Domitila

por Sebastián Nicanor Guzmán


I

Salió de su casa y llegó a la estación de trenes a las seis de la mañana. En su itinerario semanal, los miércoles y los viernes iba acompañada sólo por el viento, esos días sus padres entregaban los pedidos de la maquila. Vivian a orillas de una barranca, su casa estaba cubierta con láminas de cartón y asbesto, sólo había dos habitaciones, en una había una cama compartida por tres personas y en la siguiente, rodeadas de pequeños muebles, estaban las dos máquinas de costura encimadas sobre una base de madera. Alrededor del taller casero había todo tipo de estambres, en ese rincón de la casa sobraban los colores, de ahí salían los suéteres y faldas para colegio. Para Domitila su lugar favorito era el taller de sus padres porque era el único lugar donde podía ver un arcoíris. Siempre hallaba la manera de escurrirse entre las telas, evitando deshilar las prendas aún no terminadas y las agujas clavadas en los manojos de estambres.

El primer miércoles de abril, esperando el inicio de la primavera en su trayecto matinal  Domitila miró desde la estación a dos hombres empujando a un animal desde la cajuela de una camioneta. Al inicio aquella escena le levantó cierto aire de peligro pues, como el animal estaba cubierto por una bolsa negra, pensó se trataba de un niño como ella. Cuando se fueron de ahí los dos hombres, el perro pudo sacar el hocico y revivir sus pulmones jalando el aire a su alrededor. Lo abandonan por viejo, pensó la niña, luego esperó la partida del tren y cuando pudo abordarlo se colocó cerca de la ventana para ver como el perro, cansino y cojeando, fue a tumbarse debajo de un viejo vagón. Los ojos del animal estaban confundidos, desde lejos se notaban los intentos de la bestia para guiarse por el olfato sin conseguirlo. El tren partió y a su regreso Domitila trató de hallar al animal pero su búsqueda no tuvo recompensa pues, cuando esto pasó, no había ni un alma en la estación y nadie, excepto ella vio al animal esa mañana.

Al cabo de varias semanas y con el recuerdo del perro cada vez más difuminado en su memoria, a Domitila la despertó el aullido de un animal en medio de la noche, lo supo inmediatamente, no era el aullido de un coyote sino de un perro. Lejos de recuperar el sueño, esa noche Domitila no pensó en otra cosa, sólo el cachorro ocupó su mente y al día siguiente con la compañía de su padre salió a buscarlo. Le costó más de una hora negociar con su madre los motivos para conservarlo, pero luego de comprometerse con nuevos deberes, entre ellos salir a repartir los encargos de la maquiladora, la madre decidió aceptar al animal porque así también le regalaría el gusto a su hija de tener una mascota sin gastar dinero.

La familia creció con la llegada de Tirado, el nombre del cachorro fue escogido luego de un fracaso por ponerle un nombre original, fuera de eso el animal aprendió rápidamente a adaptarse a la familia. Con las nuevas responsabilidades de Domitila, Tirado aprendió todos los caminos de repartición, lograba ubicarse por el sonido de un ganado, por la fricción de las vías y por el tono de voz de algunas personas. Con la llegada a su nueva familia y la alimentación constante, Tirado comenzó a recuperar poco a poco la fuerza de su olfato. Los ojos del animal no tuvieron el mismo fin, tenía en sus cuencas dos bolas de algodón como dos pequeñas nubes, negándole ver el mundo. A pesar de tener el ánimo altivo, los problemas de visión del animal ahuyentaban a las personas cercanas por el temor a sus ojos ciegos, cenizos.

II

A mediados de primavera los pedidos de la maquila fueron cada vez menos y tanto Domitila como Tirado tuvieron más tiempo para salir a divertirse. En aquel lugar, el aire y el cielo comulgaban en un azul metálico, bañando aquella barranca de un ambiente armonioso y haciendo brotar girasoles que servían como escondite de juegos infantiles a los niños del pueblo. Del canal de aguadulce subía hasta la casa una brizna como de mar refrescando los días más calientes y condensándose en los nublados. Bajo el constante sonar de pájaros, croar de ranas y serpenteo de lagartijas, Domitila dio las primeras muestras de convertirse en paisajista.  Con las hojas de algunas plantas armó su primera paleta y bajo el incandescente sol de Mayo retrató la naturaleza a su alrededor en una pieza de madera del tamaño de una maqueta.

Pasaron los meses de sol y en San Lorenzo Matadamas llegó la época de lluvias. Todos los años la familia de Domitila ponía en vilo su vida para proteger su casa, ahí arreciaban las tormentas y el calor tropical de la primavera se convertía en un bochornoso lodazal capaz de arrastrar con el ganado y la vida de las familias. Con anticipación, las paredes de adobe de su hogar eran recubiertas con una capa de cal, arena y grandes bultos de tierra barrosa para hacerle frente a los aguaceros o al torrente de la barranca. Los techos de lámina se cubrían con hojas secas y se le incrustaban vigas paralelas de madera para resistir cualquier granizada. Las máquinas de la maquila se cubrían con lonas transparentes y estaban sujetas a la tierra con grandes tornillos oxidados. Toda la gente de San Lorenzo amarraba sus casas a la tierra y se enclaustraba con su familia a esperar la culminación de las lluvias.

