Invocación a la diosa Acá estoy, Coyolxauhqui, borracha de tan extranjera. Traigo el cuerpo destrozado igual que el tuyo, pero a mí no se me nota. Como ofrenda, te dejo este hijo que estoy perdiendo ahora y mi lengua cruzada de tajos. Quisiera frotar tus pezones azules, que tu leche me llene la boca. De cuando visité por primera vez el Templo Mayor En el campo, el silencio de noche es como un golpe de martillo en las orejas. Por eso cuando era chica, yo quería un dios o una diosa que me ayudara a dormir. No me servía un hombre que elegía a otros hombres para enviarlos por el mundo a contar sus hazañas. Ni una virgen que limpiaba con lágrimas las heridas del hijo, que aceptaba el misterio y subía a los cielos. Esclava y sin manchas. Tampoco, ese hijo que ofrecía la mejilla y después, mientras sufría sabiéndose dios, llamaba al padre llorando de miedo. No. Me hubiera encantado tener una diosa de torso desnudo, con falda de serpientes, con rodilleras hechas de cráneos de los tontos y los pies bien metidos en el fuego, que mostrara las piernas abiertas, las garras y tuviera un serrucho por lengua. Que viniera, no a salvarme sino a enseñarme a matar a la madre, que luchara con el hermano deforme y perdiera la cabeza entre las piedras. Ahora, no necesito nada para mí, aprendí a dormir sola. Pero para mi hija yo quisiera una diosa que sangre. La Virgen en el mercado Adherida a la columna, una lámina en papel satinado de la Virgen con su raro disfraz de Guadalupe. Quien imprimió esta imagen le agregó un poco de su fe, de su alegría. Los colores se alejan del gris santo, alzan vuelo y se encienden y compiten con las piñatas que cuelgan rabiosas del techo del mercado en Coyoacán. Y porque tal vez la acumulación funciona en ciertos casos, le pusieron un marco de un millón de rosas rojas y un diluvio universal de purpurina. Pero es curioso observar que nada le ha cambiado en el gesto a la señora: sigue quieta, los ojos hacia abajo y las manos unidas sobre el pecho. ¡Qué poca vanidad!, me digo y miro mi perfil de reojo en la vitrina sucia de un puestito de tostadas. Cualquier diosa, yo misma, si tuviera tales brillos y flores, alzaría la vista sonriendo. Aunque en el fondo supiera que no soy más que otra mosca sobre la carne cruda y las guayabas. Mi madre de visita Aparece un insecto en la casa, una suerte de grillo salido de un mal sueño del Creador. “Cara de niño” lo llaman. No hay metáfora. Investigo y todo es mito: los poderes terribles de los ojos, el veneno mortal, el mismísimo rostro del maligno tatuado en el abdomen. No es que yo no sea valiente, pero tiendo a procrastinar. Pasa el día y otro día y queda el bicho muerto en el rincón. Hasta que llega mi madre de visita. Desde lejos, se lo muestro, lo señalo, se lo explico. Ella, nada de escoba ni de escudo, lo agarra de una pata. Parece un bebé recién nacido –dice–. No es tan feo. Y lo mete en la basura. Si no podés dormir Lo que podés hacer es un tzompantli: poné en el piso los cuerpos de las mujeres a las que mataste últimamente, cortales la cabeza. Abrile a cada una un agujero en los huesos temporales de 25 centímetros de diámetro y enhebrala en un poste de madera. Así con todas. Dejalas a un metro de distancia, más o menos. Podés poner por línea cuantas quieras. Después, igual que a las ovejas, contalas. Poemas de Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019)

Soledad Castresana nació en la provincia de La Pampa, Argentina. Publicó los libros de poemas: Carneada (2007), Selección natural (2011), Contra la locura (2015) y Que sangre (2019). Hay poemas suyos en diversas antologías de Argentina y de Latinoamérica. Algunos de sus libros recibieron premios y menciones. Escribe, además, pequeñas crónicas y cuentos. Algunos de ellos han sido premiados y publicados en revistas digitales. En estos días prepara su primer libro de cuentos. Cada tanto, coordina talleres de lectura y escritura, y clínicas de obra. Vivió en Buenos Aires, en Bogotá, en Medellín, en Ciudad de México y en Bangkok. Actualmente reside en San José de Costa Rica. Estos poemas están tomados del libro Que sangre (Caleta Olivia, Buenos Aires, 2019) y se escribieron durante su vida en la CDMX en 2015 y 2016.