Selección de «literominutos»

por Gerardo Allende


Cafetera

Friolenta mañana amenazaba con condensar los impulsos de aquel despertar. Los ojos pesados, la mano izquierda dormida y la derecha indiferente. Las piernas indispuestas. Los oídos apenas podían evitar irritarse ante las ondas que, tras la ventana, anunciaban que el mundo administrado se ponía en marcha para repetirse en novedades prestas a ocupar un espacio en la anecdótica realidad. Mi boca saboreaba la espesura de la noche, dejando al olfato juzgarla como mal aliento. El estómago, aún indispuesto para cumplir sus funciones, no soportaría más que un trago de agua. Poco esfuerzo haría por levantarme. Poco interés tenían mis ojos de mirar las mismas manchas del mismo techo. Poca voluntad podía agenciarme para hacerme responsable de mi existir. El frío no cedía, aunque incluso bajo las cobijas podía percibir que los rayos del Sol se esforzaban por reflejarse en cualquier partícula a su alcance. De pronto, un aroma cruzó la puerta de mi alcoba informando sobre un café recién hecho. ¿Quién lo preparó? ¿No estoy solo en casa? Pensé que estaba solo. Siempre me pienso en soledad.


Insuperable

Reímos de lo que habíamos creído insuperable, afirma Max Striner, uno de los anarquistas más sugerentes. Yo no soy anarquista, nadie es perfecto. Pero sí sé lo que es reír cuando lo insuperable deviene vivible y deseable. No la risa simplona del que desestima lo pasado y lo remite al reino de lo anecdótico; no la risa sardónica del que pretende ponerse por encima de la realidad y se arroga el mérito de superar lo insuperable. ¡No! Ni simploneria ni arrogancia. Solo la certeza de saber que, cuando me reduzco a mi verdadero tamaño, los problemas de mi vida se vuelven divertidos.


Partir

Lo último que le quedaba por vender era la máquina de escribir que su padre le había heredado. Pasarían por ella al mediodía y esa certeza lo mantuvo despierto aquella noche en que la lluvia no dejaba de estrellarse en su ventana. El insomnio se estiró hasta la madrugada, tanto que antes de que amaneciera tomó una hoja en blanco y la insertó entre los engranajes que resistían para no oxidarse. Con los dedos sobre las teclas, postergaba la escritura eligiendo las últimas líneas que escribiría. <<jrveor9er493435ijpgvbojopbjbolkb33333oj3pvnfve>>, tecleó sin paciencia antes de dejar presionada la barra espaciadora hasta escuchar la campanita que anuncia el fin del reglón. ¡TIIIIN!, escuchó. Y pudo, finalmente, ponerse a empacar.


Tarde atardece

Tarde atardece en el umbral de los devenires dispuestos a desvanecerse. Las escaleras conducen al refugio de mis temores. Ahí, descifro las cacofonías de desesperadas pretensiones. Finjo que el azar es el anonimato de la necesidad trazado con las tintas de la libertad. El azar (continúo fingiendo) es la necesidad jugando a ser libre, es su infancia, su risa. Y así, abandono aquella banca que queda sola, cual flauta en Sinfonía Fantástica, la de Berlioz o cualquier otra. Aquella banca, esa que otrora estuviera plena de felicidad, ahora resguarda un desierto y una complicidad. Ahora se ausenta de aquellas esperanzas de resonancias que rutilan. A veces la felicidad consiste en apagar la tristeza, pero cuando el agua de la paciencia se agota y la humedad del presente sofoca, no queda más que a-hogarse, es decir, quedar sin hogar, sin lugar… vacío, como el atardecer que tarde atardece.


Matinal península

Volteo a la derecha y miro a través de la ventana. Sobre el muro recién pintado de blanco sobresale la copa de un árbol que le coquetea a la primavera con sus flores naranjas. No es un naranja intenso, no, es una naranja que parece que danza tras el zumbar de los vientos de la mañana. Devuelvo la vista a la sala. Estoy rodeado de personas que se toman muy en serio sus pesadillas, es decir, que ríen de la realidad. De gracia en gracia toman la palabra y alivian con paciencia su experiencia, mientras esperanza reposa en la frágil actualidad.


Soltar

Después de una caminata acompañada por calores y en que la brisa rápida soplaba y los flamboyanes se resistían a desflorar, llegué a aquel café al que hace algunos años le doné unos cuantos libros. Después de pagar un café más cargado de costo que de cafeína, me quedo postrado frente al librero para percatarme de que muchos de mis libros ya no están.

