan esos pies para el rastro,
Este velo para el éxodo.  Invoco un número triste de tres hermanos
Tratando de llegar al mar después de largas caminatas por la arena de los montículos de color rosa.
      Rememoramos aquel viaje de la salida de Egipto.  En nuestra aldea quedó nuestra casa
Destruida por el fuego.  ¿A dónde se fueron nuestros padres?
¿Qué será de la rosa sucedánea exterminada ante la belicosidad?
Esa columna de humo negro marcó el funeral de nuestra vida en El Líbano.
¿Por qué los camellos no nos devuelven a Tarábulus? 
Un gran funeral de muros y paredes.  
Un gran funeral de animales domésticos
Y de caminos cubiertos de hollín.  
A todos nos aprisionaron en ese cielo que nunca volveríamos a ver.
Las imágenes traspasan una y otra vez nuestros ojos.   
Yo, Jorge Juan, siempre adelante.
Melquisedec protegía a mi hermana Leilah del polvo de las despedidas.
La tierra fue lágrima y el mar
¿Dónde está el mar?  
El mar se extiende como un lamento sordo.
Después del mar, más allá, está la roca de gritos.

LOS TRES HERMANOS Y EL MAR

Hay una distancia que no ha podido definir el mar.
Hay un testamento que no se invoca en las versiones del agua.
El mar de mis antepasados no es el mismo mar para mí,
Allá atrás se quedaron sus pertenencias y sus recuerdos
En la niebla profunda.   Nadie podrá invocar las carpas
Y la escalera donde se amontonaron sus pies
En esa marcha por conquistar el cielo de las águilas reales.

Mi familia reposa en una roca familiar, en una roca de gritos
Donde todos invocamos un cielo de mirra
Y una ejecutoria melodiosa para el laúd y el tamboril.
Se ha secado para siempre el arbolillo de laurel.

No conozco otra música que el canto de mi hermana Leilah
Sobre el sueño, dentro del tintero de un poeta.
Su voz es una metáfora y un perfume de sonidos.
Su canto en el bosque y en los desiertos es como una yunta
De descendientes que se encuentran entre las palabras justas
Y en las imágenes de una justicia prometida.
En el mar, ella se mareaba y cantaba por nuestros muertos.
En Brasil se quedó y ya no hubo miel
Para mi hermano y para mí, en la centuria.
Me escribí con Leilah varias veces, pero al morir, quemaron las cartas.
Mi hija Lucila pensaba que en la carta desfilaban culebritas
En vez de los caracteres en árabe clásico.
Ahora escribo sobre ella, una guirnalda de flores.

Mi otro hermano, el único que queda, se bajó en tierra colombiana.
Allí despertó el inicio del Amazonas y el instante de las grullas.
Yo lo recuerdo como un monarca pensativo,
Como un manojo de llaves en cada puerta de la selva
Donde de su cuello podían colgar los tucanes y las jerarquías del color.
Melquisedec se fue en una cabalgata de visires,
Su manto blanco se adentró ¿en un río?  ¿en una voz?
¿en un desierto?  No lo sé.   Yo invoqué para mí
El nombre de otra tierra.   Muy cerca de allí, El Canal de Panamá
Empezaba a zigzaguear como una sierpe
Bajo la flauta de un encantador de reptiles
Sin que la muerte fuese un veneno en las comisuras de una travesía.    

Me bajé del barco con toda la humanidad que me quedaba.   
Al pisar aquella luz, aquel barro encarnizado,
Me quedé vacilando entre la hierba
Y entre la luz solar.
Dentro de mí, cantaba una turba de grillos.

EL CANTO DE LA HERMANA

Ven del Líbano, …,
ven del Líbano, ven.
Tendrás por corona la cima de los montes,
la alta cumbre del Hermón
.
Cantar de los Cantares

Lejos estamos de la cumbre del Hermón.
El canto de mi hermana atravesó el arco de piedra.
Se hizo invisible y abstracto 
Hasta que lo pude palpar en otra tierra,
En otro mar.

Es su voz
El arbitrio de una lámpara

En nuestra aldea irradió con todas las flores
Con todas las rosas petrificadas del desierto.

En mi mano se pulverizó su cántico,
Su alabanza.

Me comí todo el polvo
De la roca de gritos.

