por Boris Rozas
WISLAWA EN PARIS
A la cola de un buffet de asado converso con Wislawa. Mi esposa nos acecha sin atreverse aún a llamar a la puerta. Conoce los salones de los poetas, llenos de niños que juegan con hojas en blanco como pequeños jilgueros, entre las balas que aúllan al rozar la carne.
SARA
A los que patinaban cerca de Essex House no les importaba Stevie Nicks con sus cuentos de hadas de finales inciertos, ellos no tocaban a escondidas la guitarra por las noches, no manejaban pequeños barcos a la deriva como el mío. Su noche de los estorninos blancos no terminó con el sabor a cenizas en la boca, los gusanos de seda en las ruinas del estómago. Como reza nuestra canción, dijiste que me darías luz pero nunca me hablaste del fuego, supongo que esa parte tuve que aprenderla por el camino, como otros tantos, en la oscura senda de los tiovivos vacíos, en la fría noche de los cuervos negros. Tendrá que ser más adelante, junto a los viejos recreativos de los sótanos del muelle, cuando tus vestigios de nieve blanca se reencuentren con las notas de mi cuerpo para tocar juntos los acordes de Sara y embestirnos como bestias que somos al final de casi todos los espejos.
EL CISNE
Retorciéndose en la hierba se me aparece el cisne de Bukowski, recién muerto aún en la estación buena. Está junto a la fuente de Bethesda esperando a ser fotografiado por los turistas.
AUTOROCK
I
Recuerdo tus manos como gacelas retorcidas ante la plenitud de mi selva de instintos, el fruto empalagoso del desmembramiento de este salvaje tronco hecho de abismos y crines de alazán, recuerdo las pisadas fuertes como guirnaldas de cuero lacio, venidas a cuento entre retamas puestas a dedo entre el vaivén de la noche y las llamas. Recuerdo tu piel vacía ya de impresiones. Recuerdo las viejas fotografías en un blanco y negro arañado por la aguja cruel del tiempo, recuerdo tus manos con anillos engarzados abrazando todos los besos, la suave danza de la lluvia que ensayábamos por las tardes envueltos en las mantas del amor sin techo ajenos al rumor de las olas de los vuelos nómadas sin escala. Recuerdo los árboles que me cobijaban mientras te veía partir sin saber si volverías a mi nido de paja, recuerdo mañanas derramadas en tu ausencia extrayendo el mineral para mis tumbas de papel.
II
Recuerdo las dulces palmeras alumbradas por el sol vistiéndote de mediodía, mechones como galgos aguerridos cayendo por mi almohada mientras la acera de la vida se torna juventud en vena. Recuerdo el lema de tu pecho encendido como las olas en este mar de confesiones, justo cuando regresa la resaca a lo largo de la fría cresta de las noches, recuerdo tu corazón áspero como el llanto de una sala de espera cayendo al suelo deshecho en pedazos, túnel de viento para cuerpos enfermos marea diurna de creencias ocultas. Recuerdo tus manos como gacelas abrazando la placenta de este bendito poema nacido entre mares, convertido en pasto para elefantes que rememoran montañas sin nieve. Recuerdo las líneas de tus cartas de amor perfectamente habitadas por mínimos placeres a campo abierto, piedras en el camino de este rebaño que recorre ya ciudades vacías, recuerdo el disfraz de borracho para las noches sin luna la daga que parte los sueños entre andenes invisibles como invisible es el alma que inocente me deshace.
III
Recuerdo la mar dormida ante tus ojos hechos de balaustradas que sucumbieron en viejas iglesias, el retablo de nuestro amor escondido entre lechos de hospitales que ya ni existen. Añoro la lluvia golpeando con fuerza mi camisa de seda de los domingos en misa, tu pelo enredado entre los bordes de la madera concéntrica que no entiende de lamentos, sólo de tiempo. Añoro tu sonrisa dibujada en la arena blanca quemada por el sol, cauterizada mi llaga entre volantes -no espero ya otra cosa que ir dejando mis migas en tu huella, amor- Y recuerdo estrellas enanas percibidas entre tulipanes de lirio en punta, adonde van esas tardes no llegan ya los dardos precoces de la espera, efímera quietud que se enroca entre primaveras buscando por donde asirse ahora que me consumo. Recuerdo el mal entrando a luchar con mis sentidos en batalla desigual y precipitada, el aliento frío de la boca que ya no puede besar como besaba entre esperanzas como puñales, aprendo a conjugar el miedo como quién poda un arbusto con cuidado y rezo en verde por la sagrada virtud de la rama que se tornó vieja. Hombre de crecimiento lento fui circunvalando por tu orilla hasta sentirme como hogar sin trepadoras ni flores, segundo plato de variadas y tenues primeras impresiones paisaje urbano de fotografía amortizada en blanco y negro, canto furtivo de aquellas madrugadas silenciosas.
