por Alicia García Bergua
I
Hoy naceré de nuevo, me pondré a borrar los pormenores de momentos pasados que persisten. Hoy naceré de nuevo y no me importará lo que piensen de mí mis familiares pues sé que los he amado. Todo lo he hecho al borde de un exilio, refugiada en el mundo, buscando protección en la intemperie, en el desorden sin premeditación que son las calles distantes y ligeras ya del peso que traen los exiliados, que es a la vez su lastre y su equipaje.
II
Hoy naceré de nuevo, me perderé para poder ser yo sin el remordimiento de no haber regresado a un lugar en el que nunca estuve. Podré parar y establecerme, olvidar y borrar lo inevitable, dejar de pensar como los exiliados en los mundos posibles. Las palabras surgirán del silencio, ya no hablarán de más, no dirán nada que no pueda tocar con mi experiencia o abarcar con mi extrañeza.
(De La anchura de la calle, Práctica Mortal, Conaculta, México, 1996).
De un momento a otro se ha calmado. Se mira sorprendida en el espejo ¿cómo era ese mar embravecido en el que estuvo inmersa? Sólo queda el fulgor de sus pupilas, Cierta ferocidad en la mirada. Algo le impide agachar la cabeza, ponerla entre sus manos. Quizá porque en su sangre parece correr siempre algún animal joven que aún no se resigna y a veces tironea tensándole la rienda. Pero de pronto se deja de mirar, cierra los ojos y al abrirlos, parece que regresa de un lugar ya olvidado del que sólo le queda una sensación vaga que llevará consigo, una vieja frescura juvenil.
(De Una naranja en medio de la tarde, 2005, Libros del Umbral/Pablo Boullosa editor, México, 2005).
El catalán
En mi infancia mis padres lo fueron enterrando, sólo lo usaban para andar por casa. Mi abuela, en cambio vivía todo el día apoyada en su lengua. Su catalán también crecía allí, en ese suelo árido donde tuve dos nombres: aquel con que mis padres me llamaron y el de mi yo silvestre y marginal en boca de mi abuela. Ya no tengo ese idioma ni ese nombre, sólo el recuerdo del clima agreste en que mi abuela hablaba. Había un ruido excesivo que me impedía saber lo que mis padres callaban al perderlo. Pero yo aún escucho su música huidiza me da lo necesario para ir tanteando entre la oscuridad. No puedo conformarme como lo hacía mi abuela imaginando que las palabras surgen sólo para dar forma al pensamiento. Necesito que me hagan tropezar; que me fije en que no puedo ver así de golpe y me obliguen a estar, a detenerme.
(De Tramas, Calamus, INBA, Conaculta, México, 2007).
El camino es incierto, por largas temporadas nos parece seguro y casi rutinario; de pronto muere alguien y da un tremendo vuelco: uno empieza a mirar lo que no vio, las grietas, los fragmentos… un río de recuerdos atraviesa con fuerza inusitada los momentos tranquilos, como si no hubieran sido eso; la memoria da vértigo cuando una abre los ojos y descubre que casi nunca ha estado tan despierta y sensible a ese caos que rige el universo.
(De El libro de Carlos, Juan Malasuerte, México, 2008).
Pareja a la intemperie
Siguen dormidos en las bancas, quizá estuvieron despiertos una buena parte de la noche cuando la plaza es suya y la iglesia los cuida con su sombra que ya no necesitan. Al despertar se sientan con su equipaje como si esperaran en alguna estación. Después del mediodía se van a la otra plaza, la que no tiene iglesia, andan por ella como por su casa. Se lavan, se peinan en la fuente; los que pasamos fingimos que no están que su vida transcurre en otra parte, en un tiempo cortado a la medida que roza levemente el nuestro. Son un día remoto que ha llegado a instalarse, una intemperie que ya muchos llevamos en el fondo.
(De Ser y seguir siendo, Textofilia Ediciones, México, 2013).
Canción
Las nubes se van bogando, muy lentamente descubren partes del cielo en la tarde. Las miro por la ventana y pienso que se dirigen a alguna parte con sus jirones muy blancos atravesando los aires, como barcos de vapor que van flotando incansables sobre los campos. Las nubes se van bogando, se va el sol, se va la tarde; la noche me hace olvidar esos jirones tan blancos como si fuera ya otra la que mirara estos aires. Las nubes no volverán, serán otras las que vengan en otra tarde a bogar. Otras, las nubes y yo Seremos en esas tardes en que yo ya no las mire avanzar por estos aires
(De Ser y seguir siendo, Textofilia Ediciones, México, 2013).
En esta mente nuestra parece haber un dios en busca de sentido: que las piedras, los árboles, los pájaros, las flores no sean sólo eso; que los muertos permanezcan aquí, nos acompañen y nos den fuerza para sobrevivir. A veces esa mente se abandona cuando estoy en el parque con mi perro; estamos con nuestras manadas y en esa condición nos igualamos: sólo queremos estar en el presente sin que haya otro sentido que pasar la tarde con los nuestros.
(De Salto y sueño, inédito).
Quedo muy lejos el respiro de cuando en apariencia nadie faltaba, los que se van me abren un hueco por el que entran dios y el universo dejándome con miedo a levantar la voz. Es con esa voz baja que ahora hablo y evoco mi niñez que nunca pude mirar sino hasta ahora en que mis ojos dejaron de ser míos para irse con el tiempo.
(De Canciones en voz baja, Bon Art, Bonilla Artigas Editores, 2021).
Está aquí la noche de mi vida llena de luceros que ya no calientan como el sol. Recuerdos son que otros también tienen, aunque distintos sólo por ser míos, antorchas de un cielo que ya no reconozco. Tuve un hogar de niña, después varios hogares sucesivos hasta llegar a éste en que me encuentro sola pero rodeada de árboles. También soy un árbol y he quedado sembrada junto a ellos, nos alegran los mismos pájaros, también nos estremecen las lluvias y los vientos. Somos un bosque que con inmensa vida se contrapone a un cielo que se aleja.

Alicia García Bergua nació en la Ciudad de México el 9 de septiembre de 1954, estudió la licenciatura en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es poeta y ensayista y ha trabajado también por poco más de 40 años como editora, traductora y en la escritura de textos de divulgación científica. Se formó con el grupo fundador de la divulgación de la ciencia en México dirigido por el físico ya fallecido Luis Estrada Martínez. Coordina junto con Guadalupe Zamarrón el taller de escritura creativa en divulgación científica Cienciorama ( http://www.cienciorama.unam.mx). Es autora de los libros de poesía Fatigarse entre fantasmas (Ediciones Toledo, 1991), La anchura de la calle (Conaculta, col. Práctica Mortal, 1996), Una naranja en medio de la tarde (Libros del Umbral/ Pablo Boullosa, 2005); Tramas (Calamus-INBA-Conaculta, 2007), El libro de Carlos (Ed. Juan Malasuerte, 2007), Ser y seguir siendo (editorial Textofilia 2013),) Salto y sueño (inédito) y Canciones en voz baja (Bonilla Artigas Editores, 2021) También es autora del libro de ensayos Inmersiones (Dirección General de Publicaciones, UNAM, 2009). Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de México de 2001 a 2007, de 2011 a 2013 y lo fue recientemente de 2017 a 2019. Ha publicado poemas y ensayos en revistas sobre todo de México, España y Estados Unidos, su poesía ha empezado a ser más conocida y traducida sobre todo al inglés.