Dos cuentos de Alejandro Villa Biott

por Alejandro Villa Biott


PRINCESA EN ARAUCO

Para ella cada martes es la misma mierda. Llamar un taxi, llegar a la pensión donde Rubén arrienda pieza, saludarlo con un beso; luego, un poco de vodka, un tanto de marihuana; después, desvestirse para una sesión de sexo oral. Sí. Las exigencias de su torturador han cambiado con el tiempo, al igual que la frecuencia de las citas. Al principio eran todos los días, en los que Rubén se aburría cambiándola de posición; luego día por medio, en los cuales todo se fue haciendo más convencional, más lento, más rutinario. Han pasado ya seis meses y todo se ha reducido a una vez por semana, una sola cita cada martes.

Ahora, cada encuentro parece un ritual. Una vez que están suficientemente borrachos y drogados, se desnudan; cuando sus cuerpos están dispuestos él la pone de rodillas y la toma fuertemente del cabello teñido. Rubén se tiende sobre la cama siempre deshecha. Cierra los ojos. 

Cristina conoce de memoria cada uno de los movimientos y reacciones de Rubén. Sabe reconocer a la perfección cuando está suficientemente excitado, satisfecho o harto de verla. Lo conoce tan bien, que incluso ya percibe el incipiente desagrado de éste al verla llegar cada martes.

Él fácilmente podría desenmascararla, pararse en el Hall de la Facultad de Derecho y gritarle a todo el mundo que un día, sin querer, se encontró a su distinguida compañera en un cabaret, que de noche se hace llamar “Princesa” y que si alguien desea tener una hora de sexo con ella sólo debe ir a la calle Arauco N° 827, llamar por el citófono y preguntar si hay “señoritas” disponibles. Fácil, demasiado fácil. Sólo tendría que gritar a los cuatro vientos que Cristina es nada más y nada menos que una puta, una puta gratis para él y muy cara para los demás, pero una puta al fin.

Romper con este pacto silente significaría no tener que volver a verla, terminar así, de una vez por todas, con sus ínfulas de supuesta dama. Pero no, ello sería igual a no poseerla más.

A ella no molesta tener sexo con Rubén, lo que no soporta es tener que hacerlo gratis. Jamás ha tenido problemas en venderse por dinero, se siente incluso hasta un poco poderosa al respecto. Aprendió a transformar las culpas en cosméticos importados, los remordimientos en prendas de boutique. Está convencida que prostituirse es su única opción y ha prometido, frente a la fotografía de sus padres muertos, dejar aquello una vez que egrese.

Juntos, están encerrados en el secreto de Cristina. Por un lado, él no cuenta que ella por las noches se hace llamar Princesa y que es una más de las “señoritas” del cabaret de Arauco N° 827, por el otro, ella acude cada martes donde Rubén y lo satisface gratuitamente hasta que él eyacula en su boca. Ambos son victimas y victimarios de este silencio. Princesa, puede ser tranquilamente Cristina durante el día; Rubén puede, una vez por semana, su cuerpo desahogar.   

Cristina mete la mano en su cartera de cuero, toma el celular, pide un taxi. Ya no importan los cuestionamientos, ni la autocompasión. No. Hoy es martes por la tarde, ella está obligada a entregarse. Rubén está obligado a esperarla.    


LA RECOMPENSA

PRIMER ACTO

De no haber encontrado ese gato siamés, dos años atrás, el trabajo de Mario no sería distinto al de los otros cartoneros. Nunca ha podido olvidar la sensación que le provocó ver cómo deambulaba solo aquel pequeño animal, cómo contoneaba su cuerpo por la esquina de Avenida Copayapu con Francisco de Aguirre. Cuando aquello sucedió no lo pensó dos veces, simplemente, decidió tomarlo y regalárselo a su hija, lo encerró dentro de la caja que siempre lleva en su  carreta y partió a su humilde casa en el Campamento Tornini.

Todo cambió días después, cuando recorriendo una de las calles que pertenecen a su ruta, de sopetón, encontró un aviso, se acercó y, sorprendido, comprobó que el gato de la fotografía era el mismo que había regalado a su hija, días antes. Luego de recuperarse, leyó: “Hola mi nombre es Dante, soy un gatito siamés de 1 año y me perdí… Si me encuentras por favor devuélveme a… Si me ayudas mis papitos te darán una recompensa”.

