Héctor Hernández Montecinos: [Qué canten los muertos…] (Poemas inéditos)

[Se viaja para no morir…]

           Se viaja para no morir
para no morirse en el agujero negro que es la propia historia del universo
           uno toma un bolso y se mira al espejo antes de salir de casa
como si esa fuera la última pose para una fotografía que nadie tomará
           que nadie recordará aunque la imagen en la ventanilla durante horas
sea ese mismo rostro y esas mismas lágrimas en el interior de los planetas
donde uno es cada una de las esporas que también viajan para no morir.

            Tampoco se regresa ni se llega a ningún lugar
nos vamos de un tiempo para volver a uno anterior que no se recuerda
y por eso siempre estamos de paso recobrando un porvenir que nunca vendrá
            que nadie escuchará salvo los cientos de fantasmas que viajan junto a ti
y que también extrañan el cadáver que fueron
           los gusanos del hermoso jardín de su descomposición en partículas elementales
que son cada una de las despedidas que no fueron dichas.

           Alguien llora, alguien se abraza, alguien hace un dibujito en un vidrio empañado
alguien amó, alguien murió, alguien pide perdón.

            Alguien camina sin mirar atrás, alguien toma un taxi, alguien se tira en una cama
alguien se desnuda y se masturba para no seguir llorando por los ojos
que se deshacen en los colores de su propio viaje.

            No se llega a ningún lugar
es cierto 
           todo sigue aquí partiendo por uno mismo
todo permanece incrustado y sólo hay esquirlas en la boca
           envidiamos a los muertos porque no pueden regresar  
la locura es una forma de ese retorno
           eterno es todo lo que debe quedar atrás
y todo debe quedar atrás.

[Todos los poemas son sobre el mar…]

           Todos los poemas son sobre el mar aunque lo nieguen
no hay otro canto que el de las gaviotas sobre las olas que rompen contra las rocas
           entre esta brisa y los próximos océanos de cualquier mundo ocurre todo lo que vale esta pena.

Los pedacitos salados de sol sobre el horizonte buscan la profundidad donde no existe ni el oxígeno ni la luz ni nada que se recuerde
           buscan el origen de la muerte ahora que todo quiere vivir toda la eternidad.

           Es el desierto
se cierne sobre el mundo y no son los relojes de arena sobre los que la gente broncea sus bonitas llagas.

           Es el desierto
el polvo en forma de ruido que se acumula en las estatuas que somos nosotros mismos para nosotros mismos.

           Es el desierto
en pantallas con filtro ultravioleta donde la única luz es la del vecino que también se amanece contemplando sus pixeles.

           En el principio el caos reinaba sobre las aguas y ese caos era el amor.  

[Qué canten los muertos…]

           Qué canten los muertos su eterno silencio
           que sean ellos los que publiquen libros y sean invitados a nuevos países con honorarios comprometidos
           que les hagan entrevistas y las transmitan en las radios viejas de las personas que no escuchan el ruido aceitoso de hoy
           que les den becas y residencias para que la inmortalidad deje de tener valor exclusivamente económico
           que alguien suba a las redes sus perfiles y que cada sobreviviente sea su seguidor hasta el final
           que en los recitales nadie hable y escuchemos el pulso de nuestras arterias al ritmo del cosmos que palpita en el corazón de las gallinas.

           Donde no hay palabras ocurre la belleza y la muerte que son lo mismo
           donde ningún sí y ningún no detendrán el irremediable vuelo de la mariposa sobre los continentes de la historia.

            Los ancestros lloran con nosotros cada vez que nos marchamos con la cabeza gacha
           los suicidas reiteran sus últimos estertores en los pasos que hacemos ebrios al centro de la pista de baile
           la enfermedad es una invitación a dejarlo todo
           dejar todo lo que no tiene la dignidad de una flor.

Hay que volver a los cementerios y saltar de tumba en tumba con una sonrisa que sea el resumen de todas las conjugaciones.

           Algo hay más allá
           el mundo se habla a sí mismo a través del propio mundo
           el cuerpo es la metáfora de su desaparición
           el lenguaje es aire de una atmósfera con averías.

           Cómo no decir
           Cómo no
           Cómo.

[Cómo no voy a creer…]

           Cómo no voy a creer en las señales
si todo lo que existe es una señal de algo que no existe
ese era el quid de la poesía y qué mal gusto tener que escribirlo aquí
           en fin.

           Las piedritas y los pájaros
           las nubes y las boletas de la luz
           las direcciones y las fechas de vencimiento de los pasaportes
           son señales de que hay que volver a la invención del ruedo.

           Dentro de la casa todo remite a su afuera irrenunciable
y es una invitación a la miniatura de sí misma que es una maleta
           también el libro donde uno pasa la noche
tanteando las sábanas blancas que son cada página y donde nadie hay.

           O sí
           Constantino C., Fernando P., Federico G. L. y otros más en mi cama
o yo en la de ellos hasta el amanecer
           separados por los años que son las odas.

           El pulso de la mano es todo lo que uno tiene a mano en momentos como este
y es también un síntoma del olvido que somos para otras manos.

           Ciertamente las estrellas son la primera señal que uno recuerda en la cima de un árbol
o en las páginas finales del periódico
           pero sí
           todo es señal
los signos son todos de fuego y ardemos en las arrugas de nuestra desnudez que se mancha con aceite y ceniza.

           La poesía era eso
           no los poemas dentro de las galletas de la fortuna.

           Lo único que existe
           es la buena o la mala muerte
           y siempre es buena.

Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979). Doctor en Literatura, magíster y licenciado en Letras Hispánicas. A los 19 años recibió el Premio Mustakis a Jóvenes Talentos. A los 29, el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Ha sido becario del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Fundación Andes, FONCA (México), AECID (España) y Conicyt (actual Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo). Es el compilador de los dos tomos de 4M3R1C4: Novísima poesía latinoamericana (2010 y 2017) y Halo: 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014). Apareció en Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (2010) de Pre-Textos y El Canon Abierto. Última poesía en español (2015) de Visor, entre otras. Su proyecto en poesía, Arquitectura de la Mentalidad, está conformado por La Divina Revelación (1999-2011), Debajo de la Lengua (2007-2009) y OIIII (2012-2019). Sus ensayos autobiográficos sobre el quehacer poético son Buenas noches luciérnagas (2017), Los nombres propios (2018) y Contra el amanecer (en preparación). Todos publicados por RIL editores en Chile y España. Además es gestor de varios encuentros como “Poquita Fe: Poesía Iberoamericana en Chile” (2004-2014) y en España “Siglo de Oro de la poesía latinoamericana 1922-2022”; editor, entre otros, de Un mar de piedras (FCE, 2018) y Mi Dios no ve (Vaso Roto, 2022) de Raúl Zurita, y profesor de literatura en varias universidades chilenas.

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