Me siento traicionado ante su ausencia. Pero reparo un momento y más bien me alegro de que esas letras que pensaba que me pertenecían, hoy viajan acompañando otros pasos, otros afectos, pero, sobre todo, otros defectos… como esos que me trajeron de nuevo a este café.


Autoengaño

Los días más felices de mi tristeza los pasé acalorado, soportando los rayos del sol como si fueran designios del destino. Me sentía extrañado por estar finalmente en casa. Me sentía arropado ante la presencia de rostros indecidibles que me enajenaban. Intenté no llorar y fracasé. La soledad, mi cómplice, me hundió en armonías que refrescaban. El naranjo y la palmera siguen de pie, deshojando en el agua de la alberca su sobria sequedad. Voy a esperar, sorbo a sorbo, a que en el café oscilen los deseos de ocurrencias planas. Voy a esperar a que todo pase, a que nada vuelva. Quieto, como una siesta sin sueños.


Tú y yo

Solo soporta la crítica quien es capaz de entender que es una práctica tan creativa como la creación misma; que su mundo, como el del creador, es el de la imaginación. Que sus afirmaciones no son juicios de valor, no deciden entre lo bueno y lo malo, sino que, como las creaciones, son insinuaciones de realidad, de lo posible y lo deseable.

En este mundo compartido de la imaginación, el creador realiza lo imposible como deseable; mientras que el crítico desea lo no realizado como posible. La creación y la crítica no se complementan, pero deben soportarse. La creación y la crítica no se necesitan, pero es justo esta ausencia de necesidad en donde el reconocimiento mutuo es recreación en plena libertad.


Amigo

Manuel no está en la ciudad, pero está en buenas manos. Es un alivio saber que no está con alguien que necesita fingir tanto la sonrisa para ocultar su infelicidad. Es un alivio saber que nadie le embarrara una lágrima en los labios con los dedos como gesto dramático.

Atena, la nueva novia de Manuel, tiene una sonrisa natural; Atena, además, tiene de qué platicar.

Ayer, en una foto de Instagram, los vi sentados en el avión para partir al sur del continente. Le di like tras la certeza de que, con ella, por más que se aleja, Manuel siempre estará en casa.


Información

Las noticias no dan cuenta de lo acontecido. Se limitan a indicar los incidentes de lo que ocurre en la superficie. Cambio de canal y en todos informan lo mismo. La opinión de la gente en las redes es tan divergente que se agota en la irrelevancia. A lo lejos se escucha una turba que provoca un tumulto de sonidos desperdigados. Siento miedo. Apago el televisor, salto de la cama y sin ponerme las pantuflas me asomo por la ventana. Parece que la turba se ha dispersado. La ventana está abierta, así que no pierdo oportunidad para encender un cigarro. El vecino de enfrente, al otro lado de la calle, hace lo mismo, pero él no puede verme.


Tedio

Aquella tarde ya no llovería. De hecho, el sol se atrevía a asomarse por los resquicios del cielo que el gris no alcanzaba a ocupar. Debajo de un árbol, Melina intentaba remangarse los pantalones para seguir caminando sin que se le mojaran. Aquella calle llena de charcos la conduciría al encuentro con su habitual existir.

Alonso ya estaba sentado en el café, leyendo a Pessoa mientras Melina arribaba. Cuando esto sucediera, la besaría en la mejilla y le pediría un café; Melina lo bebería en silencio, sin prisa y dejando que sus miradas se perdieran en cualquier cosa que no fueran los ojos de Alonso. Al terminar, dividirían la cuenta y volverían a casa por la misma calle encharcada, con la única certeza de que aquella tarde ya no llovería.


Tiempo

–No es fácil respirar– de la nada le dijo Paulo a Lupita, –si lo fuera, estaría sujeto a nuestro libre arbitrio, como el pensar.

–Aja– respondió Lupita, esperando más razones para convencerse.

–Pensar es muy sencillo. Hasta yo lo puedo hacer -dijo Paulo, con un tono irónico que Lupita no logró captar.

–Aja…

–Respirar… ¡eso vaya que es complicado! De solo pensarlo, lo cual es sencillo, me sofoco hasta perder el aliento. -exclamó Paulo.

–Aja…

–La memoria es el pensamiento respirando; es fácil recordar.

–Ajá…

–…el olvido, por el contrario, es la respiración pensando; no es fácil olvidar.

–Ajá…


Gerardo Allende Hernández. Capitalino de nacimiento, yucateco por convicción. Docente en la licenciatura de Letras y Literatura Moderna de la Universidad Modelo (Mérida). Miembro del Taller de Escritura Creativa del Centro Estatal de Bellas Artes de Yucatán.

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