Cuando pasaron las lluvias de monzón el número de víctimas por el agua sólo consiguió hacerse de una muerte. Un albañil de San Lorenzo llegó borracho a la estación y se quedó dormido junto a las vías, cuando despertó, a su alrededor habían más de un millar de lagunas y el cielo se exprimía como una esponja gigante, sabiendo imposible regresar a su casa decidió quedarse en la estación y al día siguiente lo encontraron unido a una de las bancas junto a las vías. Las bajas temperaturas habían no sólo congelado el corazón de aquel albañil sino lograron unirlo de tal forma que se necesitó la ayuda de diez hombres para romper la relación glacial entre ambos cuerpos.

III

Nuevamente los trabajos de la maquila iniciaron en la casa de Domitila, pero a los pocos días el gobierno estaba regalando sábanas, cobijas y suéteres para hacerle frente al frío, esto redujo las labores de costura hasta casi desaparecerlas. La pérdida de aquellas ventas obligó al padre de Domitila a buscar un nuevo empleo aunque eso significara dejar a su familia la mayor parte del día sola. La madre, por el contrario, cambió un par de aretes de plata, a pesar de ser el único regalo de sus padres cuando cumplió quince años, por doscientos pesos. Cuando tuvo el dinero en sus manos decidió utilizar la mitad para apostarlos en el casino del pueblo y, con la suerte de principiante aunado a la habilidad nula para apostar, perdió los primeros cien pesos en una hora. Con la sed de ganar corrompiéndole la sangre, la madre de Domitila decidió apostar los cien pesos restantes y los perdió en la siguiente hora. Sin dinero, regresó a su casa con las manos huecas y se puso a llorar su mala suerte toda la tarde hasta cuando su maridó regresó del trabajo para consolarla. Sumidos en la tristeza los padres de Domitila trataron de consolarse olvidándose completamente de la niña.

Cuando su madre perdió los doscientos pesos, Domitila, con cierta independencia, se había salido a jugar rumbo a la estación de ferrocarriles. Los antiguos vagones eran el lugar idóneo para esconderse y divertirse. En aquella estación el ferrocarril solamente abordaba el tren dos veces al día con cientos de miles de personas en cada llegada, miles de albañiles y servidumbre bajaban luego de su jornada diaria, luego arrastraban toda la máquina locomotora hasta su lugar de descanso e iniciaban las actividades en la madrugada. En aquella época el arribo de la locomotora era retrasado comúnmente por las inundaciones y los derrumbes, haciendo imposible pronosticar un horario de llegada. La gente dentro del tren normalmente hervía entre el olor, el sudor y la mugre. El día en el que la madre de Domitila perdió los doscientos pesos, las ballenas grises del suburbano estaban atascadas y retacadas de personas. Casi sin oxígeno dentro, la gente intentaba apresurar con golpes en las puertas y ventanas, el avance del tranvía sin obtenerlo. Cuando por fin comenzó su marcha, dentro de cada vagón estaba por extinguirse la última partícula de aire puro y la muchedumbre entre lágrimas había agarrado un color amarillo de enfermo hepático. Se necesitó de la organización de todos para llegar con vida hasta la estación de San Lorenzo, abrieron las ventanas a pesar de la llovizna pidiéndole al cielo no les colocara un retraso mayor en las vías.

Cuando el tranvía entró en San Lorenzo, Domitila y Tirado estaban jugando sobre el corredor de la estación desierta, no hubo mucho tiempo de reacción, la niña y el animal se vieron de un momento a otro frente a una horda de personas desenfrenadas y poco o nada les bastó apresurar el paso para dejar el camellón libre a los residentes. A un lado de las vías férreas Tirado cayó maltrecho y apenas tuvo la fuerza suficiente para colocar el hocico sobre la orilla de ese corredor. Frente a sus ojos cenizos todo sucedió, la muchedumbre avanzó buscando oxígeno y entre tantos alaridos la voz de Domitila se perdió dándole a Tirado una experiencia de sordera a pesar de estar rodeado de sonidos. Por último y a causa de la brizna del clima, el olfato del animal sólo pudo dirigirlo a hacia un herrumbroso vagón.

Para cuando salieron a buscarla los padres de Domitila sólo hallaron a Tirado, tenía los ojos azules aperlados y rojos como de haber llorado por bastante tiempo. La noche en San Lorenzo estaba estrellada, debajo del firmamento los padres y el pueblo buscaron a Domitila. Nadie durmió hasta recorrer cada sitio, vagón, callejón y casa buscando a la niña.

IV

Desde entonces en San Lorenzo escasean los niños, la noche donde Domitila desapareció su padre se encerró desesperado, se metió en su casa y atracó la puerta desde dentro, no dejó entrar ni a su mujer y desde fuera sólo se escucharon los gritos bramando y mugiendo por su hija. Cuando lograron tirar la puerta de su casa, el padre de Domitila estaba tendido sobre un catre abrazado a una botella de aguardiente vacía, las máquinas de la maquila estaban arrancadas del suelo con un cuajo de tierra y los estambres donde retozaba la niña estaban regados por todas partes. Luego de cuatro días sin haber dado señales de vida, el padre de Domitila despertó y le contó a su mujer un sueño en donde le robaban a su hija.


Sebastián Nicanor Guzmán, nacido en 1995 en la Ciudad de México. Egresado de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa. Su investigación terminal estudia la concepción del héroe moderno dentro de la literatura de la guerra civil española. Sus intereses principales son: Novelas de Dictador, el posmodernismo, el erotismo y lo grotesco. Actualmente se dedica a la enseñanza.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s