Después de leer el aviso, el cartonero pensó en la felicidad de su pequeña hija Scarlett, en el amor que ésta había desarrollado por el gato, pero, luego de reflexionar unos segundos, concluyó que el dinero era más importante.

SEGUNDO ACTO

El episodio del gato siamés sucedió hace ya dos años y, desde ese momento, las cosas están claras para Mario y Julia, su mujer. Mientras él recoge cartones, aprovecha de encerrar en la caja del triciclo a cuanta mascota bien cuidada se encuentra; Julia, por su parte, averigua si algún distinguido o distinguida de la  ciudad de Copiapó ofrece dinero a cambio de devolverlas; de ser así, se disfraza de señora decente, arregla a la pequeña Scarlett y pone la mascota en sus brazos, para luego tomar locomoción e ir a la casa del doliente dueño o dueña que clama por su animal perdido.

TERCER ACTO

Daniela Trabucco sufre desconsoladamente desde hace días, Damián, su Cocker Spaniel de dos años, se encuentra desaparecido y, a pesar de pegar carteles por toda la ciudad ofreciendo $100.000 de recompensa, todo ha sido infructuoso. Daniela y su marido, Piero Carnevali, podrían criar un montón de hijos con la suma de sus sueldos, pero, a pesar de la firme insistencia de Piero, ella nunca ha conseguido quedar embarazada. Esta situación provoca en Piero un inmenso vacío, vacío que llena imitando las conductas frívolas que su mujer mantiene con el perro, ahora, extraviado, además de poseer amantes varias.

FINAL

Julia toca el timbre en casa de Daniela, está correctamente vestida al igual que su hija, la niña sostiene al perro en los brazos. Piero abre la puerta, las recibe amablemente.

La mujer del cartonero observa la casa con atención, le parece tan amplia, tan elegante, tan distinta de su casa en el Campamento. Su éxtasis se interrumpe cuando aparece en escena Daniela, se acerca a Julia y la saluda con un beso frío.

El saludo es meramente protocolar, Daniela sólo quiere tomar al perro, abrazarlo, lo aprieta y acurruca como si fuera su hijo.

Por un momento, Julia siente envidia del estilo de vida que lleva la dueña del cachorro, pero, al verla tan absurda, tan ridícula, abrazando al animal como si fuera un niño, se da cuenta que ella probablemente nunca podrá tener un aire tan fino, ni una casa tan grande, pero también se da cuenta que ella nunca será tan imbécil como para ser engañada de esa forma, y menos, por la mujer de un simple cartonero.

Mientras Daniela se regocija abrazando al animal, Piero escapa, producto de la vergüenza ajena que le causa la actitud de su mujer, se retira excusándose con que va a buscar el dinero. Cuando Daniela Trabucco se da cuenta que su marido la ha dejado sola y que la mujer y la niña la miran extrañamente, decide romper la melaza preguntando cómo encontraron al pequeño Damián.

̶ Lo encontró mi hija un día que estaba jugando en la calle -responde Julia con tono seguro.

Piero entra a la sala antes que su mujer formule otra pregunta, entrega el dinero a Julia y pone cara de que ya es suficiente, que deben retirarse.

Julia guarda la recompensa, sale de la casa junto a su hija, cuando pasan por fuera del ventanal central, mira todo por última vez, mete la mano en su bolsillo derecho, donde acaba de guardar el dinero y, mientras contempla a la pequeña, se da cuenta que cada cosa está en su lugar, que todo está bien.


ALEJANDRO VILLA BIOTT (Valdivia, Chile / 1979).  NARRADOR y PODCASTER. Ha publicado cuentos en diversas revistas y antologías chilenas. Integrante de la SOCIEDAD DE ESCRITORES DE COPIAPÓ desde 2012, Agrupación que congrega a los literatos más destacados del norte de Chile. Premiado en dos ocasiones por el Ministerio de Cultura chileno, por las novelas (inéditas) “LA PROFESIÓN DE GRACIELA” y “ALMUERZO EN OKASAMA”. Actualmente, reside en la ciudad de Copiapó, donde desarrolla sus trabajos en formato de AUDIO con el PODCAST LENGUARAZ(en SPOTIFY) y prepara su primer libro autobiográfico, titulado “YO, BLANCHE DUBOIS”, financiado por la Municipalidad de Copiapó y editado por HAIN EDICIONES.

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