Salet
Nadie quiere verse desnudo sin furia sin calcio, sentir lo perdido por el tiempo —envejecer y decirse su padre. Regreso al útero donde la música es sad y los colores púrpura y las razones de los colores una reacción hormonal. Regreso al útero donde reside lo explicativo y contemplo el resto de mis dientes.
Baby we rolling
Sonámbulos en un motel a la ribera
donde teorizo con el fémur
si soy quien digo ser, tal vez un chico rudo
junto a otro menos rudo.
Un motel a la ribera donde es fácil
cuestionar mi nombre a gritos, el eco
que rasga cuando un hombre entra
dónde ningún hombre entró,
la lengua como una arteria
entre la pelvis y el latido.
Sonámbulos pero no iguales,
nunca iguales, ahí la gracia
de la piel sudorosa: brilla
como lo nuevo, un diamante
en la carne. La mañana siguiente
diremos haberlo perdido.
I
Nací al límite de la soviet donde los árboles, recuerdo, las hojas, recuerdo, se abrazaban a la tibieza de julio como las manos pequeñas y grises del recién nacido. Lo demás se diluyó en la nebulosa de los primeros días tal cual la juventud paterna se diluye en lo cirílico. Taskent se olvida y avanza y se adhiere a la gangrena del tiempo, repta, sí, con el cuerpo acercándose a la descomposición necesaria, inevitable. Mi enfisema es signo de varios trabajos de call center y los kilómetros equidistan los años, un bólido es para soñarse ¿o no? Un bólido me lleva a una isla microscópica del atlántico. Mis abuelos viven en Mindelo con algo de sosiego a pesar de pertenecer a un pueblo vibrante y pienso en la morabeza y pienso en la morna y los barcos son temporales.

Diego Quintero Martins (Taskent, Uzbekistan, 1990) es autor de los poemarios Estación Baudelaire (Ediciones Espiral, 2015) y Taskent soledad ultra (Ediciones Espiral, 2017/Ediciones liliputienses, 2019).