Consolación N.º 4 en D mayor
—Franz Liszt—
Hablar poco. Hablar lo suficiente en un corto tiempo. Hablar en un ritmo que no contemple
el hablar por el hablar. Decir “acá está la mano en la mesa” o “los besos son sabores
compartidos”. Decir y callar. Hablar poco, tal vez con palabras gestuales, esas que acercan
toda expresividad a la sensación receptiva de un “estoy aquí”. Hablar con palabras hechas
de piel, dejar que transiten los rostros entre la mirada que se agrieta; hay en ella un abismo
donde todo se recobra y donde todo se pierde. Es ahí donde está lo dicho, lo que no
podemos obviar. Ahí la aceptada condena de un silencio que nos conduce a la respiración
de un decir callado. Y al fin, ser eso, un fuego musical donde podamos arder mientras nos
vamos despidiendo de los rostros ideados, de las formas habituales del vivir, de las escenas
donde creímos ver los pliegues exactos del mundo en la seguridad de las palabras.
Un decir cotidiano
Hay que leer
en el lenguaje de los pájaros
el aire inmóvil de las palabras.
La palabra plumaje
se estremece ante un hilo de sol.
La palabra vuelo
se apoya en la palabra rama.
Los pájaros
ansían la sombra
de una palabra
que aún no sea capaz de nombrar
el misterio de su canto.
Lentitud
con la que recorro
las líneas de tus manos.
Rutas de sol a sol,
de cuerpo a cuerpo.
Lentitud
con la que asumimos
ese misterio
de estar tan vivos.
Eugène Ionesco afirma
que la palabra impide conversar
al silencio.
Kierkegaard ruega que se hable
al callar.
Es imprecisa la palabra.
Frente a la mudez del cuenco de barro,
recuerda el hombre
la levedad de estar aquí, en la tierra.
El mundo se nos desvanece,
confiesa Edvard Munch.
El mundo de los gestos amables
donde la muerte es el comienzo de la vida.
El mar de tantos ojos
descansa en el friso del alma.
La suavidad táctil del agua,
en su ir venir,
despierta en la tardía adolescencia
la nostalgia de quien no
recobró lo amado.
Nosotros no morimos, se dice.
Nadie se arrebata el pudor ni la derrota.
Intensa y solitaria es la vida
de quien toca el deleite de su locura
con las manos temblorosas.

Wilson Pérez Uribe (Colombia, 1992) es licenciado en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Escribe poesía y ensayo. Sus textos han sido publicados en Colombia, España y México, tanto en antologías de festivales de poesía, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, y en revistas como Revista Universidad de Antioquia, Círculo de Poesía, Alapalabra, La Tagua, Literariedad, entre otras. Una muestra de su poesía ha sido traducida al inglés, al italiano y al portugués. Ha emprendido proyectos de formación y de lecturas en voz alta sobre literatura china y literatura japonesa en la Universidad de Antioquia y en la ciudad de Medellín. Algunas de sus obras son: El amor y la eterna sinfonía del mar (Hombre Nuevo Editores, 2011), Movimientos (Editorial Universidad de Antioquia, 2018), Libro de la mirada (Pre-Textos, 2020), Escribir, prolongar el tiempo (Ensayos en: Leer y Releer N.° 94, Sistema de Bibliotecas Universidad de Antioquia). En el blog http://losmilotonosdelatardecer.blogspot.com/, se encuentra alojado el proyecto de poesía Voz y Mirada, orientado por la escritora mexicana, María García Esperón, que reúne una generosa cantidad de videopoesía de Wilson Pérez Uribe.