TAMLA
Mi viejo tocadiscos de la Tamla, atado al principio de la invisibilidad muda, que recién ahora muerde el polvo en el trastero de una vida con banda sonora, ha dejado atrás su solsticio de cuatro paredes y no ha vuelto a dejarse escuchar. Siento que he muerto todavía pocas veces. No se enciende lo suficiente mi espejo ante el sentimiento desbordado del adolescente, que recién ahora mastica el amor en la parte trasera de un coche prestado, Mary Wells al volante del cielo que oscurece para no volver jamás, Atisbo de inocencia perdida en el fondo del gin-tonic de no siento lo mismo por ti, agitado por el cheque sin fondo de los años que has pasado sin dejar de enamorarte, con resultado en puntos cardinales de sutura y el grito del amor que no ha vuelto a dejarse escuchar. Siento que creas que eres tan valiente como para poder morir sólo una vez. Tarde de apuntes en una biblioteca vacía, donde sólo se estudia el jolgorio de una calle embrutecida por el sol, que recién ahora mastica el sabor de la primavera, Mary Wells al volante del cielo que se abre a mi paso como todos los años. Siento que creas que eres tan valiente. Mi viejo tocadiscos de la Tamla ha dejado atrás su solsticio de cuatro paredes y no ha vuelto a dejarse escuchar. Mi nueva silla Malkolm de altura e inclinación regulables me devuelve a mi banda sonora de cobarde que todavía ha muerto pocas veces.
radio tristeza
Dicen que escucha por las noches el blues frío de la Radio Tristeza, mientras sacude las viejas gárgolas del Top of the Rock. Más otoño que se le viene encima. El corazón salió hace tiempo de reconocimiento, en limo en blanco marfil, dejando para siempre el alma por el viejo Nueva York. “Was my idea”, me suele decir siempre. Más otoño que se le viene encima.
calle ocho
Me había comprometido a llevarte una tarde de domingo a la ribera de la calle ocho, a ver a los viejos que juegan al dominó, a las parejas que se reencuentran en los arrabales del Bryan Park. Nos vamos a Café Versalles, tenemos una cita con el silencio.
EL APARENTE SIGILO DE LOS TRONCOS
La primera vez que salté por una escalera de incendios lo hice para no quemarme con la fotografía de tu piel: John Coltrane me persigue por los bajos de esta mañana espesa como quién inventa un reclamo para los males domésticos, no me quieras convertir tan pronto en bandera que izar a los cuatro vientos, no anda sobrado de talento el que esperando persigue insulsas canciones de cosmético. En Japón existe un lenguaje de amor entre mujeres donde una rama desnuda viene a significar que nunca seré nada tuyo. Dormía entre las macetas mi recuerdo, aprovechando los meses de verano para imaginar nuevas rutas de escape de tu cuerpo, fue como en “The Boy Cried Asesinato” pero sin más testigos que la noche y el antro que nos hace esquina. La primera vez que salté por una escalera de incendios fue como una cruel inocentada de Romeos, hasta que llegamos a Washington Square en primavera y se terminaron los parterres del amor. Una señal de obras atiza la espuma de mis ojos al colapsarse con el firme, van los dedos presos de pánico a cogerse de la hierba para acordarse de que es jueves y aún no es tarde para regresarte. Imagino como quién imagina los grandes dirigibles enviarse gritando hacia tu ventana, los puentes que hemos construido estos años lo son por el tiempo que nos han visto deambular entre la nada, como en un olvido de fuego que nos resta del nudo de sed atirantada para sujetar por el extremo gris lo que siempre permanece en el olvido. Tú y yo somos la noche que sostiene estos dos ojos ciegos tras el aparente sigilo de los troncos.

Boris Rozas, vallisoletano de Buenos Aires (29-01-1972), poeta de amplia trayectoria con ya 15 poemarios a sus espaldas, entre ellos los multipremiados Ragtime (2012), Invertebrados (2014), Las mujeres que paseaban perros imaginarios (2017) o Annie Hall ya no vive aquí (2018). Ha recibido numerosos galardones por su obra entre los que destacan el León Felipe, Pilar Fernández Labrador, Francisco de Aldana, Hernán Esquío, Gonzalo Rojas Pizarro, Premio Nacional Coronio, Manuel Garrido Chamorro, Álvaro de Tarfe, Justas Poéticas de Laguna de Duero, Justas Poéticas de Dueñas, María Eloísa García Lorca, Villa de Ermua, Peñaranda de Bracamonte, Premio Umbral, Premio La palabra de mi voz, North Texas Book Festival, dos veces finalista del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, Premio Sarmiento, etc. Ha participado en numerosas obras colectivas y antologías, además de colaborar en multitud de publicaciones de primer nivel. En 2018 compuso el Soneto para el Sermón de las Siete Palabras de la Semana Santa vallisoletana, siendo el primer autor hispanoamericano distinguido con tal honor. Desde 2014 es Ahijado literario de la Casa-Museo de José Zorrilla. Fotografía: Maica Rivera.