Por: Alex J. Chang

Hace poco tuve la oportunidad de ir —junto a mi familia— al cine después de dos años, debido a la crisis sanitaria del coronavirus, a ver la película peruana Un Mundo para Julius. Fuimos al Cinestar de Metro UNI. Digo fuimos porque toda la familia disfruto del film, en el cual se cumplieron los protocolos de bioseguridad: el uso de mascarillas, la distancia social en las butacas; además en la entrada nos echan alcohol en las manos y nos miden la temperatura.
Fue un Miércoles 17 de Noviembre, del año 2021; eran las 6:30 de la noche. Ya habíamos comprado las entradas para la función de las 7:30 de la noche. En esa hora se proyectaba la película Un Mundo para Julius. Entonces, para “matar el tiempo”, nos fuimos a cenar un rico pollo a la brasa, una gaseosa Inka Kola de litro y medio, unas salchipapas y un cuarto de pollo broaster. Nos chupamos los dedos con la delicia de cena que nos “empujamos”. Eso no es todo. Guardamos los huesitos y sobras en una bolsita para las mascotas de casa. Al terminar de cenar, mi reloj marca 10 minutos para iniciar la función de cine.
—Ya falta poco —dije a mis padres y a mi hermano menor—. Son las 7:25, según mi reloj.
Los autos transitaban apurados; cláxones estruendosos, tan ensordecedores que golpeaban a mis oídos. Mi hermano menor reía a carcajadas, expresando su felicidad de volver al cine; la familia salía a pasear después de mucho tiempo. Se respiraba un aire fresco que relajaba nuestros sentidos; la noche empieza a oscurecerse; el alumbrado público iluminaba la ciudad de un anaranjado tenue.

Ingresamos, 2 minutos antes de la función, a la Sala 2. En aquella sala se proyectaría la adaptación cinematográfica sobre la novela más conocida de Alfredo Bryce. Después de ingresar, nos sentamos, tomamos la gaseosa, la canchita, las papas y los jugos (escondidos habilidosamente en nuestras bolsas; nadie nos descubrió). Nos “comimos” alrededor de 20 minutos de videos de publicidad.
Todos en la Sala 2 estábamos expectantes.
***
A los pocos minutos, nos matábamos de risa. Eso para empezar. Mientras trascurría la película, la humedad de nuestros ojos —sobre todo los de mi madre— se escurrían en nuestras mejillas. Nos sentimos impactados con un drama tan cercano a nuestra realidad, tan cercano a nuestra experiencia y tan cercano a nuestra sensibilidad.
“Que hijo de puta… Huevón de mierda”, dicho por un grupo de jóvenes de aproximadamente 20 años. Sí, al finalizar la película quedabas enfadado/melancólico al ver tanta inmundicia, tanta porquería, tanta… No sigo porque tal vez…
En fin, Julius de 11 años nos dibuja el contexto social latinoamericano en el cual impera la discriminación y la carencia de valores, de humanidad. Esto no ha cambiado a pesar de que la película se desarrolla en los años 50.
“Esta película sólo puede ser entendido por un público sensible y culto; lamentablemente los jóvenes de hoy no están preparados para esta obra cinematográfica.”, enfatizó mi padre con suma resignación.
Fin

*P. D: Esta crónica empezó como un borrador en el mes de noviembre, año 2021. Para ser concluido, después de varias correcciones, y publicarse en diversos medios.