Mi hermana siguió cantando a su Dios,
A su familia,
A su esperanza.

Yo me quedé sin su canto.

Hermana, ven, ven de El Líbano
Tuyas serán las cimas de estas montañas
Americanas,
Tropicales.
Lejos estamos de la cumbre del Hermón.

LAS MEMORIAS DEL CAFÉ*

En el pueblo de Ocú, a principios del siglo XX, durante las noches, un hombre cubierto con una sábana blanca y arrastrando una cadena asustaba a sus habitantes.   Ninguna persona salía por miedo hasta que mi bisabuelo, Jorge Juan Medrano Herrera (ya con apellidos castellanizados), proveniente de Líbano, acompañado de un termo de café y una taza; se decidió a esperar y desenmascaró al cobarde apuntando con su inseparable pistola y diciendo: “O la paro o la tiro.” El cobarde se identificó y la abusión no volvió a asustar a nadie.

I

Sabio el café en su actitud de observarlo todo.
Este retrato de mi bisabuelo entre sus dos perros y su rifle
Atisbando la nostalgia y catando la soledad del siglo XX.

Yo me derrumbo en el borde de la foto para recordar a los parajes
De la desértica llanura, las palmeras y los dátiles
Y el camello arrancando la corteza
Y así rumiar
La corola del sol y la sequedad de los muros vegetales, 
Cuando una mano
Se disponía a desordenar los círculos concéntricos en el agua y a escribir fechas
Sobre las caídas de ciertos imperios, guerras de religión o la construcción del Canal de Panamá, ganando un flete en aquel barco. 

 Sólo así comprobaste que ciertas hazañas y ciertas esperanzas son inhundibles. 

El bisabuelo libanés acogió el néctar del cafetal en sus labios           
En la noche atestada de poderes,
Esperando a que el aparecido apócrifo 
Iniciara su arrastrar de cadenas y gemidos 
Hasta el enfrentamiento y desenmascaro del cobarde, geómetra en su atisbar de constelaciones 
Y de avivamientos con la turquesa y el fuego, en la humareda expectante con sus lágrimas,
 el recuerdo transatlántico de recorrer el estrecho de Magallanes y quedarse anudando la orfandad en cada puerto.

El bisabuelo se mantenía a sus saudades
Y a su familia 
A través del servido en el termo,
La absorción del café y la noche fue honda sin remedio 
Hasta el claror horadante de la mañana exacta.

Sabio el café en su actitud de espera.
Dádiva en la actitud del cántico, 
Manos de muchachos y muchachas
Que se yerguen sobre la tierra, arbustos en su furia,
(En su pasividad arbórea), cuentas de coral, inexistentes, 
Como las parábolas del aire
Y las fronteras entre la turba y el sueño,
Del gusto y el olfato 
(Deviniendo) en el tamiz antiguo de las horas,
En la fecha gregoriana, en el pensamiento árabe, en la actitud taoísta
De meditar en el éxtasis de los colores 
Anunciando la vertiginosidad
De una ofensiva, de una lluvia sobre el mortero, de un éxtasis perpetuo
Tronchando el aire, 
Excitando a los labios a sorberlos
En señal de plegaria y alabanza.

Viene de tan lejos y es tan cercano a la glorificación
De sus verbos de montaña y valle, que devienen en la alegría sonora de las cosas,
A mensajeros diurnos y nocturnos que van detrás de las vaharadas
A dirimir sus dones, sus sonatas, sus fragatas de verano o invierno.

Ay, si el otoño se demora en balancear sus vestiduras.

Ay, si la primavera se vuelve café en la oleada de un exilio.

II

Me levanto nuevamente entre las heredades de la haya
Y el cafetal me espera con su sonido seco,
Con su esperanza húmeda; no me callo 
Ante las voluntades de seguir por la autorruta         
De los minerales de la sombra, argumentando un cuerpo
Entre marmitas, reposiciones y batracios, 
Las puestas de sol ante la abdicación de un rey,
Sus vasallos de oro, la carne elemental
Con el soplo en la nuca, la caricia en la miel de los cortejos,
La nube trepidante en el solsticio, el café voluntario
En la voz de las cocineras, el café que se va a dorar
En las plenitudes de las playas, convoco al pescador
Y el ermitaño en su bosque, al eremita y al cantor del mundo
Entre las hojas, entre las colmenas y sus laboriosas habitantes,
Las torrenteras que van a las bocas, a la sumisión de los rostros,
El café que ondula en mis iniciales como un vapor de antorchas,
Otras vidas y otras muertes que van conmigo, en pequeños pueblos,
En caóticas capitales, en todas las entidades posibles
Que se puedan apoderar de la porcelana, de la totuma,
De la turba y de la casa, así voy llegando al árbol de la trasparencia,
A la nomenclatura sin nombre, llevando y despidiendo 
Al pan y al surtidor y la corona desayunatoria del perfume.

