A qué sabe el verano. Phi

por María Fragoso


El verano, pavoroso, se acerca.

Como una diva.

Presumido.

Me estoy derritiendo mientras agacho la cabeza, la gota de sudor cae en el piso y me gustaría que hiciera ruido. No lo hace. El verano llega más fuerte cada vez. Arde por todos lados y no nos damos cuenta.

No, claro que no, cómo darme cuenta que me estoy quemando si todo el tiempo nado en mi jugo.

Lala está de pie, mirándome. Ya está cruzada de brazos. Que no empiece a repiquetear los dedos sobre su brazo, pues hará ruido y el ruido metálico me taladra las sienes. Que no repiquetee. Que no lo haga.

─ ¿Te vas a quedar ahí todo el día?

─No, Lala, no me voy a quedar aquí todo el día.

─Pues anda, vámonos. Y trae a mi bebé.

El bebé tenía la forma genuina de un engendro débil y redondo como lo eran los hijos que nacían hace tantos años. Ahora ya no aparece ninguno.

Lo desconecto, tiene la batería cargada. Lala está impaciente por mostrárselo a sus amigos.

─Allá afuera está todo incendiado. ─le respondo con furia, siempre que me seco una gota con la toalla aparecen dos.

─ ¿Y? ─me responde cínica.

Le miro el rostro. Es el rostro de una mujer bella, con la nariz respingada y los ojos amarillos, la piel tersa de los pómulos. Pero luego miro su barbilla sólida, su cuello de hierro, sus senos imantados. Me da asco.

A ella no le importa que me esté derritiendo. Ella no suda.

Nos subimos a esa cosa enorme que no tiene ruedas, sino que gira en el aire y nos lleva directo a las coordenadas que no conocemos y que ni siquiera tecleamos, pura cosa de palabras intuitivas. No he escrito una frase entera en meses. Ni tampoco he visto el recibo. Lala dice que lo encontró en descuento.

La fiesta es de sus amigos, o los que dice que son sus amigos.

Y como son sus amigos, son como ella. Unos se han quitado media docena de gramos, se ven delgados, otros se han puesto un prop patrocinado, unos más dicen que ya pueden sacar fuego de las manos.

Yo no, resulta que soy alérgico a esos implantes. Y, por lo tanto, me dediqué a buscar la manera de ponerme uno. Busqué hasta volverme bueno en la disciplina, hasta que me trajeron a vivir a la torre, cumbre de la ciudad, lugar de elogio civilizatorio, donde los científicos se regodean en el perfeccionamiento de los cuerpos y no en que la tierra se descuartiza cada vez más. Lala me conoció cuando odiaba lo mainstream, decía que le gustaba lo orgánico.

Por ser tan orgánico llevo la chaqueta empapada.

Voy caminando entre la gente con un vaso de aceite entre las manos. Dicen que el aceite de moras quita la sed. No hablo con nadie y nadie habla conmigo, bien podría ponerme a ver una película dentro de mis ojos mientras pretendo que quiero estar aquí.

Entonces lo encuentro: un resquicio exacto que me satura la frente de una fresca ráfaga de algo que parece gloria. Es un aparatito, viejo, minúsculo, anticuado, que pretende echarme aire en el cuerpo y condensarme el sudor, refrescarme el alma. Aerotermia, le bautizaron hace tiempo. No pienso quitarme de aquí. A los demás no les importa. No sudan.

Lala se me acerca como si estuviera enojada. No me sorprende.

─ ¡Me dijiste que traerías el bebé! ─dijo furibunda.

Yo me reí, me reí con ganas.

La risa se coordina justo a tiempo con la explosión volcánica que lanza por los aires a nuestro pequeño apartamento en la cima de la torre. A tiempo de que los amigos de mi esposa vieran con horror que el monumento idealizado de la civilización se caía a pedacitos. Que la gran torre colapsaba y nadie sospecharía que soy bueno con las máquinas.

La brisa agría y cálida de la bomba me llega a las pestañas. Lala nunca lo podría comprender, a eso sabía el verano.


María Fragoso (Mexicana, 1997) es escritora, ilustradora y gestora cultural. Se licenció en Literatura y Filosofía por la Universidad Iberoamericana Puebla y tiene el máster en Gestión Cultural por la Universidad Politécnica de Valencia. Es docente y promotora de talleres de escritura creativa y artes plásticas en instituciones públicas privadas y proyectos de carácter social, dentro de las que se enlistan El Imperio de libros (España), Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (México), Ayuda en Acción (España), Editorial Media Vaca (España), entre otras. Dentro de sus libros publicados, tiene el libro de cuentos Puntos Fugaces (Editorial Lunetario, 2015), la novela Las nubes del suelo (Editorial de la 3 norte, 2018) y dentro del álbum ilustrado tiene Aceitunas (Ediciones Carena, 2019). Es ilustradora de diversos textos para niños y jóvenes de diversos escritores mexicanos y también colabora con artículos académicos en la revista Opción del ITAM y la revista Rúbricas de Ibero Puebla, Mood Magazine y Las Furias así como apoyo en la coordinación editorial de la Revista Cardenal. Actualmente está viven Valencia, España, mientras oferta cursos de creación literaria y desarrolla proyectos de carácter cultural.

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