III

Aquí me detengo para tomar un sorbo.

Soy un sorbo y todos los sorbos en la taza de la historia.

Somos conocidos, somos extraños, 
Ante el capuchino,
Ante el americano, ante el expreso, ante el café helado
Que transitan por las tiendas, bajo el techo cubierto de palomas,
En la cocina, en el balcón, en el patio del hogar
Que se renueva con el aroma de la bebida que algún dios
Olvidó esconder sobre la lumbre del desmadre.

Soy joven, soy viejo.  Infancia y senectud se definen
En un pocillo de café como una luz pálida, como un neón creciendo
De súbito dentro de la boca, donde la toma
Me ha convertido en exiliado y habitante, 
De mi casa y otras casas.  

Mi bisabuelo deja a un lado el tazón
Y apunta al hombre disfrazado y convoca
A su identidad en la tierra.  El nombre se revela
Entre el aleteo de las lechuzas silvestres
En medio del campanario hispánico.   El café lo supo acompañar
En la resaca de la noche.  La cafeína acrecienta la voluntad
Y la valentía de los hombres.   

Nada me puede aguardar con un motivo de conmoción,
Con una naturaleza anudada a mis dedos, como los granos
Orientados al molino y al espolvorear sobre el agua hirviente
Las angustias y la quietud del ansia renovada,
En la mutabilidad de lo que existe y no existe,
Así quedándome sobre el nimbo y la pureza,
Sobre la abyección y el mutismo, sobre la fijeza y la inestabilidad,
El todo y la nada y la ambigüedad de sorber y sorber
La tertulia de los vivos y los muertos, de las esquinas fantasmas
Donde Dios y el hombre se congregan,
Donde tomo el café eterno con mi bisabuelo, aguardando a la abusión
En el portal de Ocú, en la mesa bendecida allá en el Líbano,
En un café concreto, en un café atemporal, ganado o vencido, 
En una sensación bucólica o abstracta.

Javier Alvarado (Santiago de Veraguas 28 de agosto de 1982). Hizo sus estudios en el colegio Panama School y después obtiene el título de Licenciado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de Panamá en el año 2005. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven de Panamá Gustavo Batista Cedeño en los años 2000, 2004, 2007 y 2014. Premio de Poesía Pablo Neruda 2004 y Premio de Poesía Stella Sierra en el 2007. Poeta residente por la Fundación Cove Park, Escocia, Reino Unido 2009. Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba 2010 con su obra Carta Natal al país de los Locos (Poeta en Escocia). Primer Premio de los X Juegos Florales Belice y Panamá, León Nicaragua con Ojos Parlantes para estaciones de ceguera. Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011 en poesía con el libro Balada sin ovejas para un pastor de huesos. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua por su libro El mar que me habita. Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012 por su libro Viaje Solar de un tren hacia la noche de Matachín. Finalista del Festival de la Lira (Ecuador) 2013 por su libro Carta Natal al País de los Locos (Poeta en Escocia). En 2014, un jurado conformado por el poeta español Antonio Gamoneda, el poeta peruano Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos de Ecuador, le otorgaron el Premio Medardo Ángel Silva a obra editada por su libro Carta Natal al país de los Locos. En el 2015 obtuvo el premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas. En 2017, obtiene el Premio Hispanoamericano de poesía de San Salvador. Premio Juegos Florales de Quetzaltenango, 2018.  En 2019 obtiene la Mención de Honor del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo.  En 2020 obtiene junto a Lucía Estrada y el traductor Russel Karrick the Gabo Prize in Literature in Translations & Multilingual Texts.  En 2021, obtiene el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana en Salamanca, España.

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